"De pensamiento es la guerra mayor que se nos hace: ganémosla a pensamiento" José Martí

domingo, 15 de enero de 2017

NUESTRA SEPARACION DE COLOMBIA: LAS DOS LEYENDAS Y LA DISYUNTIVA

Por: Mario J. Galindo H.
(Comentarios a la ponencia de la doctora Diana Bonnett Vélez en el Foro "Nuevas Aproximaciones a la Separación de Panamá de Colombia")

Años atrás Rodrigo Miró, cuyas credenciales para decir lo que dijo son inimpugnables, afirmó que la historia del Istmo de Panamá es "un secreto de catacumbas"[1]. Tal vez, en lo que concierne a nuestra separación de Colombia, el secreto de que habla Miró, al menos desde el punto de vista historiográfico, no lo sea tanto. Existen no pocos textos nacionales y extranjeros que analizan y explican el suceso con objetividad.[2] El secreto, en cambio, subsiste en la medida en que el panameño medio ha demostrado tener escaso interés por enterarse del devenir de la nación de que forma parte y carece, por tanto, de memoria histórica.

Esta lamentable realidad ha sido, creo yo, caldo de cultivo en el que han pervivido dos leyendas de signo contrario. De una parte, la crudelísima leyenda negra, según la cual la república independiente que en 1903 nació a la vida jurídica fue, apenas, creación artificial huérfana de legitimidad y de fundamentos históricos, erigida sobre la base falsa de una nación inventada por el imperialismo norteamericano para cohonestar así el despojo de que, se dice, fue víctima la República de Colombia al perder el Istmo de Panamá. Y, de la otra, una leyenda dorada, que nos pinta un candoroso cuadro albo que, innecesariamente, escamotea, como si se tratara de un pecado original sin redención bautismal, las transacciones dolorosas, las claudicaciones forzadas, el imperialismo rampante y otras circunstancias lacerantes que concurrieron a forjar la acaso irrepetible coyuntura internacional que viabilizó nuestra independencia.

Ese afán de ocultamiento no tiene razón de ser. No hay por qué disimular la existencia de factores como los enunciados en el hecho independentista. Ninguno de ellos, en efecto, le resta un ápice de legitimidad a éste. Ello es así porque de lo que se trata, en el fondo, no es de enjuiciar la moralidad de cuantas motivaciones e intereses, públicos y privados, incidieron en la creación de la coyuntura secesionista, sino de determinar si la nación panameña hizo bien o no en valerse de ella para separarse de Colombia. Esta es la cuestión clave. Lo demás es accesorio.

En su docta ponencia, ceñida al marco conceptual de este foro, que la conmina a plantear nuevos ángulos desde los cuales aproximarse a nuestra separación de Colombia, la Dra. Bonnett Vélez propone enfoques que en verdad se alejan de los habituales.

Así, luego de darse por enterada de lo que la historiografía tradicional nos enseña al respecto y de enumerar, en apretada síntesis, las causas próximas del proceso separatista panameño, nuestra expositora nos invita a que busquemos en la época colonial las razones que hicieron de Panamá "un lugar social con vida propia, moviendo sus propios hilos, como agente de su propia historia y de su propio destino".

Dadas mis carencias historiográficas, nada sustantivo puedo decir por cuenta propia sobre el tema. Sin embargo, me hago eco de voces ajenas para apuntar que, en efecto, la vida colonial panameña fue distinta de la del resto de las colonias españolas en América y, en la medida en que lo fue, es lógico pensar que allí se inició el proceso de formación de la conciencia nacional panameña.

El hecho es insinuado por Ricaurte Soler, quien señala que la conquista y colonización del Istmo fueron obra no de las capitulaciones o contratos otorgados por la Corona, sino de la Corona misma. Y agrega que el sistema de encomiendas y repartimientos, tan característico de la organización social en la américa española, casi no existió en Panamá. Estas realidades, según Soler, determinaron que no surgieran aquí relaciones sociales acentuadamente feudales y que el conservatismo panameño decimonónico tuviera tan poca significación.[3] Como no sé qué relevancia tengan estos hechos de cara a la propuesta de la doctora Bonnett Vélez, me limito a dejarlos anotados por si de algo sirven.

Acaso más pertinente sea señalar que Justo Arosemena, el más lúcido pensador panameño del siglo XIX, en su estudio sobre la cuestión nacional panameña intitulado "El Estado Federal de Panamá", publicado en 1855, hizo justamente lo que propone la doctora Bonnett Vélez: extrajo de la vida colonial panameña argumentos geográficos, históricos, políticos, económicos y sociológicos conducentes a demostrar la existencia de la nacionalidad istmeña y a justificar así la necesidad de darle al Istmo una organización política propia y distinta de la común a las otras secciones de la Nueva Granada.

Las gestiones de Arosemena, inspiradas en un federalismo radical, desembocaron ese mismo ano en la creación del Estado Federal de Panamá, entidad a la que se le reconocieron casi todos los atributos de la soberanía. En ocasión de aprobarse la ley pertinente, Pedro Fernández Madrid, Presidente del senado colombiano, dijo:

"Voy a dar mi voto al proyecto de ley que crea el Estado de Panamá, porque conozco la necesidad que tiene el Istmo de constituirse sobre las bases de self-government, pero no se me oculta que éste no es sino el primer paso que da hacia la independencia aquella sección de la República. Tarde o temprano, el Istmo de Panamá será perdido para la Nueva Granada.”[4]

Importa destacar que no por haber abogado por la autonomía en su mencionado opúsculo abandonó Arosemena sus ideas separatistas. La independencia seguía siendo para él el desideratum. Tanto es así que dos años después, en 1857, sometió a la consideración del Senado colombiano un proyecto de ley que, de haber prosperado, le habría otorgado la independencia al Istmo, bajo la protección de Inglaterra, Estados Unidos, Francia y Cerdeña.[5]

A la luz de los perfunctorios señalamientos que anteceden, columbro que tiene razón la Dra. Bonnett Vélez al decir que la explicación de nuestra independencia no se encuentra, únicamente, en el acontecer del Panamá colombiano del siglo XIX, sino en el de la época colonial. En efecto, no es creíble que en el breve lapso que va desde nuestra voluntaria incorporación a la República de Colombia en 1821 hasta la publicación del ensayo de Arosemena en 1855 se haya podido forjar una nación de la que era ya posible afirmar que tenía derecho a autogobernarse y de la que podía, además, vaticinarse su inevitable secesión. La forja de la nación panameña tiene que venir de antes.

En otro orden de cosas, la Dra. Bonnet Vélez propone la conveniencia de realizar un estudio detallado sobre la población del Istmo. Se trata, dice, de un tema desconocido por la historiografía colombiana. Señalo que en Panamá tales estudios existen. Contamos, por ejemplo, con la monumental obra de geohistoria de Omar Jaén, "La Población del Istmo de Panamá", que, entre otras cosas, contiene un estudio general de la población panameña desde el siglo XVI hasta nuestros días. Estoy seguro de que el ojo zahorí de nuestra expositora le permitirá encontrar en esa obra, y en otras de autores panameños sobre la misma temática, la clave que ella busca para aproximarse desde nuevas vertientes a la separación de Panamá. Acaso parte de esa clave sea nuestra escasez poblacional, que Rodrigo Miró entiende ha sido factor capital en la historia del Istmo.[6]

A propósito del Panamá colombiano, tema respecto del cual me voy a arrogar el derecho de hacer más adelante algunas precisiones y observaciones propias, la Dra. Bonnett Vélez apunta que a lo largo de este período de nuestra historia hubo, de parte de Panamá, reiteradas manifestaciones de una clara conciencia nacional que reclamaba y reivindicaba para el Istmo la separación total o, cuando menos, una amplia autonomía política, económica y administrativa. Y, de parte de Colombia, una conciencia, igualmente clara, de que Panamá no era un espacio histórico-geográfico igual a las otras secciones de Colombia.

Juzgo pertinente observar que la experiencia autonómica panameña, que se extendió desde 1855 hasta 1885, no hizo que amainaran los sentimientos separatistas en el Istmo. De ello dan fe los conceptos del Cónsul General de los Estados Unidos, Thomas Adamson, quien en 1886 afirmó que "las tres cuartas partes de los habitantes del Istmo desean la separación y la independencia del antiguo Estado de Panamá. Ellos sienten apenas tanta afección por el Gobernador de Panamá cuanto los polacos pudieran sentirla hace cuarenta años por sus directores de San Petersburgo. Se rebelarían si pudiesen procurarse armas y supiesen que Estados Unidos no interviniera.[7]

Descontando lo que puede haber de exageración en el aserto, no puede negarse que éste, cuando menos, acredita la existencia de una fuerte corriente de opinión separatista en Panamá. Interesa recalcar, además, que el temor panameño a la intervención estadounidense frente a un intento secesionista no era gratuito. Intervenciones hubo muchas y allí estaba el tratado Vallarino-Bidlack de 1846 para cohonestarlas. Este tratado, a tenor del cual Estados Unidos, entre otras cosas, garantizó a Colombia su soberanía sobre Panamá, es, en mi criterio, un indicio de la fragilidad de los nexos políticos de la relación colombo-panameña.

La constitución centralista promulgada en 1886, en cuyo alumbramiento no intervino ningún panameño[8] y que desmanteló el régimen de la superfederalista constitución de 1863, vino a exacerbar las viejas contradicciones entre Panamá y Bogotá. El nuevo régimen constitucional redujo al Istmo a la categoría de territorio nacional al disponer, en su artículo 201, que éste quedaría sometido a la autoridad directa del gobierno central y sería administrado con arreglo a leyes especiales.

Es opinión generalizada la de que el ordenamiento constitucional instaurado en 1886 representó una humillación para el Departamento de Panamá, por cuanto lo colocó en situación de inferioridad frente a los demás departamentos colombianos. No cuestiono la aserción, pero sugiero que, humillante o no, el referido precepto es también y sobre todo un explícito y muy diciente reconocimiento de que, para los gobernantes colombianos, el Istmo seguía siendo, en 1886, una región singular y distinta del resto del país.

Los hechos reseñados, así como los varios intentos separatistas y otros acontecimientos trascendentales que la brevedad del tiempo de que dispongo me obliga a omitir dan cuenta, como queda dicho, de la precariedad de los nexos políticos que nos vinculaban a Colombia. A nadie puede sorprender entonces que esos nexos no fueran capaces de contrarrestar las fuerzas centrífugas que desencadenaron tres acontecimientos de evidente virtud determinante, como lo fueron (a) el fracaso del canal francés, (b) la guerra de los mil días y (c) el rechazo del Tratado Herran-Hay por el Senado colombiano. Los dos primeros sumieron al Istmo en una crisis económica de proporciones dramáticas. El tercero, a su vez, vino a arrancar de cuajo toda esperanza de redención económica, esperanza que, con razón o sin ella, los panameños fincaban en la reanudación por Estados Unidos de las hacía tiempo interrumpidas obras de construcción del fallido canal francés. Que tales acontecimientos no hubieran despertado y potenciado, radicalizándolo, el germen separatista que latía en el alma del pueblo panameño habría sido un fenómeno extremada y extrañamente insólito.

En verdad, es imposible incurrir en exageración a la hora de calibrar la repercusión que tuvieron en la conciencia panameña el rechazo Herran-Hay y la inminencia de la oportunidad real de acceder a la independencia. Desde tiempos inmemoriales el Istmo había vivido y tal vez aún viva embrujado por el convencimiento, devenido en mito, de que su destino era el de servir de asiento a la comunicación interoceánica, de la que emanaría la cornucopia de la inagotable abundancia. Esta era, en 1903, la psicología colectiva de la mayoría de los panameños.

Así, pues, en esa hora la nación panameña se enfrentó a una disyuntiva que la obligaba a escoger entre dos opciones, que no tenían término medio. Esas opciones reducidas a su mínima expresión, sin hipérboles y sin mistificaciones, eran las siguientes:

1.- Independencia y construcción del canal en tierra panameña, con el peligro ulterior de la dominación yanqui.

2.- Preservación de los vínculos políticos con Colombia, sin canal y, por tanto, sin la ilusión de salir del estado de pobreza en que el país se encontraba inmerso.

Nadie que conozca la historia del Panamá colombiano puede extrañarse de que el pueblo panameño haya optado por separarse de Colombia. El desdeñar en tales circunstancias la posibilidad de alcanzar la independencia, único remedio para evitar la muerte del mito, habría sido una conducta antihistórica imposible de explicar.

No creo que caigo en una digresión al traer a colación el comportamiento que, frente a la disyuntiva meritada, tuvo la dirigencia del ampliamente mayoritario Partido Liberal de Panamá, cuando conoció, casi en la víspera, la existencia del movimiento secesionista iniciado y promovido por sus adversarios conservadores. A manera de botón de muestra, selecciono los casos del doctor Carlos A. Mendoza y del General Domingo Díaz, ambos con una participación destacadísima en la guerra de los mil días, en la que los dos perdieron parientes muy cercanos y, aunque de extracción social distinta, ambos con marcado ascendiente sobre el liberalismo popular del arrabal citadino. La adhesión de los dos a la causa separatista fue inmediata e incondicional. Lo propio hizo el resto de la dirigencia liberal, salvo muy contadas excepciones, entre las que sobresale la de Belisario Porras.[9]

El caso de Mendoza es especialmente paradigmático, puesto que éste se había opuesto a la ratificación del Tratado Herran-Hay por estimarlo lesivo a los intereses de Colombia. En mi opinión, la conducta de los líderes liberales simboliza y reproduce, a escala reducida, la que observó la mayoría del pueblo de la ciudad de Panamá, que, lejos de mirar la separación con indiferencia, como algunos han afirmado, se lanzó a las calles dispuesto a empuñar las armas en defensa del movimiento.

Y eso de empuñar las armas, lo aclaro para evitar equívocos, no es frase retórica. Quien lo piense no hace sino demostrar que para él la historia de Panamá es, en efecto, un secreto de catacumbas. Para comprender el sentido rigurosamente literal de la frase conviene recordar lo que ocurrió en Panamá durante la ya mencionada guerra de los mil días, que terminó apenas un ano antes de nuestra separación de Colombia y que, para muchas cosas, representa el telón de fondo de ésta. En esa guerra, como lo ha dicho Humberto Ricord "la flor de la juventud liberal panameña se inmoló por su causa ideológica"[10]. Y si eso fue así, ^que razón hay para pensar que cuando el 3 de noviembre el pueblo capitalino se tomó las calles y recibió las armas que le fueron entregados por los dirigentes del movimiento, no estaba en verdad dispuesto a luchar, ya no por su ideología, sino por la consolidación del país nacional?

Para mí es claro que la historia del Istmo ofrece al investigador abundantes pruebas de la legitimidad de nuestra separación de Colombia. Pero si hicieran falta pruebas adicionales de tal legitimidad ellas nos las obsequia la historia de la república independiente que entonces nació, con sus gravámenes y limitaciones. Ello es que si en el Istmo no hubiese existido en 1903 una nación consciente de su identidad, una nación con vocación de ser fiel a su propia mismidad y de hacer valer, por su cuenta, sus posibilidades de vida propia; si fuese acaso cierto que, como lo afirma la leyenda negra, éramos entonces sólo poblada y engendro artificial inventado por intereses extraños, entonces nada de lo que ha ocurrido después tendría explicación lógica. En efecto, la dura e inicialmente solitaria lucha que de inmediato emprendieron los panameños de la generación republicana, y que luego continuaron los de las subsiguientes, por asegurar la subsistencia y el perfeccionamiento del Estado nacional, únicamente pudo construirse y apoyarse sobre la base y en función de la preexistencia de nuestra condición de nación auténtica. No fue, pues, la república mediatizada de 1903 la que, como por arte de birlibirloque, produjo, a los pocos días de su advenimiento, una especie de nación instantánea. Fue la nación previamente consolidada la que posibilitó la siempre inconclusa aventura de la pervivencia y el perfeccionamiento del Estado nacional.

Panamá, 26 de noviembre del 2002

Notas:

[1] Teoría de la Nacionalidad", pág. 12, Ediciones de la Revista "Tareas", Panamá, 1968. 

[2] En cuanto a las obras colombianas, léase, con provecho, la del miembro de las Academias Colombianas de la Historia y de la Lengua Luis Martínez Delgado, titulada "Panamá", ediciones Lerner, Bogotá, 1972. También, la obra de Eduardo Lemaitre, titulada "Panamá y su Separación de Colombia", la cual, si bien reconoce las razones de Panamá para separarse de Colombia, trata de manera despectiva a los colombianos que participaron en la gesta separatista. Esta obra contiene ciertos errores que conviene aclarar. Así, (véase pág. 515, cuarta edición) se dice que Pablo Arosemena rehusó someterse, durante largo tiempo, a los hechos cumplidos. Ello no es cierto. Pablo Arosemena aceptó de inmediato la separación y, además, presidió la Asamblea Constituyente que promulgó la Constitución panameña de 1904. Asimismo, se dice que Belisario Porras se negó, durante casi 10 años, a reconocer el nuevo Estado y a admitir la nacionalidad panameña. Este dato es inexacto. Acerca de Belisario Porras, véase nota No.9 de este escrito.

3 Ricaurte Soler, "Formas Ideológicas de la Nación Panameña", pp. 13-14, segunda edición, Ediciones de la Revista "Tareas", Panamá, 1964.

[4] Martínez Delgado, "Panamá", pág. 62, Edificiones Lerner, Bogotá, 1972. 

5 Martínez Delgado, op. cit. supra, pág. 63.

6 Rodrigo Miró, "Integración y Tolerancia, los Modos de Panamá", pág. 9, Universidad de Panamá, Oficina de Información y Publicaciones, Panamá, 1965. 

[7] Luis Martínez Delgado, op. cit. supra, pág. 66. 

8 Los representantes del Estado de Panamá ante el Consejo Nacional de Delegatarios fueron los señores Felipe Paul y Miguel Antonio Caro, sin duda personas sumamente distinguidas, pero que no tenían ningún vínculo con Panamá y no podían, por tanto, ser voceros de las aspiraciones istmeñas.

9 Figura estelar del liberalismo panameño y de la guerra de los mil días, al Dr. Belisario Porras la independencia lo sorprendió en el exilio. Porras inicialmente rechazó el movimiento separatista. Sin embargo, a los 6 meses regresó al Istmo y aceptó los hechos cumplidos. El día 3 de noviembre de 1905, en su calidad de Presidente del Consejo Municipal de Panamá, pronunció el discurso conmemorativo de la fecha, en el que justificó la separación de Panamá, señalando que al pueblo panameño no le quedaba más alternativa que aprovechar una coyuntura feliz para poner término a sus males. El 15 de noviembre de ese mismo ano, la Corte Suprema declaró que Porras había perdido su calidad de panameño en virtud de lo dispuesto en el inciso 3 del artículo 7 de la Constitución de 1904. El 13 de septiembre de 1906 el Dr. Pablo Arosemena le solicitó a la Asamblea Nacional que se le devolviera su nacionalidad al Dr. Porras. La petición fue acogida de inmediato.

10 Humberto Ricord, "Panamá en la Guerra de los Mil Días", Premio Nacional Ricardo Miró, 1989, pág. 108.

Cuba: Fantasmas de tiempos pasados



Desde hace meses vemos cómo el dogma recupera posiciones en Cuba y asesta golpes a quienes le son incómodos. Animado primero por la reacción a la visita de Obama, ahora seguro tratará de secuestrar el legado de Fidel. También hemos visto la práctica común de contaminarnos con sospechas sobre una u otra persona. Ahora es el turno de Julio Antonio Fernández Estrada en la Universidad de la Habana y René Fidel González García en la Universidad de Oriente pero el fenómeno es mucho mayor.

Ambas separaciones responden a una técnica sectaria que margina a los sectores menos dóciles en el país. Esos no son los principios en que se fundó la Revolución, así no se construye un país sano, mucho menos socialista. No voy a contar la historia de ambos, empezaré por una que me toca más de cerca porque este será un año de pelea entre sectores progresistas y arcaicos dentro de las filas revolucionarias. Mejor saber a qué nos enfrentamos antes de entrar en la lucha.

En septiembre de 2012 un muchacho llega temprano todos los días a la universidad. No se le ve apurado, saluda a sus amigos, conversa sobre temas intrascendentes, saca la merienda y deja pasar el tiempo. Al mediodía va al parque un par de horas más hasta que termine la jornada laboral. Su nombre es Roberto Peralo, uno de los administradores de La Joven Cuba.

Lo que ocurre en Internet no queda en Internet, Roberto había probado los límites y un grupo de funcionarios tomaron con entusiasmo la idea de hacerle pagar por ello. Roberto era hasta ese momento cuadro profesional de la Unión de Jóvenes Comunistas y dejó de serlo en cuestión de días. Con un pretexto se le despidió de la organización, a disposición del Ministerio de Trabajo. Desempleado, con su esposa embarazada y sin decir nada en casa a su familia o sus amigos. Ninguno de sus amigos sabíamos de su situación, él tenía más vergüenza que sus acusadores.

Cada jornada salía a “trabajar” en Matanzas. A la universidad, el parque y donde pudiera. A esperar que pasara el tiempo y regresar a casa. El día que descubrimos su situación fue el primero de nuestra lucha por reivindicar La Joven Cuba. La desfachatez de sus acusadores en hacer circular rumores y conspirar a las sombras, contrastaba con la vergüenza de que estas cosas ocurran en el país que defendemos. Historias así se repiten siempre que la inteligencia colectiva del país baja la guardia.

A Julio Antonio Fernández Estrada lo deben haber felicitado muchas personas el Día del Educador en Cuba sin importar cualquier medida. Durante un largo período lo fueron sacando de la Universidad de la Habana, como pasó con muchos otros anteriormente en la Facultad de Derecho, en realidad Julito era un sobreviviente. Y lo sacaron, le quitaron sus estudiantes en el curso para trabajadores, lo único que le quedaba en la docencia.

Como si la academia cubana estuviera en condiciones de marginar a sus mejores intelectuales. Hemos alimentado funcionarios que ya son expertos en generar antipatía hacia las instituciones cubanas. La CIA y la contrarrevolución deben estar descorchando el champagne, lo que no han logrado ellos en medio siglo, lo hacen eficazmente algunos de nuestros compañeros. Pero la falta de legitimidad en el hecho se evidencia en el silencio que lo acompaña. Sancionar en las sombras, evitar que la noticia llegue a los medios, reparar daños y utilizar voceros que generen dudas sobre la reputación de una persona sin necesidad de demostrarlo. Lamentablemente algunos terminan siendo cómplices de la injusticia: “por algo será”, un razonamiento triste. Pero Julio Antonio no es el único en esta situación.

En la Universidad de Oriente otro profesor de derecho acaba de ser expulsado bajo la acusación de “perder prestigio” a través de sus publicaciones en Internet. El motivo real es todo lo contrario. A René Fidel González García estaban empezando a leerlo más y más personas, quizás demasiados lectores e influencia sobre los estudiantes. O es simplemente un caso de la administración buscando pretextos para dirimir rencillas personales, no será el primero. La misma administración que desaprobó mi artículo La revolución de las portañuelas, donde contaba la revuelta ocurrida en la Universidad de Oriente hace unos años. Para mantener silencios que favorecen a la derecha y expulsar revolucionarios, somos más eficientes que para la inversión extranjera.

La educación superior en Cuba tiene sobrados profesionales para una correcta gestión, es muestra de lo mejor que ha dado la Revolución y de la inteligencia colectiva del país. Siendo profesor en una universidad vi cómo las personas de más prestigio y conocimientos carecían de acceso estable a Internet y estaban ajenos al debate público. Dudo mucho que ellos permitieran excesos de este tipo, como no aprobaron los ataques a Esteban Morales en su momento.

Sin embargo existe un fenómeno de burocratización y verticalismo que provoca acciones de este tipo. Quizás a René Fidel le ocurra como a La Joven Cuba, que quienes aplicaban una medida en la mañana pedían disculpas en la tarde porque se veían obligados a ello por una disposición superior.

Haciendo un análisis marxista del fenómeno identificaremos la regularidad y sistematicidad con que errores así vienen ocurriendo. Quizás sea una acumulación de contradicciones en el país y la incapacidad que tienen algunos de lidiar con esta nueva realidad. Quizás el preámbulo a una sociedad distinta que pueda mantener los éxitos de la Revolución y genere mejores condiciones para alcanzar otros nuevos.

Lo que sí está claro es que el modelo social paternalista y controlador no es posible ya en un país instruido. El acoso exterior no puede convertirnos en una sociedad acomplejada y a la defensiva, ni justifica el silencio. Porque no existe un modelo de socialismo opresivo, ni la injusticia es justificable de forma alguna.

Lo ocurrido con Roberto no son fantasmas de épocas pasadas, los decisores que se ensañaron con él son los que hoy lo hacen con Julio Antonio y René Fidel. No han ido a ninguna parte, bajaron su perfil el tiempo necesario para su regreso y están aquí entre nosotros. El buen revolucionario no es el que se mantiene al margen de la construcción de su futuro, dentro de límites cómodos y el sistema de premios que brinda ser políticamente correcto al Estado o servil a intereses foráneos. El revolucionario útil es el que se enfrenta a nuestros propios fantasmas y vive para luchar otro día.

escribe en jovencuba.com

Revista de EEUU: Es hora de reconocer a Cuba por sus logros médicos mundiales

Por: Stephen Bartlett


El doctor internacionalista cubano, Omar Fernández, en Venezuela. Foto: Fernando Llano/ AP.

Publicado en Revista Salon/ Traducido por Dariena Guerra para Cubadebate

Muchas personas nunca escucharán cómo a finales de 2016, 38 profesionales médicos de la Brigada Henry Reeve de Cuba regresaron a sus hogares después de dos incansables meses de atender a los haitianos. Fueron enviados para prestar apoyo a los equipos médicos permanentes de Cuba en Haití tras el huracán Matthew.

Después de la muerte del Comandante en Jefe Fidel Castro, los medios corporativos se han obsesionado en representar a Fidel como el cerebro de un “régimen dictatorial”. Sin embargo, la muerte del líder histórico brinda la oportunidad de celebrar las victorias de los 56 años de la Revolución Cubana, por lo que muchas personas de todo el mundo están profundamente agradecidas y hasta deben su vida.

Los informes de Haití, Chernobyl, África Occidental y muchos otros lugares cuentan las contribuciones extraordinarias del internacionalismo médico de Cuba. En 2014 había 50 mil médicos y enfermeras cubanos trabajando en 60 países en desarrollo, según la investigación del autor canadiense John Kirk publicada en su libro El internacionalismo médico cubano ha salvado millones de vidas. Pero esta solidaridad sin precedentes apenas se ha registrado en los medios occidentales.

“¡Dios mío, Cuba ha hecho mucho por Haití!”, Dijo Ivon Rebelisa, una haitiana de 46 años originaria de Semillera, departamento de Artibonite, que trabaja en una granja como jornalera en la República Dominicana. “Varios de mis vecinos fueron tratados con éxito por el cólera en la ciudad de Gonaive por médicos cubanos. Otros que no llegaron a la clínica cubana a tiempo, mi primo y su esposa, murieron. Los cubanos nos enseñaron cómo evitar el contagio, lavarnos las manos frecuentemente, hervir o tratar el agua, no comer alimentos callejeros que no habían sido suficientemente recalentados”.

En 1999 Cuba fundó la Escuela Latinoamérica de Medicina (ELAM) y ofreció 10 mil becas a estudiantes “en países donde los equipos médicos cubanos estaban ayudando a los sistemas de salud locales…. La idea detrás de la ELAM es que los graduados eventualmente reemplacen a los médicos cubanos en sus países”, según MEDICC, una organización sin fines de lucro que promueve el programa de salud pública de Cuba.

La ELAM cuenta actualmente con 19 mil 550 estudiantes de 110 países, lo que la convierte en una de las escuelas médicas más grandes del mundo. Todos los estudiantes reciben una beca completa. La ELAM incluye a los Estados Unidos en su proyección, entre los jóvenes que aspiran a convertirse en médicos de las filas del “sur global” en el norte. Más de 100 estudiantes estadounidenses han asistido a la ELAM de forma gratuita, a cambio de una promesa no vinculante de servir a las comunidades de bajos ingresos durante dos años a su regreso.

Los médicos cubanos y los graduados de la ELAM son conocidos por su énfasis en la experiencia de campo y las prácticas médicas preventivas. La estudiante haitiana de quinto año Stephanie Voyard dijo a Cuba Health Reports que le gusta el método de enseñanza cubano. “Desde el primer año, tenemos una clase de medicina comunitaria para ayudarnos a conocer a la población, donde aprendemos junto a médicos de la familia. En el segundo año trabajamos con médicos en policlínicos, ya partir del tercer año en hospitales. Antes de que obtengamos nuestros diplomas, tenemos bastante experiencia“.

Debido al notable empobrecimiento de Haití, bajos índices de salud, servicios médicos inadecuados y proximidad, Cuba comenzó a enviar personal médico a a ese país en 1998. Según una presentación en una conferencia organizada por el Centro Washington de la Universidad de California tras el catastrófico terremoto de enero de 2010, seis mil médicos cubanos han tratado a más de tres millones de haitianos. Alrededor de 400 médicos cubanos han servido de manera constante en Haití desde 1998. El presentador de la conferencia, el Embajador de Cuba, Jorge Bolaños, dijo: “En las primeras 72 horas después del terremoto, el personal médico cubano estuvo entre los primeros en responder. … Los cubanos han tratado a más pacientes que cualquier otro equipo médico extranjero”.

De hecho, el equipo médico cubano en seis meses después del terremoto proporcionó más de 341 mil consultas de pacientes, ocho mil 700 cirugías, 111 mil vacunas y muchas otras formas de atención a cientos de miles de personas.

Además, según Gail Reed, directora internacional de MEDICC, aproximadamente 550 se han graduado de la ELAM y cerca de 300 de los médicos de Haití presentes en el país en el momento del terremoto recibieron becas completas en Cuba, otro lado del internacionalismo médico cubano.


Médicos cubanos de la brigada Henry Reeve llegan al aeropuerto José Martí, luego de cumplir misión en Haití. Foto: José Raúl Concepción/ Cubadebate.

Diez meses después del devastador terremoto de 2010, los médicos cubanos en Mirebalais, departamento de la Meseta Central, identificaron por primera vez la llegada del cólera a Haití. En los 13 meses posteriores al brote, la misión cubana en Mirebalais había tratado más de 76 mil casos de cólera, con sólo 272 muertes. A lo largo de los seis años transcurridos desde el brote, los médicos cubanos en Haití han tratado aproximadamente el 40 por ciento del millón de casos registrados. La cifra oficial de muertos se aproxima ahora a los 10 mil, número que aumenta rápidamente debido al repunte de los casos de cólera tras la devastación del huracán Matthew y las inundaciones que siguieron.

La causa de la epidemia de cólera resultó ser la imprudente contaminación del río Artibonite por aguas residuales no tratadas de un cuartel de soldados nepaleses desplegados a Haití como parte de la Misión de Estabilización de las Naciones Unidas para Haití (llamada MINUSTAH por sus siglas). Estos fueron los primeros casos documentados de cólera en la historia de Haití. El gobierno cubano envió de inmediato más médicos a Haití para tratar de detener la marea de la epidemia, con énfasis en la educación y la prevención a través de la purificación del agua. Recientemente, después de años de negación de responsabilidad legal, Naciones Unidas finalmente admitió su responsabilidad por introducir el cólera en Haití y está bajo la presión de movimientos sociales haitianos e internacionales para el pago de indemnizaciones.

La expansión del internacionalismo médico cubano en las crisis internacionales de salud es incomparable a nivel mundial, al igual que su atención para las naciones médicamente subatendidas. La generosa oferta cubana anunciada por Fidel Castro en 2005 para enviar una gran brigada de profesionales de la salud cubanos a New Orleans después del huracán Katrina tuvo una corta vida en los medios de comunicación.

La Brigada Henry Reeve -la misma que acaba de regresar de Haití el 19 de diciembre- recibió el nombre del internacionalista nacido en Brooklyn que luchó por la independencia de la Isla. El contigente está formada por mil 500 profesionales de la salud cubanos capacitados en medicina de desastres y contención de enfermedades infecciosas. Construido con 40 años de experiencia en asistencia médica, el equipo de voluntarios fue equipado con medicamentos y equipos esenciales. (La oferta fue rechazada por la administración Bush).

Fue la brigada Henry Reeve la que fue desplegada más adelante en Haití después del terremoto y en octubre de 2014, fue el equipo médico más grande en el terreno en África occidental para luchar contra el Ebola.

Cuba envió a 146 médicos y enfermeras especialmente capacitados a los países de África Occidental afectados, el mayor grupo a nivel internacional, arriesgando a su gente en el centro mortal de la epidemia. Cuba celebró una importante conferencia internacional en octubre de 2014 sobre la prevención de un brote de Ebola en las Américas, a la que asistieron 32 países, entre ellos Estados Unidos. Otro logro extraordinario fue el tratamiento de 21 mil 874 víctimas de la radiación del desastre nuclear de Chernobyl, Ucrania en los años noventa.

Mientras que los medios de comunicación corporativos han ignorado las historias del internacionalismo médico cubano defendido por Fidel Castro, gran parte del mundo reconoce que el logro de Cuba trasciende completamente la geopolítica. Demuestra lo que se puede lograr cuando se pone un valor muy alto en la vida humana, en cada vida humana. Con Fidel ahora desaparecido físicamente, ¿se esforzará la humanidad por seguir el ejemplo que la Revolución Cubana ha mostrado tan valientemente?



Integrantes del Contingente Henry Reeve brindando servicios en Ecuador tras el terremoto. Foto: Dr. Vigil Fonseca/ Facebook.


Regreso a Cuba de los 48 integrantes de la brigada Henry Reeve que asistieron a los damnificados por el terremoto que estremeció a Nepal. Foto: Ladyrene Pérez/ Cbadebate.
Related Posts Plugin for WordPress, Blogger...