Por María Elena Balán Sainz
(AIN)Eliminar estilos de trabajo indeseables, como el formalismo, la burocracia, el hedonismo y el despilfarro resultan tan necesarios como el pan nuestro de cada día.
Son numerosas las personas enfrentadas a diario con esa barrera impuesta por algunos funcionarios. Estamos llamados a dar una batalla contra la falta de sistematicidad y de exigencia, el inmovilismo y los malos métodos.
Porque no es admisible un divorcio entre funcionarios públicos y personas necesitadas de llegar hasta ellos para gestionar, en ocasiones, cuestiones tan necesarias como garantizar el techo y las cuatro paredes donde habitan. O también un trabajo con el cual mantener a su familia.
Resultan numerosas las barreras y lo peor es cómo se manifiestan en ocasiones, el compadreo, el abuso de poder, la aceptación de regalos o favores para entonces “resolverle” el asunto al interesado.
A la espera del ómnibus escuché cuando alguien comentaba haberse levantado de madrugada para asistir a un trámite de su vivienda, con el fin de oficializar la propiedad. Tras llegar al lugar y esperar horas, la arquitecta de la comunidad encargada de iniciarle la gestión la trató de mal humor.
Llevaba varios meses a la espera de la visita de esa especialista para determinar características del inmueble, y cuando esta vez logró que fijara la fecha de la cita al sugerirle por favor cambiarla para otro día, pues tenía turno médico, la profesional estrujó el papel y agresivamente le espetó “Entonces vuelva a hacer la cola nuevamente para fijar la fecha”.
Por suerte, la atendieron en una oficina contigua y le pidieron disculpas por la actitud irreverente de esta funcionaria.
Sería interminable la relatoría de estilos de trabajo indeseables asumidos por funcionarios públicos. En ocasiones se escudan en la gastada frase de “está reunido”, repetida una y otra vez por la recepcionista o la secretaria.
Tal es el caso del sobrino de una colega, quien me contó que su familiar tras 14 años como creador vinculado a una institución estatal, a la cual suministraba sus producciones con calidad, se enfermó y estuvo sometido a intervención quirúrgica con una consiguiente y lenta recuperación.
Al tocar nuevamente a la puerta del jefe, nombrado recientemente, no logró traspasar el umbral. Siempre estaba reunido, no tenía tiempo para atender. Tras insistentes visitas logró “convoyarse” y pasar a la oficina con otra persona conocida del referido director.
Detrás de su silla ejecutiva miró al creador con “distancia y categoría”, como dicen popularmente, ni siquiera leyó su curriculum. Se dedicó a hablar entusiasmado con el otro individuo sobre nimiedades, y para quien por tantos años había estado vinculado a esa entidad solamente la frase dicha secamente: “Espere, ya le avisaremos”.
El afectado, un padre de familia, hubo de retirarse y seguir haciendo gestiones para romper la barrera impuesta por el nuevo jefe. Otros obstáculos enfrentaría y habría de salvarlos con sumo esfuerzo, presentando proyectos, avales, para qué contar. Tal vez –pensó con cierta amargura- que las puertas se le hubieran abierto rápidamente si hubiera sido portador de un buen regalo.
En estos tiempos se requiere afianzar el entendimiento, la unidad, el entusiasmo y las iniciativas positivas, en contra del resentimiento, la confusión y el desaliento surgidos en numerosos casos por nocivos estilos y métodos de trabajo y atención a quienes somos el pueblo.
Son numerosas las personas enfrentadas a diario con esa barrera impuesta por algunos funcionarios. Estamos llamados a dar una batalla contra la falta de sistematicidad y de exigencia, el inmovilismo y los malos métodos.
Porque no es admisible un divorcio entre funcionarios públicos y personas necesitadas de llegar hasta ellos para gestionar, en ocasiones, cuestiones tan necesarias como garantizar el techo y las cuatro paredes donde habitan. O también un trabajo con el cual mantener a su familia.
Resultan numerosas las barreras y lo peor es cómo se manifiestan en ocasiones, el compadreo, el abuso de poder, la aceptación de regalos o favores para entonces “resolverle” el asunto al interesado.
A la espera del ómnibus escuché cuando alguien comentaba haberse levantado de madrugada para asistir a un trámite de su vivienda, con el fin de oficializar la propiedad. Tras llegar al lugar y esperar horas, la arquitecta de la comunidad encargada de iniciarle la gestión la trató de mal humor.
Llevaba varios meses a la espera de la visita de esa especialista para determinar características del inmueble, y cuando esta vez logró que fijara la fecha de la cita al sugerirle por favor cambiarla para otro día, pues tenía turno médico, la profesional estrujó el papel y agresivamente le espetó “Entonces vuelva a hacer la cola nuevamente para fijar la fecha”.
Por suerte, la atendieron en una oficina contigua y le pidieron disculpas por la actitud irreverente de esta funcionaria.
Sería interminable la relatoría de estilos de trabajo indeseables asumidos por funcionarios públicos. En ocasiones se escudan en la gastada frase de “está reunido”, repetida una y otra vez por la recepcionista o la secretaria.
Tal es el caso del sobrino de una colega, quien me contó que su familiar tras 14 años como creador vinculado a una institución estatal, a la cual suministraba sus producciones con calidad, se enfermó y estuvo sometido a intervención quirúrgica con una consiguiente y lenta recuperación.
Al tocar nuevamente a la puerta del jefe, nombrado recientemente, no logró traspasar el umbral. Siempre estaba reunido, no tenía tiempo para atender. Tras insistentes visitas logró “convoyarse” y pasar a la oficina con otra persona conocida del referido director.
Detrás de su silla ejecutiva miró al creador con “distancia y categoría”, como dicen popularmente, ni siquiera leyó su curriculum. Se dedicó a hablar entusiasmado con el otro individuo sobre nimiedades, y para quien por tantos años había estado vinculado a esa entidad solamente la frase dicha secamente: “Espere, ya le avisaremos”.
El afectado, un padre de familia, hubo de retirarse y seguir haciendo gestiones para romper la barrera impuesta por el nuevo jefe. Otros obstáculos enfrentaría y habría de salvarlos con sumo esfuerzo, presentando proyectos, avales, para qué contar. Tal vez –pensó con cierta amargura- que las puertas se le hubieran abierto rápidamente si hubiera sido portador de un buen regalo.
En estos tiempos se requiere afianzar el entendimiento, la unidad, el entusiasmo y las iniciativas positivas, en contra del resentimiento, la confusión y el desaliento surgidos en numerosos casos por nocivos estilos y métodos de trabajo y atención a quienes somos el pueblo.
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