Muere Óscar Hijuelos, una asignatura pendiente de las editoriales cubanas.
Hace unos meses, cuando hizo la que sería su segunda y última visita a Cuba, Óscar Hijuelos y yo al fin nos conocimos personalmente. Y aclaro personalmente porque, como es fácil imaginar, hacía muchos años conocía al escritor Óscar Hijuelos, desde que leí su celebrada y premiada novela Los reyes del mambo tocan canciones de amor (The Mambo Kings Play Songs of Love, 1989, Premio Pulitzer), conocimiento que profundicé con la lectura de la que algunos consideran su más importante obra, Las catorce hijas de Emilio Montez O’Brien, su novela de 1992. Lo que es menos fácil de imaginar es que Óscar también me conocía a mí, del mismo modo que yo lo conocía a él, como pude descubrir un día en que, gracias a una entrevista que le hiciera la revista Browse (agosto de 2011), preguntándole qué cinco libros de la narrativa cubana reciente recomendaría, abrió su lista con mi novela Máscaras (Havana Red en su versión inglesa), con elogios que recorrían mis obras anteriores y posteriores –y que no repetiré en esta ocasión, pero que le agradeceré infinitamente.
Sobre aquel vínculo puramente literario se fue creando una corriente de simpatía y un intercambio de mensajes que tuvo su mejor momento cuando Óscar me anunció que volvía a Cuba (su primera vez fue 2002) y que uno de sus objetivos era conocerme y hablar conmigo…
La noche de nuestro encuentro habanero fue plácida, fresca, bien comida y bebida. Atravesamos media Habana Vieja en busca del restaurant que alguien le había recomendado y, mientras hablábamos y cenábamos, Óscar me preguntaba por todo, con una curiosidad entre culpable e insaciable, pues sabía que debía conocer más de Cuba y necesitaba hacerlo: aunque había nacido en Nueva York, escribía en inglés y se movía en el mundo literario anglo, su origen más entrañable estaba en la isla de nacimiento y de las incurables nostalgias de sus padres.
La más curiosa de sus peticiones en busca de ciertas esencias cubanas evanescentes fue que me olvidase de que su dominio del español no era perfecto, pues quería que todo el tiempo yo le hablara en “habanero”, reclamo que apenas pude satisfacer porque temía que el intrincado vocabulario de los capitalinos de hoy fuese demasiado críptico para su oído. Al despedirnos, como es usual entre escritores, intercambiamos libros: él me regaló un ejemplar de la edición española de su más reciente novela, Bella María de mi alma, una secuela de su célebre Los reyes del mambo… y yo le entregué un ejemplar de El hombre que amaba a los perros… Y quedamos en que nos reencontraríamos en Nueva York cuando yo viajase a esa ciudad a presentar la edición norteamericana de mi novela.
Unas semanas después, Óscar me escribió. Había leído mi novela y me hacía dos peticiones. La primera, entrevistarme para la revista Boom, una de los más reconocidos magazines literarios de la costa este norteamericana… y una segunda que me llenó de orgullo: quería, si era posible, participar como presentador en algún acto de promoción del libro que le había provocado tantas inquietudes políticas y satisfacciones literarias –según sus palabras. Por supuesto, acepté ambas peticiones, realizamos la entrevista y, en cada correo cruzado, nos ratificábamos la intención de encontrarnos en Nueva York.
Luego, un eficiente y laborioso editor cubano, Jorge Luis Rodríguez, enterado de mi relación con Hijuelos, me pidió que le sirviera de puente para concretar un acto de justicia poética: publicar en Cuba alguna de las novelas de Óscar, pues su obra resulta prácticamente desconocido para los lectores de la isla. Desde ese momento me vi envuelto en unas arduas negociaciones pues la única condición que ponía Jorge Luis para editar algún libro suyo en Cuba era que… no le cobraran por los derechos. Porque nuestro infatigable editor podía conseguir que se admitiese la circulación en Cuba de las novelas de Hijuelos, podía conseguir hasta papel para hacerlo, pero sus presupuestos no le alcanzaban para el pago de derechos (que Óscar estaba dispuesto a ceder si su agente se lo permitía) ni para la traducción ya hecha, por lo cual se proponía retraducirlos en Cuba y… posiblemente mejorarlos en su expresión castellana con los cubanismos y giros más adecuados al espíritu de sus personajes y escenarios de la isla.
Por eso, el 15 de octubre pasado, cuando varios amigos que conocían de mi relación con Óscar Hijuelos se adelantaron a mi lectura de las agencias de prensa para comunicarme de la absurda muerte de este escritor, a los 62 años, en una cancha de tenis, sentí que había perdido a un colega que, aun en estos tiempos de cólera y tantas mezquindades entre los escritores, parecía que podía llegar a ser un buen amigo.
Difundir la literatura de Óscar Hijuelos en Cuba es una de las más exultantes asignaturas pendientes del raquítico panorama editorial cubano. Nacido en Nueva York (1951) de padres cubanos provenientes del oriente de la isla, Óscar Hijuelos estableció una peculiar relación con la cultura cubana. Aunque se le suele identificar con el sello de escritor “cubano-americano”, en realidad su caso es mucho más el de un autor norteamericano que, como tal, escribió toda su obra en inglés, desde la cultura anglo, aunque acudió con obsesiva frecuencia a personajes, historias, paisajes cubanos como componentes esenciales de sus obras.
Si bien su relación con la Cuba real y presente fue cautelosa, su cercanía y curiosidad por la literatura de la isla lo mantuvieron al tanto de lo que ocurría en la patria de sus padres que tantos mitos había alimentado en su memoria. Poco dado a hacer juicios políticos, tomó relativa distancia del diferendo cubano-norteamericano y se centró en lo esencial artístico y humano de una profunda relación cultural que era parte de su propia vida y experiencia intelectual. Por ello escribió de músicos, cantantes, emigrantes cubanos asentados en el país del norte y, construyó una imagen romántica de Cuba que cargaba las inexactitudes de la nostalgia y la distancia, pero la cercanía del amor y la pertenencia que le inculcaron sus padres. Es decir, escribió desde su propia circunstancia y formación cultural de hombre con un origen indeleble nacido, crecido y formado académicamente en otro ambiente cultural. De esa relación conflictiva surgió el mundo peculiar a Óscar Hijuelos, el carácter mismo de su obra, en el que los elementos de sus dos culturas, la ancestral y la vivida, le confirieron una personalidad artística y cultural tensa, irresuelta, en formación y expansión.
Y fue con esa literatura de la espiritualidad del emigrante, del implantado, del buscador de futuro que no puede deshacerse de sus nostalgias y evocaciones, que Óscar Hijuelos lo ganó todo como escritor. Fue, como se ha dicho tantas veces en estos días, el primer hispano en ganar el Premio Pulitzer de novela, gracias a sus Mambo Kings… Obtuvo, además, galardones como The Latino Book Award, The International Latino Award y The National Hispanic Heritage Award (el mismo año en que lo obtuvo Anthony Quinn)… porque siendo mucho más norteamericano que cubano, su condición de hispano era legalmente indeleble por su calidad de miembro de una primera generación de norteamericanos de origen hispano. Y desde esa peculiaridad nos dejó unas historias llenas de música, color, nostalgia, amor desaforado y desamor lacrimoso, que en un sentido estricto pertenecen a la concepción del mundo de un norteamericano, pero en el más profundo sentido cultural forman parte de ese híbrido dramático que vive en el alma de un hombre de dos culturas… Por eso confío en que, al llegar al más allá (anticipada, absurdamente), Óscar haya sido recibido por los hermanos Castillo, y que con sus maracas y su trompeta, vestidos de lino blanco, los míticos reyes del mambo le hayan interpretado su más célebre y sentida canción de amor: “Bella María de mi alma”.