"De pensamiento es la guerra mayor que se nos hace: ganémosla a pensamiento" José Martí

jueves, 30 de julio de 2015

Violencia y razones

Soluciones difíciles pero necesarias.




Un viejo amigo, cuya cercanía arrastro desde los días de los estudios primarios y cuya suerte en la vida ha sido errática, me ha hecho la advertencia: “No salgas más a la calle con esa cadena en el cuello… Por quitártela pueden darte un puntazo”. Un “puntazo”, en el lenguaje habanero de hoy es una cuchillada en un costado del tórax. La cadena en cuestión, aunque de oro, es de eslabones finísimos y fue propiedad de mi madre, que la heredó de su madre, y que quiso regalármela en los ya lejanos días en que comencé mis estudios preuniversitarios y me hice “adulto”. Desde entonces la he llevado siempre conmigo, como mi talismán, como una seña de mi identidad y de conexión material con el cariño de mi progenitora: conmigo ha estado en aquellos cortes de caña con los que empecé a practicar mi adultez entonces recién estrenada, durante mis tiempos universitarios, a lo largo del interminable año que pasé en Angola como corresponsal, en los viajes que luego he hecho dentro y fuera de la isla. Siempre conmigo, por más de cuarenta años. Y ahora pienso si debo seguir llevándola o no: si vale la pena arriesgarme a ser agredido, herido, por ser despojado de un objeto cuyo valor es más simbólico y espiritual que material.

El consejo de mi amigo no ha sido gratuito ni alarmista: su conocimiento de “cómo está la calle” –también así se dice en el lenguaje habanero de estos tiempos- le permite saber por vía empírica pero bien fundamentada que los niveles de violencia social han ido elevándose en estos años y que algo que antes se resolvía con un tirón (el robo de una cadena), hoy puede gestionarse por métodos más drásticos.

Todos sabemos que en Cuba no existe la llamada crónica roja que se encarga de reflejar y hacer públicos los actos de violencia más notables que ocurren en una sociedad. También que no resulta fácil acceder a informaciones confiables de los porcientos de actos delictivos que se cometen en el país. Sin embargo, una y otra condición no impide que, por vías alternativas o por la información de alguien que sabe “cómo está la calle” tengamos la percepción de que la sociedad cubana de las dos últimas décadas se ha tornado más violenta que la existente antes de la década de 1990.

Hace solo unas semanas la isla se conmovió con la noticia del asesinato, sin razón y por sadismo, de un joven rockero camagüeyano, Mandy, hijo del escritor y bloguero Pedro Armando Junco, quien por sus medios hizo circular la lamentable noticia. Unos días después, supe por vía directa del robo con fuerza que habían cometido en la casa de unos amigos cercanos, a los que les sustrajeron casi todos sus bienes más preciados. Y, por “radio bemba” acabo de saber del asesinato (no puedo certificarlo, debido a la fuente) de una mujer en las cercanías de Batabanó que, por lo conocido, me recordó la violencia desmedida de los protagonistas de la más famosa obra de Truman Capote, la novela-sin-ficción A sangre fría.

¿Nunca hubo asesinatos, robos con fuerza y al descuido, hurtos y peleas en Cuba? En realidad, nunca dejó de haberlos, como en cualquier sociedad. Solo que, porcentualmente y por experiencia de vida, todos sabíamos que la cubana era una de las sociedades más seguras del mundo… y que a pesar de posibles incrementos de la violencia, aun lo sigue siendo.

Una de las razones que han mantenido bajos los índices de violencia en Cuba ha sido la inexistencia de narcotráfico (a pesar de que existe venta y consumo de drogas) y de mafias y pandillas organizadas. Pero, al mismo tiempo, las razones de un posible incremento de actos delictivos y criminales han estado y están a la vista de todos: el empobrecimiento de un sector notable de la población por la pérdida de valor del dinero (y del trabajo con el que se obtiene u obtenía ese dinero) y el consecuente gasto moral que la pobreza trae consigo y que se potenció con la pérdida o alteración de paradigmas sociales antes establecidos y hoy bastante deteriorados.

A partir de la crisis que se comenzó a vivir en 1990 la sociedad cubana extravió algunas de sus condiciones antes establecidas y la más dolorosa de todas fue la pérdida de valor real de la moneda nacional con la que se sostenían casi todos los cubanos y con la que intentan sostenerse todavía hoy una gran mayoría. Las estrategias de supervivencia que se comenzaron a practicar desde entonces han tenido entre sus modalidades las de “vivir del invento” o la de “resolver como sea”, y manifestaciones concretas en el resurgimiento de la prostitución, el robo de bienes del Estado (el famoso “desvío de recursos” que no cesa), el de buscarse la vida en actividades no propiamente laborales y, por supuesto, sin conexión con la esfera oficial, cuyos salarios siguen siendo insuficientes para un costo de la vida que se ha multiplicado por varias veces (el refresco que antes costaba 10 centavos hoy vale, cuando menos, 10 pesos!!!).

En el plano ético también se ha observado un deterioro de valores establecidos y necesarios, que van desde el simple “abuso sonoro” a que nos somete un vecino amante del reguetón hasta el lanzamiento de desperdicios desde autos en marcha, para ascender hasta la noción de que se puede vivir sin trabajar, e incluso, vivir mejor que si se trabaja (a menos que el centro laboral provea de recursos desviables al empleado). Súmese a eso –entre otros factores- la crisis de la estructura familiar cubana, acosada por el hacinamiento que provoca la falta de viviendas, la emigración interna y los resultados de un experimento educativo en el que muchos jóvenes lejos de formarse se deformaron y hoy son seres mucho más violentos o capaces, cuando menos, de asumir que se puede vivir bajo la ley del menor esfuerzo (y no son nada casuales, por ejemplo, los escándalos de fraudes académicos destapados en los últimos años, los cuales bien podrían ser solo la punta de un iceberg en cuya masa sumergida se practica la venta de notas a los estudiantes, entre otros males).

La sociedad cubana de los últimos años ha iniciado una batalla por la búsqueda de una mejoría económica de la nación, pero el propio gobierno reconoce que los resultados han sido más que discretos (la famosa asignatura pendiente del país). Pero tantos años de carencias económicas y de desgastes morales provocan erupciones diversas y una de las más explosivas puede ser el incremento de la violencia entre las personas, con resultados tan trágicos como los antes reseñados. Y, como en otras ocasiones he dicho, la solución para tal encrucijada no es la represión ni los viejos lemas de la vigilancia… porque ni una ni otra mejoran las condiciones de vida de las personas que optan por resolver sus problemas económicos personales y familiares por la vía drástica de la violencia.

Por lo pronto, yo he guardado la cadena que me regaló mi madre y que he usado durante tantos años. No soy tan iluso ni tan sentimental como para arriesgarme, por llevar mi cadena, a recibir “un puntazo”, como me advirtió mi viejo amigo. (2015).

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