Por suerte hay quienes desde la experiencia incomparable de sus vidas, sus logros, sus sueños y también sus frustraciones nos compulsan a pensar, a hurgar y a nunca contentarnos con lo que, demasiadas veces, la prensa cubana silencia o nos da como verdades absolutas.
Y en esa perspectiva, el creador Enrique Colina ha vuelto a recordar que el pasado de este país nunca ha sido blanco y negro, como tampoco lo es el presente. No somos los elegidos, sino apenas otro conglomerado humano con esperanzas y contradicciones, en la búsqueda eterna del bienestar social.
En entrevista a propósito de su más reciente obra, La vaca de mármol, y lo que ella significa para recorrer etapas aún cercanas y no repetir errores, Colina afirma que “el punto de partida de este filme es el fenómeno que siempre hemos vivido de dimensionar hechos que en alguna medida tienen una excepcionalidad y convertirlos en paradigma de una realidad. El documental expresa lo que dice uno de los entrevistados sobre la prensa cubana, que es más propagandística que reflexiva y no ofrece análisis sintomáticos de la realidad que necesitamos como ciudadanos”.
Me llegaron sus declaraciones (no me precisaron ni el nombre del autor de la entrevista ni el sitio de publicación) gracias a una colega, pasada la vorágine informativa de la II Cumbre de la Comunidad de Estados Latinoamericanos y Caribeños (CELAC), en momentos en que el ejercicio del periodismo en Cuba es tema de debate dentro y fuera de la isla, aunque ese debate todavía esté lejos de impactar en el quehacer de los grandes medios nacionales y sirva incluso para deslizar algunas agendas políticas dirigidas a vaticinar un caos.
Pienso a veces que, aunque estuviera en desarrollo hoy otra manera de abordar la realidad nacional, el verdadero cambio de la prensa cubana sólo llegará si se consolidan las transformaciones económicas en curso, cuando se asiente el nuevo tejido social que brota de las diversas formas de propiedad potenciadas en el país desde 2008 y a partir del momento en que la uniformidad de opinión pase a engrosar el blanco y negro con que se ha caracterizado nuestra historia reciente.
Llegará en el instante en que se generalicen esos ¿por qué? que siempre molestan a los censores. Cuando ningún tema, salvo los de seguridad nacional, sea motivo de prohibiciones, ni siquiera las hirientes insuficiencias de la salud pública cubana, que en el día a día, ese que nos lleva al médico por una cefalea sostenida, una rotura de muñeca o un dolor de oídos, está lejos de satisfacer con humanidad el derecho, y subrayo esto, el derecho ganado por todos los cubanos, no de tener la sensación a veces de que se nos trata de favor, sino de disfrutar de una salud pública de calidad, que en la cotidianidad se corresponda con esos logros incuestionables, amplificados cada día, cada hora, cada segundo en los medios nacionales.
“La obstinación utópica convierte los sueños en pesadillas si no hay crítica, si no hay debates de ideas. Comparto la idea humanista de la Revolución y me revelo obsesivamente contra la práctica de su deformación”, respondió Colina a la pregunta de si se considera un cineasta que cuestiona la sociedad en que vive.
No es retórica propagandística que desde 1959 Cuba es blanco de una poderosísima campaña mediática de descrédito por el empeño de desarrollar una alternativa social más justa, por equitativa, ante la tendencia generalizada del libre mercado.
Ejemplo reciente. Han pasado 53 años y Washington considera ahora que la recién finalizada cumbre de la CELAC -que reunió en La Habana la cifra récord de 29 de los 33 líderes del bloque regional, con posiciones que fueron de la derecha a la izquierda- “traicionó la dedicación a los principios democráticos a la que se ha comprometido la región, al abrazar el sistema de partido único de Cuba”.
Una declaración que indica cómo ese gobierno se aparta todavía más del rumbo de América Latina y el Caribe, porque también para la Casa Blanca su verdad es única, irrebatible, y marca una de las tendencias de las campañas publicitarias contra este país, que tampoco la prensa cubana, creo yo, puede perder de vista.
Pertenezco a una generación que conoce en carne propia lo que es la contrarrevolución hecha a tiros y bombazos, y que en esas circunstancias optó -incluida la prensa- por anteponer la unidad de la mayoría de los cubanos en el empeño de construir una sociedad distinta. Anteponerla, reitero, a discrepancias, deficiencias, desconocimientos y excesos.
Pero aun cuando en 53 años las posiciones de los contrarios no han cambiado, sí lo han hecho el entorno internacional, las tecnologías de la comunicación y las necesidades y aspiraciones de los cubanos, lo cual, a mi modo de ver, implica con mayor urgencia el ejercicio de ese cuestionamiento permanente del que habla el cineasta, pero en todos los sentidos, desde la prensa, sí, pero igualmente desde el arte, y sobre todo desde la calle.
“Más allá de considerarme un crítico, pienso que soy una persona que vive en este país y que ve esta realidad sin tapujos ni prejuicios al precio de vivir una amarga decepción que lejos de paralizarme me compulsa a protestar. Me parece que no es nada excepcional lo que hago. Tengo una opinión y es mi derecho expresarla (…). Ser revolucionario (aquí) ha sido históricamente en la práctica obedecer, seguir las orientaciones, cumplir las tareas asignadas y ha quedado para la retórica demagógica aquello de pensar con cabeza propia y decir y actuar en consecuencia”, afirma Colina en esas respuestas que me compulsaron a razonar y a decir, sabedor de que, por suerte, no todos estaremos de acuerdo.
Y en esa perspectiva, el creador Enrique Colina ha vuelto a recordar que el pasado de este país nunca ha sido blanco y negro, como tampoco lo es el presente. No somos los elegidos, sino apenas otro conglomerado humano con esperanzas y contradicciones, en la búsqueda eterna del bienestar social.
En entrevista a propósito de su más reciente obra, La vaca de mármol, y lo que ella significa para recorrer etapas aún cercanas y no repetir errores, Colina afirma que “el punto de partida de este filme es el fenómeno que siempre hemos vivido de dimensionar hechos que en alguna medida tienen una excepcionalidad y convertirlos en paradigma de una realidad. El documental expresa lo que dice uno de los entrevistados sobre la prensa cubana, que es más propagandística que reflexiva y no ofrece análisis sintomáticos de la realidad que necesitamos como ciudadanos”.
Me llegaron sus declaraciones (no me precisaron ni el nombre del autor de la entrevista ni el sitio de publicación) gracias a una colega, pasada la vorágine informativa de la II Cumbre de la Comunidad de Estados Latinoamericanos y Caribeños (CELAC), en momentos en que el ejercicio del periodismo en Cuba es tema de debate dentro y fuera de la isla, aunque ese debate todavía esté lejos de impactar en el quehacer de los grandes medios nacionales y sirva incluso para deslizar algunas agendas políticas dirigidas a vaticinar un caos.
Pienso a veces que, aunque estuviera en desarrollo hoy otra manera de abordar la realidad nacional, el verdadero cambio de la prensa cubana sólo llegará si se consolidan las transformaciones económicas en curso, cuando se asiente el nuevo tejido social que brota de las diversas formas de propiedad potenciadas en el país desde 2008 y a partir del momento en que la uniformidad de opinión pase a engrosar el blanco y negro con que se ha caracterizado nuestra historia reciente.
Llegará en el instante en que se generalicen esos ¿por qué? que siempre molestan a los censores. Cuando ningún tema, salvo los de seguridad nacional, sea motivo de prohibiciones, ni siquiera las hirientes insuficiencias de la salud pública cubana, que en el día a día, ese que nos lleva al médico por una cefalea sostenida, una rotura de muñeca o un dolor de oídos, está lejos de satisfacer con humanidad el derecho, y subrayo esto, el derecho ganado por todos los cubanos, no de tener la sensación a veces de que se nos trata de favor, sino de disfrutar de una salud pública de calidad, que en la cotidianidad se corresponda con esos logros incuestionables, amplificados cada día, cada hora, cada segundo en los medios nacionales.
“La obstinación utópica convierte los sueños en pesadillas si no hay crítica, si no hay debates de ideas. Comparto la idea humanista de la Revolución y me revelo obsesivamente contra la práctica de su deformación”, respondió Colina a la pregunta de si se considera un cineasta que cuestiona la sociedad en que vive.
No es retórica propagandística que desde 1959 Cuba es blanco de una poderosísima campaña mediática de descrédito por el empeño de desarrollar una alternativa social más justa, por equitativa, ante la tendencia generalizada del libre mercado.
Ejemplo reciente. Han pasado 53 años y Washington considera ahora que la recién finalizada cumbre de la CELAC -que reunió en La Habana la cifra récord de 29 de los 33 líderes del bloque regional, con posiciones que fueron de la derecha a la izquierda- “traicionó la dedicación a los principios democráticos a la que se ha comprometido la región, al abrazar el sistema de partido único de Cuba”.
Una declaración que indica cómo ese gobierno se aparta todavía más del rumbo de América Latina y el Caribe, porque también para la Casa Blanca su verdad es única, irrebatible, y marca una de las tendencias de las campañas publicitarias contra este país, que tampoco la prensa cubana, creo yo, puede perder de vista.
Pertenezco a una generación que conoce en carne propia lo que es la contrarrevolución hecha a tiros y bombazos, y que en esas circunstancias optó -incluida la prensa- por anteponer la unidad de la mayoría de los cubanos en el empeño de construir una sociedad distinta. Anteponerla, reitero, a discrepancias, deficiencias, desconocimientos y excesos.
Pero aun cuando en 53 años las posiciones de los contrarios no han cambiado, sí lo han hecho el entorno internacional, las tecnologías de la comunicación y las necesidades y aspiraciones de los cubanos, lo cual, a mi modo de ver, implica con mayor urgencia el ejercicio de ese cuestionamiento permanente del que habla el cineasta, pero en todos los sentidos, desde la prensa, sí, pero igualmente desde el arte, y sobre todo desde la calle.
“Más allá de considerarme un crítico, pienso que soy una persona que vive en este país y que ve esta realidad sin tapujos ni prejuicios al precio de vivir una amarga decepción que lejos de paralizarme me compulsa a protestar. Me parece que no es nada excepcional lo que hago. Tengo una opinión y es mi derecho expresarla (…). Ser revolucionario (aquí) ha sido históricamente en la práctica obedecer, seguir las orientaciones, cumplir las tareas asignadas y ha quedado para la retórica demagógica aquello de pensar con cabeza propia y decir y actuar en consecuencia”, afirma Colina en esas respuestas que me compulsaron a razonar y a decir, sabedor de que, por suerte, no todos estaremos de acuerdo.
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