New York times
Read in English
RÍO DE JANEIRO — Brasil se volvió este domingo el país más reciente del mundo en dar un giro hacia la derecha extrema, con la elección como presidente de un populista de mano dura; el cambio político más radical desde que la nación suramericana regresó a la democracia hace más de treinta años.
El nuevo presidente Jair Bolsonaro ha enaltecido a la dictadura militar, se ha pronunciado a favor de la tortura y ha amenazado con destruir, encarcelar o forzar a exiliarse a sus opositores.
Ganó al aprovechar el amplio resentimiento hacia el sistema gobernante en Brasil, azotado por un alza en la delincuencia y por dos años de crecientes crisis política y económica, y al presentarse como la alternativa.
Bolsonaro será el presidente de más extrema derecha en la región, donde los votantes han respaldado recientemente a líderes más conservadores en países como Argentina, Chile, Perú, Paraguay y Colombia. Se suma a una lista de políticos de ultraderecha en el poder alrededor del mundo, como el vice primer ministro italiano, Matteo Salvini, y el primer ministro húngaro, Viktor Orbán.
“Este es un giro verdaderamente radical”, dijo Scott Mainwaring, profesor de la Facultad de Gobierno Kennedy en la Universidad de Harvard y quien está especializado en política brasileña. “No se me ocurre otro ejemplo de un líder tan extremista que haya sido votado en la historia de elecciones democráticas de América Latina”.
Con el 92 por ciento de los votos escrutados, Bolsonaro había obtenido 55 por ciento, por encima de su rival Fernando Haddad, del izquierdista Partido de los Trabajadores (PT), quien obtuvo 44 por ciento.
Los brasileños, que se recuperan de la recesión más grave en la historia del país, de un escándalo de corrupción que ha afectado a políticos de todos los colores y de una tasa récord de homicidios, eligieron al candidato que rechazaba el sistema político establecido y, en ocasiones, parecía también rechazar principios democráticos básicos.
La victoria de Bolsonaro cierra así una campaña que dividió a familias, deshizo amistades y desató alertas sobre qué tan resiliente es la joven democracia de Brasil.
Muchos en el país consideran que Bolsonaro tiene tendencias autoritarias; planea designar a líderes militares en varios cargos clave y llegó a decir que no aceptaría un resultado en el que perdiera. Ha amenazado con llenar de allegados al Tribunal Supremo Federal al aumentar la cantidad de jueces, de once a veintiuno, y lidiar con rivales políticos al darles la opción de ser exiliados o exterminados.
Bolsonaro, de 63 años, es un capitán retirado del ejército que se ha desempeñado como diputado durante casi tres décadas. Triunfó sobre muchos otros candidatos en la primera y segunda vueltas, pese a que no tenía la misma cantidad inicial de fondos de campaña, a que ya había causado varias polémicas y a que no tenía el respaldo de alguno de los principales partidos del país.
Entre sus propuestas está que las fuerzas policiales de Brasil —que de por sí son de las que más vidas cobran en el mundo— obtengan la autoridad de matar a sospechosos de posibles delitos porque, dijo Bolsonaro, “un buen criminal es un criminal muerto”. También ha prometido reducir la edad de castigo penal, establecer sentencias más duras para casos de crímenes violentos y aligerar las leyes de posesión de armas en manos civiles.
Su victoria se debe en parte al colapso de la izquierda. Muchos criticaron la decisión judicial de no permitir que el popular expresidente Luiz Inácio Lula da Silva, quien por mucho tiempo fue puntero en las encuestas, mantuviera su candidatura después de que fue arrestado en abril para cumplir una condena de doce años por corrupción y lavado de dinero.
El Partido de los Trabajadores que lidera había ganado las cuatro últimas elecciones y Lula, extrabajador metalúrgico, aún era popular entre los brasileños de clase trabajadora y pobres que se sentían personalmente representados y que se habían visto beneficiados por sus políticas de inclusión social.
Sin embargo, muchos más brasileños demostraron con su voto que están fastidiados con el PT, que dirigió el país entre 2003 y 2016 en medio de varios ciclos de crecimiento y de desplome que desembocaron en serias dificultades económicas y en un juicio político contra la sucesora de Lula en el palacio de Planalto, Dilma Rousseff.
Para aquellos brasileños que consideran que el actual sistema político forjado en años recientes está repleto de personas sobornables, Bolsonaro fue muy atractivo.
Aunque ha tenido pocos éxitos en su carrera legislativa, una serie de declaraciones ofensivas —como el que preferiría que su hijo muera a que sea gay o que las mujeres no merecen recibir el mismo sueldo que los hombres— fue interpretada por muchos como una manera de ser honesto y como una prueba de su disposición a ir contra el statu quo.
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Gracias por opinar