Por JORGE GÓMEZ DE MELLO
A partir de 1978, con el otorgamiento del Premio Internacional de Dibujo
Joan Miró, Tomás Sánchez alcanza una notoriedad sin precedentes entre otros
artistas de su generación, y en pocos años se convierte en uno de los pintores
cubanos mejor situados en el mercado del arte.
Nos conocimos hace cuatro décadas y hemos mantenido una relación en la
distancia, marcada por amigos comunes y encuentros ocasionales en sus viajes a
Cuba. Con una sonrisa amplia y un abrazo me recibe en el taller de La Habana
Vieja donde está terminando unas piezas de cerámica. Habíamos acordado
encontrarnos para esta entrevista, pero antes de encender la grabadora,
inevitablemente, fluyeron los recuerdos de nuestra juventud en La Habana
difícil de los años ´70.
Los fines de semana iba a las afueras de la ciudad,
a veces al Parque Lenin, a hacer acuarelas. Era un paisajista de fines de
semana. En el Lenin pintaba, y después practicaba meditación en los alrededores
de la represa. Poco a poco en mi figuración expresionista, en una atmósfera
como de paisaje suburbano o rural, las figuras se empequeñecieron, hasta que
emergió de nuevo el paisaje.
Tomás sigue siendo una persona de apariencia sosegada, amable, que
escucha con extrema atención a su interlocutor. Se ha escrito bastante en
relación con sus premios, sobre el conflicto que lo separó de su cátedra en la
Escuela Nacional de Arte (ENA), acerca de su exitosa carrera. Sin embargo, me
confiesa que en las entrevistas realizadas en Cuba, sobre todo en años
anteriores, ha tenido pocas oportunidades de desarrollar temas esenciales para
él, vinculados con su espiritualidad, con la importancia en su vida y en su
obra de las filosofías orientales, la práctica del hatha yoga y la meditación.
Entras a la Escuela Nacional de Arte de La Habana
(ENA) en 1966, te gradúas en 1971 y permaneces como profesor de grabado hasta
1976. ¿Cuánto aportó esto a tu formación?
-Venía de San Alejandro, y la ENA fue un descubrimiento. Los sistemas de
estudio eran mucho más rigurosos, y también más abiertos; se estimulaba la
creatividad. Encontré afinidad con muchas personas, y permanecer en una escuela
donde se estudiaban cinco manifestaciones del arte era una nutrición de
cultura. La posibilidad de compartir con estudiantes de otras disciplinas es
uno de mis mejores recuerdos de la ENA de aquellos tiempos, y fue vital en mi
formación. Por encima de cualquier mal momento, agradezco haber estudiado allí.
Visión de orilla,
2009, acrílico-lienzo.
En 1974 o 1975 me invitaste a la inauguración de un
Salón de Profesores en la galería de la ENA, hoy Instituto Superior de Arte,
que exhibía una o dos piezas tuyas. Tu obra, marcada formalmente por el
expresionismo, y con temas de contenido popular cubano tratados con cierto tono
satírico, me causó una fuerte impresión. ¿Te alejaste definitivamente de esa
manera de hacer y de esos temas? ¿Ya hacías paisajes?
-En aquella época me había vuelto expresionista. En San Alejandro
pintaba paisajes -desde niño lo hacía-, pero a la altura de los ´70 lo
consideraba anticuado; pensaba que nada, o muy poco, podía ya decir a la
sensibilidad contemporánea. Además, tuve la influencia de Antonia Eiriz y del
expresionismo conocido por los libros, y encontré una manera de hacer aflorar
vivencias de mi infancia, de mi pueblo, de mi descubrimiento de La Habana, de
esa efervescencia de las personas en la calle, en las situaciones a veces
absurdas de un surrealismo cubano omnipresente.
Pero todos los fines de semana iba a las afueras de
la ciudad, a veces al Parque Lenin, a hacer acuarelas. Era un paisajista de
fines de semana. En el Lenin pintaba, y después practicaba meditación en los
alrededores de la represa. Poco a poco en mi figuración expresionista, en una
atmósfera como de paisaje suburbano o rural, las figuras se empequeñecieron,
hasta que emergió de nuevo el paisaje. En un cuadro representativo de esta
etapa, Excursión al natural, se observan unos botes y algunos
personajes tratados de manera expresionista, situados en un paisaje; esta obra
ya apunta a una mayor relación con la naturaleza.
¿Cuánto influyó en el desarrollo de tu obra el
meteórico éxito obtenido a partir de convertirte en el primer (y único) cubano
en ganar el máximo galardón del Premio Internacional de Dibujo Joan Miró, en
1980?
-Sin dudas fue algo importante. Yo había pasado un período difícil. En
1976 había salido de la ENA en circunstancias que no fueron agradables, y
estuve trabajando en teatro, como diseñador en el taller de muñecos del
Ministerio de Cultura. Me sentía muy bien en ese trabajo, y me pasaba
prácticamente 18 horas en el taller. De allí me iba a pintar a casa de Rogelio
López Marín, Gory, y Thelvia Marín ya pintaba paisajes. Los fines de semana me
iba a la colina de los muñecos en el Parque Lenin a actuar con marionetas y
muñecos. O sea, no sólo diseñaba muñecos sino que me metí mucho en su
manipulación y en la actuación.
Y entonces recibo el premio Joan Miró, que debo en gran medida a la
insistencia de Margarita Ruiz, secretaria del director de artes plásticas de
entonces. Yo no estaba muy convencido porque no solía hacer el dibujo por el
dibujo. Trabajaba directamente el color, planteaba el cuadro a partir de
improvisar con el color mismo. Margarita, viendo los trabajos míos, consideró
que era un buen candidato para participar en el premio Joan Miró.
Comencé a dibujar e hice varias piezas. Escogí el noveno dibujo y
recuerdo que cuando Gory lo vio dijo: “¡Hiciste el premio Miró de este año!”.
Ese hecho coincidió con la creación del Fondo Cubano de Bienes Culturales y el
surgimiento de la red de galerías que promovían a los artistas y
comercializaban arte. Entonces empezó a despegar mi trabajo en el mercado del
arte. Luego comencé a hacer exposiciones en otros países y fue tan rápido que
yo mismo ni me di cuenta de cómo se movió todo eso.
Mi paisaje parte de una experiencia interior. Yo no
pinto paisajes y basureros, sino estados de mi mente, y de la mente humana: el
paisaje en armonía con uno mismo, con los demás y con la naturaleza.
La contemplación de tus paisajes excede la relación
a veces pasiva y meramente esteticista que suele establecerse entre el sujeto
(el público) y una obra de ese género. ¿A qué se lo atribuyes?
-La práctica de la meditación conduce a la expansión de conciencia, y
uno empieza a darse cuenta de que el universo es un todo, que el yo se
manifiesta a través de todo: una sola energía, un solo poder se revela en todo;
la persona se siente parte de ese poder, que reside en ella misma. En una
expansión de conciencia se perciben las cosas dentro de uno, incluso uno mismo
está dentro de uno, porque en ese momento se pertenece a una esfera de
conciencia creciente, que trasciende los límites del cuerpo. Esa experiencia me
llevó a profesar una especie de devoción por la naturaleza, una necesidad de
expresar la relación del ser humano con ella; creo que sólo en comunión con la
naturaleza alcanzamos la plenitud y logramos contacto con lo que somos.
Mi paisaje parte de una experiencia interior. Yo no
pinto paisajes y basureros, sino estados de mi mente, y de la mente humana: el
paisaje en armonía con uno mismo, con los demás y con la naturaleza. Los
basureros son la imagen de la mente incompleta, que se vuelve consumista porque
piensa que adquiriendo objetos estará completa, y nunca lo logra. El paisaje
resulta la manifestación de una mente en armonía; el basurero es la desarmonía
provocada por la obsesión del consumo como vía de realización. Ese estado en
que vive la mayor parte de la humanidad obliga a una carrera por tener, pero
mientras más se posee, más se desecha, y se llega al desequilibrio en que
subsistimos hoy. Mi cuadro El hombre crucificado en el
basurero representa al ser humano en una cruz, en medio de la
basura, sin poder resolver el problema que él mismo ha creado.
La mente en armonía genera armonía, e incluso hay algo que puede parecer
atrevido, pero lo afirman los maestros de yoga: la transformación del mundo hay
que producirla, primero, en el interior del individuo. Quien comprenda lo que
realmente es, lo transmitirá; otras personas aspirarán a descubrir lo mismo, y
sólo así nos acercaremos a la posibilidad de transformar el mundo. Al ser
humano no puede imponérsele nada, hay que convencerlo, y se le convence
mediante su propia experiencia.
Hombre Crucificado
en el basurero, 1992. Acrílico-lienzo.
Tus pinturas evidencian una carga de
espiritualidad, de religiosidad, así como de amor y preocupación por la
naturaleza…
-Comencé a practicar meditación en 1970, y hacía hatha yoga desde 1964.
Lo primero que experimenté fue la mejoría de mi salud. A partir de ello se
consolidó mi fe en el hatha yoga, seguí practicándolo y un día, en medio de un
ejercicio de respiración, tuve una experiencia de expansión de conciencia; no
sabía qué era, pero me sentía muy bien y me estimuló a buscar más. Ese año
incorporé la meditación a mi vida. En 1989 conocí en México la línea que ahora
practico, y en 1993 a mi maestra espiritual, a mi gurú. Ahora en Costa Rica
tengo un grupo de meditación en mi casa, y nos reunimos los miércoles y un
sábado al mes. La meditación nos pone en contacto con una zona interna en la
que surge la experiencia de la unidad, de la creatividad.
¿Cómo te enfrentas al lienzo en blanco? ¿Con una
idea preconcebida, un boceto, o simplemente asumes ese espacio vacío como un
reto?
-Por una parte, todo es uno, todo es conciencia -me refiero al blanco, a
la quietud total, a la tranquilidad de la mente-, y por otra, la multiplicidad
es necesaria. A través de la contraposición de la multiplicidad y la quietud
total, lo uno y lo múltiple se complementan. No le temo al espacio en blanco.
Tengo más ideas de las que puedo materializar, y si no voy con nada
preconcebido, se desata la imaginación. Pero por lo general mis agendas están
llenas de bocetos, a veces realizados, otras no. Cuando tengo una expansión de
conciencia, al salir de ese estado de no pensamiento a la conciencia de
vigilia, brotan muchas ideas, lo mismo de algo que quiero construir en mi casa,
que de una escultura, una pintura… En cuanto se logra detener la mente, se
entra en contacto con ese espacio interior, quieto, y de la quietud total
germina el universo de la meditación. Salir de la meditación y descubrir el
universo es como un renovado proceso de creación.
Pensamiento como
nube, 2006. Acrílico-lienzo.
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