Para que se consiguieran progresos, la diplomacia debería cambiar a foros más pequeños, con objetivos que se pudieran conseguir y centrados en la adaptación
El domingo, en Tailandia, los diplomáticos abrieron otra ronda de conversaciones formales de Naciones Unidas sobre el calentamiento global. Durante más de 20 años, la ONU ha estado trabajando en este problema, con pocos avances. Las expectativas nunca han sido más bajas. La conferencia de diciembre de 2009 en Copenhague, que se suponía que finalizaría con un nuevo tratado que sustituyera al protocolo de Kioto, que caducaba, terminó en punto muerto. Las conversaciones del año pasado en Cancún terminaron sin llegar a un acuerdo sobre la mayoría de los nuevos problemas importantes.
Algunos problemas de la diplomacia del calentamiento global son inevitables. Detener el cambio climático es uno de los retos más difíciles a los que ha hecho frente la comunidad internacional. La causa principal del cambio climático, las emisiones de dióxido de carbono, está intrínsecamente relacionada con la quema de combustibles fósiles, que mueve la economía mundial. Incluso en la mejor de las circunstancias, deshacernos del carbono costará décadas y billones de dólares. La crisis económica mundial lo hace todavía más difícil, pues pocas sociedades deciden gastar dinero en problemas distantes cuando se están enfrentando a retos más inmediatos, como el desempleo y la pobreza.
El fracaso en los avances, sin embargo, se debe principalmente a una mala estrategia. El foro de la Organización de Naciones Unidas es el lugar inadecuado para una diplomacia seria. Uno de los puntos fuertes clave del sistema de la ONU –que implica a todas las naciones del planeta– es una responsabilidad enorme por el calentamiento global. Al trabajar en grupos grandes, las conversaciones de la ONU son rehenes a menudo de los deseos de incluso pequeños participantes; como sucedió en Copenhague y en Cancún, cuando Sudán, Bolivia y algunas naciones más, cuyas emisiones contaminantes para el calentamiento son muy pequeñas. El sistema de la ONU se ha basado también en acuerdos legalmente vinculantes, que suenan bien en teoría pero han sido difíciles de adecuar y ajustar, dados los numerosos intereses diferentes que deben quedar reflejados en cualquier pacto internacional serio para controlar las emisiones.
Se avanzaría más si los progresos se hicieran en tres frentes. Primero, aunque las conversaciones de la ONU no se deberían abandonar, la mayor parte de la diplomacia se debería trasladar a foros más pequeños, que comprometan sólo a los países más grandes. De hecho, 10 países (considerando a la UE como uno) son responsables de casi cuatro quintas partes de las emisiones que provocan el calentamiento. Trabajar con esos 10 será ya bastante complicado. En ese grupo hay ocho grandes contaminadores que incluyen a algunos que desean dedicar recursos masivos al problema; entre ellos, China y EE. UU. Las naciones entusiastas han sido las que más han respaldado el enfoque de la ONU, porque tienen más capacidad de llegar a acuerdos estrictos y vinculantes. Pero lo que funciona para la UE fracasa para la mayoría del resto del mundo, más miedosos de aceptar compromisos vinculantes que quizá no podrían cumplir.
Segundo, las conversaciones deben centrarse en lo que realmente se puede conseguir. Durante casi una década, la mayor parte de la diplomacia del calentamiento se ha centrado en los esfuerzos necesarios para detener el calentamiento global en 2º C por encima de los niveles preindustriales. El calentamiento real ha sido de aproximadamente un grado hasta ahora. Con el tiempo, toda la inercia integrada en el sistema de clima y energía requerirá un programa más severo para regular las emisiones de hoy y es probable que vean el calentamiento acercándose al límite de 2 grados.
Uno de los cuatro resultados positivos de Copenhague fue la creación de un sistema para que los países se comprometan a lo que pueden hacer realmente para controlar las emisiones. Muchos países, incluyendo a los 10 mayores contaminadores, han adoptado los compromisos. Cada compromiso es diferente, en todo caso es complicado porque lo que un país puede hacer realmente depende de numerosos factores locales. Estos compromisos son el mejor punto de partida para generar acuerdos realistas y creíbles. Sin embargo, este enfoque "de lo menor a lo mayor" ha encontrado resistencias porque no se alinea con los objetivos abstractos (y no realistas) “de lo mayor a lo menor”, como detener el calentamiento en 2º C. Este planteamiento es confuso, pero la lección de casi todas las otras áreas de la diplomacia internacional es que funciona.
Tercero, las conversaciones deben dejar de centrarse exclusivamente en el control de las emisiones para aceptar la realidad de que gran parte del cambio climático es inevitable. Eso significa que hay que ayudar a los países a adaptarse a él. También significa, con el tiempo, planear el uso posible de tecnologías de geoingeniería –como disparar polvo a la atmósfera superior para rechazar un poco más la luz del sol entrante– que puedan contrarrestar los efectos del cambio climático y podrían ser necesarias si el calentamiento global empeorara rápidamente.
La buena noticia del problema del calentamiento global es que hay signos provisionales de progreso en estos tres frentes. La mala noticia es que un enfoque diplomático serio lleva dos décadas de retraso y es improbable, incluso en las mejores circunstancias, que detenga a tiempo el calentamiento global.
David G Victor es catedrático de la School of International Relations and Pacific Studies en la Universidad de California, San Diego y autor de Global Warming Gridlock: Creating More Effective Strategies for Protecting the Planet (Cambridge University Press).
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