"De pensamiento es la guerra mayor que se nos hace: ganémosla a pensamiento" José Martí

viernes, 1 de noviembre de 2013

Octavio Paz: Todos Santos, Día de Muertos

El solitario mexicano ama las fiestas y las reuniones públicas. Todo es ocasión para reunirse. Cualquier pretexto es bueno para interrumpir la marcha del tiempo y celebrar con festejos y ceremonias hombres y acontecimientos. Somos un pueblo ritual. Y esta tendencia beneficia a nuestra imaginación tanto como a nuestra sensibilidad, siempre afinadas y despiertas. El arte de la fiesta, envilecido en casi todas partes, se conserva intacto entre nosotros. En pocos lugares del mundo se puede vivir un espectáculo parecido al de las grandes fiestas religiosas de México, con sus colores violentos, agrios y puros y sus danzas, ceremonias, fuegos de artificio, trajes insólitos y la inagotable cascada de sorpresas de los frutos, dulces y objetos que se venden esos días en plazas y mercados.

Nuestro calendario está poblado de fiestas. Ciertos días, lo mismo en los lugarejos más apartados que en las grandes ciudades, el país entero reza, grita, come, se emborracha y mata en honor de la Virgen de Guadalupe o del general Zaragoza. Cada año, el 15 de septiembre a las once de la noche, en todas las plazas de México celebramos la fiesta del Grito; y una multitud enardecida efectivamente grita por espacio de una hora, quizá para callar mejor el resto del año. Durante los días que preceden y suceden al 12 de diciembre, el tiempo suspende su carrera, hace un alto y en lugar de empujarnos hacia un mañana siempre inalcanzable y mentiroso, nos ofrece un presente redondo y perfecto, de danza y juerga, de comunión y comilona con los más antiguo y secreto de México. El tiempo deja de ser sucesión y vuelve a ser lo que fue, y es, originariamente: un presente en donde pasado y futuro al fin se reconcilian.

Pero no bastan las fiestas que ofrecen a todo el país la Iglesia y la república. La vida de cada ciudad y de cada pueblo está regida por un santo, al que se festeja con devoción y regularidad. Los barrios y los gremios tienen también sus fiestas anuales, sus ceremonias y sus ferias. Y, en fin, cada uno de nosotros —ateos, católicos o indiferentes— poseemos nuestro santo, al que cada año honramos. Son incalculables las fiestas que celebramos y los recursos y tiempo que gastamos en festejar. Recuerdo que hace años pregunté a un presidente municipal de un poblado vecino a Mitla: "¿A cuánto ascienden los ingresos del municipio por contribuciones?". "A unos tres mil pesos anuales. Somos muy pobres. Por eso el señor gobernador y la Federación nos ayudan cada año a completar nuestros gastos." "¿Y en qué utilizan esos tres mil pesos?" " Pues casi todo en fiestas, señor. Chico como lo ve, el pueblo tiene dos Santos Patrones."

Esa respuesta no es asombrosa. Nuestra pobreza puede medirse por el número y suntuosidad de las fiestas populares. Los países ricos pocas: no hay tiempo, ni humor. Y no son necesarias; las gentes tienen otras cosas que hacer y cuando se divierten lo hacen en grupos pequeños. Las masas modernas son aglomeraciones de solitarios. En las grandes ocasiones, en París o en Nueva York, cuando el público se congrega en plazas o estadios, es notable la ausencia de pueblo: se ven parejas y grupos, nunca una comunidad viva en donde la persona humana se disuelve y rescata simultáneamente. Pero un pobre mexicano, ¿cómo podría vivir sin esa dos o tres fiestas anuales que lo compensan de su estrechez y de su miseria? Las fiestas son nuestro único lujo; ellas substituyen, acaso con ventaja, al teatro y a las vacaciones, el week end y el cocktail party de los sajones, a las recepciones de la burguesía y al café de los mediterráneos.

En esas ceremonias —nacionales, locales, gremiales o familiares— el mexicano se abre al exterior. Todas ellas le dan ocasión de revelarse y dialogar con la divinidad, la patria, los amigos o los parientes. Durante esos días el silencioso mexicano silba, grita, canta, arroja petardos, descarga su pistola en el aire. Descarga su alma. Y su grito, como los cohetes que tanto nos gustan, sube hasta el cielo, estalla en una explosión verde, roja, azul y blanca y cae vertiginoso dejando una cauda de chispas doradas. Esa noche los amigos, que durante meses no pronunciaron más palabras que las prescritas por la indispensable cortesía, se emborrachan juntos, se hacen confidencias, lloran las mismas penas, se descubren hermanos y a veces, para probarse, se matan entre sí. La noche se puebla de canciones y aullidos. Los enamorados despiertan con orquestas a las muchachas. Hay diálogos y burlas de balcón a balcón, de acera a acera. Nadie habla en voz baja. Se arrojan los sombreros al aire. Las malas palabras y los chistes caen como cascadas de pesos fuertes. Brotan las guitarras. En ocasiones, es cierto, la alegría mal: hay riñas, injurias, balazos, cuchilladas. También eso forma parte de la fiesta. Porque el mexicano no se divierte: quiere sobrepasarse, saltar el muro de la soledad que el resto del año lo incomunica. Todos están poseídos por la violencia y el frenesí. Las almas estallan como los colores, las voces, los sentimientos, ¿Se olvidan de sí mismos, muestran su verdadero rostro? Nadie lo sabe. Lo importante es salir, abrirse paso, embriagarse de ruido, de gente, de color. México está de fiesta. Y esa fiesta, cruzada por relámpagos y delirios, es como el revés brillante de nuestro silencio y apatía, de nuestra reserva y hosquedad.

Algunos sociólogos franceses consideran a la fiesta como un gasto ritual. Gracias al derroche, la colectividad se pone el abrigo de la envidia celeste y humana. Los sacrificios y las ofrendas calman o compran a dioses y santos patrones; las dádivas y festejos, al pueblo. El exceso en el gastar y el desprecio de energías afirman la opulencia de la colectividad. Ese lujo es una prueba de salud, una exhibición de abundancia y poder. O una trampa mágica. Porque con el derroche se espera atraer, por contagio, a la verdadera abundancia. Dinero llama dinero. La vida que se riega, da más vida: la orgía, gasto sexual, es también una ceremonia de regeneración genésica; y el desperdicio, fortalece. Las ceremonias de fin de año, en todas las culturas, significan algo más que la conmemoración de una fecha. Ese día es una pausa; efectivamente el tiempo se acaba, se extingue. Los ritos que celebran su extinción están destinados a provocar su renacimiento: la fiesta de fin de año es también la de año nuevo, la del tiempo que empieza. Todo atrae a su contrario. En suma, la función de la fiesta es más utilitaria de lo que se piensa; el desperdicio atrae o suscita la abundancia y es una inversión como cualquier otra. Sólo que aquí la ganancia no se mide, ni cuenta. Se trata de adquirir potencia, vida, salud. En este sentido la fiesta es una de las formas económicas más antiguas, como el don y la ofrenda.

Esta interpretación me ha parecido siempre incompleta. Inscrita en la órbita de lo sagrado, la fiesta es ante todo el advenimiento de lo insólito. La rigen reglas especiales, privativas, que la aíslan y hacen un día de excepción. Y con ellas se introduce una lógica, una moral, y hasta una economía que frecuentemente contradicen a las de todos los días. Todo ocurre en un mundo encantado: el tiempo es otro tiempo (situado en un pasado mítico o en una actualidad pura); el espacio en que se verifica cambia de aspecto, se desliga de, resto de la tierra, se engalana y convierte en un "sitio de fiesta" (en general se escogen lugares especiales o poco frecuentados); los personajes que intervienen abandonan su rasgo humano o social y se transforman en vivas, aunque efímeras, representaciones. Y todo pasa como si no fuera cierto, como en los sueños. Ocurra lo que ocurra, nuestras acciones poseen mayor ligereza, una gravedad distinta: asumen significaciones diversas y contraemos con ellas responsabilidades singulares. Nos aligeramos de nuestra carga de tiempo y razón.

En ciertas fiestas desaparece la noción misma de orden. El caos regresa y reina la licencia. Todo se permite: desaparecen las jerarquías habituales, las distinciones sociales, los sexos, las clases, los gremios. Los hombres se disfrazan de mujeres, los señores de esclavos, los pobres de ricos. Se ridiculiza al ejército, al clero, a la magistratura. Gobiernan los niños o los locos. Se cometen profanaciones rituales, sacrilegios obligatorios. El amor se vuelve promiscuo. A veces la fiesta se convierte en misa negra. Se violan reglamentos, hábitos, costumbres. El individuo respetable arroja su máscara de carne y la ropa obscura que lo aísla y, vestido de colorines, se esconde en una careta, que lo libera de sí mismo.

Así pues, la fiesta no es solamente un exceso, un desperdicio ritual de los bienes penosamente acumulados durante el año; también es una revuelta, una súbita inmersión en lo informe, en la vida pura. A través de la fiesta la sociedad se libera de las normas que se ha impuesto. Se burla de sus dioses, de sus principios y de sus leyes: se niega a sí misma.

La fiesta es una Revuelta, en el sentido literal de la palabra. En la confusión que engendra, la sociedad se disuelve, se ahoga, en tanto que organismo regido conforme a ciertas reglas y principios. Pero se ahoga en sí misma, en su caos o libertad original. Todo se comunica; se mezcla el bien con el mal, el día con la noche, lo santo con lo maldito. Todo cohabita, pierde forma, singularidad y vuelve al amasijo primordial. La fiesta es una operación cósmica: la experiencia del desorden, la reunión de los elementos y principios contrarios para provocar el renacimiento de la vida. La muerte ritual suscita el renacer; el vómito, el apetito; la orgía, estéril en sí misma, la fecundidad de las madres o de la tierra. La fiesta es un regreso a un estado remoto o indiferenciado, prenatal o presocial, por decirlo así. Regreso que es también un comienzo, según quiere la dialéctica inherente a los hechos sociales.

El grupo sale purificado de ese baño de caos. Se ha sumergido en sí, en la entraña misma de donde salió. Dicho de otro modo, la fiesta niega a la sociedad en tanto que conjunto orgánico de formas y principios diferenciados, pero la afirma en cuanto fuente de energía y creación. Es una verdadera re-creación, al contrario de lo que ocurre con las vacaciones modernas, que no entrañan rito o ceremonia alguna, individuales y estériles como el mundo que las ha inventado.

La sociedad comulga consigo misma en la fiesta. Todos sus miembros vuelven a la confusión y libertad originales. La estructura social se deshace y se crean nuevas formas de relación, reglas inesperadas, jerarquías caprichosas. En el desorden general, cada quién se abandona y atraviesa por situaciones y lugares que habitualmente le estaban vedados. Las fronteras entre espectadores y actores, entre oficiantes y asistentes, se borran. Todos forman parte de la fiesta, todos se disuelven en su torbellino. Cualquiera que sea su índole, su carácter, su significado, la fiesta es participación. Este rasgo la distingue finalmente de otros fenómenos y ceremonias: laica o religiosa, orgía o saturnal, la fiesta es un hecho social basado en la activa participación de los asistentes.

Gracias a las fiestas el mexicano se abre, participa, comulga con sus semejantes y con los valores que dan sentido a su existencia religiosa o política. Y es significativo que un país tan triste como el nuestro tenga tantas y tan alegres fiestas. Su frecuencia, el brillo que alcanzan, el entusiasmo con que todos participamos, parecen revelar que, sin ellas, estallaríamos. Ellas nos liberan, así sea momentáneamente, de todos esos impulsos sin salida y de todas esas materias inflamables que guardamos en nuestro interior. Pero a diferencia de lo que ocurre en otras sociedades, la fiesta mexicana no es nada más un regreso a un estado original de indiferenciación y libertad; el mexicano no intenta regresar, sino salir de sí mismo, sobrepasarse. Entre nosotros la fiesta es una explosión, un estallido. Muerte y vida, júbilo y lamento, canto y aullido se alían en nuestros festejos, no para recrearse o reconocerse, sino para entredevorarse. No hay nada más alegre que una fiesta mexicana, pero también no hay nada más triste. La noche de fiesta es también noche de duelo.

Si en la vida diaria nos ocultamos a nosotros mismos, en el remolino de la fiesta nos disparamos. Más que abrirnos, nos desgarramos. Todo termina en alarido y desgarradura: el canto, el amor, la amistad. La violencia de nuestros festejos muestra hasta qué punto nuestro hermetismo nos cierra las vías de comunicación con el mundo. Conocemos el delirio, la canción, el aullido, el monólogo, pero no el diálogo. Nuestras fiestas, como nuestras confidencias, nuestros amores y nuestras tentativas para reordenar nuestra sociedad, son rupturas violentas con lo antiguo o con lo establecido. Cada vez que intentamos expresarnos, necesitamos romper con nosotros mismos. Y la fiesta sólo es un ejemplo, acaso el más típico, de ruptura violenta. No sería difícil enumerar otros, igualmente reveladores: el juego, que es siempre un ir a los extremos, mortal con frecuencia; nuestra prodigalidad en el gastar, reverso de la timidez de nuestras inversiones y empresas económicas; nuestras confesiones. El mexicano, ser hosco, encerrado en sí mismo, de pronto estalla, se abre el pecho y se exhibe, con cierta complacencia y deteniéndose en los repliegues vergonzosos o terribles de su intimidad. No somos francos, pero nuestra sinceridad puede llegar a extremos que horrorizarían a un europeo. La manera explosiva y dramática, a veces suicida, con que nos desnudamos y entregamos, inermes casi, revela que algo nos asfixia y cohibe. Algo nos impide ser. Y porque no nos atrevemos o no podemos enfrentarnos con nuestro ser, recurrimos a la fiesta. Ella nos lanza al vacío, embriaguez que se quema a sí misma, disparo al aire, fuego de artificio.

La muerte es un espejo que refleja las vanas gesticulaciones de la vida. Toda esa abigarrada confusión de actos, omisiones, arrepentimientos y tentativas —obras y sobras— que es cada vida, encuentran en la muerte, ya que no sentido o explicación, fin. Frente a ella nuestra vida se dibuja e inmoviliza. Antes de desmoronarse y hundirse en la nada, se esculpe y vuelve forma inmutable: ya no cambiaremos sino para desaparecer. Nuestra muerte ilumina nuestra vida. Si nuestra muerte carece de sentido, tampoco lo tuvo nuestra vida. Por eso cuando alguien muere de muerte violenta, solemos decir: "se lo buscó". Y es cierto, cada quien tiene la muerte que se busca, la muerte que se hace. Muerte de cristiano o muerte de perro son maneras de morir que reflejan maneras de vivir. Si la muerte nos traiciona y morimos de mala manera, todos se lamentan: hay que morir como se vive. La muerte es intransferible, como la vida. Si no morimos como vivimos es porque realmente no fue nuestra la vida que vivimos: no nos pertenecía como no nos pertenece la mala suerte que nos mata. Dime cómo mueres y te diré quién eres.

Para los antiguos mexicanos la oposición entre muerte y vida no era tan absoluta como para nosotros. La vida se prolongaba en la muerte. Y a la inversa. La muerte no era el fin natural de la vida, sino fase de un ciclo infinito. Vida, muerte y resurrección eran estadios de un proceso cósmico, que se repetía insaciable. La vida no tenía función más alta que desembocar en la muerte, su contrario y complemento; y la muerte, a su vez, no era un fin en sí; el hombre alimentaba con su muerte la voracidad de la vida, siempre insatisfecha. El sacrificio poseía un doble objeto: por una parte, el hombre accedía al proceso creador (pagando a los dioses, simultáneamente, la deuda contraída por la especie); por la otra, alimentaba la vida cósmica y la social, que se nutría de la primera.

Posiblemente el rasgo más característico de esta concepción es el sentido impersonal del sacrificio. Del mismo modo que su vida no les pertenecía, su muerte carecía de todo propósito personal. Los muertos —incluso los guerreros caídos en el combate y la mujeres muertas en el parto, compañeros de Huitzilopochtli, el dios solar— desaparecerían al cabo de algún tiempo, ya para volver al país indiferenciado de las sombras, ya para fundirse al aire, a la tierra, al fuego, a la substancia animadora del universo. Nuestros antepasados indígenas no creían que su muerte les pertenecía, como jamás pensaron que su vida fuese realmente "su vida", en el sentido cristiano de la palabra. Todo se conjugaba para determinar, desde el nacimiento, la vida y la muerte de cada hombre: la clase social, el año, el lugar, el día, la hora. El azteca era tan poco responsable de sus actos como de su muerte.

Espacio y tiempo estaban ligados y formaba una unidad inseparable. A cada espacio, a cada uno de los puntos cardinales, y al centro en que se inmovilizaban, correspondía un "tiempo" particular. Y este complejo de espacio-tiempo poseía virtudes y poderes propios, que influían y determinaban profundamente la vida humana. Nacer un día cualquiera, era pertenecer a un espacio, a un tiempo, a un color y a un destino. Todo estaba previamente trazado. En tanto que nosotros disociamos espacio y tiempo, meros escenarios que atraviesan nuestras vidas, para ellos había tantos "espacios-tiempos" como combinaciones poseía el calendario sacerdotal. Y cada uno estaba dotado de una significación cualitativa particular, superior a la voluntad humana.

Religión y destino regían su vida, como moral y libertad presiden la nuestra. Mientras nosotros vivimos bajo el signo de la libertad y todo —aun la fatalidad griega y la Gracia de los teólogos— es elección y lucha, para los aztecas el problema se reducía a investigar la no siempre clara voluntad de los dioses. De ahí la importancia de la prácticas adivinatorias. Los únicos libres eran los dioses. Ellos podían escoger y, por lo tanto, en un sentido profundo, pecar. La religión azteca está llena de grandes dioses pecadores —Quetzatcóatl, como ejemplo máximo—, dioses que desfallecen y pueden abandonar a sus creyentes, del mismo modo que los cristianos reniegan a veces de su Dios. La Conquista de México sería inexplicable sin la traición de los dioses que reniegan de su pueblo.

El advenimiento del catolicismo modifica radicalmente esta situación. El sacrificio y la idea de salvación, que antes eran colectivos, se vuelven personales. La libertad se humaniza, encarna en los hombres. Para los antiguos aztecas lo esencial era asegurar la continuidad de la creación; el sacrificio no entrañaba la salvación ultraterrena, sino la salud cósmica; el mundo, y no el individuo, vivía gracias a la sangre y a la muerte de los hombres. Para los cristianos, el individuo es lo que cuenta. El mundo —la historia, la sociedad— está condenado de antemano. La muerte de Cristo salva a cada hombre en particular. Cada uno de nosotros es el Hombre y en cada uno están depositadas las esperanzas y posibilidades de la especie. La redención es obra personal.

Ambas actitudes, por más opuestas que nos parezcan, poseen una nota común: la vida, colectiva o individual, está abierta a la perspectiva de una muerte que es, a su modo, una nueva vida. La vida sólo se justifica y trasciende cuando se realiza en la muerte. Y ésta también es trascendencia, más allá, puesto que consiste en una nueva vida. Para los cristianos la muerte es un tránsito, un salto mortal entre dos vidas, la temporal y la ultraterrena; para los aztecas, la manera más honda de participar en la continua regeneración de las fuerzas creadoras, siempre en peligro de extinguirse si no se les provee de la sangre, alimento sagrado. En ambos sistemas vida y muerte carecen de autonomía; son las dos caras de una misma realidad. Toda su significación proviene de otros valores, que las rigen. Son referencias a realidades invisibles.

La muerte moderna no posee ninguna significación que la trascienda o refiera a otros valores. En casi todos los casos es, simplemente, el fin inevitable de un proceso natural. En un mundo de hechos, la muerte es un hecho más. Pero como es un hecho desagradable, un hecho que pone en tela de juicio todas nuestras concepciones y el sentido mismo de nuestra vida, la filosofía del progreso (¿el progreso hacia dónde y desde dónde?, se preguntaba Scheler) pretende escamotearnos su presencia. En el mundo moderno todo funciona como si la muerte no existiera. Nadie cuenta con ella. Todo la suprime: las prédicas de los políticos, los anuncios de los comerciantes, la moral pública, las costumbres, la alegría a bajo precio y la salud al alcance de todos que nos ofrecen hospitales, farmacias y campos deportivos. Pero la muerte, ya no como tránsito, sino como gran boca vacía que nada sacia, habita todo lo que emprendemos. El siglo de la salud, de la higiene, los anticonceptivos, las drogas milagrosas y los alimentos sintéticos, es también el siglo de los campos de concentración, del Estado policíaco, de la exterminación atómica y del murder story. Nadie piensa en la muerte, en su muerte propia, como quería Rilke, porque nadie vive una vida personal. La matanza colectiva no es sino el fruto de la colectivización.

También para el mexicano moderno la muerte carece de significación. Ha dejado de ser tránsito, acceso a otra vida más vida que la nuestra. Pero la intranscendencia de la muerte no nos lleva a eliminarla de nuestra vida diaria. Para el habitante de Nueva York, París o Londres, la muerte es la palabra que jamás se pronuncia porque quema los labios. El mexicano, en cambio, la frecuenta, la burla, la acaricia, duerme con ella, la festeja, es uno de sus juguetes favoritos y su amor más permanente. Cierto, en su actitud hay quizá tanto miedo como en la de los otros; mas al menos no se esconde ni la esconde; la contempla cara a cara con impaciencia, desdén o ironía: "si me han de matar mañana, que me maten de una vez".

La indiferencia del mexicano ante la muerte se nutre de su indiferencia ante la vida. El mexicano no solamente se postula la intranscendencia del morir, sino del vivir. Nuestras canciones, refranes, fiestas y reflexiones populares manifiestan de una manera inequívoca que la muerte no nos asusta porque "la vida nos ha curado de espantos". Morir es natural y hasta deseable; cuanto más pronto, mejor. Nuestra indiferencia ante la muerte es la otra cara de nuestra indiferencia ante la vida. Matamos porque la vida, la nuestra y la ajena, carece de valor. Y es natural que así ocurra: vida y muerte son inseparables y cada vez que la primera pierde significación, la segunda se vuelve intranscendente. La muerte mexicana es el espejo de la vida de los mexicanos. Ante ambas el mexicano se cierra, las ignora.

El desprecio a la muerte no está reñido con el culto que le profesamos. Ella está presente en nuestra fiestas, en nuestros juegos, en nuestros pensamientos. Morir y matar son ideas que pocas veces nos abandonan. La muerte nos seduce. La fascinación que ejerce sobre nosotros quizá brote de nuestro hermetismo y de la furia con que lo rompemos. La presión de nuestra vitalidad, constreñida a expresarse en formas que la traicionan, explica el carácter mortal, agresivo o suicida, de nuestras explosiones. Cuando estallamos, además, tocamos el punto más alto de la tensión, rozamos el vértice vibrante de la vida. Y allí, en la altura del frenesí, sentimos el vértigo: la muerte nos atrae.

Por otra parte, la muerte nos venga de la vida, la desnuda de todas sus vanidades y pretensiones y la convierte en lo que es: unos huesos mondos y una mueca espantable. En un mundo cerrado y sin salida, en donde todo es muerte, lo único valioso es la muerte. Pero afirmamos algo negativo. Calaveras de azúcar o de papel de China, esqueletos coloridos de fuegos artificiales, nuestras representaciones populares son siempre burla de la vida, afirmación de la nadería e insignificancia de la humana existencia. Adornamos nuestras casas con cráneos, comemos el día de los Difuntos panes que fingen huesos y nos divierten canciones y chascarrillos en los que ríe la muerte pelona, pero toda esa fanfarronada familiaridad no nos dispensa de la pregunta que todos nos hacemos: ¿qué es la muerte? No hemos inventado una nueva respuesta. Y cada vez que nos la preguntamos, nos encogemos de hombros: ¿qué me importa la muerte, si no me importa la vida?

El mexicano, obstinadamente cerrado ante el mundo y sus semejantes, ¿se abre la muerte? La adula, la festeja, la cultiva, se abraza a ella, definitivamente y para siempre, pero no se entrega. Todo está lejos del mexicano, todo le es extraño y, en primer término, la muerte, la extraña por excelencia. El mexicano no se entrega a la muerte, porque la entrega entraña sacrificio. Y el sacrificio, a su vez, exige que alguien dé y alguien reciba. Esto es, que alguien se abra y se encare a una realidad que lo trasciende. En un mundo intranscendente, cerrado sobre sí mismo, la muerte mexicana no da ni recibe; se consume en sí misma y a sí misma se satisface. Así pues, nuestras relaciones con la muerte son íntimas —más íntimas, acaso, que las de cualquier otro pueblo— pero desnudas de significación y desprovistas de erotismo. La muerte mexicana es estéril, no engendra como la de los aztecas y cristianos.

Nada más opuesto a esta actitud que la de europeos y norteamericanos. Leyes, costumbres, moral pública y privada, tienden a preservar la vida humana. Esta protección no impide que aparezcan cada vez con más frecuencia ingeniosos y refinados asesinos, eficaces productores del crimen perfecto y en serie. La reiterada interrupción de criminales profesionales, que maduran y calculan sus asesinatos con una precisión inaccesible a cualquier mexicano; el placer con que relatan sus experiencias, sus goces y sus procedimientos; la fascinación con que le público y los periódicos recogen sus confesiones; y, finalmente, la reconocida ineficacia de los sistemas de represión con que se pretende evitar nuevos crímenes, muestran que el respeto a la vida humana que tanto enorgullece a la civilización occidental es una noción incompleta o hipócrita. El culto a la vida, si de verdad es profundo y total, es también culto a la muerte. Ambas son inseparables. Una civilización que niega a la muerte, acaba por negar a la vida. La perfección de los criminales modernos no es nada más una consecuencia del progreso de la técnica moderna, sino del desprecio a la vida inexorablemente implícito en todo voluntario escamoteo de la muerte. Y podría agregarse que la perfección de la técnica moderna y la popularidad del murder story no son sino frutos (como los campos de concentración y el empleo de sistemas de exterminación colectiva) de una concepción optimista y unilateral de la existencia. Y así, es inútil excluir a la muerte de nuestras representaciones, de nuestras palabras, de nuestras ideas, porque ella acabará por suprimirnos a todos y en primer término a los que viven ignorándolo o fingiendo que lo ignoran.

Cuando el mexicano mata —por vergüenza, placer o capricho— mata a una persona, a un semejante. Los criminales y estadistas modernos no matan: suprimen. Experimentan con seres que han perdido ya su calidad humana. En los campos de concentración primero se degrada al hombre; una vez convertido en objeto, se le extermina en masa. El criminal típico de la gran ciudad —más allá de los móviles concretos que lo impulsan— realiza en pequeña escala lo que el caudillo moderno hace en grande. También a su modo experimenta: envenena, disgrega cadáveres con ácidos, incinera despojos, convierte en objeto a su víctima. La antigua relación entre víctima y victimario, que es lo único que humaniza al crimen, lo único que lo hace imaginable, ha desaparecido. Como en las novelas de Sade, no hay ya sino verdugos y objetos, instrumentos de placer y destrucción. Y la existencia de la víctima hace más intolerable y total la infinita soledad del victimario. Para nosotros el crimen es todavía una relación —y en ese sentido posee el mismo significado liberador que la fiesta o la confesión. De ahí su dramatismo, su poesía y —¿por qué no decirlo?— su grandeza. Gracias al crimen, accedemos a una efímera transcendencia.

En los primeros versos de la octava elegía de Duino, Rilke dice que la criatura —el ser en su inocencia animal— contempla lo abierto, al contrario de nosotros, que jamás vemos hacia adelante, hacia lo absoluto. El miedo nos hace volver el rostro, darle la espalda a la muerte. Y al negarnos a contemplarla, nos cerramos fatalmente a la vida, que es una totalidad que la lleva en sí. Lo abierto es el mundo en donde los contrarios se reconcilian y la luz y la sombre se funden. Esta concepción tiende a devolver a la muerte su sentido original, que muestra época le ha arrebatado: muerte y vida son contrarios que se complementan. Ambas son mitades de una esfera que nosotros, sujetos a tiempo y espacio, no podemos sino entrever. En el mundo prenatal, muerte y vida se confunden; en el nuestro. Se oponen; en el más allá, vuelven a reunirse, pero ya no en la ceguera animal, anterior al pecado y a la conciencia, sino como inocencia reconquistada. El hombre puede trascender la oposición temporal que las escinde —y que no reside en ellas, sino en su conciencia— y percibirlas como una unidad superior. Este conocimiento no se opera sino a través de un desprendimiento: la criatura debe renunciar a su vida temporal y a la nostalgia del limbo, del mundo animal. Debe abrirse a la muerte si quiere abrirse a la vida; entonces "será como los ángeles".

Así, frente a la muerte hay dos actitudes: una, hacia adelante, que la concibe como creación; otra, de regreso, que se expresa como fascinación ante la nada o como nostalgia del limbo. Ningún poeta mexicano o hispanoamericano, con la excepción, acaso, de César Vallejo, se aproxima a la primera de estas dos concepciones. En cambio, dos poetas mexicanos, José Gorostiza y Xavier Villaurrutia, encarnan la segunda de estas dos direcciones. Si para Gorostiza la vida es "una muerte sin fin", un continuo despeñarse en la nada, para Villaurrutia la vida no es más que "nostalgia de la muerte".

La afortunada imagen que da título al libro de Villaurrutia, Nostalgia de la muerte, es algo más que un acierto verbal. Con él, su autor quiere señalarnos la significación última de la poesía. La muerte como nostalgia y no como fruto o fin de la vida, equivale a afirmar que no venimos de la vida sino de la muerte. Lo antiguo y original, la entraña materna, es la huesa y no la nariz. Esta aseveración corre el riesgo de parecer una vana paradoja o la reiteración de un viejo lugar común: todos somos polvos y vamos al polvo. Creo, pues, que el poeta desea encontrar en la muerte (que es, en efecto, nuestro origen) una revelación que la vida temporal no le ha dado: la de la verdadera vida. Al morir la aguja del instante 
recorrerá su cuadrante
, todo cabrá en un instante
…
y será posible acaso
 vivir, después de haber muerto.

Regresar a la muerte original será volver a la vida de antes de la vida, a la vida de antes de la muerte: al limbo, a la entraña materna.

Muerte sin fin, el poema de José Gorostiza, es quizá el más alto testimonio que poseemos los hispanoamericanos de una conciencia verdaderamente moderna, inclinada sobre sí misma, presa de sí, de su propia claridad cegadora. El poeta, al mismo tiempo lúcido y exasperado, desea arrancar su máscara a la existencia, para contemplarla en su desnudez. El diálogo entre el mundo y el hombre, viejo como la poesía y el amor, se transforma en el del agua y el vaso que la ciñe, el del pensamiento y la forma en que se vierte y a la que acaba por corroer. Preso en las apariencias —árboles y pensamientos, piedras y emociones, días y noches, crepúsculos, no son sino metáforas, cintas de colores— el poeta advierte que el soplo que hincha la substancia, la modela y la erige forma, es el mismo que la carcome y arruga y destrona. En este drama sin personajes, pues todos son nada más reflejos, disfraces de un suicida que dialoga consigo mismo en un lenguaje de espejos y ecos, tampoco la inteligencia es otra cosa que reflejo, forma, y la más pura, de la muerte, una muerte enamorada de sí misma. Todo se desempeña en su propia claridad, todo se anega en su fulgor, todo se dirige hacia esa muerte transparente: la vida no es sino una metáfora, una invención conque la muerte —¡también ella!— quiere engañarse. El poema es el tenso desarrollo del viejo tema de Narciso —al que, por otra parte, no se alude una sola vez en el texto. Y no solamente la conciencia se contempla a sí misma en sus aguas transparentes y vacías, espejo y ojo al mismo tiempo, como en el poema de Valéry: la nada, que se miente en la forma y vida, respiración y pecho, que se finge corrupción y muerte, termina por desnudarse y, ya vacía, se inclina sobre sí misma: se enamora de sí, cae en sí, incansable muerte sin fin.

En suma, si en la fiesta, la borrachera o la confidencia nos abrimos, lo hacemos con tal violencia que nos desgarramos y acabamos por anularnos, Y ante la muerte, como ante la vida, nos alzamos de hombros y le oponemos un silencio o una sonrisa desdeñosa. La fiesta y el crimen pasional o gratuito revelan que el equilibrio de que hacemos gala sólo es una máscara, siempre en peligro de ser desgarrada por una súbita explosión de nuestra intimidad.

Todas estas actitudes indican que el mexicano siente, en sí mismo y en la carne del país, la presencia de una mancha, no por difusa menos viva, original e imborrable. Todos nuestros gestos tienden a ocultar esa llaga, siempre fresca, siempre lista a encenderse y arder bajo el sol de la mirada ajena.

Ahora bien, todo desprendimiento provoca una herida. A reserva de indagar cómo y en qué momento se produjo ese desprendimiento, debo apuntar que cualquier ruptura (con nosotros mismos o con lo que nos rodea, con el pasado o con el presente) engendra un sentimiento de soledad, En los caos extremos —separación de los padres, de la Matriz o de la tierra natal, muerte de los dioses o conciencia aguda de sí— la soledad se identifica con la orfandad. Y ambas se manifiestan generalmente como conciencia del pecado. Las penalidades y vergüenza que infligen el estado de separación pueden ser consideradas, gracias a la introducción de las nociones de expiación y redención, como sacrificios necesarios, prendas o promesas de una futura comunión que pondrá fin al exilio. La culpa puede desaparecer, la herida cicatrizar, el exilio resolverse en comunión. La soledad adquiere así un carácter purgatorio, purificador. El solitario o aislado trasciende su soledad, la vive como una prueba y como una promesa de comunión.

El mexicano, según se ha visto en las descripciones anteriores, nos transciende su soledad. Al contrario, se encierra en ella. Habitamos nuestra soledad como Filoctetes su isla, no esperando, sino temiendo volver al mundo. No soportamos la presencia de nuestros compañeros. Encerrados en nosotros mismos, cuando no desgarrados y enajenados, apuramos una soledad sin referencias a un más allá redentor o a un más acá creador. Oscilamos entre la entrega y la reserva, entre el grito y el silencio, entre la fiesta y el velorio, sin entregarnos jamás. Nuestra impasibilidad recubre la vida con la máscara de la muerte; nuestro grito desgarra esa más cara y sube al cielo hasta distenderse, romperse y caer como derrota y silencio. Por ambos caminos el mexicano se cierra al mundo: a la vida y a la muerte.

Nota informativa

"Todos Santos, Día de muertos", forma parte del libro El laberinto de la soledad, cuya primera publicación la realizó la editorial Cuadernos Americanos, en 1950. La ficha bibliográfica de esa primera edición es:

Paz, Octavio. El laberinto de la soledad. Ediciones Cuadernos Americanos, México, 1950.
Dicha edición se término de imprimir el día 15 de febrero de 1950, en los talleres de la Editorial Cultura, en la ciudad de México.
La transcripción actual se realizó del volumen VIII de las Obras completas, editadas por el Fondo de Cultura Económica en México. La ficha bibliográfica de esta edición es:

Paz, Octavio. El laberinto de la soledad. (El peregrino en su patria. Historia y política de México), en OC, v. VIII, (segunda reimpresión de la segunda edición), Círculo de Lectores/Fondo de Cultura Económica, México, 1996.

México condona 70% de deuda a Cuba


El 30% restante del adeudo de casi 500 mdd se pagará a 10 años, dijo la Secretaría de Hacienda; el saldo era un obstáculo para la relación bilateral, señaló Luis Videgaray.

CIUDAD DE MÉXICO (Reuters) — México condonará a Cuba el 70% de una deuda de alrededor de 500 millones de dólares que el Gobierno de la isla contrajo hace más de 15 años, dijo este viernes el secretario de Hacienda mexicano, Luis Videgaray, en un caso que abonó a roces diplomáticos entre ambos países hace unos años.

El resto del adeudo se pagará en un periodo de 10 años, precisó y agregó que más tarde el viernes se firmará el acuerdo para formalizar la reestructuración de la deuda en el marco de la visita a México del canciller cubano, Bruno Rodríguez.

Se trata de "un crédito que otorgó (el banco de fomento estatal) Bancomext al Gobierno cubano hace más de 15 años y que hoy representa un adeudo de 487 millones de dólares como saldo remanente", dijo Videgaray a la cadena radial MVS.

"Era importante lograr resolver esta situación, que era un obstáculo para que fluyeran bien las cosas con el pueblo cubano", añadió.

Ambos países han hecho esfuerzos por superar la fuerte molestia que causó a la isla la petición del entonces presidente mexicano Vicente Fox al exmandatario cubano Fidel Castro para que abandonara anticipadamente una cumbre en México en el 2002 a fin de que evitara encontrarse con el expresidente estadounidense George Bush.

El sucesor de Fox, el ex presidente Felipe Calderón, visitó Cuba en el 2012 y se reunió con el presidente Raúl Castro a fin de recomponer la relación. El actual canciller mexicano, José Antonio Meade, viajó en septiembre a la isla.

La presencia de Rodríguez en México responde a una invitación que Meade hizo durante su visita a Cuba y fue considerada por la cancillería mexicana como reflejo del "firme proceso de reforzamiento" de las relaciones bilaterales.

Resultados aceptables del Turismo cubano al Cierre de Septiembre 2013


Por Humberto Herrera Carles.

En el día de hoy la ONEI publicó la llegada de visitantes a nuestro país al cierre del Septiembre del 2013.

En relación al año anterior, en el mes de Septiembre, existe una disminución del - 0.5 % algo loable debido a que el 2012 fue el mejor año en términos de visitantes de toda la historia de Cuba, no obstante en el acumulado se queda  al 98.8 % en relación al periodo precedente, lo que no significa una caída importante.

Por países acumuladamente  crecen Canadá +1.6 %, Alemania +6.2 %, México +11.8 %, Venezuela +14.9 %, Chile +30.6 % , Colombia +7.2 %, Suiza 3.1 % entre los fundamentales. Igualmente  existen decrecimientos en Inglaterra -0.9 %, Argentina -5.5 %, Italia - 10.9 %, Francia -8.7 %, España -13.4 % y Rusia -17.9 % entre los fundamentales.

Los principales emisores de turismo siguen siendo Canadá 40.0 %, Inglaterra 5.3 %. Alemania 3.8 %, Argentina 3.5 % e Italia 3.3 % y Otros 44.1 % (Entre los que están Francia, México, España y otros).

Según el comportamiento que ha tenido el Turismo hasta la fecha no se alcanzaran los 3 millones de visitantes previstos, pero  si entre 2.75 y 2.80 millones lo que seria el 2do año mas importante  desde que Cuba decidió desarrollar el Turismo como una fuente importante de divisas.




Inauguran hoy Oficina de Zona Especial de Desarrollo Mariel

Por Dai Liem Lafá Armenteros
 

(AIN) La Oficina Regulatoria de la Zona Especial de Desarrollo Mariel (ZED) comenzará hoy a tramitar las solicitudes, licencias, permisos y autorizaciones de usuarios y concesionarios interesados en invertir en su área.

La apertura impulsará un ambiente de negocios favorable para la inversión y el establecimiento de empresas nacionales y extranjeras, en un enclave con potencialidades y regulaciones específicas para su despunte.

Quienes inviertan accederán a las facilidades otorgadas por normativas tributarias, monetarias, bancarias, laborales y aduanales, entre otras establecidas especialmente para las operaciones en este nuevo espacio.

La ZED, a 45 Kilómetros al oeste de La Habana, se ubica en el centro del comercio en la región del Caribe y las Américas, lo cual la conecta con los principales puertos del área, y además con el canal de Panamá y el futuro paso interoceánico que funcionará en Nicaragua.

Crece intercambio comercial entre Cuba y China


Por Venus Carrillo Ortega


(AIN) A más de 10 mil millones de dólares asciende el intercambio comercial entre Cuba y China hasta el cierre de agosto del presente año, informó en esta ciudad, la consejería económica del país asiático.


Esta cifra representa un crecimiento del 25 por ciento en relación con igual periodo de 2012, y refleja también la fortaleza que adquieren cada vez más los nexos económicos entre ambas naciones, explicó Ma Kequiang, consejero de la embajada de China en la Isla.


Las exportaciones de La Habana a Beijing alcanzaron los 450 millones de dólares, por la venta fundamentalmente de productos asociados al campo de la biotecnología, la industria minera y los tabacos, puntualizó el funcionario.


No obstante, en comparación con el desempeño del año anterior, las importaciones desde la Isla sufrieron una contracción del 7,5 por ciento, a causa de la volatilidad en los precios del níquel en el mercado internacional, aclaró Ma Kequiang.

El segundo socio comercial de Cuba, tras Venezuela, asistirá con una amplia representación de su comunidad empresarial a la XXXI Feria Internacional de La Habana, FIHAV 2013, a celebrarse del tres al nueve de noviembre en Expocuba, sede habitual del evento, sita a unos 25 kilómetros del centro de la ciudad.


Con 65 entidades presentes en un área de mil 800 metros cuadrados -participación superior a la de 2012-, China ratifica su interés en consolidar y diversificar sus relaciones económicas y comerciales con la nación antillana en varios sectores.


El Consejo Chino para la Promoción del Comercio Internacional estimuló de conjunto con la embajada en la Isla, a firmas del sector privado y estatal a participar en la bolsa de mayor importancia para el país caribeño, en aras de identificar nuevas oportunidades de negocios.


Inmersa en el proceso de actualización de su modelo económico, la Isla resulta atractiva para empresarios e inversionistas chinos, interesados en establecer proyectos conjuntos de ventaja mutua en zonas especiales de desarrollo como el Mariel, expresó Ma Kequiang.


En la XXXI edición, la de mayor concurrencia en 11 años, expondrán sus nuevos productos líderes de la industria del motor en el gigante asiático, como la Corporación Industrial Automotriz de Shangai, la BYD y la Zhejiang Geely, bien conocida entre los cubanos.


También se promoverán renglones de la electrónica, la energía fotovoltaica, materiales de la construcción, y artículos de uso diario, entre otros, en el Pabellón 10, el cual será inaugurado el día cuatro en presencia de autoridades cubanas y miembros del cuerpo diplomático de Asia.



Una guajira con los pies en el presente y la mirada en el futuro

A los quince años fue amazona del Equipo de Rodeo de la provincia Sancti Spíritus para complacer a su abuelo. Luego se hizo Licenciada en Farmacia, para consentir a su madre. Era una joven profesional viviendo en la ciudad cuando recibió un gran dolor que le torció el rumbo y la “haló pa’l monte”.

Su hermano Rolando, sin haber cumplido los 30 años, no rebasó un infarto. Pocos años después, su padre también moría por la misma causa. Parecía extinguirse un linaje ganadero, pero Ana Julia Álvarez Rey se hizo cargo de la finca Arroyo Hondo: cerca de cinco caballerías de tierras que dan albergue a uno de los mejores rebaños de Cebú Bermejo en Cuba.

“Mi abuelo Gabino Álvarez, era un conocedor del tema del ganado racial. Tenía una sensibilidad especial para cuidar de los animales y esa fue la mejor herencia que me dejó”.

Más de 200 animales integran hoy el rebaño de una de las fincas ganaderas más exitosas del país, reconocida, entre otros premios, con el Orgullo Cuba, Excelencia a la mujer productora, y la condición de Abanderada en el trabajo de mejoramiento genético para la obtención de animales de doble propósito (carne y leche). Arroyo Hondo también sobresale por la preservación de los recursos naturales.

“En la finca acabamos de sembrar mil árboles maderables. Fue un sueño que acaricié junto a mi esposo Hugo. Él se encarga de capacitar a los campesinos para que la producción ganadera no se convierta en un arma que destruya el medio ambiente. Aquí hace años tenemos un biodigestor, aplicamos la lombricultura y usamos el estiércol de los animales como fertilizante”.

Ana Julia y Hugo Consuegra forman una pareja incansable. Hay quien dice que ella amanece en la vaquería y él duerme en el campo. Gracias al uso de varios principios y técnica científicas obtienen mejores rendimientos que los de Unidades Básicas de Producción Cooperativa de la zona. En menor cantidad de caballerías de tierras y con menos animales que entidades estatales, acopian cerca de 40 mil litros anuales de leche.

Según Ana Julia, el tema del mejoramiento genético en el sector ganadero cubano pasa por factores de diversa índole entre los que sobresale la necesidad de capacitación a los productores. La práctica de la inseminación artificial masiva permite implementar programas de mejoramiento genético que muchas veces son desconocidos. La selección del pie de cría es importante para mejorar la disponibilidad de carne y leche.

Antes de inseminar a las hembras del rebaño hay que estudiar el semen adecuado. En Arroyo Hondo se usa material de óptima calidad proveniente de variedades resistentes y bien adaptadas. En el caso de la vaca Holstein es grande y fuerte, con un peso promedio de 650 kilos. Se trata, a juicio de expertos, de un animal ideal pues tiene su primer parto antes de cumplir tres años y de ahí en lo adelante debe criar un ternero anualmente.

La Holstein cruzada con la raza Cebú Bermejo transmite a su descendencia la capacidad de producir altos volúmenes de leche. Sin embargo, no es la única posibilidad de cruzamiento abierta en la finca espirituana de Cabaiguán. Allí también se trabaja con el Bos Indico, animal de apariencia corpulenta, escaso de grasa y con un temperamento activo y tenaz.

“En Arroyo Hondo damos valor al análisis de los registros productivos, lo que permite tener la información necesaria para conocer las potencialidades de cada animal. Si me preguntaras por qué la ganadería cubana no tiene el despegue que las condiciones económicas del país necesitan, te diría: porque aún tenemos los pies en el presente y la mirada en el pasado”.

En sus tierras el pastoreo intensivo fue sustituido por otras variantes de alimentación y cuidado de la masa ganadera. Las travesías de los animales en busca de comida se sustituyen por fórmulas como el acuartonamiento de las reses por áreas. Así se evita la fatiga del ganado por recorrer largas distancias en busca del mejor pasto. En Arroyo Hondo, además, trabajan para garantizar alimentos de altos valores nutricionales para la etapa de sequía.

La ausencia de enfoques grupales muchas veces lastra los resultados que se esperan en Cuba de la ganadería. Ana Julia Álvarez avala que es necesaria una visión integral de la que no se excluyan los factores biológicos, físicos y socioeconómicos que constituyen la base de todo sistema de producción.

“Tomarse en serio la crianza de ganado racial es una tarea complicada. Es necesario estudiar, saber escuchar y amar lo que uno hace. Mi esposo y yo nos levantamos pensando en Neco, un animal que ha sido admirado en ferias ganaderas por expertos de Cuba y jueces internacionales. También tenemos un cariño especial por Frida, la vaca que tiene nombre de pintora, y así te pudiera nombrar a cada uno de mis ejemplares”.

Esta mujer de éxito, también tiene preocupaciones y miedos. “No son pocas las veces que pienso en el momento en que mi esposo y yo le faltemos a la finca. Pero rápido me sorprenden las caricias de mi guajiro para recordarme que si yo era farmacéutica y viré al monte, nuestra hija actriz, llegado el momento, también regresará a Arroyo Hondo”.



Por: Yenis Fleites

Fotos: Alain L. Gutiérrez

Desde el fondo del caldero: observando la reforma económica cubana desde la equidad social (II)


Por MAYRA ESPINA PRIETO* | noviembre 1, 2013 2:36 am
Cubacontemporanea

La nueva estrategia en Cuba, denominada oficialmente proceso de actualización del modelo económico cubano, ha abierto un nuevo proceso de reforma económica (1) en el que subyace una concepción diferente del socialismo, y que se orienta al tránsito hacia un modelo de organización de la economía y la sociedad multiactoral, en oposición con el modelo estatalista o estadocéntrico que ha caracterizado la experiencia de transición socialista cubana.

Esa intención de cambio de modelo ya estaba presente en la reforma de los ´90, pero no fue desplegada y más bien fue “contrarreformada” en el camino.

La naturaleza del nuevo momento reformador se concentra en varios ejes.

Primeramente, se busca conceder un peso determinante a la sustitución de exportaciones por encima del rol de la sustitución de importaciones, enfatizando en el valor de productos de alto valor agregado para mejorar el lugar de Cuba en la cadena productiva internacional, así como reorganizar el sistema de propiedad sobre los medios de producción, dando un espacio más amplio y complementario a diferentes formas de propiedad no estatal (mixta, capital extranjero, cooperativa, pequeña propiedad privada) en la generación de ingresos y empleos.

Asimismo, se trata de elevar el peso de la inversión extranjera como fuente de capital; cambiar el papel del Estado, disminuyendo su perfil de propietario, productor y planificador central a favor de sus roles de coordinador estratégico y su actuación de escala (nacional, territorial, local); incrementar el protagonismo de la escala de gobierno municipal en relación con iniciativas económicas y municipalizar las estrategias de desarrollo y la política social.

Además, ampliar los mecanismos de política social focalizados hacia las vulnerabilidades y con un fuerte basamento en la política impositiva y en la eficiencia en el uso de los recursos; descentralizar la gestión empresarial y territorial; perseguir la estabilidad macroeconómica y financiera y construir un sistema tributario universal, que incluya a todos los sujetos económicos y grupos sociales que generan y perciben ingresos.

Las autoridades cubanas insisten en que esta propuesta es la base de “un traje a la medida”, enfatizando que no existen modelos ni recetas universales, que cada circunstancia exige sus propias fórmulas y, lo que me parece más importante, reafirmándose en la soberanía nacional para tomar decisiones sobre el rumbo económico y político futuro de Cuba.

No obstante, algunos identifican, con razón, la presencia de inspiraciones del modelo chino o vietnamita, especialmente en lo que tiene que ver con la ampliación del mercado, la diversificación de los sujetos económicos y el mantenimiento de un sistema político unitario.

Desde mi punto de vista, además de esas fuentes y aunque movido por resortes diferentes, este modelo reformador es afín a la llamada “agenda neo-desarrollista pos-neoliberal”, que se nutre de las lecciones de la experiencia europea de desmantelamiento del estado de bienestar y, muy especialmente, de las prácticas de diversos países latinoamericanos que intentan remontar las secuelas neoliberales.

Tal agenda, en sentido normativo, parece combinar algunos elementos de la tradición estructuralista “cepalina” (intervención estatal relevante, papel de las instituciones, la conexión con el mercado exterior), con instrumentos de estabilidad monetaria y, al tiempo que reconoce la relevancia de las constricciones y oportunidades provenientes de la articulación de cada país y región con el sistema-mundo, rescata el escenario nacional como espacio pertinente para el desarrollo.

En el caso de la reforma cubana y sus derivaciones sociales, la orientación hacia una economía multiactoral implica, mínimamente, que se diversificarán los sujetos económicos y se reforzará la articulación y la complementación entre ellos. Asimismo, que se ampliará el papel del mercado en la distribución de bienes y servicios y en el acceso al bienestar, y con esto, el rol de los ingresos personales y familiares en ese acceso.

Es obvio que, aun cuando se declare por las autoridades que se trata de un proceso esencialmente económico y en el que primará la rectoría de la planificación, promoviendo una recuperación de la sustentabilidad económica del proyecto social, se trata de transformaciones de cierta radicalidad, cuyos impactos desbordarán el espacio económico y se expandirán a todos los ámbitos sociales.

La política social será también objeto de reforma, y aunque, según lo declarado en los lineamientos, conservará su estilo universalizador y sus instrumentos de gratuidad e igualdad en áreas que se consideran básicas (educación, salud, cultura y deporte), irá a un mayor peso de la focalización hacia grupos vulnerables y de los criterios de eficiencia en el uso de los recursos.

Cuatro ejes básicos en esta transformación son los cambios en la política de empleo-ingresos, con el mayor estímulo al sector no estatal; en el presupuesto y en los gastos sociales (acordes con las posibilidades reales de recursos financieros, y con un más importante peso del sistema tributario); en la seguridad social y la focalización hacia las vulnerabilidades, garantizando que la reciben quienes realmente la necesitan, y en la municipalización y descentralización territorial.

Estos cambios se orientan especialmente hacia un uso más eficiente de los recursos y justo es reconocer que responden de forma acertada a dos de las insuficiencias que habían sido identificadas por diversas investigaciones en este campo en años anteriores: la débil sustentabilidad económica de la política social y su baja armonización con la economía, así como el excesivo centralismo, que impedía, entre otras limitaciones, la atención adecuada a necesidades y demandas relacionadas con la diversidad territorial.

Un análisis de la política social cubana entre la segunda mitad de los años ´70 y los ´80 concluyó que el aumento sostenido de los gastos sociales en ese período no estaba corriendo a cuenta de un incremento de la eficiencia económica, sino a pesar del deterioro creciente de esta, con lo que si bien la voluntad política pudo sostener programas sociales ambiciosos, estos eran fuertemente vulnerables ante las contingencias.

Por otra parte, la alta inversión social en el área de la educación general y profesional no logró revertirse en un retorno a la economía y romper las trabas para el paso a un modelo intensivo de elevada utilización de los recursos de calificación formados.

Así, entre 1976 y 1987, el Producto Social Global se incrementó a un ritmo promedio anual de 9%, mientras que el ingreso promedio creado por un ocupado en la esfera productiva sólo lo hizo en 2,3%, y entre 1980 y 1987 el valor de la producción industrial promedió una elevación de 5,6%.

El propio estudio (2) encuentra que entre 1998 y el 2000, en un período marcado por la crisis y la reforma de los ´90, el Producto Interno Bruto tuvo un alza promedio de 6,4%, mientras que los gastos en servicios sociales se elevaron a un ritmo promedio anual de 13,1%, rebasando también, por amplio margen, los ritmos de incremento de la productividad del trabajo.

Al respecto, concluye que: “[…] la reforma económica, a pesar de sus resultados positivos, no ha logrado variar sustancialmente el patrón de relación anterior entre la política social y la económica; presenta dificultades para dotar a la primera de sostenibilidad y para inducir una relación sinérgica entre ambas”. (Continuará)
*Socióloga e investigadora cubana. Actualmente es oficial en Cuba de la Agencia Suiza para el Desarrollo y la Cooperación (COSUDE)

1 Por reforma económica se entiende aquí un cambio relativamente limitado que opera a nivel del sistema económico y tiene como propósito modificar las instituciones que definen los mecanismos de coordinación, organización, relaciones de propiedad y de retroalimentación de la economía, en plazos relativamente breves, sin necesariamente alterar las bases materiales y organizativas de la economía y su especialización internacional, transformaciones que requieren un tiempo mayor y que son propias de un reajuste estructural. Tomada de P. Monreal:El problema económico de Cuba, 2008, p.11. Para distinciones entre reforma y cambio estructural recomiendo consultar este autor, en cuya opinión la economía cubana requiere de un ajuste estructural precedido de una reforma que establezca las bases para tal ajuste, cuya realización no sería posible desde las condiciones actuales imperantes. Por el momento, no es posible definir si la actual reforma es la antesala de un reajuste estructural de mayor profundidad o si los cambios sólo serán reformadores.

2 M. Espina: Políticas de atención a la pobreza y la desigualdad. Examinando el rol del Estado en la experiencia cubana, 2008.


Desde el fondo del caldero: la reforma económica cubana y la equidad social (I)

Ex fiscal General de EEUU: "Los Cinco hicieron lo que Washington debía hacer"


Ramsey Clark, ex fiscal general norteamericano
 
(PL) Los cinco antiterroristas cubanos condenados en Estados Unidos hicieron lo que Washington debía hacer: tratar de evitar los posibles ataques en su territorio, afirmó Ramsey Clark, ex fiscal general norteamericano.

En un videomensaje en la página www.voicesforthefive.com, Clark afirmó que Gerardo Hernández, Ramón Labañino, Fernando González, Antonio Guerrero y René González -este último ya en Cuba tras cumplir su condena- fueron un sistema de alerta temprana para la isla de los ataques desde ese país norteño.

Más de 110 personalidades internacionales de la cultura, medios de comunicación, sector legal y organizaciones sociales exigen la libertad de los cuatro luchadores, en el sitio web Voces para Los Cinco, como se les conoce en el mundo.

De acuerdo con el académico norteamericano Noam Chomsky, ellos dieron a conocer al gobierno estadounidense crímenes que estaban perpetrándose en su territorio, los cuales está tolerando cuando los debería sancionar.

Los Cinco se arriesgaron, y en vez de ser considerados como héroes, fueron castigados a elevadas penas en prisión, indicó Chomsky, quien aseveró que la única forma para remediar esta injusticia es retirar los cargos.

Es hora de liberarlos, estos hombres no han cometido ningún acto de violencia, sino han salvado la vida a miles de personas que podían haber sido víctimas de atentados, exigió el periodista español Ignacio Ramonet, en su vídeomensaje.

Aseguró que los luchadores cubanos, detenidos en Miami en 1998 por alertar a la isla sobre planes de grupos violentos radicados en el sur de la Florida, están injustamente condenados a penas absolutamente desproporcionadas que no corresponden a ninguna racionalidad jurídica.

El presidente Barack Obama, como Premio Nobel de la Paz, debe amnistiarlos directamente o transferir el caso a la Corte Suprema de Estados Unidos para que lo estudie y decida sin la más mínima duda que fueron juzgados en una atmósfera de presión y linchamiento mediático, que tuvo influencia en la decisión de justicia, aseguró.

Martin Garbus, abogado de los antiterroristas, se refirió al argumento presentado ahora en la Corte Federal, el cual denuncia que el gobierno norteamericano ha gastado millones de dólares tratando de condenarlos.

Garbus condenó el pago anual de tantos dólares para que la prensa escriba artículos, los cuales de algún modo llegan hasta el jurado y logran influenciar su determinación. Todo este dinero está gastado para lograr un juicio injusto a estos acusados, afirmó.

El sitio web, lanzado la víspera, invita a los internautas a sumarse a esta nueva campaña internacional con un mensaje, foto o videomensaje de rechazo al encarcelamiento de los cuatro antiterroristas.

Científicos rusos prueban eficacia de vaсuna contra el cáncer



Este avance científico ya ha pasado las pruebas clínicas y ha mostrado muy buenos resultados. Actualmente esta vacuna se está aplicando a enfermos que se encuentran en la tercera o cuarta etapa del cáncer. (Foto: RT)
 
El estudio, llevado a cabo en el Instituto de Investigación de Inmunología Clínica de Rusia, comprobó tras la vacuna, que se puede prolongar la vida después de la operación para extraer el tumor.

Científicos rusos crearon y aplicaron de manera exitosa una vacuna contra el cáncer de mama, de próstata y colorrectal, comprobando su eficacia incluso si se aplica en la fase terminal de la enfermedad.

El estudio, llevado a cabo en el Instituto de Investigación de Inmunología Clínica de Rusia, comprobó tras ensayo clínico de la vacuna, que se puede prolongar la vida del enfermo después de la operación para extraer el tumor, hecha en la tercera y cuarta fase de la enfermedad.

El director del Instituto, Vladímir Kozlov, dijo en declaraciones a la agencia Itar-Tass, que “no se trata de una vacuna en el sentido clásico de la palabra, como manera de prevención de la enfermedad, sino de la terapia celular”.
 
Los médicos inyectan el fármaco después de operación, es decir, en las fases avanzadas del cáncer, pero en la siguiente etapa del estudio se probará su aplicación en las fases tempranas.

Mientras, ya todo está listo para la elaboración industrial de la versión actual del medicamento.

Por su parte, los investigadores advierten que a pesar de que la vacuna es eficaz para curar tres tipos de cáncer, todavía no se trata de la cura absoluta contra este mal.

El cáncer es una enfermedad compleja que la hace imposible de curarla con tan solo un método. Por ahora siguen siendo indispensables la quimioterapia, la radiación y otros tratamientos, que cada vez más son estrictamente individuales.
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