Max J. Castro • 16 de enero, 2018
Recientemente The Washington Post calculó la cantidad de mentiras que el presidente Donald Trump ha dicho desde que asumió el cargo. Resultó ser una cantidad asombrosa. Es una cifra que empequeñece los records atléticos insuperables que fanáticos de los deportes estadounidenses han impreso en su mente desde que eran niños. La racha de 56 juegos bateando de hit de Joe Dimaggio. Los 100 puntos de Wilt Chamberlain en un solo juego de baloncesto. Promediar más de 400, o un promedio de cuatro hits por cada diez turnos al bate, algo que no se ha hecho desde la última vez que Ted Williams lo hizo en 1941.
Estas son algunas de las pocas proezas atléticas improbables que se han mantenido durante décadas. Sin embargo, palidecen en comparación con las mentiras de Trump. El Post, que junto con The New York Times ha realizado un excelente trabajo reportando acerca de esta administración y descubriendo sus mentiras y engaños, informó hace poco lo siguiente:
“A solo 10 días de terminar su primer año como presidente, Trump ha realizado 2 001 declaraciones falsas o engañosas en 355 días, según nuestra base de datos que analiza, categoriza y rastrea cada declaración sospechosa emitida por el presidente. Eso es un promedio de más de 5,6 aseveraciones por día”.
Los apologistas citarán estudios que muestran que todos mienten todos los días. Sí, pero las mentiras de Trump son diferentes: no son mentiras comunes acerca de cosas como por qué no entregaste tu tarea a tiempo o incluso si mantuviste relaciones sexuales con esa mujer. Quién sabe y a quién le importa cuántas mentiras privadas cuenta Trump. Las mentiras que valen y que Trump dice son acerca de importantes cuestiones nacionales e internacionales. Estas mentiras son públicas, políticas, partidistas y consecuentes. ¿Realmente ha incumplido Irán el acuerdo nuclear? ¿China es un importante manipulador de divisas? Este tipo de mentiras puede provocar guerras nucleares y/o comerciales.
Con Trump a la cabeza, ahora mismo en Estados Unidos, lo único más contagioso que la gripe de este invierno es la epidemia de mentiras que provienen de esta administración y sus aliados en el Congreso y en otras partes. Hay mentiras descaradas, el tipo de mentiras que puede contradecirse fácilmente con evidencia. Está la mentira por silencio, por omisión, por distorsión y por simulación.
La semana pasada, durante una reunión con un grupo bipartidista de miembros del Congreso para discutir el tema de la inmigración, Trump lanzó calumnias racistas contra naciones como Haití y El Salvador y los pueblos del gran continente de África. Después de que dos senadores, el republicano Lindsey Graham y el demócrata Richard Durbin, relataron que Trump había preguntado por qué estamos recibiendo inmigrantes de países de mierda como estos en lugar de países como Noruega, el presidente y sus apologistas habituales se pusieron a trabajar a toda velocidad.
Trump presentó sus obscenas e intolerantes palabras tan solo como “duras”. Dos senadores republicanos trataron de sembrar la duda acerca de lo que Graham y Durbin habían dicho, dando versiones vagas y cambiantes de una narrativa alternativa. El hecho de que los relatos de estos aliados de Trump fueron inestables y vagos —primero no podían recordar, luego pudieron hacerlo— mientras que Durbin y Graham fueron constantes y específicos, sugiere quién miente. Y el historial racista de décadas de Donald Trump hace que sea completamente creíble que haya dicho exactamente esas cosas.
El presidente de la Cámara Paul Ryan, que no estaba presente pero que ha visto lo suficiente de Trump como para saber que hizo los comentarios, no pudo decir otra cosa con cara inexpresiva. En cambio, Ryan eligió mentir a través de la simulación. Describió los comentarios aborrecibles de Trump como “desafortunados” e “inútiles”. ¿Desafortunados? ¿Inútiles? Ese es un intento obvio de quitarle el aguijón a un comentario brutal al hacerlo insípido. Eso es una verdadera descripción del valor. Eso es liderazgo.
Con un par de excepciones, los republicanos en el Congreso no se han desempeñado mejor al emitir declaraciones igualmente patéticas o permanecer callados. Mentir al minimizar, mentir por omisión, mentir por simulación. Distintas cepas de una epidemia de mentiras.
La epidemia de mentiras abarca mucho más que proporcionar encubrimiento a las declaraciones locas y obscenas de Trump. Cubre toda la gama. Mentiras acerca de quién se beneficia con la nueva ley tributaria. Mentiras acerca de los logros legislativos de la administración. Mentiras acerca del calentamiento global. Mentiras prácticamente acerca de todo.
Las mentiras, como los virus, pueden ser letales. Poco antes del arrebato de odio de Trump, el Grupo de Trabajo Medioambiental (EWG) informó que “en Texas, La nominada de Trump a ser el mandamás estadounidense del medio ambiente falseó datos para ocultar un riesgo de cáncer”.
Esto es algo serio. Un nuevo estudio de EWG descubrió que 170 millones de estadounidenses beben agua municipal contaminada por carcinógenos como el radio y otras sustancias químicas desagradables. La nominada en cuestión, “Kathleen Hartnett White, admitió en una investigación de 2011 realizada por la emisora KHOU-TV de Houston que si las pruebas en instalaciones encontraban niveles de radiación por encima del límite de la EPA, la Comisión de Calidad Ambiental de Texas restaría el margen de error de la prueba para que pareciera que el agua cumple con las normas federales. En algunos casos, esto significa que los tejanos, cuya agua del grifo plantea un riesgo de cáncer de por vida extraordinariamente elevado de 1en 400, no fueron informados acerca del peligro”.
Las personas que nos gobiernan hoy evidentemente han puesto de cabeza más de un mandato bíblico.
No darás falso testimonio.
No matarás.
Traducción de Germán Piniella para Progreso Semanal.
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