Fecha: 13 de Diciembre de 2017
«Los dirigentes deben tener un diálogo más cercano con la brigada». «Ella debería estar de parte de los estudiantes, para eso la elegimos; ponerse siempre del lado de la administración no es correcto». «¿Quién podría convocar a los muchachos para que asistan el domingo al trabajo voluntario?».
Tres frases que hemos oído en muchas ocasiones y que tienen tras de sí, el tema, asunto, ¿problema?, del liderazgo estudiantil en las universidades cubanas.
La dinámica en las universidades es distinta a la que vive quien ha sido dirigente de la FEEM. No se piensa ni se actúa como mismo se hacía en la etapa preuniversitaria.
Las rutinas en las casas de altos estudios exigen que se desarrolle el pensamiento crítico. Por tanto, quienes allí estudian polemizan, se cuestionan todo, suelen ser divergentes. El reto de representarlos, organizarlos o guiarlos es mayor.
El dirigente tiene ante sí un dilema, ser ejemplo ante compañeros de brigada y también ante el claustro de profesores, quienes muchas veces demeritan las acciones de la organización por tal de priorizar los contenidos de sus clases. Entonces confraternizar y dialogar con ambos bandos —por suerte no antagónicos— se suma a sus desafíos.
Pero hay una meta que es aún mucho mayor y que no todos los dirigentes pueden vencer: la de convertirse en auténticos líderes. Parecería que los tiempos de Mella y Echeverría fueron únicos e irrepetibles, y eso es probablemente cierto. Ahora, ¿querrá decir entonces que para que existan líderes de su talla tiene que desarrollarse un contexto de lucha antagónica entre gobierno y estudiantado? ¿De dónde surgen los Julio y José Antonio de nuestros tiempos?
En busca de respuestas, Alma Mater dialoga con tres dirigentes estudiantiles que en los últimos veinte años tuvieron roles diferentes, pero que, desde su experiencia, analizan el tema del liderazgo.
Elier Ramírez Cañedo fue dirigente en una época muy activa. La Batalla de Ideas impulsada por Fidel derivaba entonces en Revolución Energética y proyectos de impacto social, acciones que involucraron a la organización joven más antigua de Cuba.
«Fui universitario entre 2000 y 2005. Eran años muy convulsos y de mucho protagonismo. En aquella época nadie nos hacía las cosas. Tampoco existían estructuras municipales o provinciales de la FEU, esas se crearon después y nos obligaron, a quienes dirigíamos las universidades, a una doble subordinación que muchas veces atentaba contra la libertad de acción», comenta Elier.
«Era una etapa muy creadora. El discurso de Fidel en el Aula Magna dio origen a actividades de mucho impacto como el censo poblacional, la primera activación de las BUTS en fin de año, el acompañamiento a los trabajadores sociales. En cada una de estas tareas convocadas por la máxima dirección del país, la FEU se hizo sentir y de qué manera», dice «Papo», como le conocen sus colegas de «batallas estudiantiles».
Meses después se desarrolló el 7mo. Congreso de la FEU, un evento que movió a la organización en cada una de sus estructuras: excelentes estrategias de comunicación, debates que se parecieron mucho a su tiempo y demandas que fueron escuchadas y respondidas satisfactoriamente por los ministerios formadores.
«Después se dieron algunos problemas con dirigentes de la FEU y también de la UJC. Aquello fue un fuerte golpe sobre todo porque afectó a la organización en cuanto a nuevas restricciones y pérdida de libertades. Yo vi en los años siguientes a profesores del departamento de extensión universitaria organizando un encuentro entre exdirigentes estudiantiles; ese tipo de espacio era autónomo de la organización. Tuvo que pasar un largo tiempo, para que pudiéramos recuperar la confianza perdida», concluye Elier.
Sin embargo, después de la cita estudiantil que convidó a los universitarios de toda Cuba a ser un auténtico ejército de luz, los fotones se fueron apagando lentamente. Muchos factores incidieron: la desmantelación de muchos de los programas de la Batalla de Ideas, la ausencia en el escenario mediático de voces jóvenes con los que la comunidad universitaria se sintiera identificada, la disminución de tareas de impacto social y trabajo comunitario a nivel macrosocial, entre otros.
Jennifer Bello recién culminó dos años como presidenta nacional de la FEU. Siendo en la actualidad profesora de la Universidad de Ciencias Pedagógicas Enrique José Varona, nos comparte su opinión: «Yo me cuestiono mucho el tema del liderazgo; considero que la formación de un líder es un proceso muy complejo. El hecho de que existan dirigentes de la FEU, no significan que sean líderes en las universidades».
Muchas personas consideran que en los tiempos más cercanos, la organización se ha visto más activa. «En los últimos años yo no diría que hubo un esplendor del protagonismo, sino un despertar, comparado con años anteriores. El octavo congreso inyectó a la organización, nos hizo salir de determinadas discusiones sin sentido, enrutar nuevas metas y proyectar un debate serio con organismos e instituciones que tienen una función formadora».
¿Cómo mantener ese espíritu después de cinco años de Congreso?
Esa es otra cuestión. «Tuvimos la capacidad de retomar tareas que antes eran encargos de la dirección del país y que ahora retomamos por iniciativa propia; multiplicamos los proyectos sociales, desarrollamos investigaciones socioeconómicas. Esas acciones se reflejaron en los medios nacionales, a las redes sociales en Internet. Nos fuimos a debatir en los barrios y sumamos a muchos estudiantes a los proyectos comunitarios y extensionistas», opina Jennifer.
Después de dos años, al secretariado saliente se le vio trabajar, insistentemente, en las celebraciones del 95 aniversario de la organización. No solo en acciones comunicativas y de divulgación, sino en aquellas que permitieran mejorar el funcionamiento. Pero aún quedan tareas pendientes.
Según Jennifer: «Debemos insistir en la formación de los líderes natos, ese muchacho o esa muchacha que logra empatía, comunicación, ser seguido por sus compañeros y que a veces no es el que visibilizamos como dirigente de la FEU porque no cumple otros requisitos. A muchachos así debemos formarlos. ¿Cómo Mella logró posicionarse y contagiar? Nunca fue presidente de la FEU, pero tenía mucho carisma y daba siempre el ejemplo. Fidel solo perteneció un año a la organización porque después no matriculó en el curso regular diurno, sin embargo, fue guía de toda una generación de universitarios. Son aprendizajes. Por eso debemos insistir en los conceptos de empatía, contagio, convocatoria».
La FEU necesita más líderes que dirigentes; jóvenes que guíen los procesos desde la implicación, que digan lo necesario y que hagan más. Sobre los retos actuales, conversó con nosotros Mirthia Brossard Oris, vicepresidenta actual de la FEU.
«Muchas veces el liderazgo se da de forma natural por las propias actividades que desempeñamos. Entonces la muchacha que baila, que además hace teatro y se queda hasta tarde organizando el Festival de Cultura, se convierte en líder de los artistas aficionados. La propia vida en la universidad te impulsa a liderar determinados procesos», explica.
En su opinión, el entorno en el que se desenvuelve el dirigente es esencial. «No puedes ser un líder en la beca si no estás allí constantemente, si no conoces sus problemas, si no te comes su comida».
Sin duda, en edad universitaria y quizás por la propia identidad de los cubanos, por nuestras tradiciones, por la historia, estamos acostumbrados a seguir y a confraternizar con aquellas personas que dan el ejemplo. En eso, en opinión de la vicepresidenta, radica uno de los desafíos mayores si en materia de liderazgo estamos hablando: «Los que desempeñamos cargos estudiantiles no podemos apreciarnos como que dirigimos, sino que representamos a los estudiantes. Nuestra misión es viabilizar sus problemas, solucionarlos, ser un estudiante más como, en efecto, lo somos. Solo así se van a sentir identificados, no solo desde el compromiso político sino también desde el compromiso personal».
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