Por Manuel E. Yepe
Desde que el multimillonario Donald Trump anunció su candidatura por el partido Republicano a la presidencia de Estados Unidos, ha formado parte inseparable de su plataforma política y sus posibilidades electorales su discurso dedicado al rechazo a los inmigrantes ilegales y a la amenaza que éstos supuestamente representan para la economía y la estabilidad de su país.
“En las penitenciarías de Estados Unidos usted encontrará que los inmigrantes -legales o ilegales- son apenas una cuarta parte del número de los convictos que estadísticamente les correspondería de acuerdo a su proporción respecto a la población estadounidense. Eso significa que “los espaldas mojadas” tienen de cuatro a cinco veces menos posibilidades de cometer un delito que los hijos del señor Trump”.
El párrafo anterior forma parte de la carta abierta al muy probable candidato republicano a presidente de los Estados Unidos, Donald Trump, que le destinara el escritor y profesor uruguayo de literatura latinoamericana en la universidad norteamericana de Georgia, Jorge Majfud.
“Por siglos, mucho antes que sus abuelos llegaran de Alemania y tuviesen gran éxito en el negocio de los hoteles y los prostíbulos en Nueva York, y mucho antes que su madre llegara de Escocia, los mexicanos tenían aquí sus familias y ya habían dado nombre a todos los estados del Oeste, ríos, valles, montañas y ciudades. La arquitectura californiana y el cowboy texano, símbolo del auténtico norteamericano no son otra cosa que el resultado de la hibridez de la nueva cultura anglosajona con la largamente establecida cultura mexicana”.
“Cuando su madre llegó a este país en los años 30, medio millón de mexicoamericanos fueron expulsados de sus tierras. La mayoría de ellos eran ciudadanos estadounidenses pero habían tenido la mala suerte de que la frustración nacional por la Gran Depresión, que ellos no inventaron, los encontrase con talante de extranjeros. Esa gente había tenido cara de extranjeros y de violadores (como usted los califica) desde que Estados Unidos se apropió de la mitad del territorio mexicano a mediados del siglo XIX. Y como esa gente, que ya estaba ahí, no dejaba de hablar un idioma bárbaro (el español) y se negaban a cambiar el color de su piel, fueron perseguidos, expulsados o simplemente asesinados, acusados de ser bandidos, violadores y extranjeros invasores.
“El verdadero Zorro era moreno y no luchaba contra el despotismo mexicano (como lo puso Johnston McCulley para poder vender la historia a Hollywood) sino contra los anglosajones invasores que tomaron sus tierras. Era moreno y rebelde como Jesús, aunque en las sagradas pinturas usted vea siempre al Nazareno rubio, de ojos azules, y más bien sumiso. El poder hegemónico de la época que lo crucificó tenía obvias razones políticas para hacerlo. Y lo siguió crucificando cuando tres siglos más tarde los cristianos dejaron de ser inmigrantes ilegales perseguidos que se escondían en las catacumbas, y se convirtieron en perseguidores oficiales del poder de turno.”
Los inmigrantes europeos, como sus padres y su esposa actual, dice Majfud a Trump, no aparentaban ser extranjeros, pero si su madre hubiese llegado cuarenta años antes, tal vez hubiese sido confundida con irlandeses, que sí tenían cara de invasores.
La creatividad de los hombres y mujeres de negocios de EE.UU. es admirable -sigue diciendo Jorge Majfud-, pero se exagera su importancia y se olvida que no fueron empresarios quienes promovieron la democracia en Latinoamérica, todo lo contrario. Han sido varias las empresas estadounidenses que han promovido golpes de Estado y que apoyaron a una larga lista de dictaduras.
Fueron hombres de negocios quienes, como Henry Ford, hicieron interesantes aportes a la industria, pero no debe olvidarse que, como muchos otros empresarios de este país, Ford fue un antisemita declarado que colaboró con Hitler cuando se negaba refugio a los judíos perseguidos en Alemania, mientras consorcios como ALCOA y Texaco colaboraban con los regímenes fascistas.
Majfud recuerda a Trump que una parte de los conocimientos científicos básicos actuales, fueron fundados siglos atrás por esos “horribles y primitivos árabes” y que a ellos debemos los números que usamos, el álgebra, los algoritmos, y muchas otros ciencias y filosofías que hoy forman parte de la cultura de Occidente.
No fueron hombres de negocios los que lograron, con su acción de resistencia y lucha popular, el progreso de los derechos civiles que conoce hoy Estados Unidos. Fueron otros patriotas que, en su época, fueron demonizados como peligrosos, revoltosos y antiamericanos.
“Señor Trump, un país no es una empresa. Usted ha convertido la política estadounidense (en la que nunca han abundado los intelectuales) en una perfecta campaña de marketing comercial donde su eslogan principal contra inmigrantes no ha sido muy feliz”, concluye Majfud.
La Habana, Junio 28 de 2016
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