"De pensamiento es la guerra mayor que se nos hace: ganémosla a pensamiento" José Martí

lunes, 23 de julio de 2012

Las contradicciones del 1%

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Por Amy Goodman & Nermeen Shaikh (Democracy Now) / Fotos: David G. Abramson / Pauline Baker
Antes del surgimiento de Occupy Wall Street, el ganador del Premio Nobel de Economía escribió un artículo que causó sensación: “Del 1%, por el 1%, para el 1%”. Joseph Stiglitz vuelve a ese tema en su nuevo libro, The Price of Inequality: How Today’s Divided Society Endangers Our Future, y analiza el modo en que la desigualdad es mayor actualmente en Estados Unidos que en cualquier otro país industrializado.
Joseph Stiglitz - Las contradicciones del 1%
Cuando cada vez falta menos para las elecciones presidenciales, la creciente desigualdad en Estados Unidos y la brecha abismal entre el 1% más rico y el resto del país se tornan temas capitales para analizar. Bloomberg News reportó que el pago a los CEOs mejores remunerados en Wall Street aumentó más del 20% el año pasado. El artículo está basado en un análisis de los datos reportados a la Securities and Exchange Commission y revela que este incremento viene detrás de otro salto del 26% en los salarios de CEOs en 2010. Entretanto, los datos del censo muestran que casi uno de cada dos estadounidenses (150 millones de personas) ha caído en la pobreza o puede ser calificado como de bajos ingresos. Así, el 38% de los niños afronorteamericanos y el 35% de los niños hispanos viven en la pobreza.

Joseph Stiglitz es un economista que ganó el Premio Nobel en 2001. Tiempo atrás ha ayudado a popularizar la expresión “el 1%” y sacó a la luz las causas detrás de la desigualdad en Estados Unidos. Durante la administración del ex presidente Bill Clinton (1993-1997) fue parte del Consejo de Consultores Económicos. Su artículo “Of the 1%, by the 1%, for the 1%” (“Del 1%, por el 1%, para el 1%”), publicado en mayo de 2011 en la revista Vanity Fair sirvió de base para su nuevo libro, The Price of Inequality: How Today’s Divided Society Endangers Our Future (“El precio de la desigualdad: Cómo la sociedad dividida de hoy pone en peligro nuestro futuro”). Stiglitz ganó fama de díscolo cuando en 1999 abandonó la vicepresidencia del Banco Mundial en medio de duras críticas al accionar de los organismos financieros internacionales, en especial al FMI. Desde entonces regresó a la vida académica y hoy enseña en la neoyorquina Universidad de Columbia.

ALMA MAGAZINE: En la página 8 de su libro, usted dice: “Los seis herederos del imperio Walmart tienen una fortuna acumulada de 69,7 mil millones de dólares, una suma equivalente al patrimonio total del 30% de la población estadounidense de menores ingresos”; es decir, alrededor de 95 millones de personas.

JOSEPH STIGLITZ: Es un dato que habla tanto de lo acomodada que está la porción superior como de lo empobrecidos que están los de abajo. Y es realmente representativo de cuánto creció la brecha en nuestra sociedad. Uno de los puntos que trato de resaltar en el libro es que nada de esto es inevitable. No se trata sólo de las fuerzas del mercado. Estados Unidos es el país con el mayor nivel de desigualdad entre los países industriales avanzados, y esta situación se está agravando.

AM: ¿El nivel más alto?
J.S.: Sí, y lo más pavoroso de todo esto es que nosotros también nos hemos transformado en el país con la menor igualdad de oportunidades. En este punto, seguimos pensando que somos una tierra de oportunidades: el eslogan del sueño americano es el más conocido. Al respecto, existe un considerable número de personas que lo logró: son muchos los inmigrantes que han ascendido socialmente; aunque lo que importa realmente son los números, las chances. ¿Cuáles son tus chances en tu vida si tuviste el infortunio de nacer en una familia pobre o de ser alguien cuyos padres no tienen una buena educación? ¿Cuáles son tus chances de ascender desde lo más bajo de la escala social hasta el medio o desde abajo hasta arriba? Es una pena decir esto, pero son más bajas las chances en Estados Unidos que en cualquier otro país industrial avanzado.

AM: Esto que señala es alarmante. Por otra parte, en su libro afirma varias veces que en la vieja Europa hay más movilidad social que en Estados Unidos. Una certidumbre que choca con nuestra visión. Aquí pensamos todo lo contrario.
J.S.: Exacto. Y esto es un cambio en varios aspectos. Otro de los asuntos que trato de enfatizar en el libro es que esto tiene sus consecuencias. En primer lugar, sobre nuestro sentido de la identidad, sobre lo que somos, pero asimismo tiene aún más consecuencias en lo económico. Es decir, que si tú cometes el error de elegir mal a tus padres, posiblemente no vayas a poder alcanzar tu potencial. En este sentido, estamos desperdiciando nuestro activo más importante: nuestro recurso humano. A su vez, los ricos también pagarán un precio extraordinario por esta desigualdad. ¿Cómo? Es que estamos todos en el mismo bote. La cuestión es que todos nos beneficiamos de nuestro sistema educativo, de nuestro sistema legal, de la manera en que la sociedad en toda su integridad funciona. Sin embargo, en los lugares del mundo donde hay una gran brecha, principalmente en mercados emergentes o países en desarrollo, las sociedades se desintegran. Allí hay mucha gente que es brillante, que trabaja muy fuerte pero que no logra acceder a ingresos dignos. Hay malestar social, político y económico. En ese contexto, ni el 1% puede andar bien.

AM: Quisiera preguntarle sobre la gente que valoramos y la que no. Usted realizó un juego de ejemplos sorprendente. Cito: “Mirando a aquellos en la cima de la pirámide de la distribución de la riqueza, podemos darnos una idea de la naturaleza de este aspecto de la desigualdad en Estados Unidos. Son unos pocos los inventores que han reformado la tecnología, o los científicos que han cambiado la forma que entendíamos las leyes de la naturaleza. Piense en Alan Turing, cuyo genio nos dio las matemáticas que soportan a la computadora moderna. O en Einstein. O en los que descubrieron el láser (en el que Charles Townes uvo un rol central) o en John Bardeen, Walter Brattain y William Shockley, los inventores del transistor. O en Watson y Crick, que descubrieron los misterios del DNA, sobre el que descansa mucho de la medicina moderna. Ninguno de ellos, que ha contribuido tanto a nuestro bienestar, ha sido recompensado por nuestro sistema económico”.
J.S.: El punto aquí es que la teoría desarrollada en el siglo XIX para justificar la desigualdad que surgía con el capitalismo fue la teoría de la productividad marginal. Era la noción de que aquellos que contribuían más a la sociedad iban a tener la mayor recompensa. En un sentido, se diría, era una justificación moral, pero también un argumento a favor de la eficiencia económica. No obstante, en la actualidad nos venimos a enterar de que quienes más contribuyeron no son los que están en la cima del ingreso. En cambio, muchas de las personas que se encuentran en la cima son, por ejemplo, los financistas, los mismos que pusieron al mundo al borde de la ruina. Ahora bien, lo ocurrido en la Gran Recesión fue un momento clave para repensar acerca de lo que sucedía. Digo, todos entendimos que había algo que iba mal. Sin embargo, en esa crisis donde muchos financistas que llevaron al mundo al borde de la bancarrota, que pusieron sus compañías al borde de la quiebra, y que se terminaron retirando con pagos de millones de dólares, quedó muy en evidencia que había una desconexión entre las recompensas privadas y el retorno a la sociedad, minando así la teoría que fue la base de la justificación de la desigualdad en nuestra sociedad.

AM: Pero entonces, ¿cuándo fue que los financistas llegaron a tener este tipo de poder?
J.S.: Bueno, fue una evolución. Pero creo que un cambio premonitorio fue la anulación de la ley Glass-Steagall, en la cual le dijimos a los bancos: “No se enfoquen en lo que deberían estar haciendo; es decir, proveer crédito a los nuevos negocios para que se expandan”. Juntamos a los bancos comerciales, que eran la base del tipo de préstamo prudente, y a los bancos de inversión, que jugaron con el dinero de los ricos. Creamos estas instituciones que eran demasiado grandes para caerse. El resultado es que se hicieron más y más grandes, y la toma de riesgo, la apuesta y la especulación se transformaron en los rasgos dominantes, en perjuicio del préstamo, que es la base de una economía creciente y productiva. Sin embargo, la evolución para mal de nuestra economía, en líneas generales, comenzó en 1980. Allí, si tuviera que encontrar un punto de inflexión, fue donde los CEOs se dieron cuenta de que podían apoderarse de una porción mayor de los ingresos corporativos. Comprendieron que teníamos leyes de gobierno corporativo muy deficientes y que no requerían intervención en los pagos. Una situación muy extraña. Digo, si tienes a alguien trabajando para ti, deberías tener influencia sobre su compensación. Como corolario, ellos se fueron apoderando de más y más espacios de las compañías. Por eso si miramos a aquellos que se encuentran en la cima, no hallamos a Watson y a Crick –quienes hicieron los grandes cambios–, sino a los CEOs corporativos.

AM: Cory Booker, alcalde de Newark, Nueva Jersey, y simpatizante del presidente Barack Obama, generó cierta controversia semanas atrás cuando defendió a Bain Capital, la ex compañía del candidato presidencial republicano Mitt Romney. ¿Cuál es su opinión sobre los capitales privados y en particular sobre Bain Capital?
J.S.: En primera medida, hay que decir que el sector financiero es muy importante. Ninguna economía puede trabajar bien sin un sector financiero que funcione adecuadamente. El inconveniente con Estados Unidos es que el sector financiero no ha estado haciendo lo que debería hacer. Supuestamente está encargado de proveer financiamiento para crear trabajos, no para destruirlos. La preocupación con respecto a Bain Capital se relaciona con dos problemas. Uno de ellos es que mucho de lo que hace Bain Capital está vinculado con la reestructuración financiera. ¿Qué significa esto? Que no crea trabajo, sino que saca dinero de las compañías, poniéndolas en una situación muy frágil; eso provoca que unos años más tarde las empuje al abismo y destruya las fuentes de trabajo. Entonces, es importante reestructurar compañías para hacerlas sostenibles, eficientes. Pero eso no era en lo que estaba ocupada Bain Capital. El segundo problema –y creo que a esto la gente lo encuentra muy indignante– es que tenemos una ley impositiva que dice que los que trabajan en este tipo de reestructuración –una actividad importante si está bien hecha porque genera más productividad, más trabajo– deben pagar muy pocos impuestos. En este marco, y volviendo al 1%, su tasa impositiva promedio es cercana al 15%. En suma, imponemos a los especuladores una tasa más baja que a la gente que trabaja para vivir. Es un sinsentido. Tengo algo de pena y no quiero que esto lo transformemos en algo personal. Mantengamos la discusión sobre el nivel básico de principios. Y el nivel básico de principios es relativamente simple: todos deberían pagar su porción de impuestos. Y pagar la porción de impuestos significa que los especuladores contribuyan con la mitad de la tasa que pagan los que trabajan para vivir, que son las personas de a pie.

AM: Newt Gingrich dijo en relación a Romney: “Es muy difícil competir con un multimillonario si puede gastar todo el dinero que quiere y el candidato de la clase media recauda fondos en unidades de 2.500 dólares. Por lo tanto, creo que el sistema actual está arreglado, francamente, en favor de los más ricos”. ¿Qué piensa al respecto?
J.S.: La elección de Romney como presidente en noviembre elevaría significativamente las probabilidades de recesión porque anunciaría la elaboración de un presupuesto mucho más ajustado. La historia muestra que la adopción de la austeridad fiscal cuando una economía está débil puede tener consecuencias desastrosas, como ocurrió en Estados Unidos en 1929 en vísperas de la Gran Depresión. El presidente Obama considera que la desigualdad es un problema significativo para el país y está empeñado en subir los impuestos que pagan los ricos para ayudar a solucionarlo. Romney no es de la misma opinión. Es más, él apoya la idea de los paraísos fiscales. ¿Por qué hay tanto banco en las Islas Caimán? No es que el clima tan hermoso sea más productivo para mover electrones y administrar bancos. Están ahí sólo por una razón: escaparle a los reglamentos, escaparle a los impuestos, y así destruir los principios de nuestra economía. Y está mal que alguien que es candidato a presidente como es el caso de Romney, quien debiera simbolizar la igualdad, posea cuentas en el exterior para evitar pagar impuestos y acatar las regulaciones. Cuando eres candidato deberías decir: “No queremos un sistema impositivo distorsionador que incentiva a impulsar trabajo fuera de Estados Unidos, que incentiva la especulación sobre la creación genuina de riqueza”. Si él hubiera salido a decir como lo hizo Warren Buffett, que está mal para él contar con una estructura de impuestos que incentiva a impulsar trabajo fuera del país –Buffett tiene una tasa de impuesto menor que la de su secretaria–, entonces podría haber tenido yo un poco más de empatía. Pero hasta hoy, no escuché nada de eso. Hemos pasado de una democracia que debería practicar el principio de “una persona es igual a un voto”, a algo que más bien sigue el principio de “un dólar es igual a un voto”. Ese tipo de democracia no se va a ocupar de las necesidades reales del 99% de la población.

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