“Cuba se prepara para vivir sin Castro”, leemos como mensaje clonado en toda la prensa corporativa. Y es que el próximo 19 de abril, la recién electa Asamblea Nacional elegirá al nuevo presidente o presidenta del país, que –ciertamente- ya no se apellidará Castro.
Un apellido convertido en obsesión editorial y mediática. Recordemos cómo, en 1992, tras caer la Unión Soviética, se convertía en todo un best seller el libro “La hora final de Fidel Castro”, cuyas predicciones jamás se cumplieron.
Casi década y media después, en 2006, la enfermedad del líder cubano y su reemplazo por Raúl Castro volvió a disparar las ansiedades en medios y círculos de poder.
Pero la predicción del “fin de los Castro” quedó de nuevo incumplida. Contra todo pronóstico, durante doce años, Raúl Castro ha dirigido Cuba con un consenso popular favorable. Ha impulsado cambios necesarios, y ha creado las condiciones para que otra generación llegue al poder político. Con grandes desafíos pero en tranquilidad y sin traumas.
El reciente proceso electoral cubano comenzó en septiembre con las nominaciones directas de candidaturas, en asambleas barriales completamente abiertas. Sin intervención de organizaciones políticas, ni propaganda ni dinero de campañas.
Este sistema electoral, que no es perfecto ni inamovible, será modificado en la nueva Ley Electoral, que verá la luz, con toda probabilidad, en los próximos dos años.
Pero en Cuba la democracia no es solo votar. El debate, la propuesta de cambios, son un ejercicio constante en empresas y centros de estudio, en sindicatos, en organizaciones de estudiantes o de mujeres.
En ocasiones, como ocurrió en la discusión de los Lineamientos de la Política Económica y Social, se convierte en un ejercicio simultáneo y masivo de participación de toda la población del país.
Así es –aunque los medios no nos lo cuenten- cómo Cuba lleva ya varias décadas preparándose “para vivir sin Castro”.
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