Por Raysa Mestril Gutiérrez/Radio Cadena Agramonte
Este 20 de agosto se cumplen 99 años de la muerte, en La Habana, del ilustre sabio cubano Carlos J. Finlay, nacido en Camagüey y descubridor del agente transmisor de la fiebre amarilla.
Poco vivió el eminente científico en tierra agramontina, pues sus años infantiles transcurrieron entre La Habana y el cafetal de su padre en la zona de Alquízar; a la edad de 11 años, en 1844, fue enviado a estudiar a Le Havre en Francia y regresó a Cuba dos años más tarde, debido a una enfermedad.
Retornó a Francia para completar su educación y luego fue a Estados Unidos, cursó la carrera de Medicina en el Jefferson Medical College, donde se doctoró el 10 de marzo de 1855. Dos años después revalidó su título en la Universidad de La Habana.
Recién graduado, se trasladó con su padre a Lima, Perú, donde probó fortuna por un corto tiempo, luego estuvo en París y pretendió establecerse sin éxito en Matanzas. El 16 de octubre de 1865 se casó en La Habana con Adela Shine, natural de la isla de Trinidad.
En 1881, Finlay fue a Washington como representante del Gobierno colonial ante la Conferencia Sanitaria Internacional, donde presentó por primera vez su teoría de la transmisión de la fiebre amarilla por un agente intermediario, el mosquito.
Su hipótesis fue recibida con frialdad y casi total escepticismo. Solo fue divulgada en una modesta revista médica de Nueva Orleans, por el recién licenciado en Medicina Rudolph Matas, quien había participado en la comisión mixta hispano-norteamericana en calidad de intérprete, por ser hijo de españoles.
El científico camagüeyano fue el más profundo, talentoso e intenso investigador de la fiebre amarilla, y por sus análisis y estudios llegó a la conclusión que la transmisión de la enfermedad se realizaba por un agente intermediario.
No obstante, durante más de 20 años sus postulados fueron ignorados, sólo después de terminada la Guerra de Independencia, el general Leonard Wood, gobernador de Cuba, pidió que se probara la teoría de Finlay; entonces se volvieron a revisar sus trabajos de investigación, y los exitosos experimentos que había realizado durante todos estos años.
Mientras tanto, William Crawford Gorgas, médico militar que sin conseguirlo había tratado de erradicar la fiebre amarilla en Santiago de Cuba, fue nombrado Jefe Superior de Sanidad en La Habana, en diciembre de 1898.
Por iniciativa de Finlay, creó una Comisión Cubana de la Fiebre Amarilla que, siguiendo sus indicaciones, hizo guerra al mosquito y aisló a los enfermos. En sólo siete meses había desaparecido de la Isla la terrible enfermedad.
El doctor Gorgas fue finalmente enviado a sanear el istmo de Panamá, para poder completar la construcción del canal; allí aplicó los mismos principios indicados por el médico cubano, lo cual permitió terminar esa gran obra de ingeniería, que hace sólo unos días, el 15 de agosto, cumplió 100 años entrar en operaciones, con el paso del primer barco del océano Atlántico al Pacífico.
Una placa en la propia vía interoceánica reconoce la contribución de Carlos J. Finlay a ese éxito.
Camagüey atesora, en la calle Cristo de su Centro Histórico -Patrimonio Cultural de la Humanidad-, la casa natal de Carlos J. Finlay Barrés, donde los visitantes disfrutan de un espacio de historia y ciencia, que muestra momentos y hechos de la vida del eminente científico cubano, a quien mucho debe el mundo, por sus aportes no sólo a la Medicina, sino también a la Física, la Meteorología y otras ramas del saber, en investigaciones recogidas en sus obras completas, el principal tesoro de esa institución agramontina.
Allí muchos agramontinos acuden a defender sus tesis de grado, sus trabajos de diploma, el cambio de categoría docente; allí el investigador encuentra razones para sus estudios, los amantes del Tai Chi lo practican, los hombres y mujeres de la tercera edad tienen un lugar para sus encuentros y en honor a quien naciera en la sencilla vivienda se practica, difunde y enseña la medicina natural y tradicional.
Precisa la historia que él nació por accidente en Camagüey, ya que su padre -el doctor Edward Finlay, fiel seguidor de las ideas de Simón Bolívar- trató de unirse a El Libertador, pero una tormenta lo hizo desembarcar, junto a su familia, en La Habana.
En esa ciudad y necesitado, no encontró trabajo para sustentarse y le recomendaron la entonces próspera villa de Santa María del Puerto del Príncipe, donde a los pocos días su llegada, el 3 de diciembre de 1833, nació su hijo.
Muy poco permaneció la familia en el Camagüey, pues –según fuentes consultadas- en febrero del próximo año, ante posibilidades de establecerse en la capital, el padre del científico retornó a La Habana, ciudad donde estudió y se hizo también médico su hijo, quien, además, ocupó su vida entre esa localidad y el extranjero y, según las investigaciones, nunca más retornó a esta urbe.
Más allá del orgullo que podamos sentir los camagüeyanos por ser coterráneos de tan ilustre hombre y científico, el mayor reconocimiento está en que es cubano, que al país y a nuestro pueblo dedicó su fecundo hacer y fue propuesto en varias ocasiones para el Premio Nobel de Medicina, aunque nunca se lo concedieron. (Foto: Archivo)
Poco vivió el eminente científico en tierra agramontina, pues sus años infantiles transcurrieron entre La Habana y el cafetal de su padre en la zona de Alquízar; a la edad de 11 años, en 1844, fue enviado a estudiar a Le Havre en Francia y regresó a Cuba dos años más tarde, debido a una enfermedad.
Retornó a Francia para completar su educación y luego fue a Estados Unidos, cursó la carrera de Medicina en el Jefferson Medical College, donde se doctoró el 10 de marzo de 1855. Dos años después revalidó su título en la Universidad de La Habana.
Recién graduado, se trasladó con su padre a Lima, Perú, donde probó fortuna por un corto tiempo, luego estuvo en París y pretendió establecerse sin éxito en Matanzas. El 16 de octubre de 1865 se casó en La Habana con Adela Shine, natural de la isla de Trinidad.
En 1881, Finlay fue a Washington como representante del Gobierno colonial ante la Conferencia Sanitaria Internacional, donde presentó por primera vez su teoría de la transmisión de la fiebre amarilla por un agente intermediario, el mosquito.
Su hipótesis fue recibida con frialdad y casi total escepticismo. Solo fue divulgada en una modesta revista médica de Nueva Orleans, por el recién licenciado en Medicina Rudolph Matas, quien había participado en la comisión mixta hispano-norteamericana en calidad de intérprete, por ser hijo de españoles.
El científico camagüeyano fue el más profundo, talentoso e intenso investigador de la fiebre amarilla, y por sus análisis y estudios llegó a la conclusión que la transmisión de la enfermedad se realizaba por un agente intermediario.
No obstante, durante más de 20 años sus postulados fueron ignorados, sólo después de terminada la Guerra de Independencia, el general Leonard Wood, gobernador de Cuba, pidió que se probara la teoría de Finlay; entonces se volvieron a revisar sus trabajos de investigación, y los exitosos experimentos que había realizado durante todos estos años.
Mientras tanto, William Crawford Gorgas, médico militar que sin conseguirlo había tratado de erradicar la fiebre amarilla en Santiago de Cuba, fue nombrado Jefe Superior de Sanidad en La Habana, en diciembre de 1898.
Por iniciativa de Finlay, creó una Comisión Cubana de la Fiebre Amarilla que, siguiendo sus indicaciones, hizo guerra al mosquito y aisló a los enfermos. En sólo siete meses había desaparecido de la Isla la terrible enfermedad.
El doctor Gorgas fue finalmente enviado a sanear el istmo de Panamá, para poder completar la construcción del canal; allí aplicó los mismos principios indicados por el médico cubano, lo cual permitió terminar esa gran obra de ingeniería, que hace sólo unos días, el 15 de agosto, cumplió 100 años entrar en operaciones, con el paso del primer barco del océano Atlántico al Pacífico.
Una placa en la propia vía interoceánica reconoce la contribución de Carlos J. Finlay a ese éxito.
Camagüey atesora, en la calle Cristo de su Centro Histórico -Patrimonio Cultural de la Humanidad-, la casa natal de Carlos J. Finlay Barrés, donde los visitantes disfrutan de un espacio de historia y ciencia, que muestra momentos y hechos de la vida del eminente científico cubano, a quien mucho debe el mundo, por sus aportes no sólo a la Medicina, sino también a la Física, la Meteorología y otras ramas del saber, en investigaciones recogidas en sus obras completas, el principal tesoro de esa institución agramontina.
Allí muchos agramontinos acuden a defender sus tesis de grado, sus trabajos de diploma, el cambio de categoría docente; allí el investigador encuentra razones para sus estudios, los amantes del Tai Chi lo practican, los hombres y mujeres de la tercera edad tienen un lugar para sus encuentros y en honor a quien naciera en la sencilla vivienda se practica, difunde y enseña la medicina natural y tradicional.
Precisa la historia que él nació por accidente en Camagüey, ya que su padre -el doctor Edward Finlay, fiel seguidor de las ideas de Simón Bolívar- trató de unirse a El Libertador, pero una tormenta lo hizo desembarcar, junto a su familia, en La Habana.
En esa ciudad y necesitado, no encontró trabajo para sustentarse y le recomendaron la entonces próspera villa de Santa María del Puerto del Príncipe, donde a los pocos días su llegada, el 3 de diciembre de 1833, nació su hijo.
Muy poco permaneció la familia en el Camagüey, pues –según fuentes consultadas- en febrero del próximo año, ante posibilidades de establecerse en la capital, el padre del científico retornó a La Habana, ciudad donde estudió y se hizo también médico su hijo, quien, además, ocupó su vida entre esa localidad y el extranjero y, según las investigaciones, nunca más retornó a esta urbe.
Más allá del orgullo que podamos sentir los camagüeyanos por ser coterráneos de tan ilustre hombre y científico, el mayor reconocimiento está en que es cubano, que al país y a nuestro pueblo dedicó su fecundo hacer y fue propuesto en varias ocasiones para el Premio Nobel de Medicina, aunque nunca se lo concedieron. (Foto: Archivo)
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