PAUL KRUGMAN Premio Nobel de Economia
Es época de alegría, o en cualquier caso, de pasar un montón de tiempo en los centros comerciales. También es, tradicionalmente, un momento para reflexionar sobre la precaria situación de los que son menos afortunados que uno, como por ejemplo la persona que está al otro lado de la caja.
Estas últimas décadas han sido difíciles para muchos trabajadores estadounidenses, pero han sido especialmente duras para los empleados de los comercios minoristas, una categoría que incluye a los dependientes del supermercado y el McDonald’s de su localidad. A pesar de los prolongados efectos de la crisis financiera, Estados Unidos es un país mucho más rico que hace 40 años. Pero los sueldos ajustados a la inflación de trabajadores sin funciones de supervisión en el comercio minorista —que no estaban especialmente bien pagados para empezar— han descendido casi un 30% desde 1973.
¿Se puede hacer algo para ayudar a estos trabajadores, muchos de los cuales dependen de los cupones de alimentos —si es que tienen derecho a ellos— para alimentar a sus familias, y que dependen de Medicaid —una vez más, si es que les corresponde— para darles la atención médica básica? Sí. Podemos mantener y ampliar los cupones de alimentos, en vez de recortar el programa como quieren los republicanos. Podemos hacer que la reforma sanitaria funcione, a pesar de los esfuerzos de la derecha para debilitar el programa.
Y podemos elevar el salario mínimo.
En primer lugar, unos cuantos datos. Aunque el sueldo mínimo nacional se elevó hace unos años, sigue siendo muy bajo según criterios históricos, y siempre ha estado muy por detrás de la inflación y los niveles salariales medios. ¿A quién se le paga este salario mínimo? En general, al hombre o la mujer que está detrás de la caja: casi el 60% de los trabajadores estadounidenses con salarios mínimos se dedican a la venta de alimentos o a servicios relacionados con ellos. Esto, por cierto, significa que uno de los argumentos que a menudo se esgrimen frente a cualquier intento de elevar los sueldos —la amenaza de la competencia extranjera— pierde aquí toda su validez: los estadounidenses no van a coger el coche para irse a China a recoger sus hamburguesas con patatas.
Elevar el sueldo mínimo ayudaría a muchos estadounidenses, y es una posibilidad desde el punto de vista político
Con todo esto, aunque la competencia internacional no sea un problema, ¿podemos realmente ayudar a los trabajadores simplemente con una ley que establezca un sueldo más alto? ¿No viola eso la ley de la oferta y la demanda? ¿No nos aniquilarán los dioses del mercado con su mano invisible? La respuesta es que tenemos muchas pruebas de lo que pasa cuando se eleva el salario mínimo. Y las pruebas son abrumadoramente positivas: elevar el salario mínimo tiene poco o ningún efecto adverso en el empleo, al tiempo que aumenta significativamente los ingresos de los trabajadores.
Es importante entender lo buenas que son estas pruebas. Normalmente, el análisis económico se ve obstaculizado por la ausencia de experimentos controlados. Por ejemplo, podemos ver lo que sucedió en la economía estadounidense después de que entrara en vigor el estímulo de Obama, pero no podemos observar un universo alternativo en el que no hubiera estímulo y comparar los resultados.
Sin embargo, en lo relativo al salario mínimo, tenemos varios casos en los que un Estado lo eleva mientras que el Estado vecino no lo hace. Si hubiera algo de verdad en la idea de que el aumento del salario mínimo tiene grandes efectos negativos para el empleo, este resultado se vería en las comparaciones entre Estados, y no es así.
De modo que un aumento del salario mínimo ayudaría a los trabajadores mal pagados, con pocos efectos colaterales adversos. Y estamos hablando de un montón de gente. A principios de este año, el Instituto de Política Económica calculaba que elevar el salario mínimo nacional hasta los 10,10 dólares desde el nivel actual de 7,25 beneficiaría a 30 millones de trabajadores. La mayoría de ellos se beneficiarían directamente, porque actualmente gana menos de 10,10 dólares la hora, pero otros también saldrían ganando indirectamente, porque su paga está ajustada en la práctica al salario mínimo: por ejemplo, los supervisores de los establecimientos de comida rápida a los que se les paga un poco (pero solo un poco) más que a los trabajadores que supervisan.
Ahora bien, muchos economistas sienten una aversión visceral hacia todo lo que suene a fijación de precios, aunque todas las pruebas tiendan a indicar que tendría efectos positivos. Algunos de estos escépticos se oponen a hacer nada que ayude a los trabajadores con sueldos bajos. Otros sostienen que deberíamos subvencionar, no regular, y concretamente, que deberíamos ampliar las desgravaciones en el impuesto sobre la renta, un programa actual que de hecho proporciona una ayuda importante a familias trabajadoras con rentas bajas. Y para que conste en acta, estoy totalmente a favor de ampliar las desgravaciones.
Pero resulta que existen buenas razones técnicas para considerar que el salario mínimo y las deducciones son complementarios: políticas que se apoyan mutuamente, no que se sustituyen. Se deberían ampliar las dos. Por desgracia, dada la realidad política, no hay la más mínima posibilidad de que el Congreso apruebe una ley que aumente las ayudas a los trabajadores pobres.
Por otro lado, elevar el salario mínimo es una posibilidad, gracias al abrumador apoyo público. Este apoyo no proviene solo de los demócratas y ni siquiera de los independientes; una fuerte mayoría de republicanos (57%) y de personas que se describen como conservadoras (59%) es partidaria de un aumento.
En resumen, elevar el sueldo mínimo ayudaría a muchos estadounidenses, y es una posibilidad desde el punto de vista político. Intentémoslo.
Paul Krugman es profesor de Economía de Princeton y premio Nobel de 2008.
© 2013 New York Times News Service.
Es época de alegría, o en cualquier caso, de pasar un montón de tiempo en los centros comerciales. También es, tradicionalmente, un momento para reflexionar sobre la precaria situación de los que son menos afortunados que uno, como por ejemplo la persona que está al otro lado de la caja.
Estas últimas décadas han sido difíciles para muchos trabajadores estadounidenses, pero han sido especialmente duras para los empleados de los comercios minoristas, una categoría que incluye a los dependientes del supermercado y el McDonald’s de su localidad. A pesar de los prolongados efectos de la crisis financiera, Estados Unidos es un país mucho más rico que hace 40 años. Pero los sueldos ajustados a la inflación de trabajadores sin funciones de supervisión en el comercio minorista —que no estaban especialmente bien pagados para empezar— han descendido casi un 30% desde 1973.
¿Se puede hacer algo para ayudar a estos trabajadores, muchos de los cuales dependen de los cupones de alimentos —si es que tienen derecho a ellos— para alimentar a sus familias, y que dependen de Medicaid —una vez más, si es que les corresponde— para darles la atención médica básica? Sí. Podemos mantener y ampliar los cupones de alimentos, en vez de recortar el programa como quieren los republicanos. Podemos hacer que la reforma sanitaria funcione, a pesar de los esfuerzos de la derecha para debilitar el programa.
Y podemos elevar el salario mínimo.
En primer lugar, unos cuantos datos. Aunque el sueldo mínimo nacional se elevó hace unos años, sigue siendo muy bajo según criterios históricos, y siempre ha estado muy por detrás de la inflación y los niveles salariales medios. ¿A quién se le paga este salario mínimo? En general, al hombre o la mujer que está detrás de la caja: casi el 60% de los trabajadores estadounidenses con salarios mínimos se dedican a la venta de alimentos o a servicios relacionados con ellos. Esto, por cierto, significa que uno de los argumentos que a menudo se esgrimen frente a cualquier intento de elevar los sueldos —la amenaza de la competencia extranjera— pierde aquí toda su validez: los estadounidenses no van a coger el coche para irse a China a recoger sus hamburguesas con patatas.
Elevar el sueldo mínimo ayudaría a muchos estadounidenses, y es una posibilidad desde el punto de vista político
Con todo esto, aunque la competencia internacional no sea un problema, ¿podemos realmente ayudar a los trabajadores simplemente con una ley que establezca un sueldo más alto? ¿No viola eso la ley de la oferta y la demanda? ¿No nos aniquilarán los dioses del mercado con su mano invisible? La respuesta es que tenemos muchas pruebas de lo que pasa cuando se eleva el salario mínimo. Y las pruebas son abrumadoramente positivas: elevar el salario mínimo tiene poco o ningún efecto adverso en el empleo, al tiempo que aumenta significativamente los ingresos de los trabajadores.
Es importante entender lo buenas que son estas pruebas. Normalmente, el análisis económico se ve obstaculizado por la ausencia de experimentos controlados. Por ejemplo, podemos ver lo que sucedió en la economía estadounidense después de que entrara en vigor el estímulo de Obama, pero no podemos observar un universo alternativo en el que no hubiera estímulo y comparar los resultados.
Sin embargo, en lo relativo al salario mínimo, tenemos varios casos en los que un Estado lo eleva mientras que el Estado vecino no lo hace. Si hubiera algo de verdad en la idea de que el aumento del salario mínimo tiene grandes efectos negativos para el empleo, este resultado se vería en las comparaciones entre Estados, y no es así.
De modo que un aumento del salario mínimo ayudaría a los trabajadores mal pagados, con pocos efectos colaterales adversos. Y estamos hablando de un montón de gente. A principios de este año, el Instituto de Política Económica calculaba que elevar el salario mínimo nacional hasta los 10,10 dólares desde el nivel actual de 7,25 beneficiaría a 30 millones de trabajadores. La mayoría de ellos se beneficiarían directamente, porque actualmente gana menos de 10,10 dólares la hora, pero otros también saldrían ganando indirectamente, porque su paga está ajustada en la práctica al salario mínimo: por ejemplo, los supervisores de los establecimientos de comida rápida a los que se les paga un poco (pero solo un poco) más que a los trabajadores que supervisan.
Ahora bien, muchos economistas sienten una aversión visceral hacia todo lo que suene a fijación de precios, aunque todas las pruebas tiendan a indicar que tendría efectos positivos. Algunos de estos escépticos se oponen a hacer nada que ayude a los trabajadores con sueldos bajos. Otros sostienen que deberíamos subvencionar, no regular, y concretamente, que deberíamos ampliar las desgravaciones en el impuesto sobre la renta, un programa actual que de hecho proporciona una ayuda importante a familias trabajadoras con rentas bajas. Y para que conste en acta, estoy totalmente a favor de ampliar las desgravaciones.
Pero resulta que existen buenas razones técnicas para considerar que el salario mínimo y las deducciones son complementarios: políticas que se apoyan mutuamente, no que se sustituyen. Se deberían ampliar las dos. Por desgracia, dada la realidad política, no hay la más mínima posibilidad de que el Congreso apruebe una ley que aumente las ayudas a los trabajadores pobres.
Por otro lado, elevar el salario mínimo es una posibilidad, gracias al abrumador apoyo público. Este apoyo no proviene solo de los demócratas y ni siquiera de los independientes; una fuerte mayoría de republicanos (57%) y de personas que se describen como conservadoras (59%) es partidaria de un aumento.
En resumen, elevar el sueldo mínimo ayudaría a muchos estadounidenses, y es una posibilidad desde el punto de vista político. Intentémoslo.
Paul Krugman es profesor de Economía de Princeton y premio Nobel de 2008.
© 2013 New York Times News Service.
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