"De pensamiento es la guerra mayor que se nos hace: ganémosla a pensamiento" José Martí

miércoles, 29 de noviembre de 2017

FIDEL, POR SIEMPRE Y PARA SIEMPRE FIDEL

Yo no sé lo que es vivir sin Fidel

Fidel Antonio Castro Smirnov

CUBADEBATE

Palabras de tributo y homenaje al Comandante en Jefe Fidel Castro Ruz a un año de su partida Física. Acto Central de la Cátedra Honorífica para el Estudio del Pensamiento y la Obra de Fidel. Universidad de Oriente.

Yo soy Fidel. Mi padre es Fidel. Mi abuelo es y será siempre el eterno e invicto Fidel. Mi nombre es Fidel, y mi vida se llama Fidel. Mis pensamientos, mis sueños, mis anhelos, se llaman también Fidel.

No puedo ni debo decir que converso con él, como en todas aquellas ocasiones que guardo en mi mente, en mi memoria; pero sí puedo, debo y quiero decir que necesito hablarle, y lo hago a menudo.

No puedo, ni debo ni quiero decir que Fidel no está físicamente. Puede no estar presente el calor de Fidel. Pero sí está presente la energía de Fidel, el trabajo de Fidel, el impulso de Fidel, la fuerza de Fidel (más fuerte que las fuerzas nucleares), la dinámica de Fidel, la onda de Fidel, la luz de Fidel (la más bella e intensa), el movimiento de Fidel, el magnetismo de Fidel, el tiempo de Fidel, la obra y la conciencia de Fidel, están muy presentes y perdurarán. Y la energía, el trabajo, el impulso, la fuerza, la luz, el movimiento (también interpretado como cambio, siendo el más integral el movimiento social Fidelista), todo ello es Física, por tanto Fidel sí está presente físicamente.

El ADN de Fidel está presente en millones de revolucionarios dentro y fuera de Cuba, en nuestra América, en el mundo, así que Fidel está presente biológicamente. La química de Fidel une a millones, incluso a quienes no piensan como él pero lo respetan, lo admiran y lo quieren, así que Fidel está presente químicamente. La ciencia toda, nos brinda la tan añorada y querida presencia de Fidel entre nosotros.

No puedo ni debo decir que fueron pocas todas aquellas ocasiones que tuve a mi abuelo para mí, su ternura, sus muestras de cariño, su voz, su calor, su altura y su fuerza, su abrigo intelectual y moral, su estatura impresionante, su imagen conmovedora, su carisma cautivador, sus palabras de aliento, sus valiosos consejos. Aunque lógicamente siempre quise más, me consuela que siempre me esforcé y luché por aumentar el tiempo con Fidel, que me podía haber tocado, por cuidarlo, por atenderlo, por ayudarlo, por acompañarlo, por compartir peligros y desvelos, por brindarle momentos felices. Tuve el inmenso privilegio de que una parte considerable de mi vida transcurrió muy cerca de Fidel, y por ello puedo, debo y quiero hablar en nombre de los cercanos a Fidel.

No puedo, ni debo ni quiero decir tampoco que fueron muchas las miles de horas con Fidel, como joven cautivado por sus ideas y su historia, por su pensamiento y acción, por sus hazañas y proezas, como uno más entre millones. Vendrán muchísimas más horas de Fidel, con Fidel y para Fidel, y nunca serán suficientes. Por ello me considero moralmente identificado con los que lo amaron desde lejos. Puedo, debo y quiero hablar también, en nombre de ellos.

Todo el tiempo con Fidel, todos esos segundos, minutos, esas horas, toda esa unidad de tiempo que no encuentro capaz de describir el tiempo relativo y absoluto junto a él, todo ese espacio vivido en común, los años que colaboré con los compañeros que lo cuidaban, alguna que otra vez que le provoqué carcajadas e incluso aquellas que lo hice molestar.

La vez que se atoró y asustado le golpeé la espalda con error de cálculo en la fuerza. Al día siguiente, durante las entrevistas para el libro “Cien horas con Fidel” y en la escuela donde estudió la primaria en Santiago, le cuenta Fidel a Ramonet de sus peleas, y a mala hora el periodista le pregunta qué significaba un “pescozón”. Mi abuelo me llama y me pide que me ponga en firme, y yo muy orgulloso pero ajeno a la conversación previa cumplo con su pedido. Vino entonces otro error de cálculo en la fuerza de la demostración práctica de un “pescozón por la cabeza”, interpretada por mi como cariñosa represalia y enseñanza de que uno no se puede quedar dado.

De cuando estuve grave siendo niño y él me visitaba a diario, de cuando jugamos ajedrez, de cuando me mostró el histórico fusil que llevó en la Sierra Maestra, el verlo pensativo, verlo recordar, verlo contento por nada o verlo serio resolviendo lo poco y lo mucho, verlo dormir, caminar de aquí a allá, verlo siempre seguro y optimista, siempre combatiendo, pensando, conversando y trabajando.

Disfrutar de la cotidianidad de sus gestos; de su voz de cerca, de lejos, por teléfono, por radio, por televisión; escucharlo despierto y en sueños, descifrar su susurro conspirativo; apreciar y disfrutar con su cultura del detalle; ayudarlo en lo posible e imposible, en lo fácil y en lo difícil; alcanzarle un vaso de agua, un bolígrafo, un discurso; seguirlo en sus ideas, proyectos y experimentos; acompañarlo por tierra, mar y aire, con calor o lluvia, con nieve o en medio de un huracán; sentarme a su lado en un carro, o un avión, o en una mesa, o tantas horas detrás de él en un teatro; caminar detrás, al lado o delante guiándole los pasos. Ponerle las medias, leerle, sufrir más yo cuando lo veía a él sentir dolor, alegrarme más yo con su sonrisa, servirle una copa de vino (y de paso servirme un poco yo del suyo, asegurándome previamente de que estuviera de un excelente humor).

Que me pregunte lo mismo por la nanotecnología, la teoría de la relatividad, del universo, de matemática, de historia, del mar, de lo que estoy leyendo o investigando, o por mis padres y hermanos, por la salud…; que me diga: ¡Fide! ¿Cómo estás? ¡Cuídate!, ven más por aquí, tengo un recado para tu papá… Que diga que yo soy su amigo, que me haya presentado al mejor amigo, Hugo Chávez, con quien compartimos memorables vivencias familiares.

De aquella noche al final de la Gala Cultural por el Día de la Independencia de los Estados Unidos, el 4 de julio de 2002, le dije que tenía algo muy serio que decirle. Me llevó sólo a su oficina en Palacio, y pude finalmente exclamarle: ¡Te quiero con coj….! Posterior a su efusivo y prolongado abrazo, me dijo con cierta timidez y bajito: “y yo también eh, que no se te olvide”.

De hacerme tan feliz, y de verlo hacer feliz a tanta gente. En fin, de una lista demasiado extensa pero que me cuesta trabajo interrumpir, todo eso y mucho más, constituyen lo más preciado y valioso para mí, y encabezan mis vivencias más felices y entrañables.

Fidel, mi abuelo, me motiva, me inspira, me da fuerzas, me impulsa, me guía, me impresiona, cada día. Lo quiero, lo admiro, lo extraño, ni más ni menos que hace un año, ni más ni menos que dentro de 1 año, de 2, de 5, de 10, de 20 o los que me toquen vivir antes de ir a buscarlo donde esté, más allá de la ciencia y el marxismo.

Nunca me despedí de él ni pienso hacerlo. Pensar que no lo puedo abrazar o estrechar su mano, oírlo aclararse la garganta, escucharlo de cerca muy atento, apreciar la expresividad de sus manos permanentemente al acecho de un contacto cariñoso, sentir otra vez su mano en mi hombro, verlo de cerca y tocarlo, darle un beso, bromear con él, brindar con él, sostenerle un vaso o una copa o una taza si se va quedando dormido, llevarle personalmente un diploma, hacerle tantas preguntas que me surgen y respuestas de él que necesito ahora; intentar responder su caudal interminable de preguntas para las que aún continúo buscando respuestas, y que me sorprenden por el genial mecanismo intelectual que a tan avanzada edad llegó a formular. Todo ello y mucho más, me provoca un dolor inefable, que aumenta con el tiempo, que no se deja casi nunca dominar y mucho menos me permite aprender a vivir con ese dolor.

Debo decir aunque no quiera, que no lo he superado. Paliar ese dolor, que es muy fácil decirlo, es uno de mis mayores desafíos y un deber por razones de salud. Lo es también descubrir cómo convertir dolor en felicidad, cómo buscarlo y encontrarlo, para menguar la inevitable ansiedad con homenajes diarios a Fidel.

Hago camino al andar en medio de ese desafío, paso mucho tiempo buscando recursos para evadir y mitigar el luto desgarrador y que este no me domine ni me controle, visito casi mensualmente Santiago de Cuba y paso muchas horas cerca de la Piedra Rebelde que enseña e ilumina; me lanzo en paracaídas a 4 Km de altura para homenajear a Fidel, abrazando una bandera que lleva su imagen.

En el presente sigo teniendo el inmenso privilegio de ser uno más de sus colaboradores, acompañándolo concretamente con mi tiempo y energías en uno de sus proyectos científicos. Continúo cumpliendo con lo que me dijo el 13 de agosto del 2002: cuando te gradúes el año que viene vas a la Universidad de las Ciencias Informáticas (eso fue alrededor de un mes antes de que la UCI comenzara sus labores docentes, hace poco más de 15 años). Fue precisamente en la UCI donde el 29 de abril del 2016 realizamos por primera vez “Un salto por Fidel”, en el que 26 paracaidistas desafiamos la gravedad y las alturas para transmitir un mensaje de cariño y homenaje al Comandante por sus 90 años, regalándole un momento feliz cuando le enviamos el video. Debo y quiero repetir, en cuanto se pueda, una y otra vez, “Un salto por Fidel”.

Me honra también haberle dedicado este año un Premio Nacional de la Academia de Ciencias de Cuba, y el título de Investigador Titular. Me honra venir a Santiago de Cuba a hablarle, a contarle mis cosas, mis planes, a felicitarlo por el día de los padres, a celebrarle su cumpleaños, a darle cariño. Y marcharme más seguro, lleno de fuerzas, motivaciones, y energías. Una vez más, ¡infinitas gracias abuelo! Y como tú decías, en la vida de los hombres agradecidos, infinito más uno, es mucho más que infinito. Exquisita, rigurosa y profunda, la matemática de Fidel.

Por visitarlo tan a menudo, me honra el haber comenzado a colaborar con la Universidad de Oriente, con el Centro de Biofísica Médica fundado por él, y de que me hayan concedido el inmenso privilegio de formar parte de la Cátedra Honorífica para el Estudio del Pensamiento y la Obra de Fidel. Mis dos mensajes a mi querido abuelo, escritos en el libro de Santa Ifigenia, fueron publicados y dieron lugar a hermosos y conmovedores comentarios en la red de redes. Infinitas gracias a todos.

Yo no puedo, ni debo ni quiero decir que no puedo vivir sin Fidel. Yo no sé lo que es vivir sin Fidel. Yo escojo vivir feliz con Fidel, y así contribuyo de manera modesta, a que Fidel también siga siendo feliz.

Cada día recuerdo su consejo el 20 de octubre del 2004, cuando en medio de la tremenda angustia por su accidente en Santa Clara, me dijo: ¡no estés triste! Sí debo y quiero decir que seguiré esforzándome para poder cumplir con ese pedido de un abuelo que no le gusta ver sufrir a un nieto. Yo escojo la alegría de sentirlo siempre conmigo, y aunque nunca supere mi pérdida, nuestra pérdida, sabré vivir feliz con sentimientos tan profundos por mi abuelo, por mi amigo, por mi maestro, por mi paradigma, por mi Comandante en Jefe, por el gran Fidel, a quien siempre tendré presente con inmenso y especial cariño.

Y la convicción de ser feliz guardando vivencias tan valiosas, la convicción de seguir cumpliendo con él, es lo que me permite llevarlo conmigo y en mí, feliz y vivo, todos los días.

Como uno más entre millones que nunca se soltarán de su mano, de quienes lo cuidaron y lo cuidarán siempre, de sus colaboradores, de sus amigos, de los que intentamos acercarnos a lo mejor de su ejemplo y que colectivamente decimos “Yo soy Fidel”, de los hombres de ciencia y de pensamiento que él formó, de los que lo aman de cerca y de lejos, como fruto de lo que él sembró y como uno más de la familia que tanto lo quiere, le envío nuevamente muchos besos, un fuerte abrazo, y mi más sincero y sentido homenaje a un año de su reciente travesía.

A un año del día escogido por él para volver a embarcarse a nuevas batallas, ¡Mi tiempo sigue siendo el tiempo de Fidel!

Dr. C. Fidel Antonio Castro Smirnov.

Santiago de Cuba, 24 de noviembre de 2017

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La última cita de Fidel Castro



Hace un año usted se nos iba. Los medios de todo el mundo dijeron, con ligeras variantes, algo así como “la muerte se llevó a Fidel”. Pero, con todo respeto, Comandante, usted sabe que no fue así porque usted eligió el día de su muerte. Perdone mi atrevimiento pero ella no vino a buscarlo; fue usted, Fidel, quien la citó para ese día, el 25 de noviembre, ni uno antes, ni uno después.

Cuando cumplió 90 años, le dijo a Evo Morales y Nicolás Maduro que “hasta aquí llego, ahora les toca a ustedes seguir camino”. Pero usted también siguió su camino, aferrándose a la vida unos meses más hasta el momento preciso en que había citado a la muerte para que lo viniera a buscar. Ni un día antes, ni un día después.

¿Qué me lleva a pensar así? El hecho de que en cada una de las cosas que hizo desde su juventud siempre transmitió un significado revolucionario. La simbología de la Revolución lo acompañó toda su vida. Usted fue un maestro consumado en el arte de aludir a la Revolución y su necesidad en cada momento de su vida, pronunciando vibrantes discursos, escribiendo miles de notas y artículos, o simplemente con sus gestos.

Sobrevivió milagrosamente al asalto al Moncada y ahí, de “pura casualidad”, usted aparece ante sus jueces ¡justito debajo de un cuadro de Martí, el autor intelectual del Moncada! ¿Quién podría creer que eso fue un hecho casual?

Es cierto: la muerte fue a buscarlo infinidad de veces, pero nunca lo encontró: burló a los esbirros de Batista que lo buscaban en México y sobrevivió a más de seiscientos atentados planeados por la CIA. Usted todavía no la había llamado y ella, respetuosa, esperó que usted lo hiciera.

Un hombre como usted, Comandante, que hacía de la precisión y la exactitud un culto no podía haber dejado librado al azar su paso a la inmortalidad. Revolucionario integral y enemigo jurado del culto a la personalidad (exigió que, a su muerte, no hubiese una sola plaza, calle, edificio público en Cuba que llevara su nombre) quería que la recordación de su muerte no fuese sólo un homenaje a su persona.

Por eso le ordenó que lo viniera a buscar justo el mismo día en que, sesenta años antes, hacía deslizar río abajo –sin encender los motores– el Granma, para iniciar con su travesía la segunda y definitiva fase de su lucha contra la tiranía de Batista.

Quería de esa manera que la fecha de su deceso se asociase a un hito inolvidable en la historia de la Revolución cubana. Que al recordarlo a usted las siguientes generaciones recordasen también que la razón de su vida fue hacer la Revolución, y que el Granma simboliza como pocos su legado revolucionario. 

Conociéndolo como lo conocí sé que usted, con su enorme sensibilidad histórica, jamás dejaría que un gesto como este –el recuerdo de la epopeya del Granma– quedase librado al azar. Porque usted nunca dejó nada librado al azar. Siempre planificó todo muy concienzudamente. Usted me dijo en más de una ocasión “Dios no existe, pero está en los detalles”. Y en línea con esta actitud el “detalle” de la coincidencia de su muerte con la partida del Granma no podía pasar inadvertido a una mente tan lúcida como la suya, a su mirada de águila que veía más lejos y más hondo. Además, su sentido del tiempo era afinadísimo y su pasión por la puntualidad extraordinaria.

Usted actuó toda su vida con la meticulosidad de un relojero suizo. ¿Cómo iba a dejar que la fecha de su muerte ocurriese en cualquier día y sepultase en el olvido la partida del Granma y el inicio de la Revolución en Cuba? Usted quiso que cada año, al homenajear a su figura, se recordase también el heroico comienzo de la Revolución en aquel 25 de noviembre de 1956 junto a Raúl, el Che, Camilo, Ramiro, Almeida y tantos otros.

Usted la citó y la muerte, que siempre respeta a los grandes de verdad, vino a recogerlo puntualmente. No se atrevió a desafiar su mandato. Y sus médicos tampoco, a los cuales estoy seguro les advirtió que ni se les ocurriera aplicarle medicina alguna que estropeara su plan, que su muerte ocurriera antes o después de lo que usted había dispuesto.

Nadie debía interponerse a su voluntad de hacer de su propia muerte, como lo había hecho a lo largo de toda su vida, su último gran acto revolucionario. Usted lo planificó con la minuciosidad de siempre, con esa “pasión por los detalles” y la puntualidad con que hizo cada una de sus intervenciones revolucionarias.

Por eso hoy, a un año de su partida, lo recordamos como ese Prometeo continental que aborda el Granma para arrebatarle la llama sagrada a los dioses del imperio que predicaban la pasividad y la sumisión para que, con ella, los pueblos de Nuestra América encendieran el fuego de la Revolución y abrieran una nueva etapa en la historia universal.

¡Hasta la victoria siempre, Comandante!

*Argentino, Sociólogo y analista político

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Fidel: forjador visionario de una nueva sociedad

Francisco Lacayo quien fuera representante de la UNESCO en Cuba, reiteró una vez más su propuesta de que Cuba erija el museo de solidaridad con la cooperación de todos los pueblos que se han enriquecido con esas ayudas. Es el único país que puede aspirar a ello en el siglo XXI, afirmó

Albero Corona*

PL - 25 de noviembre del 2017

Fidel Castro fue un forjador visionario del paradigma globalizante de una nueva sociedad y de un hombre y una mujer nuevos, así caracteriza el destacado intelectual nicaragüense Francisco Lacayo -en apretada síntesis- al líder de la Revolución cubana.

Para Lacayo, quien ofreció una conferencia magistral sobre los pilares del paradigma de la educación, la ciencia y la tecnología en Fidel, el líder revolucionario concebía, dirigía y erigía esos elementos interrelacionados e interdependientes como un solo sistema.

A su vez, el exrepresentante de la Unesco en La Habana considera que ese paradigma de la nueva sociedad, heredado del maestro José Martí, no asume una visión de sociedad de masas anónimas.

Para Fidel, explicó, la sociedad tenía rostros, vivencias y nombres concretos. 'Toda la vida Fidel se alimentó de un contacto directo, en actitud de atención especial a la persona con la que se encontraba, como si fuera la única que existiera en ese momento', acotó.

Son ya legendarias sus inagotables preguntas, independientemente de que su interlocutor fuera un reputado científico, político, dirigente o fuera un humilde labriego, una ama de casa de los barrios populares o un niño. Fidel -puntualizó- educaba preguntando.

En opinión de Lacayo es precisamente esa visión holística llevada a la práctica, no solo institucionalizada, sino también interiorizada, la que permitió a un pequeño país, víctima de un ilegal y criminal bloqueo por parte de Estados Unidos, concentrar en un puño todas las fuerzas vivas del pueblo.

'No solo para resistir, sino también para alcanzar la excelencia en todos estos campos, incluso por encima de países muchos más ricos y poderosos', subrayó.

Por otra parte, Lacayo sostiene que la sociedad educativa cubana está formada por dos grandes sectores: los educandos y los educadores, con la particularidad de cada uno es a la vez educando y educador.

'Cada día de su vida Fidel fue, no solo el gran educador estratégico, sino también el más ejemplar de los educandos', ejemplificó.

Lacayo recordó que fue así como el modelo que concibió y dirigió Fidel fue convirtiendo a toda la sociedad en sociedad educativa, paradigma propuesto por la Unesco hace ya algunos años y que los poderes fácticos -dijo- han engavetado por razones obvias.

Igualmente indicó que en primer lugar para el líder cubano y la Revolución la educación fue y sigue siendo un derecho humano y no una mercancía. 'Si no se comprende estas diferencias no se comprenderá nunca el modelo educativo de Cuba', apostilló.

Asimismo, señaló que otro pilar del paradigma de la educación en Fidel fue su fe, razonada y realista, no pragmática, de que la educación no sólo debía de garantizarse a todos, sino que debía alcanzar lo más altos niveles de calidad y excelencia.

Otro pilar, argumentó, fue la solidaridad. 'Ningún país en el mundo ha alcanzado los niveles de solidaridad incondicional con su propio pueblo y con decenas de pueblos pobres y oprimidos del mundo', enfatizó.

No fue nunca una solidaridad con los excedentes, sino el compartir con los hermanos, el rústico pedazo de pan logrado tras heroicos esfuerzos, expresó Lacayo ante un auditorio que escuchó con solemne atención cada una de sus palabras sobre el líder cubano.

En otro momento de su intervención Lacayo reiteró una vez más su propuesta de que Cuba erija el museo de solidaridad con la cooperación de todos los pueblos que se han enriquecido con esas ayudas. Es el único país que puede aspirar a ello en el siglo XXI, afirmó.

La ética, el valor y la dignidad fueron otros de los elementos destacados por el intelectual nicaragüense, que conoció personalmente a Fidel y compartió largas horas de conversación.

Para Lacayo el mejor homenaje que se le puede hacer a Fidel es el de comprometerse y entregarse a la construcción y universalización de la 'eutopía', ese lugar bueno por el que entregó su vida y que nos legó.

*Periodista de la agencia

Fidel Castro murió feliz, asegura el periodista Gianni Mina



Roma, Italia,  noviembre de 2017. Fidel Castro era conocido por sus dotes oratorios. Sin embargo, la entrevista televisiva que concedió en 1987 al periodista Gianni Mina, que duró 16 horas, rompió un récord. También contribuyó a forjar un fuerte vínculo entre el líder revolucionario cubano y el veterano reportero italiano.

Treinta años después, Mina, el periodista occidental que más acceso tuvo a Fidel Castro, sostiene que el líder cubano no fue un “dictador” y confía en que la Revolución Cubana todavía tiene un largo futuro por delante. En esta entrevista también comparte algunos secretos profesionales.

dpa: ¿Murió Castro como un hombre feliz?

Mina: Sí, lo fue. Alguna vez me dijo que se sentía infeliz por no haber podido poner fin al hambre en el mundo. Sin embargo, sin duda alguna, en la Cuba de Fidel nadie pasa hambre, a nadie le falta una atención médica adecuada, nadie tiene que dejar de enviar a sus hijos a la universidad, y esto es mejor que en la mitad de los países de América Latina e incluso mejor que en Estados Unidos.

dpa: ¿Por qué considera que está mal llamar dictador a Castro?

Mina: Porque durante 50 años dirigió un país donde la gente no está muriendo de hambre, en un mundo donde cientos de millones de personas siguen muriendo de hambre.

dpa: ¿Cuándo vio por última vez a Castro?

Mina: Hace dos años, cuando el papa (Francisco) viajó a Cuba. Fidel estaba en silla de ruedas pero estaba muy despierto. A mí me habló maravillas del papa. Castro fue y siguió siendo un marxista-leninista, pero también fue a una escuela jesuita y admiraba al papa Francisco. Yo estaba allí cuando los dos se encontraron. Antes de salir, el papa le dijo a Castro: “Oye, de vez en cuando, tírame un Padre Nuestro”.

dpa: ¿Cuba ha cambiado mucho desde que murió Castro hace un año?

Mina: No. Cuba se ha encerrado en sí misma, como ha hecho muchas veces en su historia, para resistir. El país ha desaparecido de los medios internacionales. Sin embargo, creo que Cuba seguirá siendo preeminente en América Latina.

dpa: El próximo año, Raúl Castro dimitirá. ¿Puede sobrevivir Cuba sin un Castro al frente?

Mina: En este momento (con la amenaza de una guerra nuclear), el mundo entero se pregunta si puede sobrevivir, no solo Cuba. De todas formas, los cubanos siempre han manejado y solucionado sus problemas, incluso en las circunstancias más difíciles.

dpa: ¿Cómo aguantó esa entrevista de 16 horas?

Mina: Tenía un par de sándwiches. En cuanto a Fidel, él alternó entre un buen ron y un buen té.

dpa: ¿Cómo preparó usted la entrevista? ¿hubo algunos temas tabú?

Mina: Me ayudó Saverio Tutino (ex corresponsal en La Habana del periódico comunista italiano “l’Unità”). Le dije que había preparado entre 20 y 30 preguntas, y él respondió: “es muy poco”. Entonces, preparamos más de 100 preguntas y ya sabíamos más o menos que íbamos a marcar récords. Le pregunté a Fidel si quería ver las preguntas por adelantado, y me dijo: “Con la historia que tenemos, ¿crees que es necesario?”. No hubo temas tabú.

dpa: Además de a Castro, usted ha entrevistado a otras muchas personas famosas: líderes latinoamericanos como Hugo Chávez, de Venezuela; escritores como Gabriel García Márquez y Jorge Amado, deportistas como Maradona y Mohamed Ali. ¿Cuál es su técnica de entrevista?

Mina: Comenzar de manera fácil y lentamente intentar descubrir los puntos débiles de quien está sentado enfrente. Sin embargo, la mayoría de las personas entrevistadas son más inteligentes que los entrevistadores. De todas las personas a quienes he entrevistado, puedo decir que Mohamed Ali era el único a quien yo consideraba un amigo. Los demás me respetaban como periodista, y esto es fundamental: hay que asegurarse de que todos tus datos son correctos para que no parezcas un idiota.

Nota: Alvise Armellini- dpa/ Foto: EFE.
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