Hace tres años, todo el mundo consideraba a Suecia un modelo de conducta respecto a cómo afrontar una crisis mundial. Las exportaciones del país se vieron muy castigadas por la caída en picado del comercio mundial, pero se recuperaron; sus bien regulados bancos capearon el temporal financiero; sus sólidos programas de protección social sostuvieron la demanda de los consumidores; y, a diferencia de gran parte de Europa, seguía teniendo su propia moneda, lo que le proporcionaba una flexibilidad muy necesaria. Hacia mediados de 2010, la producción estaba aumentando y el paro disminuía con rapidez. Suecia, declaraba The Washington Post, era “la estrella de la recuperación”.
Entonces llegaron los sadomonetaristas.
Así transcurre la historia hasta la fecha: en 2010, la economía de Suecia marchaba mucho mejor que la de la mayoría del resto de los países desarrollados. Pero el paro seguía siendo alto y la inflación era baja. No obstante, el Riksbank —el banco central— decidió empezar a subir los tipos de interés.
Hubo cierta disensión dentro del Riksbank en relación con aquella decisión. Lars Svensson, que era gobernador adjunto en ese momento —y antiguo compañero mío en Princeton—, se opuso ruidosamente a la subida de los tipos. Svensson, uno de los principales expertos mundiales en trampas deflacionarias como la japonesa, advirtió de que subir los tipos de interés en una economía todavía deprimida pondría a Suecia en peligro de sufrir un destino similar. Pero se encontró solo y se marchó del Riksbank en 2013.
Como era de esperar, el paro sueco dejó de reducirse poco después de que empezasen a subir los tipos. La deflación tardó un poco más en aparecer, pero acabó llegando. La estrella de la recuperación se había convertido en Japón.
¿Y por qué cometió el Riksbank un error tan garrafal? Es una pregunta difícil de responder, porque los funcionarios han ido cambiando de versión con el paso del tiempo. Al principio, el gobernador del banco declaró que lo que había que hacer era evitar la inflación: “Si no subimos los tipos de interés ahora, correremos el riesgo de encontrarnos con una inflación demasiado elevada más adelante… Nuestra principal obligación es asegurarnos de que cumplimos el objetivo de inflación del 2%”. Pero a medida que la inflación bajaba hasta cero y caía incluso por debajo de ese objetivo supuestamente crucial, el Riksbank ofreció un nuevo argumento: la política del dinero escaso aspiraba a poner freno a una burbuja inmobiliaria, a evitar la inestabilidad financiera. Es decir, a medida que cambiaba la situación, los funcionarios inventaban nuevas justificaciones para no cambiar de política.
En resumen, era un caso típico de sadomonetarismo en acción.
Utilizo este término (acuñado por William Keegan, de The Observer) intencionadamente, no solo por ser original. Al menos como yo lo defino, el sadomonetarismo es una actitud, habitual entre los responsables monetarios y los analistas económicos, que se traduce en una aversión visceral hacia los tipos de interés bajos y las facilidades crediticias, incluso cuando el paro es alto y la inflación es baja. Pueden encontrar muchos sadomonetaristas en las organizaciones internacionales; en Estados Unidos, suelen merodear por Wall Street o por las instituciones económicas de derechas. Me alegra decir que no ejercen mucha influencia en la Reserva Federal; pero sí hostigan constantemente a esta y le exigen que ceje en sus intentos de impulsar el empleo.
Y cuando digo que su aversión hacia los tipos de interés bajos es visceral, quiero decir exactamente eso. Aunque los sadomonetaristas puedan ofrecer unos argumentos analíticos aparentemente coherentes para justificar sus opiniones políticas, no cambian de parecer cuando la situación cambia; simplemente, inventan nuevos argumentos. Esto indica claramente que lo que vemos aquí es un sentimiento irracional más que una postura fruto de la reflexión.
De hecho, las cambiantes justificaciones del Riksbank para subir los tipos son idénticas a las de algunas organizaciones internacionales como el Banco de Pagos Internacionales de Suiza, un influyente banco de banqueros que es un bastión sadomonetarista. Al igual que el Riksbank, el banco ha cambiado de argumentos para justificar la subida de los tipos —¡es por la inflación!, ¡es por la estabilidad financiera!—, pero nunca sus exigencias políticas.
¿De dónde viene esta aversión hacia los tipos de interés bajos? En cierto modo, tiene que ser el reflejo de una identificación instintiva con los intereses de los acreedores adinerados frente a los de los deudores, normalmente, más pobres. Pero también se debe, creo yo, al deseo de muchos responsables monetarios de mostrarse como personas serias e inflexibles (y de demostrar lo inflexibles que son causando sufrimiento a otros).
Sean cuales sean sus motivos, los sadomonetaristas ya han hecho mucho daño. En Suecia, han arrancado el fracaso de las fauces de la victoria, y han convertido un éxito económico en una historia de estancamiento y deflación, por lo que hemos podido ver hasta ahora.
Y podrían causar mucho más daño en el futuro. Los mercados financieros han estado bastante tranquilos últimamente; sin crisis bancarias, y sin amenazas inminentes de ruptura del euro. Pero sería erróneo y peligroso dar por sentado que la recuperación está asegurada: las malas políticas podrían socavar muy fácilmente un progreso económico todavía lento. De modo que cuando esos señores aparentemente serios y trajeados de negro les digan que es hora de acabar con todas estas facilidades crediticias y subir los tipos de interés, tengan cuidado: fíjense en lo que esas personas le han hecho a Suecia.
Paul Krugman es profesor de Economía de Princeton y premio Nobel de 2008.
© 2014 New York Times News Service.
Traducción de News Clips.
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