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La producción de alimentos, cuyo déficit ha debido cubrirse con importaciones durante muchos años, constituye sin dudas uno de los temas más debatidos por la población en Cuba, y resulta al mismo tiempo uno de los problemas de más compleja solución.
Los hechos muestran que a pesar de los esfuerzos realizados por el país, se ha incrementado la dependencia externa en el consumo de alimentos. Es así que en 1950 el 47% de las calorías y el 53% de las proteínas se importaban, mientras que en 2007 estas cifras llegaban al 50 y el 82%, respectivamente.
En tal sentido, se ha afirmado que la potencialidad real de sustituir esas importaciones alcanza aproximadamente el 53% de los 1.500 millones de dólares en alimentos que Cuba adquiere en el exterior todos los años, pero para ello resulta indispensable que la producción agrícola se incremente sustancialmente.
El análisis económico integral de la agricultura cubana es tarea que rebasaría los objetivos de este trabajo (1), pero para la comprensión esencial de los problemas que la afectan al menos deben tomarse en cuenta la dotación de recursos naturales, los factores que permiten modificar de manera favorable sus limitaciones, y el modelo de gestión que se aplique para su desarrollo.
En relación con la dotación de recursos naturales, generalmente es poco conocido que en Cuba solo el 7% de las tierras se consideran muy productivas y el 26 % medianamente productivas; se reconocen como pobres el 45% y muy pobres el 22%, condiciones que se han agravado a partir de prácticas agroecológicas incorrectas. Esta estructura incide significativamente en la necesidad de añadir nutrientes a una porción mayoritaria de la tierra agrícola.
En segundo lugar, Cuba es una isla larga y estrecha con pocos recursos hídricos, sometida por su ubicación tropical a sequías y huracanes, entre los fenómenos que pueden en un instante dar al traste con un esfuerzo de años. Fue así como sucedió en el pasado 2012, cuando el huracán Sandy causó pérdidas por más de 2.000 millones de dólares en la agricultura de las provincias orientales, entre un conjunto de afectaciones que llegaron a casi 7.000 millones.
En tercer lugar, el proceso de producción en el agro es usualmente prolongado y discontinuo en el tiempo, y la fuerza de trabajo opera en espacios abiertos de forma dispersa, lo cual determina que la productividad del trabajo tenga un gran componente subjetivo.
Por último, vale la pena destacar el despoblamiento que se viene operando en las zonas rurales del país, provocando que actualmente solo el 24% de la población cubana viva en el campo, desde el 49% en 1953 y el 40% en 1970, todo lo cual ha incidido en que haya crecido la magnitud de las tierras ociosas por falta de fuerza de trabajo para laborar en ellas.
La existencia de estos factores desfavorables no significa que sus efectos no puedan revertirse o al menos atenuarse, si se dispone de los medios necesarios.
Con ese objetivo, el Estado destinó cuantiosos recursos en los primeros treinta años de Revolución, cuando se invirtieron en la agricultura –tanto para el consumo como para la exportación– 528,4 millones de pesos promedio anual, lo cual permitió contar con 2,1 tractores por cada 100 hectáreas, tener bajo riego el 22% de la tierra cultivada y aplicar 151 kilogramos de fertilizantes por hectárea.
No obstante, si bien la aplicación de nuevas tecnologías y crecientes recursos produjo incrementos en los volúmenes y los rendimientos de producciones como la caña, la papa, el arroz, los huevos y la leche, al tiempo que la productividad por trabajador aumentó 66%, esas mejoras no guardaron la debida relación con el volumen de recursos empleados.
Con posterioridad, en el período especial, la producción bruta del sector agropecuario sufrió un impacto mayor que la economía en su conjunto, al caer 47,4% frente a un descenso del 34,8% en el PIB entre 1989 y 1993.
La recuperación en los últimos años también ha sido lenta, ya que las inversiones promediaron 318,4 millones de pesos anuales, 40% por debajo del promedio hasta 1989, e igualmente descendieron fuertemente los aseguramientos, haciendo que la producción agropecuaria bruta en 2010 resultara todavía un 40% por debajo de la de 1989.
Quedaría entonces por analizar en qué medida la capacidad de gestión de la producción agropecuaria puede contribuir a potenciar las oportunidades para suplir la carencia de recursos, y cuáles son sus potencialidades actuales. (Continuará)
*El doctor José Luis Rodríguez es asesor del Centro de Investigaciones de la Economía Mundial, con sede en La Habana.
(1) En tal sentido se recomiendan al lector los trabajos de especialistas como Anicia García, Armando Nova, Pablo Fernández y Ángel Bu.
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