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La cosa es que la opción de la moneda parece absurda, pero claramente acata la letra de la ley. Que yo sepa, ninguna de las otras opciones -exceptuando la rendición en el acto- tiene la misma virtud. El impago sería un incumplimiento de contrato. Pagar con vales a los contratistas, y tal vez a los beneficiarios de la Seguridad Social, quebrantaría la ley, que estipula que se les debe pagar, no darles pagarés. La decisión de que el presidente pueda finalmente hacer caso omiso del techo de deuda evitaría estas infracciones legales a costa de otra ilegalidad.
Y la suspensión de pagos en cualquiera de estos sentidos entrañaría el peligro de un enorme desplome de la confianza. En qué quedamos entonces, ¿existe un plan o simplemente será otro caso de palabras duras seguidas por una retirada bochornosa?
Como he dicho antes, si no tuviéramos antecedentes en esto, podría confiar en que el Gobierno sabe lo que hace. Pero sí tenemos esos antecedentes, y hay que temer lo peor.
Cupones de obligación moral
¿No les gusta la opción de la moneda de platino? Aquí tienen una alternativa equivalente desde un punto de vista funcional: que el Tesoro venda pedazos de papel denominados “cupones de obligación moral” que declaren la intención del Gobierno de canjear esos cupones por su valor nominal en un año.
En los cupones se debería afirmar con claridad que el Gobierno no tiene - y repito, no tiene - ninguna obligación legal de pagar nada; y es que verán, no son deuda y, por tanto, no computan a efectos del techo de deuda. Pero eso no debería impedir que tengan un valor de mercado considerable. Piensen, por ejemplo, en el hecho de que el Gobierno no tiene ninguna responsabilidad legal de garantizar la deuda de las entidades hipotecarias Fannie Mae y Freddie Mac; sin embargo, la creencia general es que hay una garantía implícita (¡porque la hay!), y esto se refleja y mucho en el precio de esa deuda.
De modo que el Gobierno no debería tener dificultades para recaudar una gran cantidad de dinero vendiendo Cupones de Obligación Moral. Es cierto que si se venden en el mercado abierto, probablemente se venderían con un descuento importante respecto a su valor nominal, por lo que esto sería, a efectos prácticos, financiación con un alto tipo de interés. Pero es mejor que suspender pagos o ceder al chantaje.
Y a lo mejor los cupones no tienen que venderse en el mercado abierto; ¿por qué no hacer que la Reserva Federal los compre? Recuerden que la Reserva no siempre compra activos seguros; está comprando muchos valores respaldados por hipotecas (de Fannie y Freddie; ver arriba), y durante el peor momento de la crisis financiera compró muchos instrumentos negociables. Entonces, ¿por qué no comprar trozos de papel ligeramente especulativos vendidos por el Tesoro?
Insisto, aunque esto pudiera parecer arriesgado, es importante comprender que, a menos que el presidente haga algo así, se verá obligado a hacer algo ilegal: es decir, no gastar un dinero que, a instancias del Congreso, está obligado por ley a gastar. Las estrategias astutas son una alternativa muchísimo mejor, y si irritan al senador republicano Mitch McConnell, considerémoslo una bonificación adicional.
Y si hasta la venta de estos cupones plantea algún problema legal, sigue habiendo alternativas, como pagar a los proveedores con estos cupones y luego hacer que la Reserva los compre. La verdad es que la mecánica es lo de menos. Mientras estemos en una trampa de liquidez, imprimir dinero, imprimir títulos de deuda convencionales o imprimir dinero falso sin ningún respaldo legal pero que de todos modos permite al Gobierno pagar sus facturas, son alternativas muy parecidas.
© 2013 New York Times.
La cosa es que la opción de la moneda parece absurda, pero claramente acata la letra de la ley. Que yo sepa, ninguna de las otras opciones -exceptuando la rendición en el acto- tiene la misma virtud. El impago sería un incumplimiento de contrato. Pagar con vales a los contratistas, y tal vez a los beneficiarios de la Seguridad Social, quebrantaría la ley, que estipula que se les debe pagar, no darles pagarés. La decisión de que el presidente pueda finalmente hacer caso omiso del techo de deuda evitaría estas infracciones legales a costa de otra ilegalidad.
Y la suspensión de pagos en cualquiera de estos sentidos entrañaría el peligro de un enorme desplome de la confianza. En qué quedamos entonces, ¿existe un plan o simplemente será otro caso de palabras duras seguidas por una retirada bochornosa?
Como he dicho antes, si no tuviéramos antecedentes en esto, podría confiar en que el Gobierno sabe lo que hace. Pero sí tenemos esos antecedentes, y hay que temer lo peor.
Cupones de obligación moral
¿No les gusta la opción de la moneda de platino? Aquí tienen una alternativa equivalente desde un punto de vista funcional: que el Tesoro venda pedazos de papel denominados “cupones de obligación moral” que declaren la intención del Gobierno de canjear esos cupones por su valor nominal en un año.
En los cupones se debería afirmar con claridad que el Gobierno no tiene - y repito, no tiene - ninguna obligación legal de pagar nada; y es que verán, no son deuda y, por tanto, no computan a efectos del techo de deuda. Pero eso no debería impedir que tengan un valor de mercado considerable. Piensen, por ejemplo, en el hecho de que el Gobierno no tiene ninguna responsabilidad legal de garantizar la deuda de las entidades hipotecarias Fannie Mae y Freddie Mac; sin embargo, la creencia general es que hay una garantía implícita (¡porque la hay!), y esto se refleja y mucho en el precio de esa deuda.
De modo que el Gobierno no debería tener dificultades para recaudar una gran cantidad de dinero vendiendo Cupones de Obligación Moral. Es cierto que si se venden en el mercado abierto, probablemente se venderían con un descuento importante respecto a su valor nominal, por lo que esto sería, a efectos prácticos, financiación con un alto tipo de interés. Pero es mejor que suspender pagos o ceder al chantaje.
Y a lo mejor los cupones no tienen que venderse en el mercado abierto; ¿por qué no hacer que la Reserva Federal los compre? Recuerden que la Reserva no siempre compra activos seguros; está comprando muchos valores respaldados por hipotecas (de Fannie y Freddie; ver arriba), y durante el peor momento de la crisis financiera compró muchos instrumentos negociables. Entonces, ¿por qué no comprar trozos de papel ligeramente especulativos vendidos por el Tesoro?
Insisto, aunque esto pudiera parecer arriesgado, es importante comprender que, a menos que el presidente haga algo así, se verá obligado a hacer algo ilegal: es decir, no gastar un dinero que, a instancias del Congreso, está obligado por ley a gastar. Las estrategias astutas son una alternativa muchísimo mejor, y si irritan al senador republicano Mitch McConnell, considerémoslo una bonificación adicional.
Y si hasta la venta de estos cupones plantea algún problema legal, sigue habiendo alternativas, como pagar a los proveedores con estos cupones y luego hacer que la Reserva los compre. La verdad es que la mecánica es lo de menos. Mientras estemos en una trampa de liquidez, imprimir dinero, imprimir títulos de deuda convencionales o imprimir dinero falso sin ningún respaldo legal pero que de todos modos permite al Gobierno pagar sus facturas, son alternativas muy parecidas.
© 2013 New York Times.
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