Por Michael Spence, a Nobel laureate in economics, is Professor of Economics at NYU’s Stern School of Business, Distinguished Visiting Fellow at the Council on Foreign Relations.
China hoy se encuentra en un punto crucial, como sucedió en 1978, cuando las reformas de mercado lanzadas por Deng Xiaoping abrieron la economía al mundo -y como pasó nuevamente en los inicios de los años 1990, cuando la famosa "gira por el sur" de Deng reafirmó el sendero de desarrollo del país.
En todo este tiempo, los ejemplos y las lecciones de otros países han sido importantes. Se dice que Deng estuvo fuertemente influenciado por una visita temprana a Singapur, donde el crecimiento acelerado y la prosperidad habían llegado décadas antes. Entender los triunfos y deficiencias de otros países en desarrollo ha sido -y sigue siendo- una parte importante del enfoque de China a la hora de formular su estrategia de crecimiento.
Al igual que Singapur, Japón, Corea del Sur y Taiwán en sus primeras décadas de crecimiento moderno, China ha estado gobernada por un único partido. El Partido de Acción Popular (PAP) de Singapur sigue siendo dominante, aunque eso parece estar cambiando. Los otros países evolucionaron para convertirse en democracias multipartidarias durante la transición de ingresos medios. China, también, ya ha alcanzado este último tramo crítico de la larga marcha hacia una condición de país avanzado en términos de estructura económica y niveles de ingresos.
Singapur debería seguir siendo un modelo de rol para China, a pesar de su tamaño menor. El éxito de ambos países refleja la convergencia de muchos factores, entre ellos un grupo calificado y educado de diseñadores de políticas proporcionados por un sistema de selección meritocrática, y una estrategia pragmática, disciplinada, experimental y progresista en materia de políticas.
La otra lección clave de Singapur es que el régimen unipartidario ha conservado una legitimidad popular gracias a que ofreció crecimiento inclusivo e igualdad de oportunidades en una sociedad multiétnica, y a que eliminó la corrupción de todo tipo, inclusive el amiguismo y la excesiva influencia para los intereses creados. Lo que el fundador de Singapur, Lee Kwan Yew, y sus colegas y sucesores entendieron es que la combinación de un régimen unipartidario y corrupción es tóxica. Si se quieren los beneficios del primero, no se puede permitir lo segundo.
Coherencia, horizontes a largo plazo, incentivos apropiados, fuertes capacidades "de navegación" y poder de decisión son aspectos deseables de continuidad en la gobernancia, especialmente en un sistema meritocrático que maneja complejos cambios estructurales. Para proteger eso y mantener un respaldo público para las inversiones y las políticas que sustentan el crecimiento, Singapur necesitó impedir que la corrupción se afianzara, y tuvo que ser consistente en la aplicación de las reglas. Lee lo hizo y el PAP ofreció lo que habría brindado un sistema formal pleno de responsabilidad pública.
Muy probablemente China también quiera conservar, al menos por un tiempo, los beneficios de un régimen unipartidario y demorar la transición a una gobernancia "más desordenada" influenciada por múltiples voces. De hecho, ya se está gestando un sistema pluralista bajo el paraguas del Partido Comunista chino -un proceso que eventualmente puede llevar a los ciudadanos a ganar una voz institucionalizada en las políticas públicas.
Por ahora, sin embargo, esos elementos representativos que se han venido sumando de manera incremental no son lo suficientemente poderosos como para superar la creciente corrupción y la excesiva influencia de los intereses creados. Para conservar la legitimidad de un partido único -y por ende la capacidad de gobernar-, esos intereses más estrechos deben ser descartados en favor del interés general. Ese es el desafío que enfrenta el nuevo liderazgo de China.
Si los líderes chinos tienen éxito, entonces podrán sumergirse en un debate sensato y con matices sobre la evolución del papel del estado en su economía, un debate sobre los méritos. Muchas personas con información privilegiada y asesores externos creen que el rol del estado debe cambiar (no necesariamente declinar) para crear la economía innovadora y dinámica que es esencial para navegar la transición de ingresos medios exitosamente. Pero todavía existen muchas áreas en las que se necesitan un mayor debate y variedad de opciones.
Lee Kwan Yew en Singapur y Mao Tsetung y Deng en China se ganaron la confianza de sus pueblos como fundadores y reformistas. Pero esa confianza se disipa; las generaciones subsiguientes de líderes no la heredan del todo, deben ganársela. Razón más que suficiente para que hagan caso a las lecciones de la historia.
Los nuevos líderes de China primero deberían reafirmar el papel del Partido como defensor del interés general creando un entorno en el que los intereses estrechos, que buscan proteger su creciente influencia y riqueza, no tiñan las complejas opciones en materia de políticas. Deben demostrar que el poder, la legitimidad y los activos sustanciales del Partido sean utilizados en beneficio de todos los chinos, propiciando por sobre todo un patrón de crecimiento inclusivo y un sistema de igualdad de oportunidades con una base meritocrática. Y luego deberían volver a dedicarse a gobernar en un contexto doméstico y global complejo.
Hay momentos en los que salir del paso -o, en la versión china, cruzar el río sintiendo las piedras bajo los pies- es la estrategia de gobernancia correcta, y hay momentos en los que se necesita una restructuración audaz de los valores y la dirección. Los líderes exitosos saben reconocer estos momentos.
Sentir las piedras bajo los pies puede parecer la opción más segura para el próximo presidente de China, Xi Jinping, y el resto de los nuevos líderes de China; en realidad, es la más peligrosa. La única opción segura es un realineamiento radical del Partido con el interés general.
La cuestión, entonces, es si los reformistas que albergan el verdadero espíritu de la revolución de 1949 ganarán la batalla por un crecimiento equitativo e inclusivo. La visión optimista (y creo que realista) es que el pueblo chino, a través de diversos canales, entre ellos los medios sociales, participará y les conferirá a los reformistas el poder para impulsar una agenda progresista.
El tiempo dirá. Pero no hay calificativos que resulten exagerados para destacar la importancia del resultado para el resto del mundo. Prácticamente todos los países en desarrollo -y, cada vez más, también los países avanzados- se verán afectados, de una u otra manera, conforme ellos también luchan por alcanzar un crecimiento y patrones de empleo estables y sostenidos.