Partiendo del reconocimiento a todos los que dedican tiempo y esfuerzo a revolucionar el sistema educativo cubano, la musa de la historia se despoja de sus ropas para entender por qué a estudiantes de preuniversitario les resulta poco atractiva esa ciencia social. Faltas en la preparación de los docentes, excesos de prácticas educativas esquemáticas y la necesidad del concurso de otros actores como la familia, los medios y la sociedad toda en el controversial tema de la formación de valores, se asoman a este cuestionamiento
Los dos están en problemas. Uno, el profesor, desea atención y disciplina; el otro, el alumno, demanda respeto. Desde el primer pupitre demuestra estar molesto. Diego se posiciona de la pizarra, la pedagogía lo atrapa, laHistoria le apasiona. Siempre paciente y estoico delante de todos. No le perturban las miradas ni los apuntes del metodólogo sentado al final del aula.
Antonio es un muchacho impaciente y no entiende. Por culpa de Diego se sienta en la primera fila y se va tarde a casa. No quiere ser el hazmerreír de la clase ni que nada empañe su imagen de mulato guapo. De acuerdo con su criterio, el profesor hace que parezca bruto, incoherente, impotente. Cuando le pregunta, todos ríen. Antonio se avergüenza, pero todos ríen. Trata de defenderse, sin embargo, las carcajadas mandan.
Este asunto ha trascendido el aula, la escuela y, de acuerdo con su medio social, él se ve como un hombre y a un hombre no se le “sofoca”, y mucho menos delante de sus amigos y la jeba. Solo él conoce qué es cargar el bochorno en la mochila y llevarlo a cuestas hacia el barrio. Por eso, Antonio ansía una victoria aplastante.
Exasperar a Diego es tarea ardua, pero… Hoy la clase de Historia tendrá otro protagonista. Antonio será la causa del resquebrajamiento de la disciplina. Por ello, aunque lo delate la impaciencia, aguarda a que el maestro le increpe con cualquier interrogante.
-Por favor, silencio, empezamos. Los estudiantes observan los ojos del profesor. ¿Alguno de ustedes ha oído hablar de Armando André? Miradas, susurros, sosiego. ¿Antonio, conoces quién fue el dinamitero de La Habana?, cuestiona Diego. Nunca lo había escuchado, ni siquiera su abuelo le contó sobre este tal André. El turno apenas comienza por eso, pese a las ganas de iniciar el show, Antonio decide atender a las palabras del profesor antes de condenarlo.
La pregunta problematizadora es, más
que un método de aprendizaje, una
forma de asumir la vida
De la elocuencia de Diego brota el vigor de antaño, las ganas de independencia, el sonido del machete mellado cuando blande el máuser español. Con su magia traslada a los estudiantes a marzo de 1896, momento exacto en que Armando André, con un estuche de 23 libras de dinamita, se dirigía al Palacio de los Capitanes Generales dispuesto a volar todo el edificio, con Valeriano Weyler dentro. Silencio sepulcral en el aula, todos escuchan…
Escuchar fue el mejor método de investigación. Empeñado en escudriñar los conflictos que se entretejen en torno a la enseñanza de la Historia de Cuba, este equipo de BOHEMIA dialogó con un centenar de estudiantes de décimo, onceno y duodécimo grados, así como con un grupo de sus profesores y metodólogos en La Habana, Matanzas, Sancti Spíritus y Holguín.
Conocer los significados otorgados a la historia por quienes visten uniforme azul encaminó el trabajo periodístico, pues, a juicio de varios especialistas, la educación preuniversitaria es escenario decisivo para aproximarse con mayor profundidad a los procesos históricos, para problematizarlos, pensarlos, sentirlos.
Los ocho encuentros grupales realizados a los adolescentes confirmaron una realidad que quizás a no muchos les sorprenda: como tendencia, a la mayoría de los alumnos de preuniversitario entrevistados les gusta poco o no les gusta la asignatura Historia de Cuba. Entender los por qué de ese fenómeno complementaron los derroteros de esta indagación.
Solo sé que no sé nada
El monólogo coloniza el pensamiento, el diálogo lo libera.
La Historia, la docencia, tiene que parecerse a la vida, si quiere
preparar para la vida
De los labios del profesor se escuchan los pasos de André. Todos los alumnos se encuentran atrapados en la historia. Quieren saber si explotó el palacio y si se ajustició a Weyler. Antonio todavía está impaciente. Aún no se arrepiente, desea ridiculizar a Diego delante del metodólogo provincial. No obstante, no logra ocultar el interés por este suceso.
El maestro no deja de hablar. Cada minuto que pasa es una derrota para Antonio. En medio de aquella atmósfera tensa nadie conversa. La clase entera acompaña a Armando André en su misión. La noche previa se desvelan con él para confeccionar el artefacto. Se embarran las manos de aceite para comprimir la mayor cantidad de dinamita posible dentro del estuche. La atención es total y Antonio no puede evitar que se le escape un gesto de admiración.
Con un clásico gesto de admiración una estudiante holguinera comienza a hilvanar ideas: “No podemos expresar nuestras opiniones. Nos quieren imponer sus criterios y no dejan que pensemos”. A cientos de kilómetros de allí, al centro de la Isla, otra muchacha asiente: “yo tengo una opinión sobre un suceso, pero no puedo ponerlo como lo interpreto sino de la forma en que la profesora quiere que yo lo piense”. En la capital, una alumna de grado 12 se cuestiona: “el objetivo de esta asignatura es formar sentido de pertenencia, pero ¿si aprendemos todo mecánico, que sentido de pertenencia podemos crear?”.
Desarrollar el pensamiento crítico
permite al alumno tomar mejores
decisiones y participar de una
manera más activa en la
transformación de su realidad
Muchos de los alumnos entrevistados piensan que se les enseña la Historia de forma esquemática, preponderando el aprendizaje memorístico por encima del raciocinio y la interpretación. Sobre este tema Pável Grave de Peralta, metodólogo provincial de la materia en Holguín opina de algo a lo que él tampoco es ajeno:
“Estamos matando, y no generalizo, el ejercicio de una conciencia crítica. El estudiante no puede crear, no puede razonar, y en ese sentido surge también un rechazo. Si da su criterio basado en un argumento sólido, nosotros no entendemos eso, porque sencillamente no aparece en una clave, no está en la influencia historiográfica que traemos. Y eso elimina el desempeño y el interés del alumno”.
Dos siglos atrás, el más universal de los cubanos, en su inmensa sapiencia predijo la necesidad de inculcar el pensamiento liberador dentro de las habilidades cognitivas del estudiante: “no hay mejor sistema de educación que aquel que prepara [al] niño a aprender por sí”, diría en La América, en noviembre de 1883, lo que repetiría en La Edad de Oro: “los hombres deben aprenderlo todo por sí mismos, y no creer sin preguntar, ni hablar sin entender, ni pensar como esclavos lo que les mandan pensar otros [...]”.
Con planes de estudio controlados, las sucesivas generaciones de jóvenes son impulsadas a concentrarse mayormente en hechos y datos fríos. Según el doctor en Ciencias Históricas Antonio Álvarez Pitaluga, desde primaria se enseña al niño a aceptar subconscientemente lo que está aprendiendo, poco se estimula la curiosidad hacia los contenidos. Coartar el pensamiento crítico atenta contra el propio conocimiento y deteriora futuras preferencias sobre la materia.
Para la mayoría de los estudiantes entrevistados, la historia
local resulta poco valorada y escasamente mencionada en las
clases, pese a la riqueza histórica que distingue a cada
comunidad
¿Cuántas veces en una clase se ha dejado de preguntar por miedo a las burlas de los compañeros o a represalias del profesor? El temor a indagar un poco más fortalece el conformismo y crea un estado de comodidad que se mantiene con fuerza hoy en los preuniversitarios.
“No somos robots -señala la holguinera Zadig Garcés, quien cursa el grado 12 en el pre Enrique José Varona-. Cada cual tiene una valoración individual sobre cada hecho. Yo puedo leer y sacar de ese contenido algo más. Esos son aportes que una se da a sí misma. La opinión personal te crece”.
Al formular la interrogante de que si en la asignatura en cuestión se estimula un pensamiento lógico, los principales criterios fueron negativos: “solo hay que aprenderse las cosas, mientras en matemática se piensa”, “siempre historia ha sido todo memoria”.
Cambiar esas percepciones despende de la real intención de comprender que el pensamiento crítico alimenta el razonamiento y desarrolla la capacidad creadora. No podemos olvidar que en un futuro bien cercano estos jóvenes serán los encargados de tomar decisiones políticas y socioeconómicas. Por eso, también educarlos desde una visión transformadora de su realidad, viabiliza una elaboración más consciente de sus proyectos de vida y de país.
Blanco y negro, ¡no!
A través de las dinámicas colectivas realizadas comprobamos que los jóvenes de grado 12 no le otorgan prioridad al examen de Historia: “Dedicamos mucho tiempo a Matemática. Dejamos historia para último porque es lo mismo”, comenta uno de los muchachos, mientras otro declara que “la historia es la más fácil porque es meter muela”.
A consideración del Profesor Titular del Departamento de Historia de la Universidad de La Habana, Doctor en Ciencias Históricas Oscar Loyola, quien desde 1990 conforma los exámenes de ingreso a la universidad, un joven tiene más posibilidades intelectuales de las que se le enseñan. “Hoy se ve la Historia como un teque, una imposición. Por eso la subvaloran, estudian menos para las pruebas y de ahí los suspensos y disparates inconcebibles”.
Más allá de una vieja alianza con archivos, la historia es una ciencia social, arraigada a un presente inmediato e interrelacionada con los más relevantes problemas del ser humano. Manteniendo esta idea, los alumnos mostraron inconformidad sobre cómo se tiende a presentar a los héroes en las clases. “No deben mostrarnos solo cuán buenos fueron porque no los vemos como seres humanos. No podemos identificarnos con un patriota perfecto, porque no sería un hombre común, con virtudes y defectos”, dicen en el preuniversitario Máximo Gómez Báez, en el poblado de San Germán, a más de treinta kilómetros de la ciudad de Holguín.
Según Eduard Gómez, Licenciado en Historia de la Universidad de la Habana y profesor de preuniversitario en la capital, “la historia de Cuba pudiera ser menos apologética y más real. La vida de los héroes no se debe contar como un mito. Antes de poner epítetos se debe enseñar a los muchachos a analizar la labor de esas personas, para que ellos mismos bauticen a los mártires”.
Los estudiantes de preuniversitario abogan por una historia más interesante, llena de vida, motivadora de debates abiertos en las aulas. Desmitificar a los héroes puede ser uno de los caminos para conquistar ese desafío.
“Si a mí me dejaran, yo eliminaría los análisis sobre los grandes panoramas y me dedicaría un poco más a sensibilizar emocionalmente al estudiante. Es muy difícil lograr esto con la Química, la Física o la Matemática, pero si contamos todo lo sufrido por Carlos Manuel de Céspedes para impulsar la revolución es muchísimo mejor que si llenamos la pizarra con la trayectoria del Padre de la Patria”, expone Oscar Loyola.
Sin lugar a dudas, de acuerdo con tesis que han investigado el asunto, entender la historia desde todas sus dimensiones es matizarla con anécdotas sobre personalidades locales o poco conocidas de nuestras luchas, verdaderos actores colectivos que protagonizan la mayor parte de los hechos históricos. Lo general solo existe y se manifiesta a través de lo particular, ambos se encuentran entrelazados de tal forma que resultaría muy provechosa una alianza, de una vez y por todas, entre la macro y la microhistoria.
Algunos de los criterios recogidos apuntaron la necesidad de
diversificar las fuentes bibliográficas para alcanzar una
preparación más sustantiva ante los exámenes de ingreso,
pero ¿se aceptarían otras visiones de un hecho avaladas
científicamente a la hora de calificar las pruebas?En Trinidad, uno de los lugares seleccionados, los muchachos comentan que la escuela se refiere de forma muy escueta a la historia local, siendo esta una villa con un inmenso patrimonio histórico. “Ni siquiera en el aniversario 500 nos llevaron a ningún museo”, expresa un estudiante del preuniversitario Frank País.
Valdría la pena plantearse la interrogante: ¿De qué sirve saber cuándo y dónde acontecieron ciertos hitos, si no se matizan los contenidos, ni se enseña al alumno a razonar las causas que los originaron, si no desarrollamos la habilidad del debate para llegar a las razones concretas que determinan por qué la Revolución cubana es socialista o por qué surgió en ese momento histórico y no antes ni después, o en ningún otro rincón de Latinoamérica tal y como sucedió aquí?
En otro orden, los estudiantes argumentan que nada se hace si mejoran las clases y el sistema evaluativo continúa “encartonado”. “En Matemática o Español aparecen ejercicios diferentes en todas las pruebas. Sin embargo, Historia es más difícil de asustarte porque el contenido está ahí, si no te lo estudiaste es otra cosa. Tal parece que te examinan siempre de la misma forma: ordena, valora, caracteriza... Todo muy clásico”, ilustra Nailet Rojas, de duodécimo grado.
Pudiera erradicar este tipo de problema, un sistema de evaluación que se ampare en la variedad y en la búsqueda de nuevas vías que frenen la reproducción del conocimiento y a la vez estimulen la interpretación.
Félix Pérez, metodólogo nacional de Historia de enseñanza preuniversitaria, reconoce que existe un fuerte tradicionalismo en los esquemas de las preguntas: “Al profesor de muchos años se le enseñó de una forma y a veces le cuesta trabajo incorporar otros cambios. Es bueno variar los enfoques y no preguntar siempre de la misma manera para así estimular en los estudiantes un pensamiento más crítico”.
Sobre las evaluaciones, el profesor Irguens Gálvez de Dara, expone que la exigencia a veces no es la mejor: “En varias ocasiones se les pasa mucho la mano a los muchachos. Esto trae como consecuencia que cuando se enfrentan al examen de ingreso, y lo revisan profesores de la universidad con otro sistema, las notas no son las mejores. Tampoco abundan los estudiantes que saben desarrollar las diferentes habilidades. Por ejemplo, si realizas un ejercicio de ejemplifica, argumenta o valora ellos te responden lo mismo sea o no lo que estés preguntando”.
Traducir esfuerzos en resultados
La Plaza de Armas se hallaba inerte. El caluroso ambiente de un mediodía antillano privó de ganas a muchas personas de tomar un paseo. Sólo una pareja de guardias voluntarios se encontraba insomne ante tal insolación. A simple vista, no existía otro temor que no fuese el provocado por las altas temperaturas. Armando André caminó hacia la entrada que se encontraba desierta y tras responder el saludo de cortesía del portero avanzó sin ningún contratiempo a los servicios sanitarios del Palacio, situados bajo el despacho de Weyler.
-¿Entró la bomba así de fácil? Pregunta un estudiante al final del aula.
-¿Eso estaba cuadrado de antemano, verdad profe? Contestó Antonio mientras miraba inquieto a Diego.
En esos días era común la circulación de grandes grupos de personas dentro de las oficinas del gobierno, por lo cual su presencia no levantaba sospechas. André entró varias veces en la edificación y pudo inspeccionar el sitio indicado para colocar la carga. Sólo necesitaba sincronizar la bomba con el horario en que el tirano se encontrase en el local. Era un plan novelesco, pero realizable.
“En mi clase de historia todo es realizable… la profesora toma la asistencia, revisa la tarea, copia el tema en la pizarra y empieza a dictar. Algunos alumnos atienden, otros tiran papelitos o conversan. Muy pocos prestan atención al turno”. Descripciones como estas no faltaron en ninguno de los centros educacionales visitados. De hecho, tanto para alumnos como para maestros, la causa principal del desinterés mostrado hacia la Historia recae en la falta de preparación y la escasa vocación de una buena parte de los profesores.
Ninguno de los estudiantes entrevistados señaló haber perdido clases a causa de la ausencia de maestros, como sí pasó en cursos anteriores. La contratación de profesores no especializados en la materia ha permitido mejorar la cobertura docente en todos los territorios.
Al indagar sobre la proporción de estos en comparación con la totalidad de maestros que hoy están frente a las aulas, en el Ministerio de Educación, a pesar de las varias solicitudes, solo pudimos corroborar que los contratados no son mayoría, pero sin aclarar cifras, ni delimitar las principales áreas del conocimiento de donde provienen esos profesionales ni precisar las provincias que mayor dificultades presentan en ese sentido.
El nuevo libro de texto de Historia de
Cuba para preuniversitario cuenta con
una buena aceptación según los
estudiantesNo ser graduado de Historia y Marxismo-Leninismo no es sinónimo de improvisación, desconocimiento o falta de talento. Así lo demuestra Ileana Ramos, jefa de la asignatura en el preuniversitario Eduardo García Delgado, del capitalino municipio Boyeros. Ella estudió Ciencias Jurídicas y fue también trabajadora social. Entró a la institución escolar por dos años, ya va por cinco y con pretensiones de quedarse y estudiar la Licenciatura. Su filosofía pedagógica se resume en que el profesor tiene que vibrar al dar la clase, y debe lograr que los estudiantes vibren con él.
Para que ejemplos como este se repitan, la preparación en cuanto a contenidos y a metodología es casi siempre el primer punto en la agenda de los metodólogos provinciales, pero al parecer, los resultados no son aún los esperados.
¿Pensar en plecas?
Alimentados por esa falta de preparación, el dictado excesivo y el abuso en la utilización de la “pleca” para sintetizar ideas, que no el uso de los esquemas, siguen estando entre los vicios recurrentes dados en las aulas visitadas.
Una estudiante de un preuniversitario de occidente explica con detalles lo que otros del centro y el oriente del país también apuntaron que sucede en sus escuelas: “El profesor dicta, y dicta, y dicta. Te dice: ¡pongan asterisco que esto es algo importante!, y cuando vienes a ver es la misma nota del libro. Te pone las cosas por plequitas, y te quita puntos por escribirlas así, porque esa no es forma de desarrollar las ideas, pero no te enseña a hacerlo diferente. Lo otro es que escribe preguntas en la clase y te dice: ¡búscalo en tal página y en tal párrafo!, y al final, ¿qué habilidad estás desarrollando ahí si te lo da todo masticado?”.
Un docente esquemático y repetitivo tiende a formar estudiantes esquemáticos y repetitivos. “Al profe no le puedes preguntar nada durante la clase –señala un alumno de décimo grado del preuniversitario Manuel Permuy en la Lisa-. Me dice: ¡escucha lo que te digo y después habla! Pero luego la duda pierde el sentido porque cambió el tema o se acaba la clase. Siento que quien no me escucha es él”.
Más que aprobar
Para algunos de los entrevistados, si se mira desde otra perspectiva, la estrategia de reforzar el grado 12 con los educadores de mayor experiencia pudiera estar reproduciendo la lógica de enseñar para aprobar y no para aplicar la Historia en la cotidianidad. Quizás ahí también esté la explicación de las carencias que presenta la asignatura Encuentro con la Historia de mi Patria, la peor impartida, de acuerdo con los resultados de esta investigación.
La esencia del problema no está en el diseño del programa -aprecia Lázaro Baracaldo, metodólogo provincial de Historia en Sancti Spíritus. “Esa asignatura fue concebida para que el maestro pudiera ‘retozar’, en el sentido de que le permite investigar, dar la clase en un parque donde haya una tarja, o en un museo, o poner documentales e interactuar con gráficos. Debemos admitir que los profesores de décimo grado no son los mejor preparados”.
“¿Y por qué no pueden ser los más conocedores quienes estén al frente de la preparación metodológica en cada grado, en lugar de concentrarlos a todos en 12. Así se asegura la calidad del proceso educativo desde la base, se garantiza el futuro”, recalca el metodólogo holguinero Pável Grave de Peralta.
María de la Caridad Pino es una de las maestras que aporta sus saberes como garantía futura. Sus alumnos de la Vocacional Carlos Marx, en Matanzas, cambian hasta la Educación Física por la Historia porque “es el turno más interesante, el que más se disfruta”.
“En el aula me siento plena, yo canto y recito en mis clases y preparo a mis muchachos para que ellos mismos den algunos contenidos. Yo digo que la voz y la entonación de un maestro influyen mucho a la hora de captar la atención, y hasta el lenguaje debe parecer más cercano, menos encumbrado. Contar anécdotas y curiosidades históricas asegura el interés de quien te escucha”, comenta esta profesional del magisterio desde hace una década.
El insuficiente reconocimiento social continúa mellando el
interés de los jóvenes hacia las carreras pedagógicasUtilizar el dato curioso como resorte para atrapar la atención del estudiante no es pan comido como algunos pudieran creer. Al decir de Susana Callejas, profesora de la Universidad de Ciencias Pedagógicas de La Habana hace 40 años, “la clave para conocer esos atractivos detalles se encuentra en la autopreparación.
Aquel elemento que tú puedes agarrar para impactar, para estremecer, para sensibilizar, para hacer llorar o para hacer reír nunca lo vas a encontrar en ningún programa o curso. Se consigue estudiando, leyendo”.
Estos reporteros constataron en algunas dinámicas grupales que no solo el profesor puede ser el culpable de la desmotivación. Allelín Campaña Burguel, de grado 12, reconoce: “hay muchos que no están pa’ na’, y se quedan siempre en las lunas de valencia, porque no les interesa estudiar y lo dejan todo para la última hora”.
Maestros, ¿principales responsables?
Muchos fruncen el ceño para referirse a los profesores, y pocos sopesan otros factores que condicionan la calidad del proceso de enseñanza-aprendizaje.
“Hay que ver qué tiempo deja la escuela objetivamente para que ese docente se supere. Quienes tienen que crear esos espacios son los directores, las estructuras municipales y provinciales, y muchas veces se pide demasiado al maestro”, recalca Pável.
Según profesores entrevistados, sobrecargar a los educadores con compromisos extradocentes ineludibles, entre los que se encuentran las guardias, la responsabilidad como profesores guías, el papeleo, entre otros poquitos que se viven a diario; limitan las horas de planificación de clases, momento esencial para diseñar un ejercicio sistematizador, participativo, transformador.
La cuerda se tensa aún más al valorar el poco tiempo con el que se cuenta para introducir una gran cantidad de unidades de estudio, lo cual puede incidir en que se privilegien los contenidos por encima de los procesos.
La totalidad de maestros consultados por esta revista conocen al dedillo los desaciertos que rondan a la enseñanza de la Historia, e incluso, proponen alternativas para superarlos. Entonces, si se reconoce la necesidad de cambio y están identificadas las vías de solución, ¿por qué aún no se logra aterrizar el deber ser a la práctica?
Para el metodólogo espirituano Lázaro Baracaldo, las respuestas se resumen en falta de control y de exigencia. “Si la clase se está dando mal por un problema de disciplina, el director debe aplicar sanciones, y si es un problema de preparación, pues hay que ayudar a ese profesor”.
Un elefante en la habitación
La mala historia es más fácil de hacer y de impartir que la buena y la crítica. Combatir los vicios que pueden adherirse al proceso educativo es la razón de ser de las universidades de las ciencias pedagógicas. Hasta dos centros de este tipo -los de La Habana y Holguín- se trasladó este equipo para verificar el estado actual de la formación de profesores de Historia.
Durante las entrevistas grupales, la asignatura Encuentro con
la Historia de mi Patria, que se imparte en décimo grado, fue
muy criticada por los estudiantes debido a la forma reproductiva
y monótona en la que se explican los contenidos
En el segundo de ellos sobresalieron criterios como los de Adrián Navarro, un estudiante enamorado del magisterio: “Un profesor de historia tiene en la sociedad una importancia enorme pero, la mayoría de las personas cuando les comunico que soy maestro de Marxismo-Leninismo e Historia ponen una cara de desafecto. ¿Por qué no la Historia? Si vivimos con ella día a día. La historia es todo y la gente no tiene idea de eso”.
Sin embargo, no todos los jóvenes piensan así. Como tendencia, el pedagógico no suple las necesidades docentes de casi ningún territorio. Tras cerca de cinco cursos licenciando a jóvenes para dar clases de Humanidades en sentido general, el año pasado la universidad de las ciencias pedagógicas de La Habana volvió a graduar profesores especializados en Historia.
“Nosotros pretendemos que estos estudiantes sean capaces de cambiar la realidad adversa que encuentran hoy en las escuelas. No obstante, no hemos logrado una motivación total hacia la profesión. Hoy tenemos en primer año de la carrera a 35 estudiantes, y me siento contenta con esa cifra, porque en segundo solo hay 10. Comparativamente estamos en mejores condiciones en cantidad y calidad en la preparación de los alumnos, pero ¿cuántas escuelas tiene la capital?, por supuesto que no bastan los graduados”, reflexiona María Concepción González, jefa del departamento de Marxismo, Leninismo e Historia de ese centro de altos estudios.
No es secreto para nadie que el factor económico destaca -al igual que en casi todas las profesiones- entre las cuestiones principales que inciden en la desmotivación de los bachilleres a la hora de optar por carreras pedagógicas. “El historiador gana muy poco y no se busca nada aparte de su trabajo. Esto influye inmensamente en el muchacho cuando va a escoger una profesión. Pero, además, la mayoría de los que ingresan a la carrera en la Universidad de La Habana no pueden alcanzar las tres primeras opciones de la boleta”, asegura el Doctor Loyola.
Según Pura Machado, profesora de historia de la vocacional de Matanzas, los alumnos más capacitados no se integran al pedagógico y mucho menos se interesan por impartir clases de historia. “Se debería encontrar una fórmula para enamorar a los buenos estudiantes con este tipo de enseñanza. No pueden seguir ingresando en los pedagógicos aquellos que se quedan sin carreras, porque esos mismos dentro de unos años serán los encargados de formar a toda una generación de cubanos”.
A propósito, Rafael Tamayo Batista, estudiante de primer año de Licenciatura en Marxismo-Leninismo e Historia del municipio Cueto, en Holguín, declara: “en esta carrera la mayoría tenemos como objetivo graduarnos y ejercer. Pero también existen otros que solo están aquí para obtener un título. Conozco a profesores que no les gusta la carrera, pero no tenían otras opciones y hoy están dando clases. Para muchos Educación es la última carta de la baraja”.
Pese a estas advertencias, los jóvenes educadores entrevistados comentaron que su preparación es fructífera y cuentan con claustros especializados muy competentes. Al preguntarles si les enseñan a dar clases más críticas y menos reproductivas, todos dijeron que sí. Hablaron sobre metodologías para elaborar mejores clases y de la existencia de espacios en la universidad que promueven la reflexión y el diálogo, como debiera ocurrir en el preuniversitario.
Conocer la ciencia para formar conciencia
Es ineludible contextualizar y
diferenciar los objetivos de cada
educación (primaria, secundaria,
preuniversitaria, universitaria) para
que el estudiante no siga creyendo
que Historia es siempre “la misma.”
Una vez dentro, Armando André colocó la carga en el sitio indicado y con el tabaco que llevaba en su boca prendió la mecha. Todo salía según lo planeado. Disponía de cinco minutos para abandonar el complejo, de lo contrario, volaría junto a Weyler.
A toda velocidad desapareció de los baños del recinto, ubicados en la esquina de Obispo y Mercader, no sin antes obstruir la puerta. Cruzó el salón en busca de la salida, pero se confundió y entró por error en una oficina de militares. Pronto salió a su encuentro un oficial que le preguntó:
-¿Dónde va usted?
-¡Ñoooo, que mala suerte! Exclama Antonio, quien no puede mantener la ecuanimidad.
-Para afuera. Contestó André.
Luego de intercambiar varios segundos de hirientes miradas con el militar, este al no observar nada fuera de lo común, señaló la salida que conducía a la Plaza de Armas. Se había salvado por muy poco.
Muy pocos de los estudiantes encuestados son conscientes de lo que es una buena clase de Historia, por lo que pudiera asumirse que en la enseñanza preuniversitaria aún no logran formar juicios de valor sustantivos para discernir entre ser protagonista de la clase y servir como reservorio de contenidos inoculados. El educando, por lo general, es incapaz de corregir a su profesor, porque tradicionalmente se le ha dicho que el especialista es el único que tiene la razón, es quien posee “el conocimiento”.
Quizás por eso casi todos los adolescentes que conversaron con este equipo de periodistas creen no poder aportar nada a la Historia, como si sus experiencias de vida no fueran suficientes para preguntarse constantemente de dónde vienen, donde están y hacia dónde van. “Para poder cambiar la historia, tendría que graduarme de historiador, y escribir libros o dar charlas”, sostiene convencido un estudiante trinitario.
Las expresiones más frecuentes ante la interrogante de para qué te sirve esta ciencia social más allá de la escuela fueron: “para ampliar mi cultura”, “para poder conversar con la gente mechá y no quedar como bruto”, “para conocer mis raíces”. Hubo hasta quien lo definió de una forma más original: “para saber por qué hay en las aulas un retrato de Martí y no de un cantante de moda, pero no me sirve para hablar con los socios del barrio, ni con mi jebita”.
Un segmento considerable de los adolescentes entrevistados
no cree poder aportar nada a la historia, pues esta ciencia
social se sigue viendo como registro de una memoria pasada y
no como parte de la cotidianidad
Estos reporteros quedaron deseosos de escuchar más criterios como los de Dayla Fajardo, quien con 17 años sueña con ser maestra: “creo que le podemos aportar juventud, fuerza, vitalidad, porque en ella está también la esperanza. Una persona se siente patriota cuando oye una canción y se eriza, o cuando se emociona ante un monumento, o cuando llora con una película”.
Sin pecar de absolutos y con el ánimo de conceptualizar el asunto, todo indica que aún la historia tiende a ser vista solo como aquel registro lejano de lo que fue y no como fuerza transformadora de lo que será. Se siguen adoptando discursos muchas veces vacíos de sentido que repiten los conceptos de identidad, idiosincrasia, patriotismo, como si estuvieran incorporados genéticamente. Tales significaciones se construyen, no se imponen.
Liliam Milián Rosales, profesora del pedagógico habanero, define a la historia como “una fuente de valores, porque yo aprendo a entender el significado de Patria en la medida en que conozco y me identifico. Comprenderla me hace pensar qué camino yo elijo, a qué aspiro como sujeto individual y colectivo”.
Trazar ese horizonte no solo es responsabilidad de la escuela, lo es también de la familia, la comunidad, los medios de comunicación… instituciones que no quedan al margen de la reproducción de patrones poco atractivos, también mecánicos, deshumanizadores.
“Alguien una vez definió a la historia como la forma espiritual en que una cultura se rinde cuenta de su pasado -resume Oscar Loyola-. Gracias a ella uno enriquece el espíritu, se engrandece, se emociona y se siente glorioso de pertenecer a un pueblo”.
Caminaba a paso veloz. Debía marcharse cuanto antes, pues en cualquier momento estallaría la bomba. Al salir, paró un coche de plaza. El júbilo invadía por completo a Armando André. La acción se desarrolló de forma espectacular, tan espectacular como la idea de poner 23 libras de dinamita debajo de la misma oficina del sanguinario Valeriano Weyler y Nicolau.
A los pocos minutos una terrible explosión sacudió el Palacio del Capitán General. Todos corrían despavoridos alrededor de la colosal edificación. Nadie sabía qué había pasado. Una densa estela de humo negro inquietaba a cuanto curioso se acercaba a preguntar. Al percatarse de que el inmueble permanecía en pie André decidió parar el coche y dirigirse hacia el lugar de los hechos. Se ocultó entre la multitud y preguntó si Weyler estaba vivo, pero nadie podía contestar a la pregunta. ¿Qué había pasado?
Para muchos, en las aulas cubanas habría que voltear la mirada:
los procesos educativos no deben estar centrados en la
enseñanza, sino en el aprendizaje
El timbre anuncia la conclusión de la clase. Los alumnos permanecen en sus puestos. Todavía las libretas y los libros se muestran abiertos. Poco importa que sea viernes y este el último turno. Todos permanecen inmóviles.
-¿Y… cómo terminó la historia? Persiste Antonio desde el primer pupitre.
-No se preocupen, el lunes a primera hora sabrán el final. Aclara Diego.
Entonces llega el ruido de las sillas, y la recogida del aula. Al final, la silueta del profesor es atrapada por el metodólogo, quien solo regala agasajos a su persona. Diego gana de nuevo. Solo necesitó 45 minutos para seducir a todos. Antonio está imbricado en la historia de tal forma que su mente apenas puede apartarse de la narración de los acontecimientos. Queda atrás el ahora o nunca y las ganas de saber el desenlace de Armando André. La clase finaliza, pero Antonio sigue impaciente.
Satisfecho camina Diego hacia el hogar. Durante el trayecto se detiene en una librería. Hojea un clásico de la historiografía cubana. Al final del pasillo contempla la imagen de un mulato guapo. Apenas sobrepasa los 16 años. Nada le cuesta pensar que se llama Antonio. Se dirige hacia él. Le intriga la efusividad. Se sitúa a un costado del joven y antes de observarle el rostro, vislumbra entre sus manos un libro de historia, el mismo que él había utilizado horas antes de concluir su última clase.