Los “hombres de negro” de la troika están en trámites de divorcio. Tres años después de su creación, fuera de todo marco jurídico previsto por los tratados europeos, este órgano de tres cabezas, que supuestamente debe dirigir los programas de reforma de los países amenazados con la quiebra dentro de la eurozona, ha vivido fuertes tensiones. Hasta el punto de que en Bruselas ya se ha iniciado el debate sobre lo que sucederá después de la troika.
La impopular troika, creada con ocasión del “rescate” de Grecia en mayo de 2010, trabaja hoy con los Gobiernos de otros tres Estados miembros de la eurozona: Portugal, Irlanda y Chipre. Este órgano es quien establece la lista de los ahorros, las reformas estructurales y otras privatizaciones que un país debe comprometerse a realizar, si a cambio quiere obtener un megapréstamo para evitar la quiebra. Además, el FMI ofrece consejos a los europeos sobre la reforma del sector bancario español.
En tres años, esta estructura de funcionamiento opaco se ha convertido en el símbolo de una gestión autoritaria de la crisis, en la que una serie de capitales de la eurozona se encuentran entre la espada y la pared, obligadas a realizar unas reformas rechazadas por buena parte de los ciudadanos para no quebrar.
Según indica toda lógica, esta troika se disolverá cuando los planes de ayuda (los rescates o bail-out) lleguen a su fin. Por ejemplo, en 2016, en el caso de Chipre, si creemos los plazos oficiales. El problema es que en la práctica, la calma aún parece frágil (en Irlanda) o incluso directamente inexistente (en Grecia). Por lo tanto, podrían ser necesarios otros megapréstamos y el suplicio continuará. Este fin de semana, los europeos y el FMI deben discutir en Washington sobre un nuevo tramo de ayuda a Grecia.
Creciente malestar del FMISi Bruselas no se atreve a avanzar en este asunto es ante todo porque los Estados miembros, con Alemania a la cabeza, no tienen ganas de abrir la caja de Pandora. Porque sustituir a la troika sin duda equivaldría a otorgar más poderes a la Comisión Europea, para transformarla un poco más en un "fondo monetario europeo", una posibilidad que no cuenta obligatoriamente con más apoyo entre muchos ciudadanos del continente…
Sin embargo, la tensión aumenta por todos lados. La principal explicación es el creciente malestar del FMI, que intenta limitar los daños y no perder lo que le queda de legitimidad en la gestión de la crisis. En la primavera de 2010, fue sobre todo Berlín quien propuso que interviniera la institución de Washington, entonces dirigida por Dominique Strauss-Kahn. Es incluso una de las condiciones que planteó el Parlamento alemán, el Bundestag, para validar cada plan de ayuda presentado: que el FMI también se implicara.
El FMI no está de acuerdo con el modo en el que se está gestionando la crisis y ahora insiste en hacerlo saber Pero el FMI no está de acuerdo con el modo en el que se está gestionando la crisis y ahora insiste en hacerlo saber. Su informe publicado en junio tuvo el efecto de una bomba: en él la institución critica el plan de rescate negociado en 2012 para Grecia, explicando que en su opinión, habría sido mejor "aliviar" la política de austeridad, eliminando parte de las deudas públicas, una posibilidad excluida por entonces por París y Berlín.
Otra prueba de ello: el Wall Street Journal mencionó la semana pasada una serie de documentos internos del FMI que demuestran que en ese mes decisivo de mayo de 2010, más de 40 Estados miembros del Fondo, todos no europeos, se opusieron al plan de ayuda tal y como se había concebido para Atenas.
Cuando le preguntaron en junio sobre este asunto, Christine Lagarde intentó calmar los ánimos: “Los miembros de la troika han mantenido una relación muy sólida y productiva a lo largo de los tres últimos años”, afirmó y alabó el carácter “innovador” de la aventura. Pero con estas afirmaciones no engaña a nadie. La desastrosa gestión de la crisis chipriota a comienzos del año dejó huellas indelebles. El FMI optó por participar únicamente con hasta un 10% del volumen de la ayuda global desbloqueada para Chipre, en contraposición al tercio de los “rescates” anteriores. La retirada del FMI de la crisis de la eurozona es una realidad.
Una Comisión estoicaEn menor medida, el BCE también se ha distanciado de la gestión del día a día de la troika. Dentro del Consejo de gobernadores en Frankfurt, son cada vez más los que temen por la sacro-santa independencia de la institución. “El BCE no acepta la interferencia de los Gobiernos. Pero su independencia debería funcionar en ambos sentidos: esto también significa que el BCE se abstenga de intervenir en decisiones muy políticas, con consejos sobre los impuestos o los recortes en los gastos. Y sin embargo es lo que realiza dentro de la troika: por ello debe marcharse lo antes posible”, opina Paul De Grauwe, un economista belga, profesor en la London School of Economics.
Ante los eurodiputados que le preguntaban a finales de septiembre en Bruselas, el presidente del BCE Mario Draghi intentó minimizar un poco más la función del BCE dentro de la troika. No se trataría más que de un trabajo de simple consejero, “junto a la Comisión”, para ofrecer una “valoración técnica”. De ahí a decir que el BCE aconseja desde el exterior a la troika no hay más que un paso…
Mientras el FMI y el BCE intentan salvar la cara ante el anunciado fiasco, sólo queda la Comisión Europea, estoica ante la tormenta, para asumir el desastroso balance de tres años de troika. Ahora que se acercan las elecciones europeas, José Manuel Barroso, tan preocupado por el aumento de los “populismos” en el continente, ¿es consciente de la operación? Su colega Olli Rehn, no parece estar incómodo: en agosto el finlandés confirmó su intención de presentarse a las elecciones como posible jefe de fila europeo de los liberales.