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El planeta se está quedando sin agua dulce, y sin ella la vida es imposible. La urbanización de nuestros modos de vida es un factor fundamental de la actual demanda de agua. Un habitante urbano consume en promedio tres veces más agua que un habitante rural. Una persona alemana consume en promedio nueve veces más agua que una de la India.
El ser humano cabalga sobre un sistema capitalista cuya meta es acumular
beneficio económico, y avanza tan rápido que ha perdido visión
sistémica -somos interconexiones, somos un planeta-, sólo ve su realidad
y el corto plazo. De esta manera estamos destruyendo nuestras fuentes
de agua: la extraemos de ríos o acuíferos para la agricultura,
la industria, para beber… mucho más rápido de lo que la naturaleza la
puede reponer; la desviamos por tuberías hacia cultivos que la necesitan
pero también para cultivos poco apropiados al clima y al territorio,
para regar campos de golf o para los monocultivos de agrocombustibles
que están invadiendo el continente africano; el abastecimiento de agua
de las enormes zonas urbanas es muy exigente; comerciamos millones de
litros de “agua virtual”, incorporados en la enorme cantidad de
productos que recorre fronteras bajo los dictámenes de un modelo de
consumo y de alimentación desconectadas de los ritmos de la naturaleza;
la deforestación y degradación que hacemos de nuestros bosques acaba
reduciendo la cantidad de lluvia que recibimos; y desde luego el cambio
climático que el ser humano está provocando es responsable de una mayor
evaporación de las aguas superficiales y está derritiendo los glaciares.
Y así nos encontramos que la provisión de agua
dulce ya no alcanza a nivel mundial (en 2008, una de cada cinco
personas en el mundo ya no tienen acceso a agua potable segura) y se
prevé que para 2025, el promedio mundial de abastecimiento de agua
por habitante disminuirá en un tercio, significando que dos tercios de
los habitantes del planeta habrán de enfrentar escasez de agua.
El agua como mercancía es una locura
Frente a este grave problema las únicas respuestas que la mayoría de
gobiernos nos presentan son equivocadas o insuficientes. En pro a una
supuesta mejora de la eficiencia, una ola de privatización del agua
recorre todos los países, buscando convertirla en una mercancía
lucrativa y acabar con los sistemas públicos locales o comunitarios de
gestión y preservación del agua. En nuestro país, denunciamos que esto
ya está sucediendo en las zonas urbanas. Privatizar y mercantilizar el agua es dejar la vida de todo hombre, mujer o niño en manos de unas pocas corporaciones.
Efectos sobre la agricultura
En todo el mundo la agricultura
representa un 70% del agua que se extrae, pues lógicamente el agua es
fundamental para la producción mundial de alimentos. Un acceso fiable al
agua, tanto en los cultivos de secano (de la lluvia) como en los de
regadío (de ríos o acuíferos), permite la producción agrícola, ofrece un
suministro estable de alimentos y posibilita la vida en el medio rural.
Pero hoy ya numerosas cuencas fluviales están sobreexplotadas, están al
límite y en la medida en que el cambio climático haga aumentar la
frecuencia de la sequía y las inundaciones será más difícil para las y
los agricultores prever el suministro de agua, lo que se volverá un nuevo obstáculo para la alimentación.
En el Estado español, según los cálculos del Ministerio de Medio
Ambiente, para el año 2050 la temperatura subirá 2,5ºC, las
precipitaciones se reducirán un 10% y la humedad del suelo disminuirá en
un 30%.
¿Tenemos respuestas desde la Soberanía Alimentaria?
Frente a las multinacionales de la agricultura y la alimentación a y las políticas neoliberales que la secunda, nace la respuesta de la Soberanía Alimentaria,
que construye una alternativa sensata y necesaria: desde políticas que
sitúen al campesinado en el centro del sistema agroalimentario, se deben
impulsar y recuperar agriculturas, adaptadas a cada territorio,
pensadas en alimentar a la población local, a la vez que se convierten
en un medio de vida digno para las y los campesinos.
Por lo tanto, con esos mismos referentes en nuestro pensamiento, vemos que para construir la anhelada Soberanía Alimentaria
habrá que transitar y priorizar aquellas agriculturas adaptadas al agua
que el territorio les ofrece como garantía de sostenibilidad, y no al
revés; que usan con prudencia el agua, conscientes de su valor, y no la
derrochan ni contaminan; donde el agua se dedica a regar cosechas de
alimentos para la población y no materias primas para los agronegocios; y
usando técnicas y tecnologías adaptadas al territorio y controladas por
sus usuarios, sin exigir dependencias ni altos consumos energéticos.
Solo así, sabiendo que el agua es para producir comida, para beneficio
de las y los pequeños campesinos que dan vida y cohesión a los
territorios, y para agriculturas sostenibles, nos será fácil discriminar
lo que en ocasiones se convierte en un complicado debate.
El agua es vida
Porque en definitiva en todas partes donde hay vida hay agua, y la forma
en que gestionemos la actual crisis del agua, determinará las
perspectivas de futuro de la vida en el Planeta, o por lo menos, la del
ser humano.
Y todas y todos tenemos un papel central. Las y los productores han de alejarse de modelos de agricultura
industrial intensiva en el uso de agua, sobre todo cuando muchas de
ellas no se centran en la producción de alimentos para la población,
sino en suministrar ‘componentes’ a la cadena de especulación
alimentaria. Y las y los consumidores hemos de moderar nuestras dietas
dirigidas por la industria con exceso de productos importados, de fuera
de temporada, con exceso de carne, pues son muy exigentes en el uso del
agua.
Revista soberanía alimentaria, biodiversidad y culturas
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