"De pensamiento es la guerra mayor que se nos hace: ganémosla a pensamiento" José Martí

domingo, 3 de marzo de 2013

Cuando la tecnología inteligente nos vuelve tontos

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¿Le gustaría que todos sus amigos de Facebook FB +1.94%revisaran su basura? Un grupo de diseñadores británicos y alemanes cree que posiblemente sí . Por eso inventaron la BinCam, un recipiente para la basura "inteligente" que apunta a revolucionar el proceso de reciclaje.
La BinCam se ve como cualquier otro recipiente de basura, pero la diferencia está en su tapa, que viene equipada con un teléfono inteligente que toma fotos cada vez que se cierra. La imagen es luego cargada a Mechanical Turk, un portal de servicios de Amazon que permite que trabajadores independientes desempeñen labores detalladas a cambio de pagos en efectivo. En este caso, analizarán la foto y determinarán si sus hábitos de reciclaje se ajustan al evangelio de un estilo de vida ecológico. Finalmente, la foto aparecerá en su página de Facebook.
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El HAPIfork es un tenedor inteligente que puede monitorear qué tan rápido comemos e indicarnos que reduzcamos la velocidad.
También recibirá puntos en función del cumplimiento de su desafío de reciclaje. El hogar que acumule más puntos "gana". En palabras de sus jóvenes creadores, la BinCam está diseñada "para aumentar la conciencia individual sobre el desperdicio de comida y los hábitos de reciclaje", con la esperanza de modificar su comportamiento.
La BinCam ha sido posible gracias a la convergencia de dos tendencias que reconfigurarán profundamente el mundo que conocemos. Primero, gracias a la proliferación de sensores baratos y potentes, los objetos comunes pueden entender qué hacemos con ellos, desde sombrillas que saben que va a llover, hasta zapatos que reconocen cuándo están cumpliendo su vida útil. Con la ayuda de la innovación colaborativa (o crowdsourcing) y la inteligencia artificial, estos objetos pueden aprender a distinguir entre comportamientos responsables e irresponsables (por ejemplo, entre reciclar y desperdiciar) y luego castigar o premiar, según el caso, en tiempo real.
Debido a que nuestras identidades personales están ahora firmemente ligadas a nuestros perfiles en redes como Facebook y Twitter, cada una de nuestras interacciones con dichos objetos puede ser "social", es decir, visible para nuestros amigos. Esa visibilidad, a cambio, permite que los diseñadores recurran a la presión social: recicle e impresione a sus amigos, o no lo haga y corra el riesgo de despertar su ira.
Estos dos factores son los ingredientes esenciales de una nueva clase de tecnologías inteligentes. Algunas de estas innovaciones ya tienen seguidores y parecen relativamente seguras, incluso si no se ven revolucionarias: relojes inteligentes que avisan cuando recibe un nuevo mensaje de Facebook o una balanza que comparte su peso con sus seguidores en Twitter, ayudándolo a ajustarse a una dieta.
Pero muchas tecnologías inteligentes apuntan a una dirección más perturbadora. Un número de pensadores en Silicon Valley ven estas tecnologías no solo como una forma de darles a los consumidores nuevos productos que quieren sino de presionarlos para que se comporten mejor. La idea central es clara: ingeniería social disfrazada como ingeniería de producto.
Pero existen motivos de preocupación. A medida que las tecnologías inteligentes se vuelven más impertinentes, corren el riesgo de minar nuestra autonomía al suprimir comportamientos que alguien en algún lugar consideró inaceptables. Tenedores inteligentes nos alertan que estamos comiendo muy rápido. Cepillos dentales inteligentes nos animan a dedicarles más tiempo a las muelas. Sensores en nuestros autos nos dicen si conducimos muy rápido o frenamos bruscamente.
Estos aparatos nos pueden dar una retroalimentación útil, pero también pueden compartir todo lo que saben sobre nuestros hábitos con entidades cuyos intereses pueden diferir de los nuestros. Las empresas de seguros ya ofrecen descuentos significativos a los conductores que aceptan instalar sensores en sus autos para monitorear sus hábitos de conducción. ¿Cuánto tiempo pasará antes de que un cliente no pueda obtener seguro si no se somete a ese tipo de supervisión? Y ¿cuánto tiempo pasará antes de que el cuidado voluntario de nuestra salud (peso, dieta, ejercicio) se convierta en un requisito?
¿Cómo podemos evitar caer rendidos a la nueva tecnología? La clave es aprender a diferenciar entre "inteligencia buena" e "inteligencia mala".
Los aparatos que tienen una "inteligencia buena" nos otorgan el completo control de la situación y buscan reforzar nuestro proceso de toma de decisiones con el suministro de información adicional. Por ejemplo, una tetera conectada a Internet que nos alerta cuando la red de energía está sobrecargada (un prototipo ya ha sido desarrollado en el Reino Unido) no nos impide hervir agua para una taza de té, pero añade una dimensión ética a esa opción.
En contraste, las tecnologías que tienen una "inteligencia mala", hacen que ciertas opciones y comportamientos sean imposibles. Avances tecnológicos en la más reciente generación de autos (alcoholímetros que revisan si el conductor está sobrio, sensores en el volante que verifican si el conductor se está durmiendo, reconocimiento facial que confirma que somos quienes decimos ser) parecen limitar, no expandir lo que podemos hacer. Este puede ser un precio aceptable a pagar en situaciones donde vidas corren peligro, como la conducción, pero debemos resistir cualquier intento de universalizar esta lógica.
La "banca inteligente", un proyecto artístico de los diseñadores JooYoun Paek y David Jimison apunta a ilustrar los peligros de vivir en una ciudad demasiado inteligente. Equipada con un cronómetro y un sensor, la banca empieza a inclinarse después de un cierto tiempo, hasta que finalmente bota a sus ocupantes. Esto puede ser atractivo para algunos alcaldes que quieren más rotación de ciudadanos en el amoblado público, pero es el tipo de tecnología inteligente que degrada la cultura del urbanismo y nuestra dignidad.
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Proyectos como el de la BinCam caen en algún punto entre la inteligencia buena y mala.
Las iniciativas de tecnología inteligente que preocupan son aquellas que asumen que los diseñadores saben precisamente cómo debemos comportarnos, por lo que el único problema es encontrar el incentivo adecuado.
Con el ascenso de las tecnologías inteligentes, será difícil resistir el atractivo de un futuro sin fricciones y sin problemas. Cuando Eric Schmidt, el presidente de la junta directiva de Google, GOOG +0.62%dice que la "gente pasará menos tiempo tratando de que la tecnología funcione… porque simplemente será perfecta", no está equivocado. Ese es el futuro al que nos encaminamos. Pero no todos queremos ir allá.
Un paradigma de diseño inteligente más humano reconocería felizmente que la tarea de la tecnología no es liberarnos de la resolución de problemas. Sino que debemos recurrir a la tecnología para que nos ayude a solucionar problemas. Lo que queremos no es una vida en la que la fricción y la frustración han sido eliminadas por diseño, sino una en la que podemos superar las fricciones y frustraciones que encontramos en el camino.
Las tecnologías realmente inteligentes nos recordarán que no somos meros autómatas que ayudan a grandes bases de datos a responder preguntas. A menos que los diseñadores de las tecnologías inteligentes hagan un balance de la complejidad y riqueza de la experiencia humana vivida (con sus brechas, desafíos y conflictos), sus invenciones estarán destinadas a la SmartBin de la historia.
—Morozov es autor de 'To Save Everything, Click Here: The Folly of Technological Solutionism', que será publicado en marzo en EE.UU.

Me he convertido en una ortodoxia

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Por:
Douglas Holtz-Eakin, exdirector de la Oficina Presupuestaria del Congreso con el presidente George W. Bush, publicaba no hace mucho una tribuna de opinión en The Guardian titulada "Tenemos que controlar el gasto estadounidense" que es a la vez triste y divertida.
Douglas Holtz-Eakin.

La parte triste es ver a Holtz-Eakin llegar a esto. Hizo un buen trabajo a la hora de dirigir la Oficina Presupuestaria del Congreso, protegiéndola de la influencia partidista y produciendo informes que resultaban útiles a todos los bandos. Sin embargo, ahora repite como un loro la línea del partido, y ni siquiera da la impresión de que esté esforzándose mucho.
Vamos, ¿todavía vendiendo la austeridad expansionista a estas alturas?
La parte divertida es su definición de la postura contraria a la austeridad como la "ortodoxia de los expertos". Vaya. Justo el otro día los diversos Joes -los analistas de televisión Joe Scarborough, Joe Kernen, etcétera- decían que yo era el único, un "unicornio",  una de las quizás tres o cuatro personas en todo el mundo que no piensan que el déficit sea el mayor problema al que nos enfrentamos. ¿Ahora soy parte de una ortodoxia?
Bueno, puede ser. Fíjense en todos los expertos que piden desde las páginas de opinión de los principales periódicos o las tertulias de televisión el fin de la austeridad y más estímulos. Estoy yo, y luego está, bueno, a lo mejor Martín Wolf del Financial Times.
Pero supongo que soy un tío tan grande que soy una ortodoxia yo solito.
© 2013 New York Times.
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