"De pensamiento es la guerra mayor que se nos hace: ganémosla a pensamiento" José Martí

martes, 29 de enero de 2013

Luces de José Martí para el socialismo

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Por: Luis Toledo Sande
José Martí. Foto: Ecured
José Martí. Foto: Ecured
Textos de interés directo para el tema planteado en el título escribió José Martí desde su estancia en México (1875-1876), donde —inicio de un camino en el cual experimentó una rica evolución— se relacionó activamente con la prensa obrera y organizaciones de ese carácter. Pero los presentes apuntes, ni con mucho exhaustivos, se basan centralmente en páginas posteriores, distanciadas entre sí por una década, pero unidas por el tema abordado: una reseña, en la revista neoyorquina La América de abril de 1884, sobre “La futura esclavitud”, del británico Herbert Spencer, y una carta de mayo de 1894 a su compatriota y amigo Fermín Valdés Domínguez. Las dos contienen reflexiones sobre lo que en ambas Martí llama “la idea socialista”, y lo publicado en la revista parece prolongarse en la intimidad epistolar. No hay que asombrarse por ello: nexos similares aparecen entre numerosos textos de la obra martiana, signada por la coherencia y la organicidad.
Desde el inicio de la reseña brota la diferencia de perspectivas entre Spencer y Martí, quien afirma que aquel pensaba “a manera de ciudadano griego que contaba para poco con la gente baja”. Y esto de “la gente baja” se comprende tanto mejor según se aprecie que en la reseña, más que citar, el periodista parafrasea al autor de la obra comentada, que ubica en contexto y linaje: “Todavía se conserva empinada y como en ropas de lord la literatura inglesa; y este desdén y señorío, que le dan originalidad y carácter, la privan, en cambio, de aquella más deseable influencia universal a que por la profundidad de su pensamiento y melodiosa forma tuviera derecho”. Y enseguida se siente la voz de Martí: “Quien no comulga en el altar de los hombres, es justamente desconocido por ellos”.
No sugiere que Spencer fallaba en todo; pero le reprueba su perspectiva aristocrática, asociada al individualismo y al positivismo. En los límites de este último “la ciencia, insecteando por lo concreto, no ve más que el detalle”, se lee en el elogio que dos años antes había hecho Martí a la integradora espiritualidad del pensador estadounidense Ralph Waldo Emerson. Sin embargo, cabe estimar que el cubano compartía con el británico el deseo de que “el alivio de los pobres” no se trocara en “fomento de los holgazanes”, solo que, entre las motivaciones por las cuales el positivista escribió “La futura esclavitud”, estuvo su rechazo a la construcción, por vía estatal, de viviendas para los menesterosos, rechazo que Martí no compartía.
Spencer, identificado con un evolucionismo que engullía los valiosos aportes de Charles Darwin para ponerlos al servicio de los más fuertes económicamente en la urdimbre de las clases sociales, temía a la burocracia, peligro presente en la organización moderna de la sociedad, tanto más cuanto mayor sea la centralización que la rija. Glosando esa parte del tratado spenceriano, Martí comenta: “Con cada nueva función, vendrá una nueva casta de funcionarios. Ya en Inglaterra, como en casi todas partes, se gusta demasiado de ocupar puestos públicos, tenidos como más distinguidos que cualesquiera otros, y en los cuales se logra remuneración amplia y cierta por un trabajo relativamente escaso: con lo cual claro está que el nervio nacional se pierde”.
Por la aceptación que enfatiza, y hasta por el tono, la conclusión que sigue a esas palabras puede atribuirse al propio Martí: “¡Mal va un pueblo de gente oficinista!” La advertencia sigue siendo válida, dado el peligro que revela; pero en otras circunstancias el trabajo de naturaleza social, o contratado y remunerado estatalmente, puede verse en desventaja, y en consiguiente desdoro, frente a los créditos de la iniciativa privada, llámesele como se le llame, y más aún si ella se beneficia del autoritarismo y de hábitos corruptos que, vertiendo sombras desde la administración estatal, pueden minar el organismo de una nación.
Herbert Spencer. Foto: Ecured
Herbert Spencer. Foto: Ecured
Spencer, como si se tratara de una realidad consumada, o en crecimiento, repudiaba la burocracia y la consiguiente casta funcionaresca, de sesgo parasitario —germen para la corrupción, agréguese—, que él veía formarse o temía que se formara en Inglaterra. Pero allí no se ensayaba en realidad algo que en justicia pudiera llamarse socialismo, aunque, en el fondo, el célebre positivista le temiera a ese “fantasma”. Impugnaba la intervención del Estado —específicamente el que él conoció, nada socialista, sino capitalista, cualesquiera que fuesen sus investiduras formales y la fase de su desarrollo— en la administración de los recursos, y en la solución de problemas sociales básicos.
Quienes han estudiado con seriedad la reseña han visto en ella a Martí levantado frente, o contra, “los fantasmas ideológicos” de Spencer, como ha hecho Rafael Almanza Alonso. Martí discrepaba del liberal burgués, y no es fortuito que, al comentar su texto, alabara al Henry George que por entonces predicaba en los Estados Unidos “la justicia de que la tierra pase a ser propiedad de la nación”, como bien de naturaleza pública.
Veamos, señalados por Martí, algunos de los elementos que muestran la orientación de Spencer: “El día en que el Estado se haga constructor, cree Spencer que, como que los edificadores sacarán menos provecho de las casas, no fabricarán, y vendrá a ser el fabricante único el Estado”. Ese argumento, declara sin rodeos Martí, “aunque viene de arguyente formidable, no se tiene bien sobre sus pies”, como tampoco este otro: “el día en que se convierta el Estado en dueño de los ferrocarriles, usurpará todas las industrias relacionadas con estos, y se entrará a rivalizar con toda la muchedumbre diversa de industriales”. Tal “raciocinio, no menos que el otro, tambalea”, asegura Martí, quien expone el porqué, con razonamiento que no es del caso interpretar ahora.
Spencer repudia como socialismo una forma de capitalismo de estado, al que no debe parecerse más de lo inevitable ningún proyecto que aspire a abrirle caminos a la realización de metas justicieras inalcanzables sin plena participación popular. Y ese continúa siendo un reto, en primer lugar, para el socialismo, que debe combinar ideales colectivos y vibraciones individuales, y no olvidar que estatal no es necesariamente un sinónimo pleno de social.
Martí afirma que Spencer teme “el cúmulo de leyes adicionales, y cada vez más extensas, que la regulación de las leyes anteriores de páuperos causa”. Para valorar lo que ese criterio de Spencer merecería a los ojos de Martí, conviene tener presente lo que este sostuvo en el artículo “A la raíz”, publicado en Patria el 26 de agosto de 1893: “A la raíz va el hombre verdadero. Radical no es más que eso: el que va a las raíces. No se llame radical quien no vea las cosas en su fondo. Ni hombre, quien no ayude a la seguridad y dicha de los demás hombres”.
En 1884 situó los temores de Spencer en un contexto donde “se quieren legislar las formas del mal, y curarlo en sus manifestaciones; cuando en lo que hay que curarlo es en su base, la cual está en el enlodamiento, agusanamiento y podredumbre en que viven las gentes bajas de las grandes poblaciones”. Martí, con la vista puesta en el bienestar común, sostiene que a salir de tal miseria, “con costo que no alejaría por cierto del mercado a constructores de casas de más rico estilo, y sin los riesgos que Spencer exagera”, podrían ayudar a los pobres “las casas limpias, artísticas, luminosas y aireadas” que se debía tratar de facilitar por vía estatal a los trabajadores, algo a lo cual se oponía Spencer.
El autor de “La futura esclavitud” veía como un peligro la aspiración que Martí estimaba justa, “por cuanto el espíritu humano tiene tendencia natural a la bondad y a la cultura, y en presencia de lo alto, se alza, y en la de lo limpio, se limpia. A más que, con dar casas baratas a los pobres, trátase solo de darles habitaciones buenas por el mismo precio que hoy pagan por infectas casucas”.
La armazón teórica construida por Spencer contra la democratización que él estimaba en marcha, y nociva, sería —acota Martí— un edificio, “de veras tenebroso, y semejante al de los peruanos antes de la conquista y al de la Galia cuando la decadencia de Roma, en cuyas épocas todo lo recibía el ciudadano del Estado, en compensación del trabajo que para el Estado hacía el ciudadano”. Una de las tareas que acaso el espíritu justiciero tenga pendiente, aún hoy, consistiría en estudiar hasta qué punto, además de imponerle desventajas tecnológicas y aislamiento, los contextos donde el socialismo se ha intentado llevar a cabo lo han contaminado con la herencia del llamado modo de producción asiático. El socialismo emancipador, democrático y participativo que urge edificar, deberá estar libre de todo cuanto —en pasado, presente o futuro— huela a comunidad sometida, aunque sea mínima o remotamente.
José Carlos Mariátegui. Escritor y revolucionario peruano. Foto: Ecured
José Carlos Mariátegui, escritor y revolucionario peruano. Foto: Ecured
José Carlos Mariátegui, eminente marxista peruano, buscaba raíces culturales para el socialismo —que debía ser, dijo, fruto de la creación heroica, no calco ni copia— y veía una posible referencia para ese sistema en el comunitarismo campesino del Perú incaico. Martí, por su parte, pensaba en un sentido de participación popular que trasladó incluso, en plena campaña por la independencia, a su proyecto de fundación de la República en Armas. Nada de comunidad pasivamente resignada a decisiones venidas de las alturas. El 24 de enero de 1880, ante compatriotas emigrados que se reunieron en el Steck Hall neoyorquino, expuso con claridad meridiana su criterio de una verdad que “ignoran los déspotas”: “el pueblo, la masa adolorida, es el verdadero jefe de las revoluciones”.
Ese criterio debe ubicarse en su creciente conocimiento del mundo, en lo cual lo favoreció su forzada estancia de cerca de quince años en Nueva York, desde donde observó el devenir de los Estados Unidos y el del planeta. Frente a quienes pretendían confundir al pueblo con el lumpen desorientado o arrastrable, denunció —especialmente en su crónica “Un drama terrible”, sobre los sucesos acaecidos en Chicago entre 1886 y 1887, que dieron origen a la celebración internacional del Día de los Trabajadores— la violencia con que en aquel país se castigaba a “las masas obreras” levantadas para reclamar sus derechos.
Con respecto al linchamiento de obreros justificado con argucias legales, en la citada crónica escribió que a la república, tornada de clases y cesárea —como dijo en otras páginas— la amedrentaba “el deslinde próximo de la población nacional en las dos clases de privilegiados y descontentos que agitan las sociedades europeas”. Ante esa realidad, el sistema “determinó valerse por un convenio tácito semejante a la complicidad, de un crimen nacido de sus propios delitos tanto como del fanatismo de los criminales, para aterrar con el ejemplo de ellos, no a la chusma adolorida que jamás podrá triunfar en un país de razón, sino a las tremendas capas nacientes”.
Pero, volviendo a Spencer, no está de más oír las “razones” del diablo. Aquel señalaba un peligro que no se debe ignorar, y así lo tradujo Martí: “¿Cómo vendrá a ser el socialismo, ni cómo este ha de ser una nueva esclavitud? Juzga Spencer como victorias crecientes de la idea socialista, y concesiones débiles de los buscadores de popularidad, esa nobilísima tendencia, precisamente para hacer innecesario el socialismo [ese ‘socialismo’, habría que precisar], nacida de todos los pensadores generosos que ven cómo el justo descontento de las clases llanas les lleva a desear mejoras radicales y violentas, y no hallan más modo natural de curar el daño de raíz que quitar motivo al descontento”. Al exponer las aprensiones de Spencer, Martí intercala puntos de vista propios, opuestos al evolucionista aristócrata: simpatía por “las clases llanas”, identificación con “los pensadores generosos” que las han apoyado, solidaridad con “el justo descontento” de aquellas.
Con la brújula de su sentido ético denuncia que Spencer apunta “las consecuencias posibles de la acumulación de funciones en el Estado, que vendrían a dar en esa dolorosa y menguada esclavitud; pero no señala con igual energía, al echar en cara a los páuperos su abandono e ignominia, los modos naturales de equilibrar la riqueza pública dividida con tal inhumanidad en Inglaterra, que ha de mantener naturalmente en ira, desconsuelo y desesperación a seres humanos que se roen los puños de hambre en las mismas calles por donde pasean hoscos y erguidos otros seres humanos que con las rentas de un año de sus propiedades pueden cubrir a toda Inglaterra de guineas”.
Frente a eso, Martí se yergue resueltamente más allá de lo tocante a construir viviendas para menesterosos: “Nosotros diríamos a la política: ¡Yerra, pero consuela! Que el que consuela, nunca yerra”. Ello recuera la ya aludida carta de mayo de 1894, también escrita en Nueva York, y que parece responder a una motivación que deberá tenerse presente al leerla: el ofrecimiento informativo, por parte de Valdés Domínguez, sobre la celebración en Cuba, ese año, del Día de los Trabajadores, a lo que se estaría refiriendo Martí cuando expresa: “Muy bueno, pues, lo del 1° de Mayo.—Y aguardo tu relato, ansioso”. La confesa ansiedad ratifica la coincidencia que, en cuanto a ideas, Martí le ha venido enfatizando al amigo en la carta: “Una cosa te tengo que celebrar mucho, y es el cariño con que tratas, y tu respeto de hombre, a los cubanos que por ahí buscan sinceramente, con este nombre o aquel, un poco más de orden cordial, y de equilibrio indispensable, en la administración de las cosas de este mundo”.
A esas palabras añade: “Por lo noble se ha de juzgar una aspiración: y no por esta o aquella verruga que le ponga la pasión humana”. Y en lo que sigue parece asomar el recuerdo de su crítica a Spencer: “Dos peligros tiene la idea socialista, como tantas otras:—el de las lecturas extranjerizas, confusas e incompletas:—y el de la soberbia y rabia disimulada de los ambiciosos, que para ir levantándose en el mundo empiezan por fingirse, para tener hombros en que alzarse, frenéticos defensores de los desamparados”.
Además de hablar de “la idea socialista” como en la reseña de “La futura esclavitud”, hace recordar lo dicho allí acerca de “los buscadores de popularidad”. Son los oportunistas, a los que no parece inmune ningún empeño justiciero, por muy honrado que sea, como tampoco a las lecturas mal digeridas, que no son responsabilidad de los textos, sino de quienes los asumen. Pero Martí, lector voraz si los ha habido, no ponía texto alguno por encima de la vida, y esa actitud fortaleció luminosamente su pensamiento.
Karl Heinrich Marx (Carlos Marx). Foto: Ecured
Karl Heinrich Marx (Carlos Marx). Foto: Ecured
Aunque sea de modo somero, valdría recordar una generalización que hizo a partir de lo que observaba en su entorno estadounidense, donde, muerto en 1883 Carlos Marx —a quien entonces él dedicó un conocido obituario—, hasta Federico Engels señalaba desde Europa flaquezas en la recepción de un real o supuesto marxismo por parte de líderes de la agitación social. En crónica publicada el 20 de febrero de 1890 en La Nación bonaerense, escribió Martí: “Cada pueblo se cura conforme a su naturaleza, que pide diversos grados de la medicina, según falte este u otro factor en el mal, o medicina diferente. Ni Saint-Simon, ni Karl Marx, ni Marlo, ni Bakunin. Las reformas que nos vengan al cuerpo”; y agregó: “Asimilarse lo útil es tan juicioso, como insensato imitar a ciegas”.
 A esas advertencias, que siguen siendo válidas para el socialismo, se suman otras implícitas en la carta a Valdés Domínguez. En una intervención pública, citada aquí de memoria, un intelectual patriota y católico como Cintio Vitier agradeció a Martí el llamamiento a resolver la necesidad de justicia “en la administración de las cosas de este mundo”, único que conocemos y en el cual podemos influir, precisó el autor de Martí en la hora actual. Fallaríamos ante las urgencias de ese mundo, este, si nos atascáramos en discusiones sobre “el otro”.
Pero no saldrá sobrando decir que eso no invita a la disolución del pensamiento en un relativismo irracional sin riberas, mudo ante manipulaciones dolosas de credos, ni a olvidar un juicio como el que Martí expresó en carta del 26 de noviembre de 1889 a su amigo Manuel Mercado, depositario de tanta confesión suya: “Va el deber del artículo laborioso, y no el gusto de la carta, porque le quiero escribir con sosiego, sobre mí y sobre La Edad de Oro, que ha salido de mis manos—a pesar del amor con que la comencé, porque, por creencia o por miedo de comercio, quería el editor que yo hablase del ‘temor de Dios’, y que el nombre de Dios, y no la tolerancia y el espíritu divino, estuviera en todos los artículos e historias. ¿Qué se ha de fundar así en tierras tan trabajadas por la intransigencia religiosa como las nuestras? Ni ofender de propósito el credo dominante, porque fuera abuso de confianza y falta de educación, ni propagar de propósito un credo exclusivo”.
Tras la historia de errores, deficiencias y traiciones que echaron abajo al socialismo que, tenido en Europa por real —sinónimo a la vez de verdadero y de monárquico—, puso en quiebra, hasta llevarlas a la derrota, las dignas aspiraciones socialistas originarias, adquieren renovado valor las luces aportadas por Martí. Aunque no hayan faltado ni falten dignos afanes de lealtad teórica y práctica al socialismo, ni replanteamientos creativos como el promovido en nuestra América con el nombre de socialismo del siglo XXI, a veces parece haber caído en descrédito hasta el término socialismo, con otros asociados a él.
Por ese camino, aunque las clases sociales continúan existiendo como base de la estructura de desigualdades e injusticias en el planeta, parecería que hubieran desaparecido ya, si nos atenemos al silencio que el lenguaje contemporáneo tiende sobre esa realidad, cuando la violencia revolucionaria está condenada como terrorismo y la reaccionaria está de moda y se televisa como un espectáculo. ¿A quién conviene eso? ¿A quienes sufren en carne propia las injusticias, o a quienes medran con ellas y procuran impedir la lucha entre las clases para que las privilegiadas mantengan su posición?
De asumir la ambigüedad —uno de los términos caros a ciertos posmodernos— se pudiera hasta considerar incontestable este veredicto: con las banderas del socialismo nada bueno se ha hecho ni pudiera hacerse en el mundo. ¿No abundan, sin que tengamos que ir demasiado lejos para saberlo, voces que propagan ese dictamen o lo calzan de distintos modos? Tal vez no esté de más retener, por si acaso, hasta como táctica para la sobrevivencia ideológica, el reclamo de defender la justicia verdadera “con este nombre o aquel”, aunque tampoco se trate de echar por la borda el vocablo socialismo y la historia vinculada con él.
Algo más, entre otros elementos, cabe también valorar en la carta, y es la esperanza que Martí expresa con respecto a Cuba ante lo que en otras latitudes han sido peligros para “la idea socialista”: dice que “en nuestro pueblo no es tanto el riesgo, como en sociedades más iracundas, y de menos claridad natural”. Como la carta está escrita en los Estados Unidos, país donde Martí estuvo al tanto del rumbo que seguían la violencia opresora y los voceros de la justicia social, se podría pensar que solo a ese país concierne lo de “sociedades más iracundas, y de menos claridad natural”. Pero la expansión del socialismo en Europa escasas décadas después de escrita aquella carta, y la todavía hoy reciente debacle socialista en ese continente, con conocidas consecuencias de todo tipo, cruentas venganzas incluidas, ensanchan el alcance de las palabras de Martí, no por gusto escritas en plural.
Con todo, lo determinante para aquilatar tanto la carta al amigo entrañable como la reseña sobre el texto de un autor lejano, estriba en la eticidad del activo dirigente revolucionario, quien rotundamente le escribió a Valdés Domínguez en términos que parecen retomar el final de la crítica a Spencer: “explicar será nuestro trabajo, y liso y hondo, como tú lo sabrás hacer: el caso es no comprometer la excelsa justicia por los modos equivocados o excesivos de pedirla. Y siempre con la justicia, tú y yo, porque los errores de su forma no autorizan a las almas de buena cuna a desertar de su defensa”.
Esa es, objetivamente, aunque no fuera su intención, una luz cardinal que ofrece Martí para los afanes de construir el socialismo, sistema que aún no se ha visto realizado plenamente en ninguna comarca del planeta. Pero en su legado esa luz se nutre de otras que también constituyen faros, empezando por la que él tuvo como rectora de sus actos: la ética. Echar la suerte con los pobres de la tierra, voluntad que le brotó del alma en sus Versos sencillos, no fue para él una hipócrita declaración, como lo era, lo es, en quienes oportunistamente buscaban o buscan popularidad, “hombros en que alzarse”.
La expresión de su voluntad encarnó en una conducta cumplida. No cultivó la miseria ni la consideró una aspiración que valiese la pena; pero cabe decir que optó por ser pobre, y vivió austeramente, entregado a la lucha que preparó y en la cual cayó combatiendo. Tenía derecho moral para reaccionar ante lo que le pareciera ajeno a esa conducta, aunque lo detectara en un héroe extraordinario dispuesto igualmente a morir y admirado por él, pero cuya silla de montar en campaña veía adornada con estrellas de plata.
Algún personajillo carente de elegancia habrá intentado, gusaneando por la abyección propia, burlarse, con efecto bumerán, de honrados estudiosos que —como José Cantón Navarro o Paul Estrade— han esclarecido la relación de Martí con los trabajadores. Pero él vio en ellos “el arca de nuestra alianza”, y quiso que en su seno tuviera la fragua fundacional el Partido Revolucionario Cubano. No es un hecho aislado esta previsión: “Volverá a haber, en Cuba y en Puerto Rico, hombres que mueran puramente, sin mancha de interés, en la defensa del derecho de los demás hombres”. Lo afirmó en “¡Vengo a darte patria!”, artículo publicadoel mismo día, 14 de marzo de 1893, y en el mismo rotativo, Patria, en que apareció “Pobres y ricos”, otro de sus textos relevantes para el tema.
El sentido de aquella declaración la explican en profundidad los orgánicos nexos implícitos entre ella y la que hizo pública el 24 de octubre de 1894, en Patria igualmente, en un artículo cuyo título, “Los pobres de la tierra”, remite por derecho a Versos sencillos. En el periódico expresa: “En un día no se hacen repúblicas; ni ha de lograr Cuba, con las simples batallas de la independencia, la victoria a que, en sus continuas renovaciones, y lucha perpetua entre el desinterés y la codicia y entre la libertad y la soberbia, no ha llegado aún, en la faz toda del mundo, el género humano”.
Menos de seis meses después se incorporó a la guerra que había preparado, y en la cual se dio a organizar lo que en sus palabras y en su afán consciente debía ser la “Asamblea de Delegados de todo el pueblo cubano visible, para elegir el gobierno adecuado a las condiciones nacientes y expansivas de la revolución”. Sería una reunión de representantes, lo dijo también, de “las masas cubanas alzadas”, no un foro de enviados de los jefes. Y el gobierno, a la vez que respetar las necesidades y exigencias de la lucha armada, debía tener el funcionamiento y el espíritu republicanos que sirvieran de garantía para la república que se fundara en la paz.
 De 1884, el mismo año en que escribió el primero de los textos que han dado base a las presentes cuartillas, es la carta, fechada 20 de octubre, en la que le expresó a Máximo Gómez: “Un pueblo no se funda, General, como se manda un campamento”. Sus ideas sobre la República en Armas y la que debía amasarse desde entonces para el futuro, muestran asimismo su comprensión de que un campamento y un pueblo tampoco se dirigen de igual modo. Su muerte en combate, y luego la intervención, que él había querido impedir, de los Estados Unidos, frustraron la revolución que él concibió y que, debido a esas trágicas circunstancias —y al papel de celestinos con que apoyaron al colonialismo español y al imperio estadounidense en ascenso los “prohombres” antipueblo a quienes refutó en su carta póstuma a Manuel Mercado— quedó pospuesta, para decirlo con un título feliz de Ramón de Armas.
Frustrados, derrotados, traicionados o sometidos a obstáculos tremendos —y también, por tanto, pospuestos— se han visto en el mundo históricamente los más sembradores afanes dejusticia, que, llámense “con este nombre o aquel”, han braceado en lo que el propio Martí denominó “lucha perpetua entre el desinterés y la codicia y entre la libertad y la soberbia”. Pero ante esa realidad únicamente son dignos de imitar ejemplos como el de los cristianos honrados y tenaces a quienes los siglos, numerosos, en que la prédica de Jesús ha sido negada y burlada —incluso, o sobre todo, por muchos investidos de jerarquía y autoridad para representarla y defenderla—no los han hecho desertar de las ideas justicieras del cristianismo originario. Su persistencia es aliento para todos los afanados en la búsqueda de la equidad y la emancipación sociales, cualesquiera que sean sus credos, incluyendo a quienes califican como no creyentes pero también creen en ideas terrenales que sería criminal abandonar.
En ese camino se inscriben las luces de Martí para el socialismo, y en una verdad que brota de ellas mismas y permea otras. No es cuestión de citar desgajadamente sus textos, ni de buscar en qué medida nos parecemos a él, afán en el que pudiéramos acabar culpándolo de nuestros errores. Sería necesario, y acaso hasta más fértil, valorar en qué podría impugnarnos, aunque vivamos otros tiempos. En carta del 11 de abril de 1895 a Bernarda Toro, la compañera de Máximo Gómez, escribió: “El mundo marca, y no se puede ir, ni hombre ni mujer, contra la marca que nos pone el mundo”. Pero encarnó la voluntad de no resignarse ante los hechos incompatibles con la justicia, aunque se tratara de nada menos que del surgimiento de una potencia imperialista arrasadora.
José Martí. Foto: Internet
José Martí. Foto: Internet
Sería fallido, y del todo innecesario, inventar un Martí socialista; pero también lo sería inventar el Martí antisocialista que no fue, de lo cual dan prueba sus propias palabras, digan lo que digan ciertos olimpos de pisapapel empeñados en torcerlas para esgrimirlas como arma contra el socialismo. A raíz del desguace del campo socialista europeo, y en medio de las vicisitudes que ese hecho generó para Cuba, se volvió una especie de moda distribuir en impresiones artesanales o ligeras, como texto “clandestino”, la reseña de Martí sobre “La futura esclavitud”, aunque tal vez no haya en sus Obras completas, donde ha ocupado y ocupa el lugar que le corresponde, otro texto que de manera tan sugerente y a la vez directa le sea útil al socialismo.
Alguna vez, al calor de responsabilidades profesionales, el autor de estos apuntes planeó formar, con el título Los pobres de la tierra, un cuaderno de páginas de Martí entre las cuales sobresaldrían la reseña de “La futura esclavitud” y la citada carta a Valdés Domínguez, junto a otros escritos, algunos ya recordados, como el que le daría nombre al volumen. Las circunstancias mágicamente denominadas período especial impidieron la realización de ese proyecto, que valdría la pena, o la alegría, retomar.
Más allá de puntillas textuales, hay una verdad que convoca: en sus circunstancias, el proyecto de liberación nacional de Martí no era ni podía ni tenía por qué ser de carácter socialista; pero un proyecto socialista legítimo, especialmente en Cuba o en nuestra América, núcleos de sus meditaciones y destinatarias de sus actos, está llamado a ser martiano, o no sería socialismo. De ahí, en el siglo XIX, el acierto de activistas obreros que lo siguieron, como José Dolores Poyo, a quien en carta del 16 de noviembre de 1889 le escribió: “El corazón se me va a un trabajador como a un hermano”, o el marxista Carlos Baliño y el socialista Diego Vicente Tejera, amigos personales y colaboradores suyos los tres en el Partido Revolucionario Cubano.
No habrá justicia verdadera, ni política plenamente honrada y popular —sinceramente democrática, parafraseando una aspiración que él plasmó en las Bases de aquel sembrador Partido—, sin la consistencia ética de quien echó de veras su suerte con los pobres de la tierra. Siempre vendrá bien recordarlo, y de manera especial cuando están de marea alta el pragmatismo y criterios como que el igualitarismo es inviable. Ciertamente no debe confundirse con la justa igualdad; pero, aun así, antes de echarlo por la borda y olvidarse de él y, al paso, de la igualdad misma, habría que ver si el igualitarismo ha sido plenamente aplicado en algún lugar del mundo. En todo caso, está en pie lo expresado por Martí en un apunte que se lee entre los Fragmentos de sus Obras completas. Refutando mistificaciones dirigidas, vía racista, a fundamentar la desigualdad entre los seres humanos, sostuvo esta generalización: “se va, por la ciencia verdadera, a la equidad humana: mientras que lo otro es ir, por la ciencia superficial, a la justificación de la desigualdad, que en el gobierno de los hombres es la de la tiranía”.

El plan de Bill Gates para resolver los problemas más graves del mundo .

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Bill & Melinda Gates Foundation/Prashant Panjiar
Por costumbre, muchos padres en Etiopía no dan nombre a sus recién nacidos, en caso de que los bebés mueran. Eso está empezando a cambiar a medida que mejora la tasa de sobrevivencia como consecuencia de mejores servicios de salud. En la foto, Sebsebila Nassir con una empleado de un centro médico.
Podemos aprender mucho sobre cómo mejorar el mundo del siglo XXI de un ícono de la era industrial: la locomotora a vapor.
Se requirieron muchas innovaciones para poder aprovechar la energía del vapor, como William Rosen relata en su libro T he Most Powerful Idea in the World, algo así como 'La idea más poderosa en el mundo'. Entre las más importantes figuraba una nueva forma de medir la producción de energía de los motores y un micrómetro que podía calcular distancias pequeñas.
Estas herramientas de medición, Rosen escribe, permitieron a los inventores ver si su incremento gradual de cambios de diseño causaban las mejorías —como una mayor potencia o menos consumo de carbón— necesarias para producir mejores máquinas. Hay una lección más grande aquí: sin la retroalimentación de mediciones precisas, Rosen escribe, los inventos están "condenados a ser escasos y erráticos". Con ella, la invención se vuelve algo común.
A lo largo del último año, he quedado impresionado por la importancia que tiene la medición para mejorar la condición humana. Uno puede lograr un progreso increíble si se fija una meta clara y encuentra una medida que impulse el progreso hacia ese objetivo, en un ciclo de retroalimentación similar al que Rosen describe.
Esto podría parecer básico, pero es impresionante la frecuencia con que no se hace y la dificultad para que se haga correctamente. Históricamente, la ayuda extranjera se ha medido con base al monto total del dinero invertido, pero no con base a la eficacia de la ayuda de personas. Por ejemplo, a pesar de la innovación la medición del desempeño de maestros a nivel internacional, más de 90% de los educadores en Estados Unidos aún no reciben retroalimentación sobre cómo mejorar.
European Pressphoto Agency
Bill Gates
Una innovación —ya sea una nueva vacuna o una semilla mejorada— no puede tener impacto a menos de que llegue a la gente que se beneficiará de ella. Necesitamos innovaciones en la medición para encontrar formas nuevas y más eficaces de proporcionar estas herramientas y servicios a las clínicas, las granjas familiares y las aulas de clases que las necesitan.
Durante el último año, he encontrado muchos ejemplos de la diferencia que puede marcar la medición, desde una escuela en Colorado hasta un centro de salud en la zona rural de Etiopia. Nuestra fundación está apoyando esos esfuerzos, pero necesitamos hacer más. Conforme los presupuestos de gobiernos y fundaciones se vuelven más limitados en todo el mundo, todos debemos tomarnos a pecho la lección de la máquina de vapor y adaptarla para resolver los problemas más grandes del mundo.
Unos de los mayores éxitos en términos del uso de la medición para impulsar el cambio global ha sido un acuerdo firmado en 2000 por la Organización de Naciones Unidas. Los Objetivos de Desarrollo del Milenio, respaldados por 189 países, tienen a 2015 como la fecha límite para realizar mejoras porcentuales específicas en una serie de áreas cruciales, como la salud, la educación y los ingresos básicos. Muchas personas dieron por hecho que el pacto sería archivado y olvidado como muchos pronunciamientos de gobiernos y la ONU. Las décadas anteriores habían aportado muchas declaraciones bien intencionadas para combatir problemas desde la nutrición hasta los derechos humanos, pero la mayoría carecía de una hoja de ruta para medir el progreso. Sin embargo, los Objetivos del Milenio fueron respaldados por un consenso amplio, eran claros y concretos, y enfocaron las prioridades más importantes.
Cuando Etiopía firmó la declaración de los Objetivos Milenio en 2000, el país incorporó cifras concretas a su ambición de llevar servicios de salud primarios a todos sus ciudadanos. La meta concreta de reducir la mortalidad infantil en dos tercios creó un blanco claro para medir el éxito o fracaso. El compromiso de Etiopía atrajo un aumento en dinero de donadores destinado a mejorar los servicios de cuidados de salud primario del país.
Con la ayuda de Kerala, un estado de India, que desarrolló una red exitosa de centros de salud comunitarios, Etiopía lanzó en 2004 su propio programa y ahora cuenta con más de 15.000 centros de salud atendidos por 34.000 empleados. (Esta es una de las mayores ventajas de la medición: la habilidad que proporciona a los líderes políticos de hacer comparaciones entre países y después aprender de los mejores).
A finales de marzo, visité el centro de salud Germana Gale en la región de Dalocha, en Etiopía, en donde observé los registros de inmunización, los casos de malaria y otra información pegada en las paredes. Estos datos se trasladan a un sistema —parte en papel y parte computarizado— que ayuda a los representantes del gobierno a ver en dónde están funcionando las cosas y a tomar acción en los lugares donde el programa no está teniendo éxito. En años recientes, la información de los centros ha ayudado al gobierno a responder más rápidamente a brotes de malaria y sarampión. Quizá más importante es el hecho de que el gobierno tiene ahora un registro oficial de la tasa de nacimientos y mortalidad infantil en las zonas rurales de Etiopía, algo de lo que carecía. Ahora, el país mantiene registros cuidadosos de estos datos.
Los trabajadores de salud proveen la mayoría de los servicios en los centros, aunque también visitan los hogares de mujeres embarazadas y de personas enfermas. Se aseguran de que cada hogar tenga acceso a un toldillo en la cama para proteger a la familia de la malaria, una letrina, capacitación de primeros auxilios y otras prácticas básicas de salud y seguridad. Todas estas intervenciones son bastante sencillas y han mejorado de manera dramática la vida de las personas en este país.
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Un ejemplo es la historia de una madre joven en Dalocha. Sebsebila Nassir nació en 1990, cuando 20% de los niños en Etiopía no vivían para celebrar su cumpleaños número cinco. Dos de los hermanos de Sebsebila murieron durante la infancia. Pero cuando un centro de salud en Dalocha abrió sus puertas, la vida empezó a cambiar. El año pasado, cuando Sebsebila quedó embarazada, recibió revisiones frecuentes. El 28 de noviembre, viajó a un centro médico donde una partera la ayudó durante su parto de siete horas. Poco después de que su hija naciera, un trabajador médico le administró vacunas contra la poliomielitis y la tuberculosis.
De acuerdo a la costumbre de Etiopía, los padres esperan a darles nombre a sus bebés porque a menudo los niños mueren en las primeras semanas de vida. Cuando la primera hija de Sebsebila nació hace tres años, ella siguió la tradición y esperó un mes antes de ponerle un nombre. Esta vez, con más seguridad sobre las probabilidades de su nuevo bebé, Sebsebila escribió "Amira" —princesa en árabe— en la casilla respectiva de la tarjeta de inmunización el día en que nació su bebé. Sebsebila no está sola: muchos padres en Etiopía ahora se sienten seguros de hacer lo mismo.
Desde 1990, Etiopía ha reducido la mortalidad infantil en más de 60%, lo que pone al país en camino a lograr su Objetivo del Milenio de bajar la mortalidad infantil en dos tercios para 2015, frente a 1990. Aunque el mundo como un todo no logrará la meta, se ha progresado mucho: en 2011, el número de niños menores de 5 años que murieron en todo el mundo cayó a 6,9 millones, frente a 12 millones en 1990 (a pesar de una población global en expansión).
Otra historia de éxito impulsada por una mejor medición es la poliomielitis. Comenzando en 1988, las organizaciones globales de salud (junto con muchos países) establecieron la meta de erradicar la enfermedad, lo que enfocó la voluntad política y abrió las arcas para pagar por campañas de inmunización a gran escala. Para 2000, el virus había sido casi eliminado; ahora hay menos de 1.000 casos en todo el mundo.
Pero eliminar los últimos casos es la parte más difícil. Para detener la propagación de infecciones, los trabajadores de salud tienen que vacunar a casi todos los niños menores de 5 años varias veces al año en países afectados por la poliomielitis. Existen solo tres países que no han erradicado la enfermedad: Nigeria, Pakistán y Afganistán. Hace cuatro años visité el norte de Nigeria para intentar comprender por qué la erradicación es tan difícil allí. Vi que los servicios rutinarios de salud pública estaban fracasando: menos de la mitad de los niños recibían vacunas de manera regular. Un problema enorme era que muchos poblados pequeños de la región no figuraban en los mapas dibujados a mano ni en los listados que documentaban las ubicaciones de los pueblos y el número de niños.
Para solucionar esto, los trabajadores recorrieron las zonas de alto riesgo en la región norte del país, lo que les permitió agregar 3.000 comunidades previamente ignoradas a las campañas de inmunización. El programa también está utilizando imágenes satelitales de alta resolución para crear mapas incluso más detallados. Como resultado, los administradores ahora pueden distribuir a los vacunadores de manera más eficiente.
Adicionalmente, el programa está experimentando con el uso de teléfonos equipados con GPS para los trabajadores de salud. Las rutas son descargadas desde el teléfono al final del día para que los administradores puedan ver el recorrido que los vacunadores siguieron comparado con la ruta que se les asignó. Esto ayuda a asegurar que las zonas que fueron pasadas por alto puedan ser visitadas después.
Creo que este tipo de sistemas de medición nos ayudará a completar la tarea de la erradicación de la poliomielitis dentro de los próximos seis años. Y estos sistemas pueden ser empleados para expandir la vacunación rutinaria y otras actividades de salud, lo que significa que el legado de la erradicación de la poliomielitis irá más allá de la misma enfermedad.
Otro lugar en que la medición está empezando a lograr grandes mejoras es la educación. En octubre, Melinda (la esposa de Gates) y yo nos sentamos entre una docena de estudiantes de último año de secundaria de la escuela Eagle Valley cerca de Vail, Colorado. Mary Ann Stavney, una maestra de idiomas y arte, daba una lección sobre cómo redactar relatos no ficcionales. La profesora interactuaba con sus alumnos, caminando entre ellos y suscitando muy buena participación. Pudimos observar que Mary Ann es una maestra estrella, un reconocimiento otorgado a los mejores docentes de la escuela y un componente importante del sistema de evaluación de maestros en el condado Eagle.
El trabajo de Stavney como maestra estrella está apoyado en un proyecto de tres años que nuestra fundación financió para poder comprender mejor cómo desarrollar un sistema de evaluación y retroalimentación para educadores. Recopilando aportes de 3.000 maestros, el proyecto subrayó varias medidas que las escuelas deberían emplear para evaluar el desempeño de los profesores, incluyendo información de exámenes, encuestas de estudiantes y valoraciones hechas por evaluadores capacitados. A lo largo del año escolar, cada uno de los 470 maestros en el condado Eagle es evaluado tres veces y observado en clase al menos nueve veces por maestros estrellas, su rector y colegas conocidos como maestros mentores.
Las evaluaciones del condado Eagle son empleadas para proporcionarle al maestro no solo una calificación sino también retroalimentación específica en áreas a mejorar y formas de desarrollar sus puntos fuertes. Además de orientación individual, los mentores y los maestros estrella dirigen reuniones en las que los docentes colaboran para compartir sus aptitudes. Los maestros pueden hacerse acreedores de aumentos anuales de salario y bonificaciones basadas en observaciones de aulas y logros de los estudiantes.
El programa encara desafíos debido a la reducción de presupuestos, pero el condado Eagle hasta ahora ha sido capaz de mantener su sistema de evaluación y apoyo intacto, una razón por la que los resultados de exámenes de estudiantes han mejorado en esa región en los últimos cinco años.
Creo que el cambio más fundamental que podemos hacer en la educación estadounidense desde el jardín infantil hasta último año de secundaria, en un momento en que EE.UU. está detrás de países en Asia y el norte de Europa en la graduación de estudiantes de buen nivel, es crear sistemas de retroalimentación de maestros que cuenten con financiación adecuada, alta calidad y maestros de confianza.
Y hay muchas otras áreas en las que nuestra habilidad de medición puede mejorar las vidas de las personas en formas poderosas, áreas en que estamos quedando cortos, sin necesidad.
En países pobres, aún necesitamos mejores formas de medir la eficacia de los trabajadores gubernamentales que proporcionan servicios de salud. Ellos son el vínculo crucial para dar herramientas como vacunas y educación a la gente que más las necesita. ¿Qué tan capacitados están? ¿Asisten a su trabajo? ¿Cómo podría la medición ayudarles a tener mejor desempeño en su trabajo?
En EE.UU. deberíamos estar midiendo el valor que las universidades aportan. Actualmente, los ranking de las universidades se enfocan en las calificaciones y la calidad de los estudiantes que ingresan, y en los juicios y prejuicios sobre la "reputación" de un centro educativo. Los estudiantes recibirían un mejor servicio con medidas de qué universidades preparan de mejor forma a sus estudiantes para el mercado laboral. Así sabrían en dónde les rendiría mayor fruto el pago de una matrícula.
En la agricultura, crear un objetivo global de productividad podría ayudar a los países a enfocarse en un área clave pero ignorada: la eficiencia y productividad de cientos de millones de pequeños agricultores que viven en la pobreza. Una libreta de notas pública de cómo los gobiernos, donantes y otros están ayudando a estos agricultores en los países en desarrollo serviría mucho en el esfuerzo por reducir la pobreza.
Y si pudiera mover una varita mágica, me encantaría tener una forma de medir cómo la exposición a riesgos como enfermedades, infecciones, malnutrición y embarazos problemáticos influyen en el potencial de los niños: en su habilidad de aprender y contribuir a la sociedad. Medir eso podría ayudarnos a cuantificar el impacto más amplio de esos riesgos y contribuir a abordarlos.
La vida de los más pobres ha mejorado más rápido que nunca antes en los últimos 15 años. Y yo soy optimista de que nos irá incluso mejor en los próximos 15 años. El proceso que describí —fijar metas claras, elegir un método, medir los resultados y después usar esas mediciones para refinar constantemente nuestro método— nos ayuda a proporcionar herramientas y servicios a todas las personas que se beneficiarán, ya sean estudiantes en EE.UU. o madres en África. Siguiendo la pauta de la máquina de vapor de antaño, gracias a la medición, el progreso no está "condenado a ser escaso y errático". Podemos, de hecho, convertirlo en algo común.
—Gates es el copresidente de la Fundación Bill & Melinda Gates y el cofundador de Microsoft. Este ensayo fue adaptado de la carta anual que Gates envía a la fundación.
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