"De pensamiento es la guerra mayor que se nos hace: ganémosla a pensamiento" José Martí

martes, 26 de julio de 2022

En el ataque al Capitolio Trump actuó peor de lo que pensábamos. Mucho peor.

 Por Eugene Robinson Columnist|Follow

July 25, 2022 at 6:09 a.m. EDT


Representantes durante la audiencia del comité de la Cámara de Representantes de que investiga el asalto del 6 de enero al Capitolio de Estados Unidos, el 21 de julio de 2022 en Washington, DC. (Tom Brenner para the Washington Post)

No importa cuán indignante, irresponsable o traicionero pensaste que podía haber sido el comportamiento del entonces presidente de Estados Unidos, Donald Trump, el 6 de enero de 2021. En realidad fue peor. Mucho peor.

Ese fue el mensaje recalcado una y otra vez en la audiencia en horario estelar del comité selecto de la Cámara de Representantes del jueves pasado por la noche. Según el testimonio presentado por el comité, durante casi tres largas horas, mientras una turba violenta irrumpía en el Capitolio y perseguía al vicepresidente Mike Pence con intenciones homicidas, el presidente se sentó en su comedor privado de la Casa Blanca y vio como se desarrollaba el caos en un televisor sintonizado en Fox News.

Trump hizo algunas llamadas telefónicas, pero no al Pentágono ni al Departamento de Seguridad Nacional, o a cualquiera que pudiera ayudar a sofocar los disturbios. En cambio, llamó a los senadores republicanos y los presionó para que se opusieran a la certificación final del voto del Colegio Electoral.

La audiencia de dos horas —la octava y última del comité, al menos por ahora— fue un final apasionante para la primera temporada de la que ha sido la serie de televisión más cautivante del año.

Los testigos presenciales Matthew Pottinger, quien fue asesor adjunto de seguridad nacional de Trump, y Sarah Matthews, quien fue su secretaria adjunta de prensa, confirmaron testimonios previos sobre el impactante desinterés de Trump por los funcionarios y policías que estaban siendo asediados en el Capitolio. Tras presenciar la negligencia de Trump en el cumplimiento del deber, tanto Pottinger como Matthews renunciaron.

La audiencia estuvo dirigida por los miembros del comité Elaine Luria (demócrata por Virginia) y Adam Kinzinger (republicano por Illinois). Ambos son veteranos de las fuerzas militares —Luria sirvió 20 años en la Marina, Kinzinger estuvo en la Fuerza Aérea y ahora sirve en la Guardia Nacional Aérea— y ambos tuvieron que hacer un esfuerzo por controlar su visceral indignación ante la inacción de Trump.

¿Cuál fue el momento más impactante y deplorable en la Casa Blanca ese día? El comité destacó el tuit que Trump publicó a las 2:24 p. m., cuando ya sabía que la turba había violado las defensas del Capitolio. En lugar de intentar calmar a sus seguidores, los incitó a atacar a su propio vicepresidente.

“Mike Pence no tuvo el coraje de hacer lo que se debió haber hecho para proteger a nuestro país y nuestra Constitución, y darle a los estados la oportunidad de certificar un conjunto corregido de hechos, no los fraudulentos o inexactos que se les pidió que certificaran previamente”, tuiteó Trump. “¡Estados Unidos exige la verdad!”.

Un testigo relacionado con la seguridad de la Casa Blanca —cuya identidad fue omitida por el comité, debido a preocupaciones por la seguridad del individuo— testificó que miembros de la unidad del Servicio Secreto de Pence percibieron que la situación en el Capitolio era tan grave que temieron por sus vidas y le enviaron mensajes de despedida a sus familias.

Incluso antes del final de temporada del jueves, el comité había presentado un caso convincente contra Trump y sus facilitadores, quienes intentaron algo inédito en la historia de Estados Unidos: anular unas elecciones presidenciales libres y justas. Tras fracasar de manera estrepitosa en los tribunales, Trump eligió el recuento formal de los votos electorales del 6 de enero para realizar un último intento desesperado por llevar a las calles su cruzada ilegal, profana y antiestadounidense.

En primer lugar, no debería haber existido la necesidad de establecer un comité selecto. Los demócratas querían que la insurrección del Capitolio fuera investigada por una comisión independiente de alto nivel, como se hizo después de crisis nacionales anteriores como el asesinato de John F. Kennedy y los ataques terroristas del 11 de septiembre de 2001. Los republicanos se negaron a permitir tal cosa. La presidenta de la Cámara, Nancy Pelosi (demócrata por California), no tuvo más opción que crear una comisión bipartidista compuesta por miembros de la Cámara.

Cuando Pelosi se opuso a dos de los políticos elegidos por el líder de la minoría en la Cámara, el republicano Kevin McCarthy (California) para formar parte del comité, McCarthy decidió no participar en absoluto. Con su don incomparable para expresar en voz alta lo que normalmente está entre líneas, McCarthy le explicó su razonamiento el miércoles al presentador de Fox News, Sean Hannity: “El pueblo estadounidense iba a ver eso y a creer que había sido un proceso justo”.

Eso resultó ser un gran error. Dos republicanos con agallas —la representante Liz Cheney (republicana por Wyoming) y Kinzinger— decidieron formar parte del comité de todos modos, poniendo el patriotismo por encima del partido. Además, el comité optó por relatar en gran parte la historia del esfuerzo de meses de Trump por anular las elecciones a través de testimonios presenciales y en video de republicanos, incluidos algunos leales asistentes de Trump. El fiscal general de Trump, su abogado en la Casa Blanca e incluso su hija mayor le dijeron al comité que mucho antes del 6 de enero, habían aceptado el hecho de que Joe Biden había ganado.

La pregunta ahora es cuál será el siguiente paso.

“Tiene que haber una rendición de cuentas”, afirmó anoche el presidente del comité, Bennie G. Thompson (demócrata por Misisipi) durante su declaración de apertura, la cual realizó de forma remota porque había dado positivo en la prueba del coronavirus. “Rendición de cuentas ante la ley. Rendición de cuentas ante el pueblo estadounidense”.

El fiscal general Merrick Garland tiene la autoridad para buscar esa rendición de cuentas y realmente demostrar que en nuestro país, nadie, ni siquiera un expresidente, está por encima de la ley. La nación espera a ver qué hará Garland al respecto

domingo, 24 de julio de 2022

Tal como lo viví, del doctor Álvarez Cambras dedicado a Fidel


El eminente cirujano ortopédico de renombre mundial Doctor en Ciencias Rodrigo Álvarez Cambras dedicó al líder histórico de la Revolución cubana Fidel Castro Ruz el libro Tal como lo viví, presentado la víspera en la capital.




En el espacio Sábado del Libro, frente al Palacio de los Capitanes Generales, en La Habana Vieja, tuvo lugar la exhibición del texto, en la cual Álvarez Cambras narra parte de su vida, cuya larga y azarosa existencia lo llevó a escapar de un fusilamiento, aterrizar en África entre hormigas salvajes, y enfrentar a la dictadura de Fulgencio Batista, entre otras acciones.

Sin embargo, si se analiza lo que hizo como médico, se percibe la magnitud de su quehacer: la vida lo llevó a estar cerca del Comandante en Jefe Fidel Castro y juntos alcanzar sueños, como el hospital Frank País, hoy Complejo Científico Ortopédico Internacional, donde por varios años fue el director y su fama bien ganada en el mundo


En presencia de Michel Torres Corona, director del programa Con Filo, de Pilar Sa Leal, editora de la Editorial Nuevo Milenio, en su sello Científico Técnica, y de compañeros, familiares, amigos, deportistas y público en general, el renombrado experto también dedicó ese libro a la heroína Celia Sánchez, quien junto al Comandante hicieron posible la creación de ese hospital para Cuba y el resto del mundo.

Visiblemente emocionado y con lágrimas y voz entrecortada, Álvarez Cambras señaló: “Fidel para mí fue mi padre, alguien que me obligó a despertar como combatiente, donde quiera que esté su memoria él siente lo mismo que sentimos nosotros”, recalcó.

“Las palabras de él las llevo hasta el final de mi vida”, sentenció el “Profe” como lo llaman cariñosamente, luego de recordar varias anécdotas con el Comandante.

En la actividad, los asistentes conocieron historias de los atletas rehabilitados por el médico cubano en su larga y fructífera carrera, que también abarca a deportistas extranjeros y personalidades de otras latitudes.

Al presentar el texto, Darío de Urra, quien fuera embajador de Cuba en Argelia, reconoció la trayectoria del Doctor Rodrigo Álvarez Cambras, Héroe de la República de Cuba, Especialista de I y II Grados en Ortopedia y Traumatología, e Investigador de Mérito, quien llevó esa especialidad a los más altos niveles de desarrollo.

Sobresale la creación de los fijadores externos RALCA, reconocidos internacionalmente y las operaciones complejas que han permitido devolver la vida a personas condenadas al sufrimiento.

Deportistas, artistas y presidentes de varios países han sido atendidos de forma exitosa por Álvarez Cambras, entre ellos la jabalinista cubana y primera mujer medallista olímpica latinoamericana María Caridad Colón, quien lo calificó como “el mago que cayó del cielo”.

domingo, 17 de julio de 2022

Quino 90 años: humor, inteligencia y profundidad en 20 frases memorables

Joaquín Salvador Lavado nació el 17 de julio de 1932, hace exactamente nueve décadas. Admirado y querido por lectores y colegas, cada uno de sus pensamientos expresados en palabras hacían reir y pensar. Aquí, una buena muestra

17 de Julio de 2022
lsaliche@infobae.com








Quino y su personaje más entrañable: Mafalda

Todavía el mundo estaba sumergido en la pandemia aquella mañana del 30 de septiembre de 2020, ya casi mediodía, cuando Kuki Miller, histórica editora de Quino en Ediciones De la Flor, confirmó su muerte. Joaquín Salvador Lavado Tejón, ese era su verdadero nombre, tenía 88 años. En las redes, la despedida duró varios días porque sus viñetas volvieron a virilizarse. Siempre aparecía alguna nueva que sorprendía, que hacía pensar, que hacía reír y que emocionaba.

En aquel entonces, durante una entrevista telefónica con Infobae Cultura, el ilustrador Pablo Bernasconi contó: “Lo sentí como la partida de un ser querido y hasta más que un familiar: alguien que representa tantas cosas y es tan fundacional en el crecimiento intelectual y emotivo de una persona”. De alguna manera, un país entero le decía adiós a uno de sus grandes artistas. Si hoy estuviera vivo, estaríamos celebrando su cumpleaños número 90.

Quiso el destino que se diera así: Quino esperó a que Mafalda cumpliera años para luego, al día siguiente, morir en paz. El 29 de septiembre de 1964 se publicó por primera vez en la revista Primera Plana una tira con su personaje emblemático, que fue creciendo poco a poco hasta volverse el más popular, el más masivo. El filósofo italiano Umberto Eco dijo que era “el personaje de los años setenta”, “una verdadera heroína ‘rebelde’, que rechaza el mundo tal cual es”.

Pero más allá de sus creaciones, Quino fue uno de esos artistas que en cada conversación, en cada entrevista, en cada intervención pública, dejaba algo. Ese algo eran siempre buenas ideas. Con lucidez, sentido del humor e inteligencia llegaba a zonas profundas con la facilidad de un chiste. Dentro y fuera de las páginas era un genio. A continuación, algunas de esas frases que abren la puerta de un mundo entero.


Quino

“¡Paren el mundo que me quiero bajar!”

“Nunca hice otra cosa que dibujar, ni sé hacerlo, bueno sí: ir al cine, beber buen vino y escuchar música. Pero nunca pensé en otra cosa que en dibujar”.

“Nunca me consideré otra cosa que un obrero del dibujo”.

“El humor sirve para poner en evidencia las cosas absurdas que hacemos los seres humanos”.

“Es curioso, uno cierra los ojos y el mundo desaparece”.


Quino, según Sara Facio

“El problema es que hay más gente interesada que gente interesante”.

“Lo ideal sería tener el corazón en la cabeza y el cerebro en el pecho. Así pensaríamos con amor y amaríamos con sabiduría”.

“Sí, ya sé, hay más problemólogos que solucionólogos. Pero ¿qué vamos a hacerle?”

“Yo diría que nos pusiéramos todos contentos sin preguntar por qué”.

“¿Por dónde hay que empujar a este país para llevarlo adelante?”


Quino (Foto: EUTERS/Enrique Marcarian)

“Y al final, ¿cómo es la cosa? ¿Uno lleva la vida por delante o la vida se lleva por delante a uno?”

“Si no hacés cosas estúpidas cuando eres joven no tienes nada de que sonreír cuando estás viejo”.

“Como siempre, apenas uno pone los pies en la tierra, se acaba la diversión”.

“Ya que amarnos los unos a los otros no resulta, ¿por qué no probamos amarnos los otros a los unos?”

“A medio mundo le gustan los perros; y hasta el día de hoy nadie saber que quiere decir guau”.


Quino en 2014 (Foto: Reuters / Eloy Alonso)

“A fin de cuentas, la humanidad no es nada más que un sándwich de carne entre el cielo y la tierra”.

“Dicen que el hombre es un animal de costumbres, más bien de costumbre el hombre es un animal”.

“¿Y si en vez de planear tanto voláramos un poco más alto?”

“Como siempre: lo urgente no deja tiempo para lo Importante”.

“Algunos me aman por ser como soy, otros me odian por la misma razón, pero yo vine a esta vida a tratar de ser feliz. ¡No a complacer a nadie!”

lunes, 4 de julio de 2022

Mi Hemingway personal

Por Gabriel García Márquez

Lo reconocí de pronto, paseando con su esposa, Mary Welsh, por el bulevar de Saint Michel, en París, un día de la lluviosa primavera de 1957. Caminaba por la acera opuesta en dirección del jardín de Luxemburgo, y llevaba unos pantalones de vaquero muy usados, una camisa de cuadros escoceses y una gorra de pelotero. Lo único que no parecía suyo eran los lentes de armadura metálica, redondos y minúsculos, que le daban un aire de abuelo prematuro. Había cumplido cincuenta y nueve años, y era enorme y demasiado visible, pero no daba la impresión de fortaleza brutal que sin duda él hubiera deseado, porque tenía las caderas estrechas y las piernas un poco escuálidas sobre sus bastos. Parecía tan vivo entre los puestos de libros usados y el torrente juvenil de la Sorbona que era imposible imaginarse que le faltaban apenas cuatro años para morir.

Por una fracción de segundo —como me ha ocurrido siempre— me encontré dividido entre mis dos oficios rivales. No sabía si hacerle una entrevista de prensa o solo atravesar la avenida para expresarle mi admiración sin reserva. Para ambos propósitos, sin embargo, había el mismo inconveniente grande: yo hablaba desde entonces el mismo inglés rudimentario que seguí hablando siempre, y no estaba muy seguro de su español de torero. De modo que no hice ninguna de las dos cosas que hubieran podido estropear aquel instante, sino que me puse las manos en bocina, como Tarzán en la selva, y grité de una acera a la otra: «Maeeeestro». Ernest Hemingway comprendió que no podía haber otro maestro entre la muchedumbre de estudiantes, y se volvió con la mano en alto, y me gritó en castellano con una voz un tanto pueril: «Adioooós, amigo». Fue la única vez que lo vi.

Yo era entonces un periodista de veintiocho años, con una novela publicada y un premio literario en Colombia, pero estaba varado y sin rumbo en París. Mis dos maestros mayores eran los dos novelistas norteamericanos que parecían tener menos cosas en común. Había leído todo lo que ellos habían publicado hasta entonces, pero no como lecturas complementarias, sino todo lo contrario: como dos formas distintas y casi excluyentes de concebir la literatura. Uno de ellos era William Faulkner, a quien nunca vi con estos ojos y a quien solo puedo imaginarme como el granjero en mangas de camisa que se rascaba el brazo junto a dos perritos blancos, en el retrato célebre que le hizo Cartier Bresson. El otro era aquel hombre efímero que acababa de decirme adiós desde la otra acera, y me había dejado la impresión de que algo había ocurrido en mi vida, y que había ocurrido para siempre.

No sé quién dijo que los novelistas leemos las novelas de los otros solo para averiguar cómo están escritas. Creo que es cierto. No nos conformamos con los secretos expuestos en el frente de la página, sino que la volteamos al revés, para descifrar las costuras. De algún modo imposible de explicar desarmamos el libro en sus piezas esenciales y lo volvemos a armar cuando ya conocemos los misterios de su relojería personal. Esa tentativa es descorazonadora en los libros de Faulkner, porque este no parecía tener un sistema orgánico para escribir, sino que andaba a ciegas por su universo bíblico como un tropel de cabras sueltas en una cristalería. Cuando se logra desmontar una página suya, uno tiene la impresión de que le sobran resortes y tornillos y que será imposible devolverla otra vez a su estado original. Hemingway, en cambio, con menos inspiración, con menos pasión y menos locura, pero con un rigor lúcido, dejaba sus tornillos a la vista por el lado de fuera, como en los vagones de ferrocarril. Tal vez por eso Faulkner es un escritor que tuvo mucho que ver con mi alma, pero Hemingway es el que más ha tenido que ver con mi oficio.

No solo por sus libros, sino por su asombroso conocimiento del aspecto artesanal de la ciencia de escribir. En la entrevista histórica que le hizo el periodista George Plimpton para Paris Review enseñó para siempre —contra el concepto romántico de la creación— que la comodidad económica y la buena salud son convenientes para escribir, que una de las dificultades mayores es la de organizar bien las palabras, que es bueno releer los propios libros cuando cuesta trabajo escribir para recordar que siempre fue difícil, que se puede escribir en cualquier parte siempre que no haya visitas ni teléfono, y que no es cierto que el periodismo acabe con el escritor, como tanto se ha dicho, sino todo lo contrario, a condición de que se abandone a tiempo. «Una vez que escribir se ha convertido en el vicio principal y el mayor placer —dijo—, solo la muerte puede ponerle fin.» Con todo, su lección fue el descubrimiento de que el trabajo de cada día solo debe interrumpirse cuando ya se sabe cómo se va a empezar al día siguiente. No creo que se haya dado jamás un consejo más útil para escribir. Es, ni más ni menos, el remedio absoluto contra el fantasma más temido de los escritores: la agonía matinal frente a la página en blanco.

Toda la obra de Hemingway demuestra que su aliento era genial, pero de corta duración. Y es comprensible. Una tensión interna como la suya, sometida a un dominio técnico tan severo, es insostenible dentro del ámbito vasto y azaroso de una novela. Era una condición personal, y el error suyo fue haber intentado rebasar sus límites espléndidos. Es por eso que todo lo superfluo se nota más en él que en otros escritores. Sus novelas parecen cuentos desmedidos a los que les sobran demasiadas cosas. En cambio, lo mejor que tienen sus cuentos es la impresión que causan de que algo les quedó faltando, y es eso precisamente lo que les confiere su misterio y su belleza. Jorge Luis Borges, que es uno de los grandes escritores de nuestro tiempo, tiene los mismos límites, pero ha tenido la inteligencia de no rebasarlos.

Un solo disparo de Francis Macomber contra el león ensaña tanto como una lección de cacería, pero también como un resumen de la ciencia de escribir. En algún cuento suyo escribió que un toro de lidia, después de pasar rozando el pecho del torero, se volvió «como un gato doblando una esquina». Creo, con toda humildad, que esa observación es una de las tonterías geniales que solo son posibles en los escritores más lúcidos. La obra de Hemingway está llena de esos hallazgos simples y deslumbrantes, que demuestran hasta qué punto se ciñó a su propia definición de que la escritura literaria —como el iceberg— solo tiene validez si está sustentada debajo del agua por los siete octavos de su volumen.

Esa conciencia técnica será sin duda la causa de que Hemingway no pase a la gloria por ninguna de sus novelas, sino por sus cuentos más estrictos. Hablando de Por quién doblan las campanas, él mismo dijo que no tenía un plan preconcebido para componer el libro, sino que lo inventaba cada día a medida que lo iba escribiendo. No tenía que decirlo: se nota. En cambio, sus cuentos de inspiración instantánea son invulnerables. Como aquellos tres que escribió en la tarde de un 16 de mayo en una pensión de Madrid, cuando una nevada obligó a cancelar la corrida de toros de la feria de San Isidro. Esos cuentos —según él mismo le contó a George Plimpton— fueron «Los asesinos», «Diez indios» y «Hoy es viernes», y los tres son magistrales.

Dentro de esa línea, para mi gusto, el cuento donde mejor se condensan sus virtudes es uno de los más cortos: «Gato bajo la lluvia». Sin embargo, aunque parezca una burla de su destino, me parece que su obra más hermosa y humana es la menos lograda: Al otro lado del río y entre los árboles. Es, como él mismo reveló, algo que comenzó por ser un cuento y se extravió por los manglares de la novela. Es difícil entender tantas grietas estructurales y tantos errores de mecánica literaria en un técnico tan sabio, y unos diálogos tan artificiales y aun tan artificiosos en uno de los más brillantes orfebres de diálogos de la historia de las letras. Cuando el libro se publicó, en 1950, la crítica fue feroz. Porque no fue certera. Hemingway se sintió herido donde más le dolía, y se defendió desde La Habana con un telegrama pasional que no pareció digno de un autor de su tamaño. No solo era su mejor novela, sino también la más suya, pues había sido escrita en los albores de un otoño incierto, con las nostalgias irreparables de los años vividos y la premonición nostálgica de los pocos años que le quedaban por vivir. En ninguno de sus libros dejó tanto de sí mismo ni consiguió plasmar con tanta belleza y tanta ternura el sentimiento esencial de su obra y de su vida: la inutilidad de la victoria. La muerte de su protagonista, de apariencia tan apacible y natural, era la prefiguración cifrada de su propio suicidio.

Cuando se convive por tanto tiempo con la obra de un escritor entrañable, uno termina sin remedio por revolver su ficción con su realidad. He pasado muchas horas de muchos días leyendo en aquel café de la place de Saint Michel que él consideraba bueno para escribir, porque le parecía simpático, caliente, limpio y amable, y siempre he esperado encontrar otra vez a la muchacha que él vio entrar una tarde de vientos helados, que era muy bella y diáfana, con el pelo cortado en diagonal, como un ala de cuervo. «Eres mía y París es mío», escribió para ella, con ese inexorable poder de apropiación que tuvo su literatura. Todo lo que describió, todo instante que fue suyo, le sigue pertenecido para siempre. No puedo pasar por el número 112 de la calle del Odeón, en París, sin verlo a él conversando con Sylvia Beach en una librería que ya no es la misma, ganando tiempo hasta que fueran las seis de la tarde por si acaso llegaba James Joyce. En las praderas de Kenia, con solo mirarlas una vez, se hizo dueño de sus búfalos y sus leones, y de los secretos más intrincados del arte de cazar. Se hizo dueño de toreros y boxeadores, de artistas y pistoleros que solo existieron por un instante, mientras fueron suyos. Italia, España, Cuba, medio mundo está lleno de los sitios de los cuales se apropió con solo mencionarlos. En Cojímar, un pueblecito cerca de La Habana donde vivía el pescador solitario de El viejo y el mar, hay un templete conmemorativo de su hazaña con un busto de Hemingway pintado con barniz de oro. En Finca Vigía, su refugio cubano donde vivió hasta muy poco antes de morir, la casa está intacta entre los árboles sombríos, con sus libros disímiles, sus trofeos de caza, su atril de escribir, sus enormes zapatos de muerto, las incontables chucherías de la vida y del mundo entero que fueron suyas hasta su muerte, y que siguen viviendo sin él con el alma que les infundió por la sola magia de su dominio. Hace unos años entré en el automóvil de Fidel Castro —que es un empecinado lector de literatura— y vi en el asiento un pequeño libro empastado en cuero rojo. «Es el maestro Hemingway», me dijo. En realidad, Hemingway sigue estando donde uno menos se lo imagina —veinte años después de muerto—, tan persistente y a la vez tan efímero como aquella mañana, desde la acera opuesta del bulevar de Saint Michel.

© Gabriel García Márquez: Mi Hemingway personal. Texto introductorio a la colección de Cuentos de Ernest Hemingway, publicada por editorial Lumen en 2007.

viernes, 1 de julio de 2022

Las preguntas sin responder sobre el golpe de Estado de Trump del 6 de enero

 Por Patrick Martin

El testimonio de dos horas el martes de la exasesora de la Casa Blanca, Cassidy Hutchinson, ofreció una imborrable imagen “desde adentro” del intento de un golpe de Estado político el 6 de enero de 2021 por parte de Donald Trump, quien buscó detener la certificación de su derrota electoral en el Congreso y permanecer en el poder como presidente dictador fascista.

Junto a asesores de alto rango como su abogado personal Rudy Giuliani y su jefe de personal Mark Meadows, Trump esperaba que, después de pronunciar un discurso ante un mitin fuera de la Casa Blanca y decirle a la multitud de partidarios, que incluía a cientos de fascistas armados, que marcharan al Capitolio, él los acompañaría al frente de la turba para ingresar en la Cámara de Representantes, donde estaba en marcha el conteo de los votos del Colegio Electoral, y tomar el control.

El vicepresidente Mike Pence y los legisladores reunidos hubieran tenido dos opciones: ratificar la anulación exigida por Trump de los resultados electorales de 2020 dejándolo en el poder o bien ser asesinados. Cuando escuchó a sus partidarios cantar “¡Ahorquen a Mike Pence!”, el propio Trump dijo, “Lo merece”.

No cabe duda de que los congresistas demócratas lo habrían hecho. Habrían capitulado, buscando alguna maniobra para proteger su imagen, como remitir la elección “disputada” a la Cámara de Representantes, dando un voto a cada delegación estatal, lo que habría garantizado la victoria de Trump.

Subsecuentemente, los demócratas y los medios corporativos habrían argumentado que el resultado estaba en conformidad con la Constitución y los títeres de Trump en la Corte Suprema habrían rechazado cualquier desafío legal.

El fracaso del golpe no se debió a la oposición del Partido Demócrata, ciertamente tampoco al presidente demócrata electo Joe Biden, quien llamó al dictador en potencia a aparecer en televisión nacional para cancelar su propio golpe de Estado.


El Capitolio federal asediado por partidarios de Trump el 6 de enero de 2021 (Tyler Merbler, USA-DSC09363-2, CC BY 2.0, https://commons.wikimedia.org/w/index.php?curid=98724532) [Photo by Tyler Merbler / CC BY 4.0]

Sin embargo, es evidente que un gran sector del aparato militar y de inteligencia miraba y esperaba, consciente del plan golpista pero sin unirse hasta que quedara claro quién prevalecería. El fracaso de Trump de llegar al Capitolio, por circunstancias que aún no han sido esclarecidas, privó a la turba de un liderazgo presente y permitió que se disipara la energía hasta que llegaron los refuerzos policiales después de largos atrasos para despejar el edificio.

Las últimas revelaciones y toda la información presentada en las seis audiencias televisadas del Comité Selecto de la Cámara de Representantes hasta la fecha plantean varias cuestiones vitales.

¿Quiénes fueron los cómplices y coconspiradores de Trump?

Una acción de tanto alcance como un golpe de Estado en Estados Unidos no pudo haber sido la obra de un solo individuo, ni siquiera de un presidente. Trump necesitó a docenas, si no cientos y miles de cómplices dispuestos a infringir la ley y pisotear la Constitución. El testimonio de Hutchinson identificó a Meadows, Giuliani y siete diputados republicanos que indagaron o buscaron activamente un indulto presidencial por sus acciones del 6 de enero, un claro indicio de conciencia de culpa. Pero debe haber muchos más.

¿Cuál fue el papel del aparato de inteligencia y del ejército?

Ningún golpe puede tener éxito sin el apoyo activo o el consentimiento pasivo de las fuerzas armadas. Durante más de tres horas, el Pentágono retrasó la aprobación del envío de tropas de la Guardia Nacional para defender el Capitolio. No se ha dado ninguna explicación creíble para este retraso. Ni el secretario de Defensa en funciones, Christopher Miller, ni ningún oficial uniformado de alto rango han dado testimonio público sobre sus acciones el 6 de enero. ¿Qué estaban haciendo? ¿Con quién estaban en contacto? ¿Qué conversaciones mantuvieron?

¿Qué estaba haciendo Trump en el Despacho Oval mientras se desarrollaba el ataque?

Según Hutchinson, el jefe de personal Meadows le dijo varias veces durante esas horas que Trump quería estar solo en su despacho. ¿A quién llamaba y de qué hablaban? Sin duda, estaba hablando con los miembros del Congreso que estaban dentro del Capitolio asediado. ¿De qué hablaron? ¿Estuvo en contacto directo con miembros de la turba que había atacado el edificio? ¿Estuvo en contacto con los líderes del aparato militar y de inteligencia? ¿De qué hablaron?

¿Por qué se defendió el Capitolio con tanta ligereza y quién ordenó tal inacción?

Las amenazas de violencia del 6 de enero no se hicieron en secreto, sino que se difundieron ampliamente en Internet e incluso en los medios de comunicación corporativos. Ya se habían producido incidentes violentos en el pasado, como los ataques a los capitolios estatales a modo de ensayos y el complot fascista para secuestrar y matar a la gobernadora demócrata de Míchigan. Sin embargo, la Policía del Capitolio no estuvo bajo ninguna alerta extraordinaria ni hubo una movilización preventiva de la policía y el ejército, como seguramente habría ocurrido si Trump hubiera ganado las elecciones y hubiera habido amenazas de una protesta de la izquierda contra la certificación de su victoria.

¿Qué estaba haciendo el Partido Demócrata antes del atentado?

Los demócratas tenían claro cuáles eran las intenciones de Trump. El mandatario no ocultaba su desafío a los resultados electorales, y Biden había dicho, meses antes de las elecciones, que el posible rechazo de Trump a una derrota electoral era su mayor preocupación. Pero después de las elecciones, Biden y los demócratas sembraron complacencia, sugiriendo que la negativa de Trump a conceder no tenía sustancia, sino que solo reflejaba su incapacidad psicológica para admitir la derrota. La presidenta de la Cámara de Representantes, Nancy Pelosi, la más alta funcionaria del Congreso, no tomó ninguna medida para fortificar el Capitolio antes de la votación de certificación, que Trump había puesto en la mira públicamente.

¿Qué hacía Biden el 6 de enero?

Como presidente electo, Biden empezó a recibir sesiones informativas sobre seguridad nacional a partir del 30 de noviembre (tras un retraso inicial por la negativa de Trump a reconocer la derrota). Biden estaba al tanto de toda la información a disposición del aparato de inteligencia sobre las amenazas violentas para el 6 de enero, que no pudo haber sido una sorpresa para él. Sin embargo, no dijo nada por horas. ¿Por qué no lo hizo? ¿Por qué no acudió a la televisión apenas se volvieron evidentes las dimensiones del atentado para denunciarlo? ¿Estuvo en contacto con la cúpula de las agencias de inteligencia y el ejército y, al igual que ellos, esperaba el resultado? ¿Por qué, cuando finalmente se pronunció públicamente, lo hizo para hacer un llamamiento a Trump y no al pueblo estadounidense?

Los comentarios de los miembros del Comité Selecto de la Cámara de Representantes después de la audiencia y la cobertura de la prensa que siguió buscan enterrar estas cuestiones políticas vitales, reduciendo todo a una pequeña diferencia de la conducta personal de Trump: ¿Agarró el volante del vehículo encargado de protegerlo, o atacó a su guardaespaldas del Servicio Secreto, o estrelló su plato de comida contra la pared?

Las principales voces de la prensa trivializan la audiencia, y el Washington Post escribió en un editorial: “El testimonio del 6 de enero muestra que Donald Trump está desquiciado. Los votantes deben prestar atención”. Y el NewYork Times, que ni siquiera escribió un editorial, publicó un análisis de la noticia titulado “Un presidente sin ataduras: en los últimos y frenéticos días de su Administración, el comportamiento de Donald J. Trump se volvió cada vez más volátil, rompiendo una vajilla y arrojándose sobre su propio agente del Servicio Secreto”.

A lo sumo, los comentarios giran en torno a si Trump puede ser o será acusado penalmente por sus acciones o sobre el impacto de estas revelaciones en las próximas elecciones de medio término.

Ni los medios de comunicación ni los demócratas se molestan en discutir cuáles habrían sido las consecuencias si el golpe de Trump hubiera tenido éxito. ¿Cómo habría sido Estados Unidos el 7 de enero de 2021? ¿O el 20 de enero de 2021 al cancelarse la “transición pacífica del poder”? ¿O hoy?

Sin embargo, las revelaciones sobre el 6 de enero no se pueden volver a barrer debajo de la alfombra. La mayoría de los estadounidenses creen ahora, según la mayoría de las encuestas, que Trump debería ser sometido a cargos y procesado por sus acciones. El Partido Socialista por la Igualdad comparte esa postura.

El Partido Demócrata teme que, en caso de un juicio a Trump, salgan a la luz pruebas del gran alcance de la conspiración, salpicando a grandes sectores del Partido Republicano, aquellos que Biden declara como sus “colegas” y “amigos”. Por eso la investigación del 6 de enero se ha dilatado durante casi 18 meses, y las revelaciones más explosivas se mantuvieron en secreto hasta ahora. Incluso la última revelación parece deberse al deseo de debilitar a Trump y a su facción política en las elecciones de noviembre, no de alertar al pueblo estadounidense del peligro cada vez mayor que corren sus derechos democráticos.

Pero en todas las capitales del mundo, los Gobiernos capitalistas entienden muy bien que Estados Unidos, el país más poderoso y fuertemente armado del mundo, estuvo a pocos minutos de un golpe de Estado exitoso, que fracasó solo por la mala suerte y la incompetencia de los golpistas, y que los golpistas están todos libres para intentarlo de nuevo.

Las últimas revelaciones son una poderosa reivindicación de las advertencias hechas por el World Socialist Web Site y el Partido Socialista por la Igualdad. En los meses previos a la elección, y con mayor fuerza después, tratamos de alertar a la clase obrera sobre la amenaza a los derechos democráticos de los preparativos abiertos de Trump para establecer un gobierno autoritario. A las pocas horas del golpe, David North, presidente editorial del WSWS y presidente nacional del PSI, escribió, Lo acontecido ayer fue el resultado de una conspiración cuidadosamente planificada. Fue instigada por Donald Trump, quien ha estado trabajando junto a una pandilla de conspiradores fascistas estratégicamente posicionados en la Casa Blanca y otras instituciones, departamentos y agencias estatales poderosas.

La conspiración utilizó las técnicas bien conocidas de los golpes de Estado modernos. Los golpistas identificaron la reunión del Congreso para ratificar la mayoría de Biden en el Colegio Electoral como un momento propicio para entrar en acción. El ataque fue preparado por varias semanas por medio de las mentiras de Trump y sus lacayos de que la elección del 2020 había sido robada.

North señaló las débiles defensas del Capitolio, la falta de respuesta del ejército, la patética cobardía del Partido Demócrata y el notable llamamiento de Biden a Trump a que detuviera la insurrección, que North caracterizó acertadamente como el discurso “Hitler, haz lo correcto” de Biden.

Al día siguiente, el Partido Socialista por la Igualdad emitió una declaración en la que pedía “una investigación abierta, pública, televisada y transmitida en directo sobre todos los aspectos de los acontecimientos del 6 de enero de 2021, el primer intento de un presidente de derrocar el Gobierno estadounidense y establecer una dictadura”. Dieciocho meses después, esta exigencia política debe plantearse con más fuerza.

(Publicado originalmente en inglés el 29 de junio de 2022)
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