"De pensamiento es la guerra mayor que se nos hace: ganémosla a pensamiento" José Martí

viernes, 17 de febrero de 2012

¿Entienden bien sus defensores las implicaciones políticas radicales de una economía de crecimiento cero?

Por Ted Traiiner
A lo largo de cincuenta años se ha ido acumulando la literatura que señala la contradicción entre la búsqueda del crecimiento económico y la sostenibilidad ecológica, aunque haya tenido un efecto poco apreciable sobre la teoría o la práctica de la economía. Unos pocos han seguido intentando introducir la economía del estado estacionario en la agenda, pero sólo en los últimos años ha comenzado esta discusión a tomar impulso. La tesis inicial que aquí sostenemos es que no se puede reformar ni reparar la sociedad de consumo capitalista: Se ha de desechar y rehacer en gran medida de acuerdo sobre bases bastante distintas.
A lo largo de cincuenta años se ha ido acumulando la literatura que señala la contradicción entre la búsqueda del crecimiento económico y la sostenibilidad ecológica, aunque haya tenido un efecto poco apreciable sobre la teoría o la práctica de la economía. Unos pocos, especialmente Herman Daly (2008), han seguido intentando introducir la economía del estado estacionario en la agenda, pero sólo en los últimos años ha comenzado esta discusión a tomar impulso. Prosperity Without Growth (2009) de Jackson, ha gozado de un amplio reconocimiento, y ha surgido ya un movimiento europeo substantivo en torno al “decrecimiento” (Latouche, 2007), y CASSE (2010).
La argumentación de este artículo (1) se cifra en que no se han entendido bien en absoluto las implicaciones de una economía de estado estacionario, especialmente por parte de quienes la defienden. La mayoría actúa como si pudiéramos o debiéramos eliminar el elemento del crecimiento, mientras dejamos el resto más o menos tal cual. Habrá que argumentar en primer lugar que esto no es posible, porque no es ésta una economía que tenga crecimiento; es una economía de crecimiento, un sistema en el que la mayoría de las estructuras y procesos centrales entrañan crecimiento. Si se elimina el crecimiento, entonces habrá que encontrar modos radicalmente diferentes de llevar a cabo muchos procesos.
En segundo lugar, los críticos del crecimiento actúan de forma característica como si fuera la única cosa, la cosa primordial o suficiente que hay que resolver, pero se argumentará que los problemas de primer orden que hemos de encarar no pueden resolverse a menos que se rehagan de modo radical varios sistemas y estructuras fundamentales en el seno de la sociedad capitalista de consumo. Lo que hace falta es un cambio social mucho mayor que el que ha atravesado la sociedad occidental en varios cientos de años.
Antes de prestar apoyo a estas afirmaciones, es importante delinear la situación general de “límites del crecimiento” a la que nos enfrentamos. En general, no se advierte la magnitud de la gravedad del problema global medioambiental y de recursos. Sólo cuando se entiende esto, es posible comprender que los cambios sociales exigidos deben ser inmensos, radicales y de largo alcance. La tesis inicial que aquí sostenemos (y que se detalla en Trainer, 2010b) es que no se puede reformar ni reparar la sociedad de consumo capitalista: Se ha de desechar y rehacer en gran medida de acuerdo sobre bases bastante distintas.
Perfil de la defensa de los “límites del crecimiento”
El planeta se adentra hoy rápidamente en muchos problemas de envergadura, cualquiera de los cuales podría ocasionar el derrumbe de la civilización en no mucho tiempo. Los más graves son la destrucción, la privación del Tercer Mundo, el agotamiento de los recursos, los conflictos y guerras, y la descomposición de la cohesión social. La causa principal de todos estos productos estriba en la sobreproducción y el sobreconsumo: la gente trata de vivir en un nivel de opulencia demasiado elevado para poder sostenerlo o compartirlo entre todos.
Nuestra sociedad es enormemente insostenible – los niveles de consumo, el uso de los recursos y el impacto ecológico que tenemos en países ricos como Australia quedan bastante lejos de niveles que pudieran mantenerse durante mucho tiempo o ampliarse a todo el mundo. Sin embargo, la meta suprema de casi todos consiste en aumentar los niveles de vida materiales y el PIB y el consumo, la inversión y el comercio, etc. Lo más rápido posible y sin ningún limite a la vista. No hay elemento en nuestra condición suicida que sea más importante que esta insensata obsesión por acelerar el factor principal que causa esta situación.
Los siguientes puntos nos ilustran sobre la magnitud de este rebasamiento.
* Si los 9.000 millones de personas que tendremos sobre la Tierra en cincuenta años utilizaran recursos al ritmo per cápita de los países ricos, la producción anual de recursos tendría que ser ocho veces mayor de lo que es hoy.
* Si esos 9.000 millones consumieran una dieta norteamericana, necesitaríamos 4.500 millones de hectáreas de cultivo, y sólo disponemos de 1.400 millones de hectáreas de tierra cultivada en el planeta.
* Los recursos hídricos son escasos y menguantes. ¿Cuál será la situación si 9.000 millones tratan de utilizar el agua como hacemos en los países ricos, mientras el problema de los gases de invernadero reduce los recursos hídricos?
* Las pesquerías del mundo se encuentran hoy con serios problemas, la mayoría con sobrepesca y en declive. ¿Qué pasaría si los 9.000 millones intentaran consumir pescado al ritmo de los australianos de hoy en día?
* Es probable que diversos recursos minerales y de otro género pasen pronto a ser muy escasos, entre ellos el galio, el indio, y el helio, y hay inquietud respecto al cobre, zinc, plata y fósforo.
* Es probable que comience a menguar el petróleo y el gas, y que en buena medida no se pueda disponer de ellos en la segunda mitad de siglo. Si lo 9.000 millones consumieran petróleo al ritmo per cápita australiano, la demanda mundial sería cinco veces mayor de lo que es hoy. La gravedad de esto resulta extrema, dada la onerosa dependencia de nuestra sociedad de los combustibles líquidos.
* Recientes análisis de la “huella” ecológica muestran que se precisan ocho hectáreas de tierra productiva para proporcionar agua, energía, terreno de asentamiento y alimentos para una persona que vive en Australia. (World Wildlife Fund, 2009.) De manera que si 9.000 millones vivieran como nosotros, serían necesarias unos 72.000 millones de hectáreas de tierra productiva. Pero eso equivale a cerca de diez veces toda la tierra productiva disponible en el planeta.
* El argumento más inquietante es el referido a los gases de invernadero. Es muy probable que con el fin de impedir que el contenido de carbono en la atmósfera se eleve a niveles peligrosos, haya que eliminar por completo las emisiones de Co2 para 2050 (Hansen dice que para 2030). (Hansen, 2009, Meinschausen et al., 2009.) El geo-almacenamiento no nos lo permite, sólo sea porque únicamente puede captar cerca del 85% del 50% de las emisiones que proceden de fuentes estacionarias como centrales eléctricas.
Este tipo de cifras deja sobradamente claro que los “niveles de vida” materiales del mundo rico son enormemente insostenibles. Vivimos de un modo que resulta imposible de compartir por todos. No es que hayamos sobrepasado un poco los niveles sostenibles de consumo de recursos: es que los hemos sobrepasado en un factor de cinco a diez. Pocos parecen darse cuenta de la magnitud del exceso ni tampoco, por lo tanto, de las enormes reducciones que han de llevarse a cabo.
Añádanse hoy las implicaciones del crecimiento
Las cifras arriba señaladas se refieren a la actual situación, pero eso no define el problema al que nos enfrentamos. El problema es: ¿cuál será la situación en el futuro, dada la determinación de aumentar la producción y el consumo de modo continuo y sin límites?
Como mínimo, en esta sociedad se exige y se logra por lo común un crecimiento del 3% anual. Si Australia tuviese un aumento anual de su rendimiento hasta 2050 y para entonces los 9.000 millones de personas esperados hubiesen llegado a los niveles de vida materiales que tendrían los australianos, el mundo estaría produciendo casi veinte veces más de lo que produce hoy. Sin embargo, el actual nivel es insostenible de un modo alarmante.
“El progreso técnico lo hará todo posible”
Llegamos ahora al supuesto que asume la mayor parte de la gente, a saber, que no hay necesidad siquiera de pensar en poner en cuestión el crecimiento, y no digamos ya en reducir el consumo o la producción económica, por no hablar de recortar el PIB en un factor de 5 a 10. El punto de vista generalmente asumido es que “podremos seguir comprando montones de cosas, viviendo en casas inmensas, conduciendo distancias prolongadas, yendo de vacaciones, volando por todo el mundo, y disponiendo de un nutrido fondo de armario, etc., y aumentar nuestro consumo de todos estos bienes con cada año que pasa, porque nuestros magos de la tecnología encontrarán la forma de producir bienes de consumo y hacer que los coches sigan funcionando, etc., sin causar problemas de importancia. Desde luego que las tecnologías existen ya, lo que pasa es tan solo que nuestros embotados políticos nos han fallado a la hora de llevarlas a la práctica”.
Sin embargo, el rebasamiento es demasiado grande para que los avances técnicos plausibles puedan reducir los problemas a proporciones tolerables. Quizás el optimista más conocido del “arreglo técnico”, Amory Lovins, pretenda que podemos al menos doblar el rendimiento global mientras dejamos en la mitad los impactos sobre los recursos y medioambientales, es decir, podríamos lograr una reducción de “factor cuatro” (Von Weisacher y Lovins, 1997. Más recientemente se ha argumentado en torno a una reducción de factor cinco). Pero esto no significaría estar lo bastante cerca de resolver los problemas.
Asumamos que los actuales impactos globales sobre los recursos y el medio ambiente deben reducirse a la mitad. Se ha explicado que si nosotros en los países ricos tenemos una media de un crecimiento del 3%, y 9.000 millones de personas alcanzaran los niveles de vida de los que disfrutaríamos para 2050, la producción total del mundo sería veinte veces mayor de lo que es hoy. Es muy poco verosímil que los progresos técnicos hagan posible multiplicar el rendimiento económico total por 20 a la vez que se reducen a la mitad los impactos, es decir que permitan ¿una reducción de factor 40?
“Pero, ¿qué hay de las fuentes de energía renovables?”
No hay supuesto más común en el remedio técnico ni menos analizado que la idea de que se pueden substituir los combustibles fósiles por fuentes renovables de energía, permitiendo ese modo disponer de abundante riqueza energética, a la vez que se eliminan los problemas de los gases de invernadero y demás. La hipótesis contraria queda detallada en Renewable Energy Cannot Sustain A Consumer Society (Trainer 2007, y puesta al día en Trainer, 2008. Véase también Trainer, 2009 y 2010.) Así, por ejemplo, a continuación se indican las razones por las que no hay ninguna posibilidad de que todo el mundo pueda disponer de vehículos movidos por combustible de biomasa.
Probablemente será posible derivar siete toneladas de biomasa por hectárea de una producción a muy gran escala, y siete GJ de etanol por tonelada de biomasa. Esto supondría 2,6 hectáreas para producir los 128 GJ [un gigajoule (GJ) son mil millones de joules, equivalentes a 278 kWh; T.] que cada australiano utiliza cada año en petróleo más gas. Si los 9.000 millones de personas vivieran como los australianos de hoy en día, harían falta 23.000 millones de hectáreas de bosque en un planeta que sólo dispone de 13.000 millones de hectáreas de tierra.
Esto no significa que tengamos que olvidarnos de las renovables. Son las fuentes hacia cuya plena dependencia deberíamos ir moviéndonos lo antes posible. Pero no pueden hacer de combustible de una sociedad de consumo para todos. Tienen que formar parte de esa “forma más sencilla” esbozada anteriormente.
El fracaso de los Verdes
Pese a lo abrumadora que resulta la argumentación contraria al crecimiento, y el argumento de que no es posible resolver el problema del medio ambiente a menos que pasemos a una economía de crecimiento cero, los movimientos y partidos políticos verdes han ignorado casi por completo la cuestión. El partido de los Verdes alemanes entendió la necesidad de un vasto y radical cambio de sistema que nos alejara de la sociedad de consumo capitalista. Sin embargo, hoy en día casi todos los esfuerzos verdes se dirigen a intentar simplemente reformar esa sociedad, de tal modo que se reduzca de algún modo su agresión al medio ambiente, y prácticamente no hay campañas verdes encaminadas a llevarnos hacia un tipo de sociedad que no destruya inevitablemente y cada vez más el medio ambiente. Casi no prestan atención a la cuestión del crecimiento (así, por ejemplo, el reciente libro de Geoff Mosley detalla la negativa continuada de la Australian Conservation Foundation a ocuparse de ello. Mosley, 2010).
De manera semejante, los partidos políticos verdes no discuten el crecimiento económico o de población y se centran en cambio en reformas que nunca ponen en tela de juicio el crecimiento y la opulencia. Los verdes se encuentran entre quienes presentan las afirmaciones más contundentes acerca de que la tecnología puede resolver los problemas, eliminando toda necesidad de encarar el cambio de sistema...y los políticos son responsables de no aplicar las soluciones disponibles. La razón de este fracaso/negativa estriba, por supuesto, en que si se manifestaran contrarios a la búsqueda del crecimiento y la opulencia en una sociedad ferozmente obsesionada con estas metas, perderían rápidamente a sus partidarios.
Un contexto más amplio
La ingente insostenibilidad de la sociedad capitalista de consumo no es más que el primero de los dos argumentos demoledores en contra de que sea aceptable. El otro tiene que ver con la extrema y brutal injusticia inserta en la economía global, y sin la cual no podríamos disponer en los países ricos de niveles de vida materiales tan elevados.
La economía global entrega la mayoría de la riqueza mundial en recursos, a saber, del petróleo, a los países ricos. Tal es el caso debido simplemente a que se trata de un sistema de mercado y en el mercado las cosas de mayor escasez y valor se destinan a los ricos, pues son ellos quienes más pueden pagar por recursos y bienes.
El mismo principio garantiza que el desarrollo que tiene lugar en el Tercer Mundo no va mucho más allá de enriquecer a las corporaciones de los países ricos, las élites del Tercer Mundo y la gente que compra en los supermercados de los países ricos.
La economía global ignora totalmente las necesidades y derechos de la gente y los ecosistemas. Permite y garantiza que 850 millones de personas pasen hambre mientras se alimenta a los animales de los países ricos con 600 millones de toneladas de cereales cada año, y la mayor parte de la mejor tierra de muchos países con hambre se dedique a cultivos para la exportación. El desarrollo convencional, es decir, el desarrollo determinado por las fuerzas de mercado y el beneficio, es claramente, por tanto, una forma de saqueo: utiliza la capacidad productiva del Tercer mundo para enriquecernos a nosotros, no a ellos.
La teoría y práctica del desarrollo convencional se basa en la idea del “crecimiento y goteo” [trickle down, de la riqueza hacia abajo], es decir, en el supuesto de que si todos vamos con entusiasmo en pos del crecimiento en el mercado, ésta será entonces la mejor forma de elevar al Tercer Mundo a niveles de vida satisfactorios. ¡Qué delicia para los muy ricos! “No hace falta pensar en redistribuir la riqueza existente o en producir lo que se necesita, sólo lo que es rentable…únicamente producir lo que más enriquece a los que ya son ricos, y la riqueza irá goteando hasta enriquecernos a todos”. Esto equivale a decir que deberíamos contentarnos con un enfoque del desarrollo que pone en nuestras manos en los países ricos casi toda la riqueza del Tercer Mundo, mientras una minúscula fracción de la misma beneficia a la gente del Tercer Mundo.
El mayor punto ciego de esta teoría y práctica del desarrollo convencional es que esta meta es absolutamente imposible. La anterior discusión deja claro que no hay posibilidad de que el Tercer Mundo se desarrolle como los países ricos o disponga de los “niveles de vida” del mundo opulento, no hay en ningún lado recursos ni por asomo para ello.
“Pero, ¡mira China!” Sí, hay en la economía global lugares en los que la gente logra beneficios espectaculares y en el que hay beneficios significativos que van a la gente más pobre. Hay pruebas contundentes de que los “niveles de vida” de gran número de personas del Tercer Mundo están ascendiendo de forma notable (véase, por ejemplo, Rosling, 2009.) Sin embargo, esto no significa que el enfoque del “goteo” sea aceptable o que pueda resolver los problemas fundamentales.
En primer lugar, los mercados de exportación en auge de los que disfrutan los chinos se han tomado de mucha gente de los países pobres que antaño disponía de ellos, pero que ahora no gana para exportar las cosas que solía vender. También resulta fácil pasar por alto el hecho de que hay 800 millones de chinos que no participan de esa nueva riqueza (Hutton, 2007). Los sistemas basados en el mercado benefician en su mayor parte a la clase media y los ricos, y crean oportunidades limitadas para que algunos asciendan a la clase media. Pregúntese a los 500 millones de África, o a la mayoría de la gente de Haití y Tuvalu sobre los milagros del crecimiento y el goteo. La mayoría de ellos están sufriendo un PIB per cápita en declive (…lo que, por supuesto, sólo significa que tienen que trabajar más duro, recortar el precio de sus exportaciones, talar más bosques…). Muy poca cosa gotea hasta llegar a los más pobres, y la globalización ha aumentado el ritmo al que los recursos de los pobrísimos se transfieren a los ricos (para una amplia documentación, véase la nota ¡Que los ricos creen puestos de trabajo! 6 mitos).
Incluso para el caso de aquellas clases pobres que se benefician del enfoque del desarrollo de crecimiento y goteo, los ritmos muestran de modo evidente que necesitarían cientos de años para ponerse a la altura de los “niveles de vida” del mundo rico. Entretanto, los países ricos se habrían elevado a niveles estratosféricos… y los ecosistemas del planeta se habrían venido abajo hace mucho.
Aunque el enfoque del crecimiento y goteo estuviera resolviendo los problemas más graves, se trata evidentemente de una estrategia extremadamente despilfarradora e injusta. Por cada migaja que arroja a la mayoría pobre, los que ya son ricos acumulan una inmensa opulencia.
Los países ricos se toman muchas molestias para mantener asentada la injusta economía global. Utilizan la ayuda, el apoyo a regímenes brutalmente dictatoriales del Tercer Mundo, Paquetes de Ajuste Estructural del Banco Mundial, y suministro de armamento, y recurren a invasiones militares al objeto de mantener los gobiernos y sistemas que garantizan que nuestras corporaciones y compradores continúen haciéndose con la mayor parte de la riqueza en recursos del mundo y apoderarse de la mayoría de los mercados. Los países ricos impiden deliberadamente un desarrollo apropiado, es decir, la aplicación de la capacidad productiva del Tercer Mundo, su trabajo, tierra, habilidades y capital, que desarrollarían aquellas cosas sencillas que harían todo lo posible por incrementar el bienestar de sus respectivos pueblos. Las condiciones inscritas en los Paquetes de Ajuste Estructural del Banco Mundial desechan esto de modo explícito y decretan que la capacidad productiva debe quedar libre para que las fuerzas del mercado determinen a qué se destinará, que esté libre para que las corporaciones la utilicen de cualquier forma que maximice sus beneficios globales.
Nuestros elevados “niveles de vida” materiales no pueden seguir satisfaciéndose a menos que continúen estos sistemas y procesos espantosamente injustos. No podríamos ni por asomo vivir tan bien como vivimos si no nos hiciéramos con la mayoría del estaño, café, petróleo, etc., disponibles. El problema de la penuria del Tercer Mundo no podrá resolverse hasta que el mundo rico reduzca su consumo de forma espectacular y viva de algo semejante a la parte que le corresponde en justicia de la riqueza mundial en recursos. Sin embargo, su meta suprema consiste en aumentar sus niveles de producción, consumo y PIB.
Así pues, el crecimiento es causa principal de problemas globales
Este análisis de los “límites del crecimiento” resulta crucial si quiere entenderse la naturaleza del problema medioambiental, del agotamiento de recursos y los conflictos armados en el mundo. Aunque pueda haber muchos otros factores causales en juego, todos estos problemas se deben directa y primordialmente al hecho de que existe demasiada producción y consumo.
Así, por ejemplo, tenemos un problema ambiental debido a que se extraen muchísimos recursos de la naturaleza y se le devuelven con el vertido con creces de muchísimos residuos a un ritmo que el progreso técnico no puede reducir a niveles sostenibles. Tenemos un Tercer Mundo empobrecido y subdesarrollado porque la gente de los países ricos insiste en apoderarse de la mayoría de los recursos, entre ellos los que debería utilizar el Tercer Mundo para satisfacer sus propias necesidades. ¿Y qué probabilidades hay de alcanzar alguna vez la paz mundial si los recursos son escasísimos y no pueden usarlos todos al ritmo que lo hacen hoy en día sólo unos pocos, pero insistiendo en enriquecerse cada vez todo el tiempo ilimitadamente? Si se insiste en continuar en la opulencia, habrá entonces que armarse cuantiosamente, harán falta armas si se quiere continuar tomando más de lo que en justicia corresponde.
La calidad de vida
La paradoja última es que durante décadas ha estado claro en la literatura que aumentar el PIB de los países ricos no incrementa la calidad de vida (Eckersley, 1997; Speth, 2001.) De hecho, lo que probablemente estamos viendo hoy en día es cómo desciende la calidad de vida en los países más ricos. ¿Qué sentido tiene entonces esforzarse en pos del crecimiento económico?
“Pero el crecimiento nos hará tan ricos que podremos permitirnos salvar el medio ambiente”
Esta afirmación es característica de la mentalidad económica convencional... sólo con crear riqueza monetaria, podremos resolver todos los problemas gracias a ello. El error fatal de este argumento resulta transparente. Si no reducimos la producción de “riqueza” de modo espectacular y rápido, las consecuencias medioambientales eliminarán pronto nuestra capacidad de producir cualquier forma de riqueza.
¿Conclusión?
Puestos a repetirlo, la razón del anterior esbozo ha consistido en dejar clara la magnitud del problema. Las cantidades de producción y consumo que hoy tenemos en el mundo rebasan muchas veces los niveles de lo que podría ser sostenible. No se trata sólo de llegar a una economía que no crezca ya más; el imperativo reside en alcanzar una economía de estado estacionario en la que la producción, el consumo, la inversión, el comercio y el PIB sean fracciones muy pequeñas de sus actualidades cantidades. En la discusión que sigue intentaremos mostrar que esto significa que habrá, por tanto, que desechar las estructuras y sistemas centrales de esta sociedad.
Las implicaciones de largo alcance y profundamente radicales del crecimiento cero
El problema del crecimiento no es sólo que la economía haya crecido hasta hacerse demasiado grande, agotando hoy recursos y dañando y eventualmente destruyendo ecosistemas. El problema más central es que el crecimiento resulta integral para el sistema.
La mayoría de las estructuras y mecanismos básicos del sistema se ven impulsados por el crecimiento y no pueden funcionar sin ello. No se puede eliminar el crecimiento dejando el resto de la economía más o menos tal cual. Por desgracia, los partidarios del actual movimiento a favor del “decrecimiento” tienden a pensar que el crecimiento es como un aparato de aire acondicionado que funciona mal en una casa, que sólo hace falta retirarlo y el resto de la casa seguirá funcionando más o menos como antes.
Si nos deshacemos del crecimiento, no puede haber pagos con intereses. Si hay que devolver más de lo que se prestó o invirtió, en ese caso la cantidad total crecerá inevitablemente con el tiempo. La actual economía depende literalmente del pago con intereses de un modo u otro, una economía sin pago con intereses debería de disponer de mecanismos totalmente diferentes para llevar a cabo muchos procesos.
Así pues, hay que descartar casi la totalidad de la industria financiera, y substituirla por disposiciones mediante las cuales pueda disponerse de dinero, prestarlo, invertirlo, sin aumentar la riqueza de quien lo presta. Eso le resulta incomprensible a la mayoría de los actuales economistas, políticos y gente del común. Entre los problemas ligados a ello está el cómo mantenerse en la vejez, cuando esto no puede resolverse mediante planes caducos que dependen del rendimiento de los ahorros invertidos.
La actual economía se rige literalmente por ir en pos del enriquecimiento; esta motivación es la que garantiza una enérgica busca de opciones, adoptar riesgos, la construcción y el desarrollo, etc. La alternativa más evidente es que estas acciones se vean motivadas por un esfuerzo colectivo por hacer funcionar lo que la sociedad necesita, y organizar y producir y desarrollar estas cosas. Ello entraña una visión del mundo y un mecanismo de impulso enteramente diferentes. Dicha sociedad tendría que encontrar otra vía para garantizar la innovación, la iniciativa empresarial y el correr riesgos cuando la gente no pueda ya esperar enriquecerse merced a sus esfuerzos (esto no es necesariamente un problema difícil; véase Trainer 2010a, Ch. 5.)
El problema de la desigualdad se volvería grave y exigiría atención. No podría afrontarse asumiendo que “la marea alta levantará todos los barcos”. En la actual economía, el crecimiento “legitima” la atención y desactiva el problema. La extrema desigualdad no es fuente de un descontento significativo, porque puede decirse que el crecimiento económico eleva los “niveles de vida” de todo el mundo”. Pero si el pastel sigue teniendo un tamaño constante, y todo el mundo se ve todo el tiempo impulsado por la lucha competitiva por enriquecerse, al poco tiempo unos pocos de entre los más enérgicos/talentosos/despiadados se habrán quedado con la mayor parte del pastel. Habría que encarar y resolver esta desigualdad consciente y deliberadamente, lo que entraña decisiones sociales respecto a la distribución y porción justa… lo que implica nuevamente un tipo muy distinto de sociedad.
Por encima de todo, si no ha de haber crecimiento, no puede quedar ningún papel reservado a las fuerzas del mercado. Muchos de quienes se oponen al crecimiento no parecen darse cuenta de esto. El mercado significa maximizar, es decir, producir, vender e invertir con el fin de ganar todo el dinero que sea posible gracias a estos tratos para después intentar invertir, producir y vender más, al objeto de hacer nuevamente cuanto más dinero sea posible. Dicho de otro modo, existe una relación inseparable entre el crecimiento, el sistema de mercado y el imperativo de acumulación que define al capitalismo. Si hemos de terminar con el crecimiento, tenemos que deshacernos del sistema de mercado.
Los cambios arriba mencionados no podrían llevarse a cabo a menos que se produjera un profundo cambio cultural, que entrañe nada menos que abandone el deseo de sacar provecho. Durante más de doscientos años, nuestra sociedad occidental se ha centrado en la búsqueda del enriquecimiento, de la acumulación de riqueza y propiedad (la cuestión resulta central en los escritos de Polanyi, 1944, y Tawney 1922, en el surgimiento de la sociedad capitalista a partir de la sociedad medieval). Esto es lo que impulsa toda actividad económica, así como el comportamiento de individuos y empresas en el mercado, y se encuentra en el centro de la política nacional. La gente trabaja para conseguir todo el dinero que puede. Las empresas se esfuerzan en conseguir el máximo beneficio posible y por crecer todo lo que pueden. La gente comercia con el fin de hacerse más ricos de lo que eran. Las naciones se esfuerzan por enriquecerse sin cesar.
La cuestión de la que resulta lógicamente imposible huir es que en una economía de crecimiento cero no habría lugar a este motivo psicológico o proceso económico. La gente habría de preocuparse por producir y adquirir sólo esa cantidad estable de bienes y servicios que resulta suficiente para una calidad de vida satisfactoria, y no tratar de incrementar en modo alguno ahorros, riqueza, posesiones, etc. Sería difícil exagerar la magnitud de esta transición cultural. No puede existir una economía de crecimiento cero a menos que se produzca un enorme cambio en la mentalidad que es característica de la sociedad de consumo y que ha constituido la fuerza impulsora dominante de la cultura occidental durante varios cientos de años.
Subsistencia, obsequio, reciprocidad... suficiencia
La alternativa a una economía del crecimiento estriba de hecho en una economía de subsistencia, es decir, una economía en la que la gente produce para satisfacer necesidades estables y no para acumular riqueza. En sociedades tribales, campesinas, antiguas y medievales, así como en muchas comunas de hoy en día, se producen artículos no para venderlos con el fin de beneficiarse, de acumular dinero con el tiempo. (véase la discusión de Polanyi, 1944). Se producen para intercambiarlos por otros artículos necesarios de igual “valor”.
Los días de mercado nos permiten a todos adquirir las cosas que necesitamos, a cambio de una aportación a la satisfacción de las necesidades de los otros. Nadie intenta sacar beneficios del intercambio, todo el mundo intenta sólo intercambiar artículos de un cierto “valor” por otros del mismo “valor” (medido habitualmente en el tiempo de trabajo necesario para producirlos). La gente no va al mercado a hacerse rica (los mercaderes que visitaban las ciudades, generalmente con cosas innecesarias, objetos de lujo, para venderlas, comerciaban para obtener beneficio, pero en la Europa medieval constituían una minoría casi irrelevante en los márgenes de la corriente económica principal, y no se les respetaba).
En estas economías de subsistencia, la operación básica no consistía en conseguir sino en dar… sabiendo que los otros le darían a uno. Dicho de otro modo, el mecanismo económico clave era el obsequio y la reciprocidad. Las tribus están gobernadas por elaboradas reglas acerca de lo que es dar y recibir, que garantizan la manutención de todos (ninguna persona de las sociedades tribales es pobre o pasa hambre, salvo que los tiempos sean para todos difíciles).
Son esos los principios económicos que han de existir, nos gusten o no, en una economía satisfactoria, viable con la perspectiva de una escasez intensa e irremediable, en la que debemos desarrollar principalmente pequeñas cooperativas locales, economías estables centradas en satisfacer necesidades. Las preocupaciones centrales deben enfocarse hacia la organización de los recursos locales y las capacidades productivas para poder mantener a todos sin noción alguna de beneficio o enriquecimiento con el tiempo. El mecanismo básico debe consistir en dar a los demás y a la comunidad, sabiendo que nos darán lo que necesitemos (por ejemplo, contribuir a las abejas obreras voluntarias que mantienen los huertos de la comunidad).
La historia puede contemplarse en términos del daño finalmente causado por el impulso de obtener beneficio. A menudo surge una civilización que mantiene durante algún tiempo una considerable equidad, pero con el tiempo algunos consiguen riqueza y poder, y se desarrollan como clase con poder y privilegios crecientes que domina después al resto. Su deseo de obtener beneficios impulsa la búsqueda de más y más tierras, opulencia, esclavos… y fuentes exteriores de riqueza. Comienza una fase imperial. Se saquea la riqueza de otras regiones. Puesto que no existe concepto de lo que es bastante, en poco tiempo llegan a extralimitarse; se vuelve imposible mantener el imperio, y la civilización se autodestruye. En la actualidad, Occidente atraviesa esta fase de extralimitación que apunta a su declive, mientras que nos rebasa China, impulsada por esa misma obsesión decidida de enriquecerse y hacerse más poderosa. Esta triste historia no terminará hasta que los seres humanos aprendan a contentarse con lo que es suficiente.
Este tema es el núcleo del análisis de “The Simpler Way” (“Un camino más sencillo”): esta sociedad no tiene arreglo; sus elementos principales han de descartarse y reemplazarse (Trainer, 2010b) Lo que es más evidente es que no se puede reformar una economía de crecimiento para convertirla en una economía de crecimiento cero, y no se puede eliminar el elemento de crecimiento si se deja el resto tal cual; hay que levantar una economía completamente diferente. Y sobre todo, no se resolverán los muchos problemas que causa el perseguir el crecimiento sin desechar estructuras centrales de nuestra cultura, es decir, hasta que la gente en general se dé por contenta con lo que es suficiente, y programe y gestione economías que se centren en la subsistencia, el obsequio y la reciprocidad.
Así pues, la mayoría de la gente que apela a una economía estable no parece comprender las implicaciones de su campaña, ni las razones para pensar que sus posibilidades de éxito son insignificantes. Por encima de todo, no parecen haber pensado en los cambios sociales ligados a ello, muchos y muy profundos, que han de lograrse para poder eliminar el crecimiento.
¿Es compatible el capitalismo con una economía de crecimiento cero?
Debería ser evidente ya que una economía de crecimiento cero no puede ser una economía capitalista. El capitalismo se remite por definición a la acumulación, a ganar más dinero del invertido, con el fin de invertir la plusvalía para disponer de aún más… para invertirlo al objeto de hacerse más ricos. En una economía estable sería posible que unos pocos fuesen propietarios de la mayor parte del capital y las fábricas, y vivir de la renta de estas inversiones, pero serían como rentistas o terratenientes que obtienen una renta de su propiedad. No podrían verse impulsados a acumular, hacerse más ricos, aumentar la cantidad de capital que poseen e invertir para enriquecerse aún más. Si lo hicieran, unos poquísimos se quedarían rápidamente con casi toda la cantidad fija de renta y riqueza disponibles… y pronto el sistema se autodestruiría.
Hay quien, como Herman Daly, cree que el aumento de la “productividad” permitiría al capitalismo continuar en una economía de crecimiento cero. El contraargumento es que habría una ligera tendencia a que esto sucediese, pero que el efecto sería trivial y efímero.
Hay mucha gente en el movimiento cada vez mayor en favor del “decrecimiento” que no desea enfrentarse a la conclusión de que si uno desea deshacerse del crecimiento, habrá entonces que librarse del capitalismo e inevitablemente tendremos (algún tipo de) “socialismo”. Es decir, la economía no podría dejarse en ese caso a la competencia entre quienes poseen capital activo en los mercados libres que operan en el libre mercado. Como mínimo las decisiones económicas principales tendrían que adoptarse por medio de discusiones, debates y planificación sociales... porque se trata de la única alternativa lógica a dejar que los “mercados libres” y los poseedores de capital compitan por sacar provecho.
Resulta crucial recalcar de inmediato que esto no ha de significar que hayamos de aceptar un gran Estado autoritario, burocrático que se ocupe de todo y que es probable que no sea del gusto de nadie. Un bosquejo de una nueva economía aparece a continuación (y queda pormenorizado en el capítulo 4 de Trainer, 2010). Las decisiones principales habrían de tomarse colectivamente por parte de todos los miembros de pequeñas economías (pero con la mayoría de la economía en forma de empresas privadas).
¿Cuál es la alternativa?
Si debemos abandonar el crecimiento y reducir de modo ingente la producción y el consumo, entonces no hay más alternativa que desarrollar una economía que quede básicamente bajo control social, a saber, en la que discutamos, decidamos, planifiquemos y nos organicemos para producir esa cantidad estable de cosas fundamentales que necesitamos para hacer posible una alta calidad de vida para todos. En las condiciones de intensa escasez de recursos que se avecinan, para que las comunidades sean viables tendrán que ser en su mayor parte economías locales pequeñas, autosuficientes, que utilicen recursos del lugar para producir lo que necesitan los lugareños. Esas economías sólo pueden funcionar bien si el control se encuentra en manos de todos los ciudadanos, por medio de la democracia participativa ejercida a través de asambleas que representen a la ciudad entera. Esta visión haría posible que la mayoría de las empresas y explotaciones agrícolas fueran de propiedad privada o de cooperativas comunitarias, y dejaría poco que hacer a gobiernos municipales, de los estados o federales.
Aunque las razones en contra de proseguir el crecimiento y la opulencia han resultado en mi opinión abrumadoramente convincentes durante décadas, han sido ignoradas casi por completo. Y si bien atraen cada vez más atención en los márgenes de la profesión económica, se reconoce poco por desgracia cuán profundamente radical es la noción de crecimiento cero. Entraña lógicamente la terminación de varias estructuras y procesos fundamentales, de valores e ideas asumidas, desarrolladas a lo largo de cientos de años.
Si es válido este análisis respecto a los límites nos quedan sólo unas décadas para llevar a cabo esas inmensas transiciones. Dado que la corriente principal, resueltamente guiada por la profesión de los economistas, no muestra signo alguno de prestar atención a estas cuestiones, resulta difícil mantener la creencia de que disponemos de ingenio o voluntad para salvarnos.

Ted Trainer es profesor de teoría económica en Universidad de Nueva Gales del Sur, Australia; real-world economics review, 6 septiembre 2011. Traducción para SinPermiso: Lucas Antón. http://www.sinpermiso.info
Notas:
1. Este trabajo elabora y amplía una discusión de temas publicada en The International Journal of Inclusive Democracy, otoño 2010; véase Trainer, 2010.?
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