By Pablo Balsinde 4/09/2015
(Donald Trump en la CPAC 2011 en Washington, D.C. Photo: Gage Skidmore/Flickr. Licencia Creative Commons Atribución-Compartir Igual)
Parte del discurso de anuncio de la candidatura presidencial de Donald Trump consistió, como cualquier otro discurso de candidatura, en el postulante enumerando las ventajas de sus rasgos personales sobre aquellos de sus rivales: “Soy muy rico”. Pero lo destacable de su discurso fue la intervención de una seguidora energética y enfurecida, que gritó: “We don’t need nice!!” (“¡No necesitamos a amables!”). A pesar de que en este tipo de discurso la audiencia casi siempre apoya a quien hable, la forma del discurso puso en evidencia la radicalización de la ideología de los ciudadanos de los Estados Unidos, resultando en la polarización general del país. El paisaje político y social de los Estados Unidos (generado por su historia, proceso de elecciones y campañas, y la organización geográfica) crea un bucle en el que las ideologías se alimentan a sí mismas, lo que resulta en la radicalización de estas y la oposición a sus rivales.
La creciente radicalización de las carreras presidenciales es clara evidencia de esto. En las últimas encuestas, Donald Trump se colocó a la cabeza de la lista republicana con el 26,5% de la intención de voto (seguido de Ben Carson en torno al 12%). Esto culmina una lista de candidatos en los últimos años que han sido cada vez más conservadores. En el Partido Demócrata, la sorprendentemente creciente presencia de Bernie Sanders, senador independiente de Vermont (que asamblea con demócratas), no puede tomarse a la ligera. A juzgar por el espectro político estadounidense, Sanders es un socialista radical (no algo bueno para ser en los EE.UU.), y es claramente el candidato serio más izquierdista que el sistema electoral estadounidense ha visto en años. Los demócratas podrían apoyar a un candidato socialdemócrata quince años después de respaldar a Al Gore, el candidato centrista que al principio de su carrera política se opuso a los derechos de los homosexuales y al aborto. A pesar de que Hillary Clinton sigue siendo la clara candidata para la nominación demócrata, tendrá que desplazarse convincentemente hacia la izquierda con el fin de parar a Sanders, quien actualmente tiene el 25% de los apoyos y atrae en sus eventos a las mayores multitudes (Clinton en 49,2%).
Para entender este fenómeno hay que mirar el proceso burocrático a través del cual se elige a los candidatos. En los Estados Unidos, los principales candidatos para las elecciones de noviembre suelen ser respaldados por el partido y se recomiendan oficialmente en el boletín electoral. Los partidos deciden a quién apoyar (históricamente cada parte apoya a un solo candidato) a través de asambleas y elecciones primarias. Lo importante de estas elecciones primarias es que solamente los votantes afiliados a cada partido pueden decidir en sus correspondientes primarias.
Intuitivamente, las personas asociadas formalmente a un partido serán más radicales en sus opiniones, por lo que los candidatos ya no se dirigen a todo el mundo con el fin de ser elegidos, sino a los afiliados del partido y sus donantes. Los candidatos tienen que cumplir con vistas radicalmente consistentes de izquierda o derecha. Esto da lugar a declaraciones como la llamada de Bernie Sanders para una “revolución política” o la de Mitt Romney “No me preocupan los más pobres” (2012). Es difícil decir si declaraciones como éstas comprenden las creencias de los hablantes o si estaban dirigidas hacia las personas que en última instancia ponen sus nombres en la papeleta.
Pero los cargos electos son sólo un síntoma. El número de ¨swing states¨ disminuye cada año, donde hoy ambas partes tienen numerosos fuertes políticos. Se ha llegado al punto en el que las organizaciones de noticias respetadas como Politico ya predicen cómo votarán 43 de los 50 estados. El Pew Research Center realizó un estudio con las conclusiones de que la gente cada vez se asociaba más y escogía vivir en ciudades con gente de la misma ideología, y cada vez más ve al partido contrario como una amenaza para el progreso la nación. A esta radicalización también contribuye el decreciente número de votantes, cuando en las elecciones legislativas de 2014 solamente el 36,4% de la población votó por su 114 ° Congreso. Las personas apáticas a ambos candidatos y sus ideologías (el centro) son menos propensas a votar, dejando sólo los ciudadanos más dedicados y radicales a decidir el futuro del país.
Uno podría mirar fácilmente a la situación y no ver en qué se diferencia de la situación actual política europea. Pero hay dos diferencias principales. En primer lugar, la fuerza del sistema bipartidista estadounidense impide la retención del centro de cualquier presencia, mientras que en España o Alemania surgen nuevos partidos y los iniciales conservan parte de su poder. En segundo lugar, la polarización en Europa es una respuesta a la crisis y el daño que causa; mientras que en Estados Unidos la polarización crece independientemente del bienestar de la economía.
Todos estos factores contribuyen a la creación de un círculo vicioso en el que, por ejemplo, los ciudadanos eligen sus propias (radicalmente sesgadas) fuentes de noticias. Esto provoca ineficiencias que impiden que el país se mueva hacia adelante, con crecientes fenómenos como el filibusterismo y la incapacidad para producir una nueva legislación debido a las tensiones entre el Congreso y el Presidente.