Fabrizio León Diez
Periódico La Jornada
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Silvio Rodríguez piensa que sobre él se ha dicho demasiado. Soy un hombre hecho de verdades y, lamentablemente, también de mentiras. Prefiero las verdades, afirma el trovador cubano de 67 años en una extensa entrevista que presentaremos en dos entregas, en la que aborda su relación con la poesía, la revolución, su familia, los relevos generacionales, la edad, sus inicios, la tecnología, la situación actual de Cuba y su relación con Estados Unidos.
“La Cuba actual me inspira preocupación y ocupación, o sea, respeto y esperanza. No soy un teórico ni un político, pero para saber bien de lo que somos capaces se debería empezar por levantar el bloqueo, que lleva medio siglo distorsionando nuestra realidad y maltratando física y mentalmente al pueblo. Basta un ojeada al mundo para ver lo que pasa cuando el caos se apodera de las calles.
Si Washington hubiera cambiado, no permitiría que continuaran las injustísimas condenas contra los cubanos antiterroristas, prisioneros en cárceles del norte. Si hubiera cambiado, nos hubiera devuelto el territorio de Guantánamo, ocupado contra nuestra voluntad. También es evidente que si hubiera cambiado ya no existiría el bloqueo que Juan Pablo II calificó de inmoral. Se podrá cuantificar el perjuicio material que nos han causado, que ya suma miles de millones, pero el daño espiritual que ha recibido el pueblo cubano, el sentimiento de tener un vecino egoísta que calcula y maltrata, va a sobrevivir mucho después de los que padecimos directamente su maldad.
El icono de la nueva trova cubana se presentará en marzo en las ciudades de Puebla, Distrito Federal, Tijuana, Hermosillo, Guadalajara y Monterrey. Autor de decenas de canciones que han marcado a varias generaciones desde hace 40 años, cuando vino por primera vez a la ciudad de México, ha sorprendido con nuevas rutas sonoras, acordes y expresiones mediante una poesía hermética, rara, de protesta, exquisita, panfletaria, revolucionaria y comunista, entre otros estigmas.
“Yo no soy militante comunista, pero no me disgusta que me llamen así, porque no emparento la palabra con los fracasos del llamado ‘socialismo real’ ni con un burdo igualitarismo, sino con sentimientos de justicia social que son parte de aspiraciones humanas muy legítimas.
La globalización no estaría mal si se globalizaran la salud pública y la educación. Pero lo que se suele repartirse es la guerra, el consumismo y el achatamiento cultural, que sirven como cuñas para la explotación, afirma.
–¿Qué le representa nuestro país?
–Con México tuve una empatía inmediata y hay muchas cosas del país que no me dejan verlo desde afuera. Es el país donde José Martí adquirió el acento que dicen predominaba en su forma de hablar, donde publicó textos en la imprenta de Antonio Vanegas Arroyo, la misma que luego imprimió grabados de José Guadalupe Posada. En esa misma imprenta después durmió un clandestino Fidel Castro, cuando se disponía a regresar a Cuba. Conocí a Arsacio Vanegas, el luchador que enseñó defensa personal a los expedicionarios del Granma. Arsacio me daba masajes cuando la espalda se me engarrotaba de tantos conciertos. Confieso que me encantan los textos precolombinos, los libros del Chilam Balam. Los poemas atribuidos a Netzahualcóyotl son de una belleza penetrante. Una poesía a la que siempre regreso es a la de Sor Juana, a quien considero una voz fundacional.
–Su epitafio, ¿cuál será?
–Siempre me gustó la transparencia del que se hizo John Keats: Aquí yace uno cuyo nombre fue escrito en el agua. Hasta lo usé en una canción.