Por: Betty Beatón Ruíz
Arturo pone especial cuidado en los helechos alrededor del monolito que guarda las cenizas de Fidel. Foto: Betty Beatón Ruíz/ Trabajadores.
Nadie supo qué pesaba más en aquella mujer, si sus 94 años de vida o el desgarramiento interior que le provocó un llanto en surtidor. Contó que venía desde lo más recóndito de Yateras, que bajó lomas, cruzó ríos, pasó lo inenarrable… pero estaba allí, y muy a pesar de sentimientos encontrados dijo a todos que era feliz.
Cumplió con él y con ella misma, se le acercó, le regaló una flor, le pidió protección y bendiciones, y le dejó un gracias infinito por la vida de antes y por la de ahora, aunque en otra dimensión.
La anciana es, entre los miles de personas que ha visto rendirle tributo a Fidel, de las que más ha conmovido a Carlos Rosabal, jefe de turno de los agentes de seguridad y protección del cementerio de Santa Ifigenia, uno de los tantos trabajadores del camposanto santiaguero que desde el 4 de diciembre del 2016laboran día a día vinculados al sitio de reposo eterno del líder de la Revolución cubana.
Otra que lo estremeció en lo profundo, al igual que a sus compañeras Sandra Figueredo y Yunelvis Jay, fue la señora que hincada de rodillas frente a la piedra funeraria no encontraba consuelo, y por unos minutos detuvo la fila de quienes esperaban por rendirle honores a su Comandante.
“Con total comprensión hubo que sujetarla por los brazos y alejarla de allí”, cuenta Yudis García Delis, administradora de Santa Ifigenia, quien ha sido testigo de muchas manifestaciones de respeto y amor hacia ese cubano universal “cuyas cenizas custodiamos con total responsabilidad y orgullo los trabajadores de este cementerio”.
Con manos obreras
Cada espacio del Sendero de la Patria, en el cementerio de Santiago de Cuba, se atiende con esmero. Foto: Betty Beatón Ruíz/ Trabajadores.
Invariablemente los amaneceres sorprenden a Mirtha Miranda Silegas en plena tarea. A las cinco de la madrugada, junto a Maricel Medina, su compañera de faenas, sus pasos van y vienen por el llamado Sendero de la Patria. Con balde, colcha, trapeador, escoba y paño, se encargan de mantener la pulcritud de cada milímetro de ese espacio físico que para ellas resulta sagrado.
“Antes del 4 de diciembre del 2016 nos ocupábamos de la limpieza del mausoleo a José Martí, eso ya era muy importante en nuestras vidas. Después de esa fecha nos escogieron también para atender la zona de la piedra que protege a nuestro Fidel, y se convirtió en lo máximo, lo más grande que nos pudiera pasar.
“¿Usted se imagina? Día por día nos acercamos a esa roca, pasamos el paño por el mármol donde se inscribe en bronce su nombre, ponemos a cada lado una rosa blanca y las cambiamos en el transcurso del día si se marchitan, estamos siempre atentas a cada detalle para que todo esté a la altura que él merece…
“Yo le digo que no hay palabras para explicar lo que se siente, sin duda vivo orgullosa de mi trabajo y se lo hago saber a todo el que tenga la oportunidad”.
Similares sentimientos marcan a los integrantes de la brigada de jardineros de esa área del cementerio patrimonial santiaguero en la cual se integran armónicamente los sitios de descanso póstumo de Mariana Grajales, Carlos Manuel de Céspedes, José Martí, los caídos en misiones internacionalistas, los mártires del 26 de julio de 1953 y, por supuesto, Fidel Castro Ruz.
La misión de cada jornada está bien clara para Eduardo Landa, Onelio Cid, Gabriel Pérez, Noel Navea, Arturo Cruz, Yordanis Cabrera, Ismael Palacio y Rafael Hechavarría, y la cumplen con el reconocimiento de todo el que acude al cementerio.
“Nos complace que las personas expresen su admiración por lo bonito de la jardinería —dice Eduardo—, nunca hemos recibido un señalamiento por algo mal hecho o descuidado, y quienes pasan un tiempo sin venir y luego regresan no dejan de hablar de cómo están de cuidadas las plantas, y ahí mismo uno se siente feliz de saber que el esfuerzo que hacemos se nota y se queda grabado en fotos y videos que recorren el mundo entero”.
Para estos obreros el tiempo de trabajo se inicia igualmente en las primeras horas de la madrugada y ya a las siete de la mañana todo reverdece: el césped San Agustín, las rosas de varios colores que circundan a la Madre de la Patria, el manto rojo de las jardineras frontales, los colgantes de lluvia de fuego o llanto de Cupido, las diez del día, las palmas y particularmente el jazmín de café y los helechos que crecen junto al monolito de Fidel, plantas que Arturo Cruz cuida con particular esmero.
“Vivo cerca de aquí, por eso muchas veces ya a las cuatro de la mañana estoy regando, detenido por espacio de una hora más o menos en los helechos que rodean la piedra del Comandante, ya se sabe que esas son plantas delicadas, y yo le pongo todo el empeño porque el sol y el calor de Santiago de Cuba no son fáciles.
“Mantenerlos así como están de lindos, de copiosos y bien verdecitos requiere de entrega, por eso, sin importarme la hora de irme a las seis de la tarde vuelvo a echarles agua. En el resto del día estoy muy pendiente de las jardineras, donde el pueblo le pone bastantes flores a Fidel, hay ocasiones en que he tenido que vaciarlas hasta dos veces porque se colman de ramos, o de soliflores de rosas, azucenas, calas, ave del paraíso y otras más.
“A un año de la partida física del Comandante soy testigo de que el sentimiento de las personas no se apaga, siguen viniendo, honrándolo, agradeciéndole… Estoy convencido de que así será por siempre y mientras así sea nosotros seguiremos aquí, cuidándolo y cuidando este sitio que le pertenece a todos”.
Mirtha se siente orgullosa de la misión que cumple desde el 4 de diciembre del 2016. Foto: Betty Beatón Ruíz/ Trabajadores.
Arturo pone especial cuidado en los helechos alrededor del monolito que guarda las cenizas de Fidel. Foto: Betty Beatón Ruíz/ Trabajadores.
Nadie supo qué pesaba más en aquella mujer, si sus 94 años de vida o el desgarramiento interior que le provocó un llanto en surtidor. Contó que venía desde lo más recóndito de Yateras, que bajó lomas, cruzó ríos, pasó lo inenarrable… pero estaba allí, y muy a pesar de sentimientos encontrados dijo a todos que era feliz.
Cumplió con él y con ella misma, se le acercó, le regaló una flor, le pidió protección y bendiciones, y le dejó un gracias infinito por la vida de antes y por la de ahora, aunque en otra dimensión.
La anciana es, entre los miles de personas que ha visto rendirle tributo a Fidel, de las que más ha conmovido a Carlos Rosabal, jefe de turno de los agentes de seguridad y protección del cementerio de Santa Ifigenia, uno de los tantos trabajadores del camposanto santiaguero que desde el 4 de diciembre del 2016laboran día a día vinculados al sitio de reposo eterno del líder de la Revolución cubana.
Otra que lo estremeció en lo profundo, al igual que a sus compañeras Sandra Figueredo y Yunelvis Jay, fue la señora que hincada de rodillas frente a la piedra funeraria no encontraba consuelo, y por unos minutos detuvo la fila de quienes esperaban por rendirle honores a su Comandante.
“Con total comprensión hubo que sujetarla por los brazos y alejarla de allí”, cuenta Yudis García Delis, administradora de Santa Ifigenia, quien ha sido testigo de muchas manifestaciones de respeto y amor hacia ese cubano universal “cuyas cenizas custodiamos con total responsabilidad y orgullo los trabajadores de este cementerio”.
Con manos obreras
Cada espacio del Sendero de la Patria, en el cementerio de Santiago de Cuba, se atiende con esmero. Foto: Betty Beatón Ruíz/ Trabajadores.
Invariablemente los amaneceres sorprenden a Mirtha Miranda Silegas en plena tarea. A las cinco de la madrugada, junto a Maricel Medina, su compañera de faenas, sus pasos van y vienen por el llamado Sendero de la Patria. Con balde, colcha, trapeador, escoba y paño, se encargan de mantener la pulcritud de cada milímetro de ese espacio físico que para ellas resulta sagrado.
“Antes del 4 de diciembre del 2016 nos ocupábamos de la limpieza del mausoleo a José Martí, eso ya era muy importante en nuestras vidas. Después de esa fecha nos escogieron también para atender la zona de la piedra que protege a nuestro Fidel, y se convirtió en lo máximo, lo más grande que nos pudiera pasar.
“¿Usted se imagina? Día por día nos acercamos a esa roca, pasamos el paño por el mármol donde se inscribe en bronce su nombre, ponemos a cada lado una rosa blanca y las cambiamos en el transcurso del día si se marchitan, estamos siempre atentas a cada detalle para que todo esté a la altura que él merece…
“Yo le digo que no hay palabras para explicar lo que se siente, sin duda vivo orgullosa de mi trabajo y se lo hago saber a todo el que tenga la oportunidad”.
Similares sentimientos marcan a los integrantes de la brigada de jardineros de esa área del cementerio patrimonial santiaguero en la cual se integran armónicamente los sitios de descanso póstumo de Mariana Grajales, Carlos Manuel de Céspedes, José Martí, los caídos en misiones internacionalistas, los mártires del 26 de julio de 1953 y, por supuesto, Fidel Castro Ruz.
La misión de cada jornada está bien clara para Eduardo Landa, Onelio Cid, Gabriel Pérez, Noel Navea, Arturo Cruz, Yordanis Cabrera, Ismael Palacio y Rafael Hechavarría, y la cumplen con el reconocimiento de todo el que acude al cementerio.
“Nos complace que las personas expresen su admiración por lo bonito de la jardinería —dice Eduardo—, nunca hemos recibido un señalamiento por algo mal hecho o descuidado, y quienes pasan un tiempo sin venir y luego regresan no dejan de hablar de cómo están de cuidadas las plantas, y ahí mismo uno se siente feliz de saber que el esfuerzo que hacemos se nota y se queda grabado en fotos y videos que recorren el mundo entero”.
Para estos obreros el tiempo de trabajo se inicia igualmente en las primeras horas de la madrugada y ya a las siete de la mañana todo reverdece: el césped San Agustín, las rosas de varios colores que circundan a la Madre de la Patria, el manto rojo de las jardineras frontales, los colgantes de lluvia de fuego o llanto de Cupido, las diez del día, las palmas y particularmente el jazmín de café y los helechos que crecen junto al monolito de Fidel, plantas que Arturo Cruz cuida con particular esmero.
“Vivo cerca de aquí, por eso muchas veces ya a las cuatro de la mañana estoy regando, detenido por espacio de una hora más o menos en los helechos que rodean la piedra del Comandante, ya se sabe que esas son plantas delicadas, y yo le pongo todo el empeño porque el sol y el calor de Santiago de Cuba no son fáciles.
“Mantenerlos así como están de lindos, de copiosos y bien verdecitos requiere de entrega, por eso, sin importarme la hora de irme a las seis de la tarde vuelvo a echarles agua. En el resto del día estoy muy pendiente de las jardineras, donde el pueblo le pone bastantes flores a Fidel, hay ocasiones en que he tenido que vaciarlas hasta dos veces porque se colman de ramos, o de soliflores de rosas, azucenas, calas, ave del paraíso y otras más.
“A un año de la partida física del Comandante soy testigo de que el sentimiento de las personas no se apaga, siguen viniendo, honrándolo, agradeciéndole… Estoy convencido de que así será por siempre y mientras así sea nosotros seguiremos aquí, cuidándolo y cuidando este sitio que le pertenece a todos”.
Mirtha se siente orgullosa de la misión que cumple desde el 4 de diciembre del 2016. Foto: Betty Beatón Ruíz/ Trabajadores.
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