Jesús Cruz Reyes
Profesor. Universidad de La Habana.
Una cooperativa es una asociación de personas copropietarias de una organización económica creada con la unión de recursos de sus miembros, conducida conjuntamente por estos, y basada en la cooperación consciente y voluntaria. Puede ser resultado de la unión de diferentes recursos monetarios, materiales, equipos, materias primas, mano de obra.
La cooperación
El término cooperación tiene una triple connotación de relaciones económicas. Por una parte están las relaciones de cooperación establecidas en la producción a escala nacional que abarcan, en cualquier nivel, los vínculos mutuos y dependencias ramales, intrarramales, de las regiones, así como los tipos socioeconómicos de productores. Estos vínculos se desarrollan en un espacio sociogeográfico concreto, por lo cual la cooperación puede ser un elemento importante del desarrollo local. La fijación y el perfeccionamiento conscientes de esos lazos pueden contribuir a su consolidación y armonía y a la estabilidad de toda la actividad económica a nivel nacional.
Por otra, dichas relaciones de cooperación se refieren, además, a los vínculos inmediatos entre los participantes en el proceso de trabajo y de producción de los bienes materiales. Este tipo de cooperación es cambiante, circunstancial y se corresponde con las particularidades y nivel de desarrollo tecnológico de cada rama productiva; es, a la vez, una forma de organización del trabajo.
Por último, las relaciones de cooperación comprenden también la coordinación voluntaria y consciente de acciones de quienes, con el aporte de sus recursos propios, forman una organización de propiedad colectiva, cooperativa; tales individuos se agrupan con un interés común para alcanzar ciertos objetivos mediante el progreso económico. Aquí la cooperación es un tipo de organización autónoma, independiente, en cuyo seno caben distintas formas organizativas del proceso de trabajo.
A estos dos últimos tipos de relaciones de cooperación dedicaré algunos comentarios con el objetivo de conceptualizarlos, establecer los vínculos entre ambos y las condiciones histórico-concretas que dieron lugar al nacimiento de la propiedad cooperativa de obreros y de otras clases sociales.
Una definición de cooperación, en el trabajo, en su forma más simple, fue formulada por Carlos Marx en El Capital:
La forma del trabajo de muchos obreros coordinados y reunidos con arreglo a un plan en el mismo proceso de producción o en procesos de producción distintos, pero enlazados se llama cooperación.1
En comparación con la pequeña industria artesanal o pequeña finca, privada e individual, la cooperación supone concentrar una gran masa de medios de producción y de fuerza de trabajo en un mismo sitio y, consecuentemente, la oferta de un volumen mayor de productos de calidad homogénea, con más productividad en el trabajo del hombre y con evidente economía de recursos.
Esta masa de trabajadores se transforma en una fuerza colectiva superior, con un nivel más alto en la productividad. La labor en conjunto permite extender el radio de acción del trabajo, acortar el tiempo de ejecución de algunas actividades, genera economía en el empleo de los medios de producción y, por tanto, costos más bajos por mercancía elaborada, o sea, permite realizar obras gigantescas que un hombre solo no podría crear jamás. Por ejemplo, la construcción de un edificio de 60 m2 requiere menos gastos materiales, laborales y monetarios que quince de 4 m2 cada uno.
La capacidad productiva de aquellos que laboran juntos se potencia, se convierte en una nueva fuerza social productiva, más eficiente que la suma de los trabajos individuales de cada uno. Las organizaciones económicas basadas en la cooperación y concentración de la producción, hasta cierta escala, tienen ventajas económicas colaterales en la competencia con las de menor tamaño.
Al propio tiempo, la cooperación es una imprescindible relación social —aunque no es dominante—, un tipo de vínculo entre personas, inherente a diferentes modos de producción. Adquiere su naturaleza socioeconómica de las relaciones de producción que prevalecen en la sociedad en un momento dado, a las cuales sirve y se subordina. Su empleo ha sido una condición económica y social básica para el desarrollo del capitalismo desde sus fases más tempranas.
Factores socioeconómicos de la aparición de las cooperativas
El régimen capitalista bajo la revolución industrial de 1750 a 1850 tendría varias repercusiones inmediatas para el obrero en cuanto a: la duración del día de trabajo, condiciones de seguridad e higiene, régimen y disciplina laborales, explotación al obrero como consumidor en los comercios, hacinamiento, insalubridad, estrechez y pésimo entorno higiénico de sus viviendas.
Las jornadas de trabajo en la primera mitad del siglo XIX eran tan largas y extenuantes que Federico Engels relata el inusual hecho de que una asamblea pública en la localidad de Nottingham, reclamaba en 1850 una jornada laboral de dieciocho horas para los hombres.2 La explotación del trabajo infantil, por su parte, era tan desmedida que el Parlamento inglés aprobó en 1833 que el día de labor para niños de 13 y 14 años fuese de doce horas.
El ilegal e infame sistema de pago en especie que aplicaban los patronos constituía un medio de expoliar a los obreros, contra el cual estos se rebelaban continuamente. Además, la carencia de ropa de trabajo adecuada, la inseguridad laboral y la falta de higiene, ventilación e iluminación en las fábricas generaban numerosas enfermedades y un elevado índice de accidentes, pues no existían medios de protección para utilizar los equipos y maquinarias de alta peligrosidad.
Las primeras respuestas aisladas e instintivas de los obreros estuvieron encaminadas, al menos en Inglaterra, a destruir las máquinas o al asesinato de los inventores de tales aparatos y de los empresarios que les imponían duras condiciones de trabajo. El boicot a las fábricas y las huelgas empezaron a convertirse en herramientas de lucha. Las protestas tenían que sacudir fuertemente a varios países europeos. Entre sus demandas estaban la reducción de la jornada laboral, la supresión del pago en especie y el derecho a crear sus propias organizaciones.
En este escenario convergieron el movimiento sindical y el socialista. Dentro de este último se distinguieron hombres de diversos estratos sociales que criticaban severamente la degradación en que se encontraban las masas trabajadoras y buscaban medios para transformar la sociedad.
Los socialistas utópicos compartían la crítica contra la explotación y opresión de los trabajadores, la degradación y miseria de las masas populares y los antagonismos de clases y veían en la cooperativa un medio de transformación social y de mejoramiento humano. Bajo la inspiración y recursos de Robert Owen y Charles Fourier, dos de sus exponentes más representativos, funcionaban centenares de organizaciones cooperativas en Europa y América del Norte en la década de 1840-1949.
La expoliación a que estaban sometidos los trabajadores en el comercio impulsó a veintiocho tejedores de una hilandería de algodón en la zona de Rochdale, cerca de Manchester, a abrir, en 1844, con el dinero que tenían ahorrado, un almacén, una cooperativa de consumo donde ellos y sus familias pudieran adquirir bienes de primera necesidad con buena calidad y a precios accesibles.
Esta cooperativa sentó las bases de un modelo organizacional para los cientos de cooperativas obreras que ya funcionaban en la industria y en los servicios en las principales naciones capitalistas de aquella época y para la ulterior constitución de cualquier otro tipo —anteriormente, muchas de estas asociaciones fracasaron porque predominó en ellas un espíritu de beneficencia y/o porque carecían de una adecuada conducción económica. Se trataba de un modelo de asociación comprensible, admisible y conciliador de los intereses personales con los colectivos para disímiles grupos de personas. Los fundadores establecieron principios de funcionamiento, relaborados más adelante por el cooperativismo internacional, que serían de aceptación universal: libre ingreso y libre retiro; control democrático; neutralidad política, racial y religiosa; ventas al contado; devolución de excedentes; interés limitado sobre el capital y educación continua.3
La cooperativa satisfizo plenamente en su funcionamiento los objetivos y necesidades de sus creadores. Rochdale marcó el inicio del cooperativismo moderno, porque sentó valores, estableció normas y estímulos (estos serían tomados por muchas tiendas de todo tipo en el mundo en años posteriores) para el socio que más comprara con el propósito de contrarrestar el hecho de que en otras cooperativas sus asociados preferían las tiendas de los comerciantes. Además, desplegó una intensa labor social: edificó viviendas y escuelas para sus socios.
Expansión de las cooperativas
En 1863, las cooperativas de consumo existentes en Inglaterra, decidieron agruparse —conservando su autonomía y personalidad jurídica propia— en una Unión, para comprar al por mayor y más barato las mercancías que vendían en sus establecimientos asociados, recibir asesorías e intercambiar experiencias entre ellas. A principios del siglo XX, se habían diseminado por diversos lugares del mundo. En 1900, un total de 1 700 000 ingleses eran miembros de esas organizaciones,4 mientras en Rusia la cifra ascendía a seis millones de personas en 1910.5
En Alemania, en contraposición a las cooperativas de consumo, se alzaban los grandes comerciantes, quienes reclamaban que los funcionarios estatales no participaran en este tipo de asociaciones de trabajadores y se levantaban contra los partners de aquellas, con el pretexto de que eran impulsadas por hombres de izquierda. Sin embargo, se expandieron allí las cooperativas de ahorro y crédito, que favorecieron a los pequeños agricultores individuales entre 1850 y 1900. Una paciente y prolongada labor persuasiva desarrollada entre la población rural por Friedrich Wilhelm Raifeissen (1818-1888), alcalde de una ciudad germana, propició la fundación, en 1864, de la Asociación de Cajas de Préstamos de Heddesdorf, sobre la base de los recursos propios.
Ya en 1890 existían 3 467 cajas de ahorro, cifra que aumentaría a 11 477 en 1900.6 El hecho de que Raifeissen, hombre cristiano, se apoyase en personas de fe religiosa pesó, probablemente, para que esas cooperativas no enfrentaran la hostilidad de las clases acomodadas y los mismos obstáculos políticos que las de consumo.
Al movilizar pequeños depósitos de los campesinos, la cooperativa de ahorro y crédito creó las bases para conceder apoyo crediticio a estos a fin de desarrollar la producción agrícola. En la concesión de un préstamo se satisface inmediatamente a un individuo, que recibe cierta magnitud del ahorro de otros, es decir, ingresos monetarios no consumidos, para ser invertido en la producción. Así, la organización se somete a un riesgo en cuya reducción y disipación va la existencia de la cooperativa. Esta tiene que influir en la elección del destinatario y en el uso del financiamiento en mutuo acuerdo con el campesino, asesorarlo y ayudarlo en la adquisición de simientes, aperos de labranza y otros útiles.
En sus fases iniciales las cooperativas de ahorro y crédito intermediaron en el abastecimiento de insumos a los campesinos. Sin precedentes resulta el ejemplo de las de Dinamarca dedicadas a la venta y procesamiento de leche. Su éxito consistió en enseñar a los productores a manejar y alimentar el ganado y dotarlos de nuevos procedimientos para conservar la calidad de la leche procesada en un centro perteneciente a la cooperativa. Los ingresos netos se distribuían entre los ganaderos en función de la leche aportada, de lo que se descontaba un porcentaje para el desarrollo de la organización colectiva. En apenas un cuarto de siglo estas cooperativas lácteas eran 1 100 con unos ciento sesenta mil miembros y aportaban al mercado 80% de la mantequilla.
Otro tipo de cooperativa son las campesinas de comercialización que se desarrollaron con éxito en los sectores cárnicos, lácteos y hortifrutícolas en países como Holanda, Francia y Alemania y en la actualidad ocupan posiciones dominantes en el mercado en Europa occidental. El hecho de que un pequeño productor individual pudiese pertenecer simultáneamente a cooperativas de actividades diferentes (por ejemplo, a la de comercialización de productos agropecuarios y a la de ahorro y crédito) le otorgaba ciertas ventajas de la gran producción y la posibilidad de competir, no sin éxito, en el mercado capitalista.
Las primeras cooperativas productivas surgen en Europa con menor rapidez y profusión que las de consumo y de ahorro y crédito en la esfera de la circulación. En 1831 ya había en París una Asociación de Tipógrafos y una de carpinteros, y, según diversas estimaciones, varios cientos de cooperativas productivas operaban en el país galo hacia 1860.
Algunas lograron mostrar temporalmente resultados productivos apreciables para la época, sobre todo cuando dependían de la pericia y de la labor manual de los obreros y producían bienes de alta demanda. En ellas cada trabajador era, a la vez, patrón de sí mismo y obrero, y se prescindía del trabajo asalariado y de los capitalistas. Los ingresos netos se destinaban a: formar un fondo de capital indivisible de la organización, otro de ayuda mutua, y la cantidad restante se distribuía a cada obrero conforme al trabajo aportado. Marx las llamó una «brecha en la sociedad capitalista»: una organización sin explotadores ni explotados.
Tales cooperativas eran pequeñas empresas. Los obstáculos en su desarrollo estaban asociados, en aquel entonces, a la capacidad de los obreros para conducirlas, y al insuficiente financiamiento para adquirir equipos. En ellas no podía cumplirse el principio de la libre admisión: el número de miembros tenía que corresponder con el equipamiento técnico de la fábrica. En Inglaterra la cifra de cooperativas productivas industriales creció de 13 a 105 en el período 1881-1905, mientras en Francia se crearon 2 250 entre 1884 y 1960, pero apenas la cuarta parte de estas sobrevivió en la segunda mitad del siglo pasado.7
En el último tercio del siglo XIX surgieron nuevas cooperativas obreras como las de vivienda, sobre todo entre los sectores proletarios mejor pagados. En las de trabajo se asociaban obreros con un conocimiento u oficio concreto, capaces de emprender, mediante un contrato o encargo, por una suma de dinero, la ejecución de una obra: construcción de un edificio o ciertas labores en una fábrica. En este caso, la cooperativa laboral por lo general no es propietaria del equipamiento que emplea ni del producto creado por ella.
Los sindicatos italianos desempeñaron relevante papel en la formación de cooperativas productivas agrícolas como medio para asegurar trabajo a una gran masa de obreros desempleados en las zonas rurales de Regia-Emilia, durante el último tercio del siglo XIX y principios del XX. Aquí el largo proceso de discusión y persuasión entre los trabajadores en torno a las ventajas de la asociación colectiva fue un importante factor subjetivo. En estas cooperativas italianas se produce la dualidad de membresía —en la organización sindical y en la cooperativa. Luego de aportar una cuota monetaria que daba derecho a cierta cantidad de acciones, condición para adherirse a la cooperativa, esos obreros agrícolas laboraban en conjunto, con insumos aportados por la dirección de ella, en tierras tomadas en arriendo por la organización colectiva y recibían un ingreso por la faena realizada. Una parte de las utilidades netas se utilizaba para la creación de un fondo de desarrollo del capital y la otra se distribuía a cada socio en relación con las acciones que poseyera, lo que evidenciaba dos criterios diferentes de distribución: teniendo en cuenta el trabajo y el fondo monetario aportado por cada cual.
Las cooperativas (de gran inspiración proletaria desde sus inicios) y los sindicatos surgieron como organizaciones de los obreros a lo largo del siglo XIX, aunque con funciones diferentes.
Los sindicatos obreros y los socialistas figuraron entonces entre los principales promotores del cooperativismo. En el sur de Francia las cooperativas se han desarrollado bajo la influencia directa de las organizaciones sindicales obreras. En Bélgica los sindicatos y el partido socialista han influido de manera considerable en el fomento de las cooperativas de consumo. Constituye un hecho interesante que la primera ley cooperativa de Canadá se denominó Ley de Sindicatos Cooperativos. Un ejemplo de la solidaridad entre los trabajadores es el préstamo de mil cuatrocientos millones de pesos otorgado en 1985 por el sindicato de maestros de la Universidad Nacional Autónoma de México a la cooperativa de refrescos y jugos Pascual, de ese país, sin el cual esta no habría sobrevivido.
La expansión del cooperativismo por Europa, América del Sur y del Norte, desde finales del siglo XIX, posibilitó que diversas federaciones nacionales de cooperativas, procedentes de Alemania, Argentina, Australia, Bélgica, Dinamarca, Francia, Hungría, India, Inglaterra, Italia, los Estados Unidos, Países Bajos y Serbia realizaran, en 1895, un congreso para fundar la Alianza Cooperativa Internacional. Tendría que bregar muy duro el movimiento cooperativo para que los parlamentos de distintos países reconocieran sus asociaciones como de fines sociales, las legalizaran y les ofrecieran facilidades fiscales. El prejuicio político y hostilidad económica contra las cooperativas rebasó el siglo XIX y se acentuó con posterioridad en Europa y en otras regiones del mundo con el surgimiento de dictaduras militares y gobiernos de corte fascista.
Actuales éxitos y contradicciones de las cooperativas
Un nuevo despliegue del cooperativismo en el siglo XX requería esperar cinco décadas para contar con un ambiente político más favorable nacional e internacionalmente como el que se produjo en el mundo tras la derrota del fascismo.
Fuentes de la Alianza Cooperativa Internacional, ACI, destacan que en la actualidad, más de ochocientos millones de personas en el mundo, de altos y bajos ingresos monetarios, están organizadas bajo la figura cooperativa —casi dos tercios de ellos son asalariados— en actividades como agricultura, construcción de viviendas, servicios públicos, consumo, crédito, etc. De estas actividades, según estimaciones, se benefician directa o indirectamente unos tres mil millones de personas en el mundo, considerando que cada cooperativista representa a una familia de cuatro miembros.
La importancia y el papel de las cooperativas en una nación puede medirse teniendo en cuenta varios criterios: el número de su membresía en relación con el total de la población, su parte en el empleo para un sector dado, o vinculado con la población económicamente activa total, con respecto a la cuota de mercado que corresponda a cada tipo de cooperativa. A un mayor desarrollo económico y social más extendido está el cooperativismo; esto es aplicable, en primer lugar, a Europa.
Según datos del sitio web ACI Américas, una de cada tres personas en Canadá es miembro de una cooperativa; en Argentina, más de nueve millones de habitantes, lo que representa una cifra superior a un cuarto de la población total, forman parte de dieciocho mil cooperativas de todo tipo; en Colombia y Costa Rica, uno de cada diez ciudadanos es cooperativista. Más elocuentes son los datos referidos a que en Japón una de cada tres familias es cooperativista y en la India más de doscientos cuarenta millones de individuos están vinculados a estas organizaciones. Si tal cantidad de personas constituyese un movimiento articulado con un proyecto de sociedad, no hay dudas de que su influencia política en el país correspondiente sería notoria.8
Conforme a la fuente anterior, en términos económicos, las cooperativas en Brasil venden 72% del trigo, 43% de la soya, 39% de la leche; en Finlandia esa participación es de 96% en los lácteos y 50% en los huevos. Más de 70% de la comercialización pesquera en Japón está en manos de cooperativas; en Dinamarca, estas organizaciones conservan en la actualidad el liderazgo que ganaron a finales del siglo XIX: son responsables de más de 90% de la producción de leche, de carne porcina y de más de 45% de la bovina. Del mismo modo, es significativo que la marca COOP de productos alimentarios en Italia disponga de 18% de todas las ventas nacionales. Las cooperativas de consumo y las de ahorro y crédito figuran entre las más extendidas en el mundo. A las primeras corresponde 25% del mercado en Noruega, 17% en Suecia, 80% del comercio minorista en Kuwait.
En Europa occidental la inmensa mayoría de los campesinos está organizada en cooperativas —con una notable presencia en la comercialización de productos agrícolas, más de 60% de la cuota de mercado en el conjunto de la Unión Europea.9
Las cooperativas son un símbolo de nacionalidad en Puerto Rico —pertenecen a los boricuas— y de identidad regional en Quebec. Una cifra elevada de la población de la región canadiense es miembro de alguna cooperativa. Dos de las más grandes organizaciones de este tipo en el mundo son quebequenses: Agropur (lácteos) y Cajas Populares Desjardins (ahorro y crédito). Allí las cooperativas más extendidas son las dedicadas al ahorro y crédito, asentadas en lo fundamental en los medios urbanos, y las dedicadas a unir campesinos.10
En cambio, en América Latina, apenas 10% de la población económicamente activa en el sector agropecuario es miembro de cooperativas. Sin la cooperativa los pequeños productores rurales no podrían sobrevivir.11 No obstante, la región latinoamericana tiene en las cooperativas lecheras SANCOR, de Argentina —unión de productores de las provincias Santa Fe y Corrientes— y Dos Pinos, de Costa Rica, ejemplos de desarrollo de fuertes cadenas productivas. La segunda, fundada en 1947, comenzó siendo una sencilla organización que ofrecía algunos insumos a sus asociados y apenas procesaba y vendía cuatrocientas botellas de leche al día. En la actualidad es una sólida cadena productiva con modernas plantas de alta tecnología; procesa un millón de litros de leche por día y su volumen de ventas anuales supera los trescientos millones de dólares. 61% de sus mil trescientos afiliados son pequeños productores lecheros, y su aporte es de hasta quinientos litros diarios; mientras los grandes productores representan 5%, y su aporte per cápita asciende a dos mil litros de leche. Vende en el mercado nacional e internacional y suministra a todos sus productores alimentos, equipamiento, productos financieros, asistencia técnica, capacitación, servicios financieros y de información, a través de una red propia de establecimientos.13 Por lo general, las organizaciones cooperativas son más diversas y prolíferas en los medios urbanos. Su composición social es heterogénea; a ellas se afilian obreros, diversos propietarios (pequeños, medianos, grandes), funcionarios públicos, maestros, policías, campesinos, amas de casa, etc. Tal diversidad social se expresa en las disímiles posiciones político-ideológicas existentes, tácitas u omitidas, en el seno de la organización colectiva y ante la sociedad.
En su conjunto, el cooperativismo ha ejercido positiva influencia sobre sus asociados: millones de personas tienen acceso, en condiciones sumamente ventajosas, a los servicios de ahorro y crédito —dicho acceso no habría sido posible con los bancos privados por sus altas tasas de interés y los rígidos requisitos establecidos— para las diversas necesidades personales o familiares y el fomento de microempresas. Estos servicios financieros, ciertamente, no se destinan al gran negocio y sus magnitudes están asociadas al monto de los ahorros colocados por cada individuo en la cooperativa.
No menos importante es el intenso trabajo social que esas asociaciones realizan entre sus miembros y en la población mediante la implementación de programas de salud relacionados con la prevención de enfermedades trasmisibles, apoyo a mujeres embarazadas, a ancianos desvalidos, a escuelas, etc.
Como institución económica, las cooperativas se han enfrentado a rivales financieramente muy respaldados, al ofrecer productos y servicios de calidad con precios competitivos, sobre la base de una gerencia de primer nivel apoyada en innovaciones organizacionales y tecnológicas. Esa capacidad, resultante de la propiedad colectiva, de promover la participación y organizar con eficiencia diversas actividades económicas, asimilar el progreso técnico y movilizar bajo principios democráticos de funcionamiento a millones de personas en el mundo crea las premisas para elevar su papel en la sociedad. En virtud de lo anterior, con el advenimiento de gobiernos populares y progresistas en Latinoamérica, las organizaciones de tipo asociativo reciben estímulos para su constitución y despliegue y son reconocidas como factor de progreso social.
El ejemplo de la recuperación por trabajadores argentinos de empresas quebradas, el reducido número de cooperativas industriales de obreros en Francia e Inglaterra y algunos otros casos en otros países, nos permiten concluir que el cooperativismo está casi ausente en un sector tan importante como el productivo. La insuficiencia de capital de los trabajadores es una de sus limitaciones para la constitución de poderosas cooperativas industriales con gran concentración de capital; por ello, todas estas organizaciones no logran conformar un sector cooperativo articulador de la producción y la circulación y mucho menos de las finanzas.
El principio de membresía abierta no opera igual en los diferentes tipos de cooperativas. En las de consumo y las de ahorro y crédito cada nuevo miembro hace posible ampliar el mercado de operaciones. En cambio, en la cooperativa industrial la relación equipamiento/hombres no permite incorporar cualquier cantidad de asociados sin dañar la productividad del trabajo y los costos de producción.
En otros términos, la libertad de adhesión sienta las bases para que a la organización ingresen personas de todas las clases sociales, obreros, campesinos, empleados, patronos, grupos étnicos o para que la abandonen si cada adherente lo considera oportuno. Pero este principio no equivale a admisión indiscriminada. Suele ocurrir en la actualidad que cierto tipo de cooperativa acepte solo a quienes ejercen determinada profesión u oficio, o trabajen en una institución gubernamental o empresarial específica. Ello pudiera estar justificado por la búsqueda de la afinidad laboral y las relaciones de confianza que deben distinguir a los integrantes de la organización cooperativa.
Los diferentes estratos sociales que pueden converger en este tipo de asociaciones no se igualan en ella. Ser cooperativista es una condición transitoria, que no está por encima de la clase social de la cual proviene el individuo.
El crecimiento económico de las cooperativas ha determinado que a ellas se incorporen personas con desigual posición dentro de la organización. En sus inicios los trabajadores asociados elegidos para cargos directivos ejercían esas labores administrativas de modo gratuito y voluntario, pero eso se volvió insostenible en las etapas posteriores debido al aumento del volumen de operaciones de la organización colectiva. Ello dio lugar a la entrada de ingenieros, contadores, economistas, técnicos, entre otros, en calidad de trabajadores asalariados, para ocuparse de la gestión económico-administrativa de la asociación en nombre de sus miembros. Lo anterior refleja la dualidad socioeconómica de las cooperativas: son esto último para sus asociados y actúan como patrón con respecto a los trabajadores asalariados que contratan, quienes crean sus propios sindicatos y en muchas ocasiones han apelado a la huelga para hacer valer sus derechos laborales.
Distorsiones en el uso de las cooperativas
Las cooperativas han sido jurídicamente reconocidas en la mayoría de las naciones como organizaciones de fines sociales. Gracias a esto tienen menores exigencias en materia de contribuciones fiscales en comparación con sociedades expresamente mercantiles. La ley sienta la posibilidad de que cualquier grupo de personas se una para aprovechar las ventajas que ofrece la cooperación.
En cada país dichas organizaciones suelen agruparse de modo sectorial, por el tipo de producto o servicio que brindan, en uniones o federaciones a través de las cuales promueven el intercambio de experiencias, la coordinación de acciones, programas de capacitación y diversos proyectos de su interés. Por lo general, cada cooperativa actúa de modo aislado; algunas se relacionan entre sí como si fueran puras organizaciones mercantiles. Ellas controlan su mundo interior, pero en su enfrentamiento con el exterior la institucionalidad social puede trastrocarse y ser vulnerados sus principios.
Bajo las presiones del mercado, no pocas cooperativas ventajosas, optan por la vorágine de las relaciones capitalistas en la búsqueda de mayor rentabilidad y capacidad de solvencia financiera: en lugar de integrarse y fortalecer el intercambio entre ellas, se alían a empresas transnacionales de las cuales supuestamente debían distanciarse, crean joint ventures o participan en el mercado internacional, al absorber a organizaciones cooperativas en otros países.13
La cooperativa de procesamiento y comercialización de productos lácteos Milkaut, argentina, que durante muchos años tuvo un exitoso desempeño, se transformó en una sociedad por acciones con socios fuera del mundo cooperativo para enfrentar mejor el competitivo mercado nacional e internacional, pero terminó siendo absorbida por el gran capital.
En la praxis la figura cooperativa ha sido empleada no solo con arreglo a los fines, principios y tradiciones históricas que le dieron origen, sino también para encubrir cualquier otro tipo de relaciones sociales y políticas. Aquí vale aclarar que en su funcionamiento técnico-organizativo una cooperativa no se distingue de una empresa capitalista sea en la esfera del ahorro y crédito sea en la comercialización.
Diversos ejemplos ilustran la utilización perversa de las cooperativas de trabajo para favorecer a empresarios bajo una nueva perspectiva neoliberal de la política laboral. Por ejemplo, en Colombia las Cooperativas de Trabajo Asociado (CTA) han crecido de manera considerable en los últimos años, fuera de toda reglamentación. En ese país dichas asociaciones no están obligadas a entregar contribuciones al fisco por concepto de seguridad social y prestaciones por salud, u otro tipo, para sus asociados.
En la ponencia «Las cooperativas de trabajo asociado en Colombia», presentada al evento Globalización y Problemas del Desarrollo en 2009, Eduardo Benavides Legarda expone:
Fue entre el año 2002 y 2004 cuando se registró un crecimiento desbordado de las CTA: de 2000 a 2005 las CTA pasaron de ser 21% del total de cooperativas nacionales, a 46,1%. De 732 que existían en 2000 pasaron a 2 980 en 2005, un crecimiento inusitado de 407%. Durante estos años el promedio de afiliación pasó de 75 a 160 socios promedio. De 55 496 socios registrados por las CTA en 2000 se pasó a 378 933 en 2005. Un incremento de 682,8%.14
Benavides destaca que este crecimiento de las cooperativas de trabajo se aprecia en aquellos departamentos colombianos que más empleo industrial generan; apunta, además, que en ellas «el aporte del afiliado a la cooperativa es su trabajo y no rige la legislación laboral sino un acuerdo cooperativo».15 El autor del trabajo subraya que menos de 30% de todos los miembros de las cooperativas de trabajo tiene un ingreso monetario entre uno y dos salarios mínimos, mientras en otros sectores 41% de los remunerados alcanza ese ingreso o más.
En el ambiente de política laboral neoliberal de los últimos veinticinco años, el uso perverso de las cooperativas de trabajo consiste en que los empresarios, con la amenaza de paralizar sus fábricas o reducir empleos, han compulsado a los obreros a unirse en Cooperativas de Trabajo —la mayoría ilegales— como única manera de asegurarles un puesto laboral. Así, los empleadores elevan sus ganancias al reducir los costos, pues no tienen erogaciones por concepto de vacaciones, seguridad social ni por la salud de sus asalariados. En la CTA se paga al cooperativista por la calidad y cantidad de su trabajo, pero no existe la figura salario, porque al ser miembro de la asociación, no es obligatorio que reciba el salario mínimo como pago por su labor.
Otro ejemplo del uso politizado de las cooperativas tuvo lugar en los años 60 del pasado siglo. Esto se constata en América Latina donde incluso el programa reformista y contrainsurgente llamado Alianza para el Progreso, impulsado por los Estados Unidos, fomentó las cooperativas para combatir las revoluciones.
Conclusiones
La cooperación es un eficaz método de organización del trabajo y la producción. El sistema capitalista no habría podido desarrollarse, si en su punto de partida no hubiera apelado a este método.
A la lucha de los obreros, y sus sindicatos, contra las precarias condiciones laborales en que les sumía el capital en la primera mitad del siglo XIX se sumaba la fuerza crítica del movimiento socialista contra el capitalismo al que pretendía transformar mediante la constitución de cooperativas.
Centenares de estas asociaciones fueron constituidas en Inglaterra y el resto de Europa entre 1800 y 1840; sin embargo, muchas tenían vida efímera porque prevalecía en ellas el espíritu caritativo, o porque fueron creadas sin movilizar el interés y el esfuerzo de los trabajadores, o por falta de organización y gestión económica adecuadas.
El mérito de la cooperativa fundada en Rochdale en 1844 está en haber establecido las bases organizativas, gerenciales, económicas y democráticas sobre las que debían funcionar esas organizaciones y en convertirse en paradigma para todas las existentes en ese momento y para las creadas con posterioridad.
Actualmente, el cooperativismo se encuentra implementado de modo desigual y asimétrico en el mundo. Su presencia es mayor en la esfera del comercio y los servicios que en la productiva. Estas organizaciones están más extendidas y ramificadas en las naciones desarrolladas: en general, en Europa, América del Norte y Japón. Por su parte, en América Latina hay más presencia de cooperativas en los medios urbanos que en los rurales.
Algunas de estas asociaciones han logrado sostenerse en el mercado con productos y servicios de elevada calidad y sobre la base de una gestión empresarial eficiente. En gran parte de Europa, a las de comercialización de productos agropecuarios les corresponde 60% de la cuota de mercado. Sin embargo, este ejemplo no es frecuente en todas las esferas de actividad que cubren las cooperativas.
Dichas asociaciones han logrado integrar una cantidad de miembros en el mundo por sus principios de funcionamiento, que las han distinguido de otro tipo de organizaciones o empresas. Además, han probado ser un medio para la organización eficiente de la producción y los servicios en beneficio de las personas. En sus límites internos forjan relaciones de igualdad, ayuda mutua, democracia y funcionamiento bajo principios de solidaridad. No obstante, las que incluyen trabajadores asalariados tienen una cierta dualidad: son cooperativas para sus copropietarios y organización patronal para los otros empleados. Lo anterior determina la existencia en ellas de dos grupos sociales diferentes con desiguales intereses económicos y no pocas veces en conflicto. Las relaciones de mercado pueden ejercer poderosa influencia sobre las cooperativas, deformarlas, absorberlas. Los límites entre una cooperativa y una empresa puramente mercantil pueden romperse, dadas las dualidades y contradicciones propias de la primera. Al intentar prosperar según las reglas del mercado algunas sucumben, hacen cesación de sus principios.
La forma cooperativa también suele ser utilizada como pantalla, se constituye solo por alguna ventaja impositiva o para evadir obligaciones de la previsión social. Esta forma contribuye a redoblar la explotación sobre los obreros por parte de la patronal.
Dos siglos de práctica cooperativa corroboran que estas asociaciones alcanzan sus objetivos institucionales si la transparencia, coherencia y concordancia entre sus tradiciones más democráticas, sus objetivos sociales y su sistema de valores y principios, así como su conducción administrativo-económica tienen sólidos nudos orgánicos.
Notas
1. Carlos Marx, El Capital, t. 1, Editorial de Ciencias Sociales, La Habana, 1973, p. 281.
2. Federico Engels, La situación de la clase obrera en Inglaterra, Editorial de Ciencias Sociales, La Habana, 1974, pp. 109-10.
3. En la actualidad, los principios cooperativos, adoptados por la ACI en su congreso de Manchester en 1995 son los siguientes: membresía abierta y voluntaria; control democrático de los miembros; participación económica de los socios; autonomía e independencia; educación, entrenamiento e información; cooperación entre cooperativas; compromiso con la comunidad.
4. Federico Engels, ob. cit.
5. Mijaíl Tugan Varanovski, La cooperación, Editorial Pensamiento, Minsk, 1988, p. 87.
6. Serguei Seraev, El socialismo y las cooperativas, Editorial Progreso, Moscú, 1976.
7. Mijaíl Tugan Varanovski, ob. cit.
8. «El cooperativismo en el mundo», ACI Américas, disponible en: www.aciamericas.coop.
9. Ibídem.
10. Asociación Canadiense de Cooperativas, «El poder de la cooperación», Asociación Canadiense de Cooperativas, Ottawa, 2012.
11. FAO, Anuario de producción, FAO, 2008.
12. Seminario Financiamiento de las Cadenas Agrícolas de Valor, San José, 16-18 de mayo de 2006 (CD-ROM).
13. Agropur, la gran cooperativa láctea de Canadá, compró en 2011 una del mismo sector en Argentina.
14. Eduardo Benavides Legarda, «Las cooperativas de trabajo asociado en Colombia», ponencia presentada al evento Globalización y Problemas del Desarrollo, La Habana, 2009.
15. Ídem.