Por Alejandro Nadal
Algunos de los libros más citados son con frecuencia los menos leídos. Y la obra de Thomas Piketty Capital en el siglo XXI es quizás el ejemplo más reciente. Lástima, porque la lectura desordenada de algunos pasajes y crónicas conduce a conclusiones superficiales y apreciaciones equivocadas sobre uno de los fenómenos más importantes de la historia, la desigualdad económica.
El texto de Piketty se convirtió en un fenómeno literario, una proeza para un libro sobre economía de más de 650 páginas. Se trata de una aportación importante al promover el debate sobre desigualdad económica y los males que entraña, en especial para la democracia y la vida en sociedad.
Pero, ¿es que Piketty es el primero en analizar la desigualdad económica y sus implicaciones en la economía del siglo XXI? La respuesta es negativa. Muchos antes que Piketty han examinado este problema y de manera más profunda. Dos ejemplos son James Galbraith y su equipo en la Universidad de Texas y el grupo de economía política de la Universidad de Massachusetts en Amherst, con Gerald Epstein y Bob Pollin a la cabeza. Otra muestra es el economista Branko Milanovic, cuyo trabajo sobre desigualdad internacional cubrió encuestas ingreso-gasto en hogares de 91 países. Destacan también los trabajos que publica desde 1988 el equipo del Economic Policy Institute en sus informes sobre empleo, desigualdad, salarios e ingresos familiares en Estados Unidos. Y como la lista no se acaba, surge otra pregunta: ¿por qué el libro de Piketty atrajo tanta atención sobre un tema que se había venido trabajando desde años atrás?
La respuesta de Thomas Palley, otro macroeconomista con importantes investigaciones sobre el tema, es que el pequeño mundo de la economía dominante en las universidades del establishment, nunca quiso reconocer el valor de estos trabajos porque sus autores permanecen etiquetados como de izquierda y reconocerlos como interlocutores equivale a legitimarlos. Según Palley parece que el tema de la desigualdad sigue siendo un tabú a menos que sea discutido por la persona ‘correcta’.
Piketty es quizás esa persona. Su libro encuentra perturbadoras tendencias en materia de desigualdad creciente, pero sus herramientas analíticas y sus recomendaciones de política económica dejan mucho que desear. Los conceptos utilizados son los que convencionalmente utiliza la teoría económica neoclásica y han sido desacreditados en debates teóricos bien conocidos. La ignorancia de Piketty sobre estos debates es sorprendente porque tienen que ver precisamente con la definición de capital, palabra clave en el título de su obra.
Entre otras cosas, Piketty sostiene que cuando la tasa de remuneración al capital aumenta más que la tasa de crecimiento de la economía se fortalece la tendencia a una creciente desigualdad. Pero eso implica que Piketty posee una medida del capital pues, de otro modo, su tasa de remuneración carecería de sentido. El problema es que en la definición de este autor el capital es una colección de bienes heterogéneos (edificios, máquinas) y lo único que los une es una medida en términos monetarios. Ahora bien, se sabe desde la controversia sobre la teoría del capital de hace cincuenta años que el valor monetario de esos bienes heterogéneos no puede ser utilizado en sustitución de la cantidad de máquinas y edificios utilizados en la producción.
Este no es un detalle técnico. El corolario de lo anterior es que el capital no recibe una ganancia por su participación en la producción. Los propietarios de las máquinas y edificios no reciben una remuneración ligada a la productividad marginal del capital. Y ahora sí estamos cerca de la médula del problema. En sus leyes fundamentales del capitalismo Piketty utiliza el principal elemento ideológico de la teoría convencional sin cuestionarlo. El establishment le ha respondido: con este tipo de análisis edulcorado sí podemos entablar un diálogo sobre la desigualdad. Bueno, quizás algo es algo.
Piketty encuentra que la desigualdad existe y que hay épocas en las que puede intensificarse. Pero vayamos a la pregunta de fondo: ¿cuál es la causa de esa desigualdad creciente según Piketty? La respuesta se encuentra en varios pasajes y se puede sintetizar en sus palabras: el principal impulso de la desigualdad proviene de la difusión del conocimiento y la inversión en capacitación. Esto es música a los oídos del coro de economistas neoliberales que llevan años afirmando que la desigualdad proviene de un sesgo en el proceso de cambio tecnológico en la economía que proporciona mayor remuneración para ciertos grupos de trabajadores (los que poseen mayor calificación) y menor para otros (los menos calificados).
Todo esto explica por qué el libro de Piketty carece de una buena discusión sobre las causas del estancamiento de los salarios en las principales economías capitalistas a partir de los años setenta. Podemos hablar de desigualdad, por cierto, pero no de salarios. Podemos hablar del capital en el siglo XXI, pero no demasiado sobre capitalismo.
Twitter: @anadaloficial
Algunos de los libros más citados son con frecuencia los menos leídos. Y la obra de Thomas Piketty Capital en el siglo XXI es quizás el ejemplo más reciente. Lástima, porque la lectura desordenada de algunos pasajes y crónicas conduce a conclusiones superficiales y apreciaciones equivocadas sobre uno de los fenómenos más importantes de la historia, la desigualdad económica.
El texto de Piketty se convirtió en un fenómeno literario, una proeza para un libro sobre economía de más de 650 páginas. Se trata de una aportación importante al promover el debate sobre desigualdad económica y los males que entraña, en especial para la democracia y la vida en sociedad.
Pero, ¿es que Piketty es el primero en analizar la desigualdad económica y sus implicaciones en la economía del siglo XXI? La respuesta es negativa. Muchos antes que Piketty han examinado este problema y de manera más profunda. Dos ejemplos son James Galbraith y su equipo en la Universidad de Texas y el grupo de economía política de la Universidad de Massachusetts en Amherst, con Gerald Epstein y Bob Pollin a la cabeza. Otra muestra es el economista Branko Milanovic, cuyo trabajo sobre desigualdad internacional cubrió encuestas ingreso-gasto en hogares de 91 países. Destacan también los trabajos que publica desde 1988 el equipo del Economic Policy Institute en sus informes sobre empleo, desigualdad, salarios e ingresos familiares en Estados Unidos. Y como la lista no se acaba, surge otra pregunta: ¿por qué el libro de Piketty atrajo tanta atención sobre un tema que se había venido trabajando desde años atrás?
La respuesta de Thomas Palley, otro macroeconomista con importantes investigaciones sobre el tema, es que el pequeño mundo de la economía dominante en las universidades del establishment, nunca quiso reconocer el valor de estos trabajos porque sus autores permanecen etiquetados como de izquierda y reconocerlos como interlocutores equivale a legitimarlos. Según Palley parece que el tema de la desigualdad sigue siendo un tabú a menos que sea discutido por la persona ‘correcta’.
Piketty es quizás esa persona. Su libro encuentra perturbadoras tendencias en materia de desigualdad creciente, pero sus herramientas analíticas y sus recomendaciones de política económica dejan mucho que desear. Los conceptos utilizados son los que convencionalmente utiliza la teoría económica neoclásica y han sido desacreditados en debates teóricos bien conocidos. La ignorancia de Piketty sobre estos debates es sorprendente porque tienen que ver precisamente con la definición de capital, palabra clave en el título de su obra.
Entre otras cosas, Piketty sostiene que cuando la tasa de remuneración al capital aumenta más que la tasa de crecimiento de la economía se fortalece la tendencia a una creciente desigualdad. Pero eso implica que Piketty posee una medida del capital pues, de otro modo, su tasa de remuneración carecería de sentido. El problema es que en la definición de este autor el capital es una colección de bienes heterogéneos (edificios, máquinas) y lo único que los une es una medida en términos monetarios. Ahora bien, se sabe desde la controversia sobre la teoría del capital de hace cincuenta años que el valor monetario de esos bienes heterogéneos no puede ser utilizado en sustitución de la cantidad de máquinas y edificios utilizados en la producción.
Este no es un detalle técnico. El corolario de lo anterior es que el capital no recibe una ganancia por su participación en la producción. Los propietarios de las máquinas y edificios no reciben una remuneración ligada a la productividad marginal del capital. Y ahora sí estamos cerca de la médula del problema. En sus leyes fundamentales del capitalismo Piketty utiliza el principal elemento ideológico de la teoría convencional sin cuestionarlo. El establishment le ha respondido: con este tipo de análisis edulcorado sí podemos entablar un diálogo sobre la desigualdad. Bueno, quizás algo es algo.
Piketty encuentra que la desigualdad existe y que hay épocas en las que puede intensificarse. Pero vayamos a la pregunta de fondo: ¿cuál es la causa de esa desigualdad creciente según Piketty? La respuesta se encuentra en varios pasajes y se puede sintetizar en sus palabras: el principal impulso de la desigualdad proviene de la difusión del conocimiento y la inversión en capacitación. Esto es música a los oídos del coro de economistas neoliberales que llevan años afirmando que la desigualdad proviene de un sesgo en el proceso de cambio tecnológico en la economía que proporciona mayor remuneración para ciertos grupos de trabajadores (los que poseen mayor calificación) y menor para otros (los menos calificados).
Todo esto explica por qué el libro de Piketty carece de una buena discusión sobre las causas del estancamiento de los salarios en las principales economías capitalistas a partir de los años setenta. Podemos hablar de desigualdad, por cierto, pero no de salarios. Podemos hablar del capital en el siglo XXI, pero no demasiado sobre capitalismo.
Twitter: @anadaloficial
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