Por: Paul Krugman Premio Nobel Economía | 03 de junio de 2014
Matt O’Brien, un periodista de The Washington Post, escribió recientemente un interesante, aunque deprimente, artículo sobre el desempleo de larga duración en EE UU, defendiendo el argumento de que es básicamente una cuestión de mala suerte: si alguien resulta despedido en una crisis económica, tiene dificultades para encontrar un empleo; y cuanto más tiempo esté desempleado, más difícil se vuelve encontrar trabajo.
Obviamente, estoy de acuerdo con este análisis, y añadiría que los resultados de O’Brien rebaten de una forma más o menos concluyente la historia alternativa, que es la de que los desempleados de larga duración (la gente que lleva sin trabajo seis meses o más) son trabajadores que tienen un problema.
Pueden ver cómo podría funcionar esta historia. Supongan que los trabajadores tienen una cualidad -la tenacidad o algo por el estilo– que no aparece en los indicadores oficiales de aptitudes pero que los posibles empresarios pueden intuir. Los trabajadores que carezcan de esta inefable cualidad tenderían a perder sus empleos y tendrían dificultades para encontrar nuevos trabajos; la dificultad que experimentan los parados de larga duración en la búsqueda de empleo reflejaría su ineptitud personal.
Lean entre líneas muchos comentarios sobre los desempleados –especialmente de aquellos que están ansiosos por reducir los subsidios– y se darán cuenta de que algo así es la teoría subyacente implícita.
Pero la pega es esta: la relación entre la calidad del trabajador y el desempleo debería ser mucho más grande en una economía buena que en una economía mala. En 2000, cuando la mano de obra escaseaba, probablemente existía algún problema con muchas de las personas que fueron despedidas; en 2009, fue simplemente una cuestión de estar en el lugar equivocado. Por tanto, si el paro estuviese relacionado con las características personales, el hecho de estar parado debería haber importado menos a la hora de buscar empleo después de la Gran Recesión que antes. Pero por supuesto, lo que la gente está viviendo de hecho es lo contrario.
En otras palabras, no es nada personal; es la economía, estúpido. Y como señalaba O’Brien, esta es una razón más por la cual el hecho de no proporcionar más estímulos es un crimen contra los trabajadores estadounidenses.
Traducción de News Clips.
© 2014 The New York Times.
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