Jorge Gómez Barata (especial para ARGENPRESS.info)
Quienes afirman que 30 años de alianza con la Unión Soviética no dejaron huellas en la sociedad cubana están en lo cierto respecto al arte y la literatura, la orientación general de las ciencias aplicadas, la culinaria, la lengua y otros asuntos más o menos periféricos, aunque se equivocan en cuestiones como las ciencias sociales, la cultura política, el pensamiento económico y jurídico, los conceptos acerca de la información, el status y el papel de la prensa, las ideas sobre el Estado, los sindicatos y la sociedad civil, ciertas nociones acerca del liderazgo institucional y personal y sobre todo en la estructura del sistema político en su conjunto.
No se trata de un tributo cubano a lo eslavo sino de la vigencia salvaguardada oficialmente de la “lectura soviética de la obra de Marx” adoptada 50 años atrás y que actualmente en los ambientes científicos y académicos internacionales, incluso en sectores de la propia Isla, se considera como un remedo de pobre reputación, amparado en el llamado marxismo-leninismo que constituye la filosofía oficial, la base de la cultura política de los cubanos, principalmente de la militancia revolucionaria; así como principio y fin del llamado “trabajo político ideológico”.
Por una suma de razones, principalmente políticas, aunque también ideológicas y culturales y en lo cual interviene el aislamiento derivado del bloqueo, apenas retocada y afianzada en el denominado materialismo dialectico e histórico, la interpretación soviética del marxismo sobrevive constituyendo la “concepción del mundo” o la cosmovisión valida en la Isla donde, por medio del sistema escolar y los mecanismos de circulación de las ideas, se difunde no como un saber entre otros posibles, sino como un credo frente al cual la opción es herejía.
Esos preceptos, plasmados en la Constitución, en los Estatutos del Partido, presentes en el discurso político y enseñados por el sistema escolar, incluyendo todas las carreras universitarias debido a que se le considera una especie de método general de las ciencias, en lugar de ser modificados por las reformas en marcha, se les refuerza.
Aunque por sus connotaciones ideológicas e incluso políticas y por ausencia de espacios de amplio acceso, en Cuba este tipo de asunto apenas se discute y por ello se carece de elementos y estadísticas derivadas de investigaciones que avalen conclusiones científicas en un sentido u otro. Conozco a personas que creen que la insistencia en la necesidad de despojarse del legado teórico soviético es ociosa, no aporta a los procesos en marcha y puede significar una distracción.
Por otra parte no faltan quienes, no sólo ahora sino hace mucho tiempo, estiman que credos y preceptos erróneos incorporados a la práctica social, a la institucionalidad, a la cultura política e incluso a la moral, actúan como un lastre que ralentiza los procesos en curso y pueden ser un ancla que los paraliza perjudicando la evolución cultural y social.
Entre los críticos a los enfoques teóricos soviéticos, desde fecha temprana estuvieron Fidel Castro y Che Guevara, quienes tildaron a los manuales de Marxismo-Leninismo de escolásticos y dogmaticos porque, además de pretender estar en posesión de verdades absolutas, en lugar de reflexiones equilibradas sobre problemas sociales económicos y políticos, instalaban en el pensamiento recetas basadas en criterios y experiencias no sólo no aplicables a Cuba, sino erróneas también para la Unión Soviética y el socialismo mundial.
No obstante la influencia de estos líderes no pudo impedir que aquellos conceptos se incorporaran a la cultura y a la práctica política cubana, arraigaran e incluso sobrevivieran 20 años a la desaparición de la Unión Soviética y estén vigentes todavía.
Ese legado unido a carencias materiales y déficit culturales pueden llegar a comprometer la formación y superación de las vanguardias científicas y académicas formadas por sociólogos, economistas, filósofos, pedagogos, politólogos, antropólogos y científicos sociales cuyo desempeño requiere de ambientes plurales, del acceso a resultados científicos avanzados, a la literatura, las técnicas y los procedimientos de punta para insertarse en el debate contemporáneo.
El asunto alude además a los conceptos metodológicos y los criterios teóricos generales que apoyan la formación de médicos, periodistas, abogados, ingenieros, físicos, matemáticos, biólogos y todos los profesionales cubanos.
A los enfoques estrechos y anticuados se suma el hecho de que en Cuba son escasas las publicaciones teóricas nacionales, apenas circulan revistas científicas extranjeras y las novedades editoriales de perfil teórico son francamente raras; a ello se une el pobre acceso a INTERNET.
Los problemas económicos individuales unidos a las limitaciones para viajar dificultan la participación en eventos en el extranjero. Las limitantes, presentes en la capital son más graves para los profesionales que residen en el interior del país donde raras veces se efectúan eventos o debates de la entidad necesaria.
No se trata de cuestiones retoricas o de teorizaciones distanciadas de la práctica social, sino de renovar las bases conceptuales que sustentan la práctica revolucionaria y los fundamentos de la labor política de los militantes revolucionarios que corren el riesgo de estancarse.
Desde el punto de vista cultural nada es peo que el aislamiento y s sumamente grave inculcar, instruir, enseñar y concientizar a las nuevas generaciones a partir de preceptos filosóficos, sociológicos, económicos, políticos y metodológicos atrasados o erróneos, cosa que puede comprometer no sólo el futuro de las ciencias sociales, sino del socialismo.
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