En concreto, la frase popular por estos lares es que se debe a la pérdida de todos esos puestos de trabajo de alto valor en las finanzas, que suena posible hasta que uno hace números y se encuentra con que las cifras son muy muy pequeñas. Esto tiene un fuerte parecido familiar con las historias sobre el supuesto desempleo estructural en Estados Unidos que se centra en el cambio experimentado en la construcción; una vez más, esto suena bien hasta que se hacen números y nos encontramos con que es minúsculo.
Esto tiene importancia, y mucha. Si Gran Bretaña no ha experimentado un misterioso hundimiento de la productividad, sí padece, mucho más de lo que se reconoce, una falta de demanda real, y también tiene un problema subyacente de presupuesto mucho más pequeño de lo que afirma el gobierno. Es posible que los británicos estén hablando mal de su economía y de esta forma están creando una profecía que se vuelve realidad, en la que el pesimismo excesivo respecto a su potencial induce a adoptar políticas que de hecho empobrecen a la nación.
¿Qué si sé a ciencia cierto que esto es verdad? No. Pero parece más plausible que el argumento oficial. Y sin duda la política debería tener en cuenta no solo el riesgo hasta ahora puramente hipotético de una pérdida de confianza por parte del mercado de bonos, sino también la posibilidad muy real de que, por culpa de un pesimismo excesivo, estén dilapidándose enormes cantidades de producción en potencia, por no hablar de la producción futura.
Traducción de News Clips.
© 2012 New York Times
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