Maisí. Foto tomada del perfil de Facebook de Lisy Febles.
Fue el único estandarte que creyeron los haría visibles. La bandera que levantaron en señal de vida y, por qué no, de victoria. Porque cuando se pierde “el techo”, las ropas y los recuerdos —aquello que atesoramos hasta que el viento se empeña en volar muy fuerte—, quedar en pie es un triunfo.
Imaginaron que el hogar se tornaría en desierto. Pero el alma nunca. Allí, en la mochila que guardó algo de comer para el niño, los ahorritos, las pastillas por si el dolor de cabeza apretaba y los carné de identidad, estaba la bandera: previsora señal de que la Patria no se olvida.
En Maisí, una familia no se dejó vencer, ni dejó perder la bandera de la escuelita que quedaba enfrente de la casa, conjeturo yo. Porque la imagen aérea de este trozo de tierra tiene muchas historias que contar: los banquitos inertes, el sillón recuperado o los trozos de madera y zinc puestos en fila, listos para levantarse otra vez.
Gente linda “del pueblo que todavía huele a barro”, que logran sorprender y hacer el gesto, que es elogio oportuno a ese símbolo supremo que nos pertenece a todos y que no es de nadie.
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