Poco a poco, el Mundo sacaba a relucir toda su hostilidad en contra de la Pachamama, y la práctica del Conservacionismo terminó siendo una tarea imposible de alcanzar para los ángeles, que lloraban desde el ensangrentado cielo por la infinidad de ecocidios perpetrados, abarcando la tala indiscriminada de árboles, el abuso del consumo eléctrico, la polución del aire con sustancias químicas, la contaminación de las fuentes de agua, el maltrato físico hacia las mascotas, la acumulación de basura en las calles, el exterminio de la fauna exótica, la irracional fuga de hidrocarburos, la expansión de la frontera agrícola por el narcotráfico, el cultivo de alimentos transgénicos, la criminal pesca de arrastre, la minería ilegal en zonas protegidas y la colosal fractura hidráulica.
Queda claro que el Ser Vivo Inconsciente (SVI), se sentía el único rey capaz de gobernar el espacio y tiempo del Universo. Sin embargo, el agresivo consumismo del Homo Sapiens aceleró la crisis ambiental causada por sus acciones destructivas en el entorno, lo que produjo un vendaval de toxicidad lleno de Cambio Climático, Efecto Invernadero y Calentamiento Global.
Fue así, como la vida en el planeta Tierra se volvió una historia insostenible e insustentable para la Sociedad Moderna, a medida que los glaciares se descongelaban, que el metano se olfateaba en el horizonte, que los océanos se acidificaban de madrugada, que la sequía recalentaba la capa vegetal, que los agrotóxicos envenenaban el suelo orgánico, que la miel se amargaba en la colmena, y que los bosques se asfixiaban en la soledad taciturna.
El egoísmo del Ser Vivo Inconsciente, se aprovecharía de los avances de la ciencia, para matar la célula madre que lo llevaría a su inevitable autodestrucción.
Con un arsenal de orgullo, cobardía y petulancia que apagaba la luz del futuro, el Homo Sapiens traicionaría a su progenitora, gracias al holocausto de la guerra mediática que se atosigaba de bombas, cohetes y proyectiles, para romperle el corazón a la Naturaleza del siglo XXI.
No obstante, la flora y la fauna de Gaia intentaban renacer de las cenizas, y lograr el arrepentimiento de su inhumano verdugo, regalándole un arcoíris de semillas verdes, de auroras boreales y de gemas afrodisíacas. Pero, solo encontró un mar de intolerancia que se vestía de absurdos credos, mestizajes e ideologías, para jamás recordar que todos fuimos hijos de una misma madre.
Cansado de no hallar una luz al final del túnel, el Homo Sapiens compraría la voluntad de los mejores doctores del planeta Tierra, buscando una segunda opinión médica que lo salvara del anunciado apocalipsis. Una vez más, la radiografía demostraba que la quema de combustibles fósiles como el petróleo, el gas y el carbón, estaban satisfaciendo la abismal demanda de productos y servicios de la comunidad global, a costa de complicar seriamente su propia recuperación.
Por eso, la única forma de reponer la salud era olvidándose de la bolsa de valores, de las ganancias cuatrimestrales, de los contratos multimillonarios, de las campañas de marketing, del bombardeo publicitario, de los ingresos netos del PIB, del canibalismo corporativo y del infierno capitalista.
Pero, la ambición del Homo Sapiens lo llevaría a buscar una nueva alternativa de supervivencia, en la que no tuviera que perder su incalculable tesoro económico, y así continuar con la sistemática destrucción de los recursos naturales de la Pachamama.
Tras pensarlo con detenimiento, se dio cuenta que la prematura colonización del planeta Marte, era la mejor opción para extrapolar su clásica miseria espiritual fuera de las fronteras del planeta Tierra.
Entre precisos mapas virtuales, realísticos ensayos gravitacionales, sofisticados sistemas de comunicación y asombrosas naves espaciales, todo estaba listo para que los afortunados guerreros iniciaran el inédito viaje sideral, que transformaría la virginidad del suelo marciano, en una rentable oferta de consumo masivo. Mientras el Dios dinero se dedicaba a conquistar religiosamente la enrojecida inmensidad del planeta Marte, con sus carritos de golf, con sus redes sociales y con sus selfies de 360 grados.
En la carcomida Tierra, seguíamos sufriendo de una terrible sobrepoblación, que generaba infecciones, plagas y pandemias a mansalva. Por un lado, las familias humildes de Uganda, Mozambique, Sierra Leona, Somalia, Etiopía y Ruanda, se enfermaban con la transmisión de la malaria, del ébola, del VIH, del VPH y del dengue.
Y en la otra esquina, las familias adineradas de EEUU, México, Australia, España, China, Brasil, Emiratos Árabes y Francia, se enfermaban con la aparición de la diabetes, de la obesidad, de la migraña y de la hipertensión. Aunque con la supra-inyección de capital monetario que se liberó para invadir al planeta Marte, se pudiera haber devuelto la sonrisa a los niños africanos y frenar el vicio consumista del resto de la población mundial, vemos que al astuto Tío Sam le convenía que los enemigos foráneos vivieran en la extrema pobreza y los aliados comerciales naufragaran en la extrema infelicidad. Nunca da su brazo a torcer y jamás piensa por un instante en la desdicha que padecen los más inocentes.
El Homo Sapiens se convirtió en una máquina robótica que no se cansaba de lavar los dólares que pedían los inversionistas extranjeros, de comprar la licencia ambiental que emitían los corruptos entes ministeriales, y de perforar el matorral de oleoductos que escondía el placebo de la burocracia. No habían llamadas de emergencia, voces de auxilio o rodillas de ruego, que permitieran despertar la compasión en el Ser Vivo Inconsciente, y rescatar los valores altruistas, filantrópicos y humanitarios que se perdieron en un pedestal de arrogancia, de soberbia y de vileza. Con el paso de los años, el sueño de poblar los inhóspitos rincones de Marte sería una auténtica realidad, para el beneplácito de las iluminadas élites que apostaron el destino holístico de la Pachamama.
De allí, que las lágrimas del planeta Tierra evolucionaron con lentitud en una cosa estorbosa, en una película retrógrada y en una huella de barro que se fosilizaba en alto contraste.
Tras declararse el amo y señor del planeta Marte, lo primero que hicieron los Seres Vivos Inconscientes, fue extraer las grandes reservas de agua congelada en sus polos, y la contaminaron con plaguicidas, herbicidas y fungicidas.
Luego, recorrieron los enormes campos de dunas marcianas y aprovecharon los surcos causados por el deslizamiento de hielo seco, para romperlos con la perforación extractiva no convencional y obtener el dióxido de carbono congelado. Después, se beneficiaron de la excesiva radiación ionizante para crear una hormesis, que alteró los niveles de temperatura en la superficie marciana, afectando las manchas blancas de los casquetes polares, la neblina amarilla de las tormentas de polvo y los flujos de lava del imponente Monte Olimpo.
Las manecillas del reloj marcaban el rumbo equivocado transitado por el Homo Sapiens, pues su gran lucidez mental le hizo pensar que ya no era necesario depender de la Tierra, por lo que aceleró el proceso de destrucción ambiental global, en aras de viajar con premura a Marte y establecer su nuevo dominio territorial en el atractivo planeta rocoso.
Con la caja de ahorros y la póliza de seguro firmada por adelantado, el Ser Vivo Inconsciente empezó a vender los costosísimos boletos para visitar la extravagante atmósfera de Marte.
Se decía que el inimaginable paquete turístico no se comparaba con ningún viaje hecho en el planeta Tierra, y que las aventuras, las experiencias y los placeres carnales del suelo marciano, demostraban que la insignificante Tierra estaba muy desfasada dentro del sistema solar.
Lamentablemente, esa injusta apatía en contra de la integridad física de la Pachamama, acarreó una mayor inestabilidad ecológica que trajo consigo una serie de desastres naturales, ejecutados por la mano todopoderosa de la Humanidad.
El Mundo se caía a pedazos entre fuertes terremotos, lluvias torrenciales, inundaciones, descargas eléctricas, tornados, huracanes, avalanchas, erupciones volcánicas, incendios forestales, tsunamis y olas de calor, que produjeron el trágico etnocidio y genocidio en las aldeas de los pueblos originarios.
Pero una fría tarde del mes de enero, un gigantesco asteroide impactó con furia en todo el centro del planeta Marte, destruyéndolo completamente y acabando con la naciente vida de su Humanidad. En un abrir y cerrar de ojos, los esfuerzos de colonizar por siempre el suelo marciano, quedaron ahogados en ficticias promesas que el viento de la Tierra, se encargó de renegar en su totalidad.
Así, el Diablo se topó nuevamente con la perversa crueldad ecológica, que había ocasionado por siglos en su único templo de existencia. Al Homo Sapiens se le vio perdido, agonizando y a punto de morir sobre una monumental piedra de Yonkers. Sus inagotables delirios que intoxicaron el alma del planeta Tierra, lo dejaron colgando en una etérea esperanza de aferrarse a la vida.
Convencido de su mala suerte, la Humanidad advirtió que la Naturaleza era la enemiga a vencer, por lo que destruyó la última ilusión ambiental que quedaba sorteada a su alrededor. Taló el último árbol en pie, contaminó el último río limpio, polucionó la última brisa de la colina, y contrabandeó el último colibrí del desierto.
El desolador panorama, vislumbraba una gran cantidad de botellas de plástico sulfatadas con el óxido de las baterías de litio, que hicieron combustión al mezclarse con un barril de glifosato, y causaron una explosiva onda radiactiva que se elevó hasta las centrales termonucleares del orbe. Tras aniquilar todos los recursos naturales de la Pachamama, el Homo Sapiens se dio cuenta que la extinción acabaría con su vida, pero NO con la vida del planeta Tierra.
Reconoció que no era el dueño de la Madre Tierra, y que sin su presencia, el Sol seguiría brillando, la Tierra seguiría girando y el Universo seguiría expandiéndose. Por desgracia, cuando finalmente comprendió la triste lección, ya no había descendencia con quien compartir la enseñanza.
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