"De pensamiento es la guerra mayor que se nos hace: ganémosla a pensamiento" José Martí

lunes, 8 de enero de 2018

Equipo de fiscal Mueller y abogados discuten posible interrogatorio a Trump: reporte

WASHINGTON (Reuters) - Una serie de discusiones preliminares se están llevando a cabo para que el fiscal especial Robert Mueller pueda interrogar al presidente de Estados Unidos, Donald Trump, como parte de una investigación por la supuesta interferencia rusa en las elecciones de 2016, informó el lunes NBC News.

El fiscal especial Robert Mueller (der.) se retira tras informar a miembros del Senado estadounidense sobre su investigación de una posible colusión entre Rusia y el equipo de campaña electoral de Donald Trump, Washington, Estados Unidos, 21 de junio de 2017. Imagen de archivo. REUTERS/Joshua Roberts

Citando a tres personas cercanas a la situación, NBC dijo que los abogados de Trump se habían reunido con representantes de la oficina de Mueller a fines de diciembre para hablar sobre la organización del posible interrogatorio.

Las discusiones incluyen el posible lugar donde se llevaría a cabo el interrogatorio y la duración, así como los estándares legales y las opciones de su formato, entre ellas la entrega de respuestas escritas en lugar de una reunión formal, de acuerdo con la cadena de noticias.

Mueller, que depende del Departamento de Justicia, está investigando las denuncias sobre una supuesta injerencia rusa en las elecciones presidenciales de Estados Unidos y una posible colusión por parte del equipo de campaña de Trump.

Las agencias de inteligencia estadounidenses han concluido que Rusia intervino en las elecciones para intentar ayudar a Trump a lograr un triunfo electoral. Rusia ha negado cualquier intromisión, mientras que el mandatario estadounidense ha dicho que no hubo ningún tipo de colusión.

El senador demócrata Richard Blumenthal dijo el lunes a MSNBC News que esperaba que Mueller intentara hablar con el presidente en persona.

“Entrevistará al presidente cara a cara, es mi vaticinio”, dijo Blumenthal, miembro de la Comisión de Justicia del Senado, que está llevando a cabo su propia investigación sobre el caso.

La investigación de Mueller hasta ahora ha llevado a dos antiguos colaboradores de Trump, el exasesor de seguridad nacional Michael Flynn y el asistente en la campaña George Papadopoulos, a declararse culpables de mentir a agentes del FBI en la investigación.

Otros dos, el exdirector de la campaña de Trump Paul Manafort y su socio Richard Gates, también han sido acusados, pero se han declarado inocentes. Manafort demandó a la oficina de Mueller la semana pasada, diciendo que la investigación del fiscal especial excede su autoridad legal.

Ty Cobb, uno de los abogados de Trump, dijo que la Casa Blanca no haría ningún comentario sobre sus comunicaciones con la oficina de Mueller, pero aseguró que seguía cooperando “plenamente para facilitar la resolución lo más pronto posible”. 


Reporte adicional de Karen Freifeld y Mark Hosenball, escrito por Susan Heavey; editado en español por Rodrigo Charme

Registran en Baracoa afectaciones tras lluvias intensas



Viviendas cercanas al rio Miel, en Baracoa Foto: Miguel Ángel Sánchez Pineda

Lluvias invernales con un acumulado de 182,2 milímetros de agua y rachas de hasta 62 kilómetros por hora, además de inundaciones costeras moderadas, se registraron en las últimas 24 horas en Baracoa.

Las intensas y sostenidas precipitaciones, consecuencia de un frente frío que afecta a la parte norte oriental de Cuba, provocaron que las aguas ocuparan los barrios de las calles Mariana Grajales y Primero de Abril, La Playita y Cabacú, entre otras zonas bajas del territorio.

Ríos como Nibujón, Toa, Duaba, Macaguaní o Macaguanigua y el Miel incrementaron sus niveles e inundaron las viviendas aledañas, mientras las cañadas, zanjas y arroyuelos se salieron de sus cauces habituales con el arrastre de lodo hacia calles y caminos.

La situación meteorológica imperante en el municipio también deja consecuencias negativas en la avenida Malecón con inundaciones costeras, moderadas y en ocasiones fuertes, además de olas de hasta dos y tres metros de altura.

Edificios familiares y viviendas, la Plaza Cacique Hatuey, el Parque Infantil y otros inmuebles del litoral citadino recibieron el embate de la masa de agua salada que anega la mencionada arteria y la deja llena de escombros.

Los aguaceros de las últimas horas en Baracoa también afectaron postes y tendidos eléctricos, aún sin cuantificar, y causaron deslave en la zona de Naranjal del Toa con daños a dos viviendas de forma total.

Por otro lado los residentes en áreas inundadas se protegieron en casas de familia, mientras otros fueron trasladados hacia lugares seguros.

Las principales autoridades del Poder Popular baracoense activaron las Zonas de Defensa Civil y dispusieron medios de transporte en cada Consejo Popular para asistir a la población, en caso de que continúe el deterioro del tiempo.

Entre las medidas que se adoptan se encuentra la vigilancia sobre el cauce de los ríos- ya repletos de agua-, la elaboración de alimentos para la venta y garantizar los principales servicios básicos.

Trump se someterá a un examen médico en medio de los rumores sobre su salud mental

Publicado: 8 ene 2018 12:01 GMT

La prueba tendrá lugar este viernes e incluirá análisis de sangre y orina, controles cardíacos e incluso preguntas sobre sus hábitos de sueño y vida sexual.


El presidente de EE.UU., Donald Trump.
Mary F. Calvert / Reuters

El presidente de EE.UU., Donald Trump, se someterá el próximo viernes a un control formal de salud que podría poner fin a las especulaciones sobre su idoneidad mental y física para la Presidencia, informa The Telegraph.

La prueba se llevará a cabo en el Centro Médico Militar Nacional Walter Reed —el hospital militar más grande del país— en las afueras de Washington, durará alrededor de dos horas e incluirá análisis de sangre y orina, controles cardíacos e incluso preguntas sobre sus hábitos de sueño y vida sexual, según expertos médicos citados por el medio.

El mandatario norteamericano será examinado por el mismo médico que su predecesor, Barack Obama, y se espera que se hará público un resumen de los resultados.

No obstante, según ha explicado Arthur Caplan, director fundador de la División de Ética Médica de la Facultad de Medicina de la Universidad de Nueva York, el presidente tiene "el mismo derecho que cualquier ciudadano de EE.UU. de mantener en privado su información médica" y, por lo tanto, de retener cualquier detalle que desee. 
"Genio muy estable"

El chequeo médico formal, el primero al que se somete Trump desde que llegó a la Casa Blanca, tiene lugar en medio de especulaciones sobre su idoneidad mental y física para ejercer la Presidencia.



La reciente publicación del libro 'Fuego y furia' por el periodista Michael Wolff ha generado revuelo en los medios y la sociedad estadounidense al insinuar su autor, entre otras cosas, que Trump tiene problemas de salud mental y que "es intelectualmente incapaz de ser presidente de EE.UU.". Alegaciones similares ya fueron lanzadas por algunos miembros del opositor Partido Demócrata. 

Por su parte, Trump ha criticado tanto el libro, que conisdera "lleno de mentiras" como a su autor. Saliendo al paso de las acusaciones sobre su supuesta incapacidad mental, el presidente publicó la semana pasada un tuir en el que se autocalificaba como un "genio muy estable".

«Los tres chiflados» en la Casa Blanca

El placer culpable de disfrutar este retrato del jefe de los mentirosos de la Casa Blanca en su papel de payaso iletrado y fantoche: es el libro que se merece

Alejandro Armengol, Miami | 08/01/2018 12:56 pm

La actual presidencia de este país no llega a novela, tampoco a película, ni siquiera a serie de televisión. Es más o menos un episodio de Los Tres Chiflados, en que los protagonistas se reparten golpes a diestra y siniestra, ante el menor motivo y casi siempre sin que este sea necesario para lanzar el porrazo.

Confieso que me ha divertido mucho con las 351 páginas Fire and Fury: Inside the Trump White House, de Michael Wolff, y que no me preocupa en lo más mínimo reconocer que en el libro debe haber exageraciones, cierta práctica del cuestionable ejercicio —desde el punto de vista periodístico— de crear escenas y diálogos, y no simplemente reproducirlas o reportarlas. Tampoco me disgusta, sino todo lo contrario, que sea fundamentalmente un libro de chismes políticos, o de la política como un chisme, muy bien escrito de acuerdo a los estándares del género y que puede leerse como una novela (diálogo durante una cena, el 3 de enero de 2017, en Greenwich Village: “El bigote de Bolton es un problema”, bufó Bannon. “Trump no piensa que brinde la mejor imagen para el cargo. Ustedes saben que Bolton suele no gustar de primera impresión”./ “Bueno, los rumores son que se metió en problemas porque se peleó en un hotel una noche y persiguió a una mujer”./ “Si le digo eso a Trump, podría darle el trabajo”).

Otro ejemplo, donde el periodismo roza la literatura: “Le ofreció a su esposa una promesa solemne: simplemente no hay forma posible de que gane. E incluso para un marido de una infidelidad crónica —casi se diría que impotente por naturaleza para ser fiel— esta era una promesa que él parecía seguro de poder cumplir”.

Nada de ello impide el placer culpable de disfrutar ese retrato del jefe de los mentirosos de la Casa Blanca en su papel de payaso iletrado y fantoche, que es el que mejor representa. Es el libro que se merece.

“Pocas personas que conocían a Trump se hacían ilusiones con él. Casi un fiel reflejo de su apariencia, era lo que representaba: brillo en los ojos, alma de ratero. Solo que ahora era el presidente electo”, escribe Wolff. Trump —que nunca ha escrito un libro pese a los publicados a su nombre— con el empeño persistente de un sujeto que siempre busca ser protagonista y exige el papel de héroe. La comparación más exacta es con Hulk Hogan: dedicado a vivir su personaje. Trump, famoso por no ser famoso, de acuerdo a la prensa neoyorquina de la década de 1980.

Disfrute culpable

La culpabilidad viene tanto por la conciencia de lo inevitable que han resultado tantas situaciones más cercanas al teatro del absurdo —Le Roi se meurt— que propias de una democracia, como por el disfrute bastardo de esa trama que por momentos raspa cierta amplitud —decir shakesperiana sería una indignidad más que un sacrilegio— y nunca lo logra: el sueño sucesorio, la hija ambiciosa, el yerno inepto, la esposa que llora al no alcanzar la derrota y el futuro gobernante que palidece ante el poder.

Todo ello deja apenas un detalle para llegar —sino al teatro isabelino— al menos a Broadway. Es cuando Michael Flynn, advertido por amigos de que aceptar $45.000 por un discurso en Rusia ha sido una mala idea, responde según el libro: “Solo sería un problema si ganamos”. Fue una campaña política designada para una derrota anunciada, nadie esperar ganar, y mucho menos el candidato, escribe Wolff. Solo Bannon, en las últimas semanas, comenzó a ver en las cifras de las encuestas de algunos estados una tendencia que podría llevar a la victoria.

El texto recurre aquí a la misma premisa que sirvió a Mel Brooks para The Producers, la película, el musical y la obra de teatro: ¿quién podría imaginar que Springtime for Hitler iba a resulta todo un éxito o que Donald Trump ganaría la presidencia de Estados Unidos?

El error ya había llevado a los tribunales a Bialystock, el productor teatral de la obra de Brooks, antes que a Flynn lo perdiera su ignorancia cinematográfica.

Un libro —no al menos en este caso— casi siempre es incapaz de acabar con una presidencia, por mala que esta sea. En el caso de Fire and Fury solo cabe apostar por ventas récords, múltiples traducciones apresuradas y el escándalo de momento.

Hasta ahora, el intento del abogado de Trump, solicitando al autor y a la editorial de que “desistan de cualquier publicación, revelación o divulgación” de la obra, solo ha servido para adelantar la fecha de salida del libro.

Nadie se salva

Trump, que de momento no ha podido superar la etapa de aspirante a dictador, pese a la cobardía y complacencia de buena parte de los congresistas republicanos —quienes se han plegado tanto a su agenda política como a sus caprichos más ridículos— inicia así un segundo año de mandato que se anuncia le resultará más difícil que el anterior.

Por lo pronto, nadie se salva en este rifirrafe donde, de nuevo, Steve Bannon se limita a repetirse en su papel de un ambicioso y petulante lanzador de cuchillos en todas direcciones, y Trump como siempre se refugia en su torre de caos e infantilismo. Vale añadir que si Trump es quien queda peor parado en el libro, porque su figura es ridiculizada no mediante el más o menos sutil arte de la ironía, sino por la aplastante realidad de cientos de testimonios, el pretencioso Bannon —con aspiraciones de Richelieu, gestos de Fouché y disfraz de Montesquieu— aparece con más frecuencia de la que quisiera como un patético arribista. De la descripción del arribo de Bannon a su oficina en la Casa Blanca: “y de inmediato comenzó a sacar los muebles. El objetivo era no dejar algo que sirviera para que alguien se sentara. No iban a celebrarse reuniones, al menos no reuniones donde la gente pudiera sentirse confortable. Discusiones limitadas. Debates limitados. Era la guerra, una oficina de guerra, un puesto de mando”.

Así describe Wolff el cambio ocurrido en Bannon al llegar a la Casa Blanca: “En la primera semana, Bannon pareció haber eliminado la camaradería del Trump Tower, incluida la disposición a hablar extensamente a cualquier hora, y a ser mucho más remoto, si no inalcanzable. Él estaba ‘centrado en mi mierda’. Él solo estaba haciendo cosas. Pero muchos sintieron que hacer cosas, en su caso, era estar tramando complots contra ellos. Y ciertamente, entre las características básicas del personaje, Steve Bannon fue un conspirador. Golpear antes de ser golpeado.

Anticiparse a los movimientos de los demás: contraatacarlos antes de que puedan hacer sus movimientos. Para él esto era ver las cosas por delante, enfocarse en una serie de objetivos. Su primer objetivo fue la elección de Donald Trump, el segundo el personal de la Administración de Trump. Ahora se estaba apropiando del alma de la Casa Blanca de Trump. Porque él entendió lo que los otros aún no sabían: esta sería una lucha a muerte”.

Bannon, además, rompió algunos de sus propios récords de maledicencia y cobardía el domingo, al declarar que lo dicho por él, según el libro, contra Don Jr., el primogénito de Trump, no era sobre este sino dirigido a Paul Manafor. Y todo porque teme quedarse sin trabajo y sin dinero: Rebekah Mercer, donante y accionista de Breitbart News, ha retirado su apoyo a Bannon por “sus acciones y declaraciones recientes”.

Una aclaración necesaria: el libro presenta 200 testimonios de personas cercanas al presidente, recogidos durante 18 meses, y entre los cuales se encuentra un breve encuentro con Trump. Mucho de lo que se dice no es nuevo, sino viene apareciendo en la prensa desde hace tiempo: Washington es la piedra de la locura, y aburre por no aburrir.

La gran incógnita continúa siendo hasta cuándo y dónde la actual presidencia podrá seguir resintiendo este ejercicio de desgaste y desprestigio. Cabe esperar que la trifulca entre Trump y Bannon, además de constituir otra especie de pelea de dos calvos por un peine, no tenga mayor trascendencia que el continuar acercando al presidente y el republicanismo tradicional. En última instancia, Trump no es un ideólogo —hasta el momento su fanatismo se limita a continuar promocionando su marca y acrecentando con ello su fortuna familiar— y un populista por conveniencia y no por convicción (el prólogo del libro, dedicado a Roger Ailes y Bannon, ofrece varias de las claves sobre la singular simbiosis entre la persistencia de Trump por alcanzar cada vez más prominencia y los objetivos y la ideología del actual movimiento conservador estadounidense). Todo ello no hace más que poner a las claras que, en última instancia, lo único que importa en esta lucha cotidiana es el dinero: en un momento dado, Trump prácticamente “vendió” su campaña —que estaba en ruinas— a Bob Mercer y su hija Rebekah, quienes primero habían apoyado a Ted Cruz, los que inyectaron $5 millones y colocaron al frente de la misma a Bannon y Kellyanne Conway. Para entonces, Trump solo mostró asombro ante el interés de los Mercer en la contienda: “Esto”, les dijo, “está bien jodido”.

Nunca, al menos en las últimas décadas, ha estado tan a las claras que las diferencias ideológicas en Estados Unidos se limitan al empeño de los que más tienen a continuar acumulando sin límites a expensas de los que poseen menos. Lo demás son pretextos.

Economía y cultura

Con una situación de mejoría económica, gracias en buena parte a la labor de la administración anterior y a una economía mundial que en buena medida ha superado la crisis anterior, los poderosos y sus empresas consideran que esta es la hora de sacar más, explotar al máximo y repartir migajas. Mientras tanto, consideran suficiente inculcar falacias como el alza bursátil como ejemplo de bienestar público. Para ellos, basta mencionar el hecho y traducirlo en que significará mejores retiros y beneficios para todos. Quienes sinceramente creen en ello, olvidan el carácter especulativo de dicho incremento, y han caído de nuevo en el viejo fetichismo del mercado: olvidan que tanto las subidas como las caídas bursátiles forman parte del mismo negocio (un consejo cinematográfico: vuelvan a ver Trading Places).

La administración Trump está utilizando los indicadores económicos —algunos, como los índices de empleo, que el presidente consideró durante su campaña que carecían de objetividad— no solo para señalar lo positivo de su gestión, eso lo han hecho todos los gobiernos anteriores, sino con el más burdo fin electoral. Aquí lo que vale señalar es la torpeza y la manipulación de querer presentarnos que estamos viviendo en la mejor época posible. Cuando un indicador no obedece este objetivo —como el hecho de que la venta de automóviles disminuyó ligeramente en 2017— simplemente no se enfatizan por el Gobierno. Poner en duda que EEUU cuenta en la actualidad con mejores datos económicos, que durante el segundo período de Georges W. Bush y el primero de Barack Obama, es cosa de tontos; pero igualmente de tontos es considerar que tales datos se deben a la obra y los milagros de Donald Trump.

Por otra parte, tanto el mandatario como sus seguidores cometen a diario el viejo pecado cubano de mirar al pasado (en el caso de Cuba específicamente a los crímenes cometidos por el gobierno durante la dictadura batistiana) para no ver el presente o el futuro. La obsesión con Hillary Clinton o con Obama es un argumento que envejece a diario, por causas naturales. En las elecciones de este año no se postularán ni Clinton ni Obama. Es hora de doblar esa página.

Mientras tanto, sique el pie que el origen de lo que estamos viviendo —o sufriendo— en EEUU no es económico sino cultural, y en esos términos se definirán las elecciones legislativas de este año. No es posible —o no debe ser posible, porque no hay que descartar el pesimismo— que una minoría de votantes, que fueron los que le dieron el triunfo a Trump, impongan su criterio a toda la nación. Más cuando esa minoría reside en los estados que menos aportan a la economía del país y que menos cuentan en términos culturales y sociales. Trump no venció en las votaciones de las grandes ciudades ni entre los profesionales, y al menos que mucho haya cambiado en el último año, EEUU no se define como un Estado cuya única o fundamental riqueza sea solo agrícola, ni siquiera manufacturera. Esa batalla en aumento, entre el poder central y estados como California y Nueva York seguirá su curso. Si fuera el siglo XIX, habría que temer que el país marcha hacia una nueva guerra civil, pero son otros tiempos. La barbarie —o la barbaridad— que representa Trump no tiene futuro. Si algo recuerda el libro de Wolff es al sonido y la furia, no contada sino creada por un idiota.

Lo que importa entonces con Fire and Fury es reconocer que Estados Unidos no ha caído aún en el autoritarismo, y ello no hay que agradecérselo al presidente. Más bien es todo lo contrario.

La entrada de Fidel en La Habana




Las puertas de las bodegas, restaurantes, cafés, tiendas, bancos, instituciones económicas, ministerios y otras muchas dependencias amanecieron cerradas en La Habana el jueves 8 de enero de 1959. La venta de bebidas alcohólicas quedó prohibida. Las principales calles se engalanaron colocando banderas cubanas y del 26 de Julio en dependencias estatales, en comercios y viviendas. Así se dispuso para que todo el pueblo pudiese dar una calurosa y hermosa bienvenida a Fidel Castro y los barbudos de la Sierra Maestra.

Siete días tardó Fidel Castro, luego del Primero de Enero, en llegar a La Habana. Salió de Santiago de Cuba el 2 y entró en la capital del país el 8. Encima de tanques y otros equipos blindados del Ejército de Batista, acompañado por mil combatientes rebeldes, incluidos los integrantes de la Columna Uno José Martí de la Sierra Maestra y también por alrededor de unos dos mil soldados del ejército vencido, Fidel encabezó la Marcha de la Libertad, la Caravana de la Victoria o la Caravana de la Libertad como la llamaron indistintamente en aquellos días los periódicos. En definitiva, Caravana de la Libertad es el nombre que ha quedado registrado para identificar ese acontecimiento.

En esos días, en cada ciudad y en cada pueblo por donde avanzaba la caravana, multitudes gigantescas dieron su saludo a Fidel, que calificó aquello de “un baño de multitudes, un baño de pueblo”. Todo el pueblo quería ver a Fidel y a los combatientes que habían dado la libertad a Cuba. Lo recibían enarbolando banderas cubanas y del 26 de Julio, lanzando flores sobre los tanques, jeeps y camiones, y gritando sin cesar ¡Fidel! ¡Fidel! ¡Fidel! En cada lugar la caravana hacía un alto y Fidel aprovechaba la oportunidad para decir al pueblo que únicamente habíamos conquistado el derecho a comenzar y les hablaba del futuro y de los sueños de la Revolución para mejorar la vida del pueblo y llevarle bienestar y felicidad en una nueva Cuba.

Recuerdo que el capitán Jorge Enrique Mendoza contaba que cuando llegó a El Cotorro, Fidel se reunió con los que trabajaron en la Radio Rebelde, entre ellos el propio Mendoza, Orestes Valera y Ricardo Martínez, y les encomendó una misión que para ellos resultó sorprendente pues no tenía que ver con la función que habían tenido en la Sierra Maestra. Dirigirse al campamento militar de Columbia, donde se efectuaría la concentración popular del pueblo habanero, y cuidar que a los micrófonos no se acercase nadie que el Movimiento 26 de Julio había decidido que fueran los oradores. Había noticias de que viejas figuras de la politiquería criolla estaban planeando hablar en ese acto. Y, efectivamente, ese día llegaron al campamento de Columbia el ex presidente Carlos Prío Socarrás y Tony Varona, ambos del Partido Auténtico, a quienes por supuesto se les permitió asistir a la concentración y ocupar un lugar en la presidencia, pero no estar entre los oradores. Ya el politiquero Tony Varona había enseñado de lo que era capaz cuando, en pose de libertador, intentó asumir la guarnición militar de Camagüey, lo que se lo impidieron las fuerzas del 26 de Julio.

Sobre su entrada en La Habana, el periódico El Crisol escribió: “Todos los sonidos de la ciudad se unieron al vocerío de las muchedumbres: las sirenas de los barcos, las campanas de las iglesias, las bocinas de los autos, los silbatos de las fábricas. Se escucharon las salvas de 21 cañonazos disparados por dos fragatas de la Marina de Guerra…La garganta del pueblo enronquecía en un grito: ¡Viva Fidel! ¡Viva Cuba Libre! ¡Viva la Revolución!”

Antes de enfilar rumbo a Columbia, la caravana se detuvo primero en el edificio de la Marina de Guerra y, luego de saludar a su oficialidad, se dirigió hacia el muelle cercano y subió nuevamente al histórico yate Granma, 767 días después de su desembarco en Las Coloradas.

“Me siento orgulloso de poder estar con ustedes en estos momentos y junto a los marinos –les dijo Fidel–, pues con el desembarco del Granma comenzó, para suerte de Cuba, la insurrección que acaba de obtener la victoria y abrir el camino a la Revolución…”

En Palacio, a donde llegó a las 3 y 50 de la tarde, saludó al presidente provisional Manuel Urrutia. Cuando iba a salir, una gigantesca multitud en la Avenida de las Misiones hacía casi infranqueable el retorno de Fidel a los vehículos de la caravana que esperaban para la continuación de la marcha. Alguien comentó a Fidel que iban a necesitar miles de soldados rebeldes armados para abrir el paso. Y Fidel dijo: No hace falta ningún soldado ni ninguna arma, yo pediré al pueblo que abra una larga fila y voy a atravesar solo por esa senda…Y así ocurrió. Quien esto les cuenta vio en una transmisión de la televisión a esa multitud abrir paso para que Fidel pasase y pudiese llegar hasta el jeep que lo aguardaba en la avenida…Esa imagen jamás se me ha borrado de la mente.

La caravana continuó su recorrido triunfal por el Malecón habanero, la calle 23 y la Avenida de Columbia (hoy calle 31) con rumbo al campamento militar. Las crónicas de los periódicos señalan que también debió hacer numerosas paradas, pues la multitud se le encimaba para saludarlo y rendirle sincero homenaje.

COLUMBIA ES DEL PUEBLO

Cumpliendo una orden de Fidel, el comandante Camilo Cienfuegos entró en el campamento militar de Columbia apenas llegó a La Habana. Fue el primer jefe del Ejército Rebelde que lo hizo. Y ocupó ese bastión militar sin disparar un tiro. Un periodista del periódico La Tarde, que tuvo corta vida, contó que Camilo dio un paseo por los jardines de la residencia que fuera de Batista y se dirigió a una jaula donde había varios pájaros, abrió de par en par sus puertas, y dijo: “Desde este momento hasta los pájaros tienen libertad en Cuba”.

El 8 de enero Camilo fue al Cotorro a recibir a Fidel, y se incorporó a la caravana de la libertad. A partir de ahí todo el tiempo permaneció junto al líder de la Revolución. Testimonio de ello son las históricas fotos y películas de aquel día. Y la más significativa: a su lado en la tribuna de Columbia, mientras Fidel hablaba al pueblo, y tres palomas blancas, una de ellas sobre el hombro de Fidel, y dos en el pasamano de la glorieta. ¿Quién no recuerda aquel momento en que Fidel se inclina hacia Camilo, y le susurra: “Voy bien, Camilo”?

De todos los preparativos para la concentración en ese campamento militar se encargó Camilo. Dispuso que el pueblo entrase por la posta 3, situada frente al obelisco en memoria de Carlos J. Finlay, y que lo hicieran ordenadamente, de cinco en cinco. Que no entrase al polígono ningún vehículo, a excepción de los de los medios de comunicación. Que se colocase una mesa frente a la tribuna para que la prensa pudiese reportar el acontecimiento. Y en esta mesa también tomó asiento un equipo de taquígrafos que había estado al servicio del Estado Mayor del Ejército de Batista, encabezado por el primer teniente Rafael Usatorres. Que al fondo de la tribuna presidencial se colocasen las banderas de las 21 repúblicas americanas y la del 26 de Julio.

Fidel llegó a Columbia pasadas las 8 de la noche. Casi tres cuartos de hora le llevó trasladarse hasta la tribuna, pues el pueblo se le encimaba, lo abrazaba y lo vitoreaba y no lo dejaba avanzar. Al llegar a la tribuna, saludó al presidente Urrutia y a los miembros de su gabinete, así como al cuerpo diplomático.

El acto se inició con las notas del Himno Nacional cantado por la multitud. Antes de que Fidel hablase, hubo dos oradores: Juan Nuiry, recientemente fallecido, y Luis Orlando Rodríguez. Ambos estuvieron en la Sierra Maestra.

Juan Nuiry, destacado dirigente de la FEU, comenzó diciendo: “Cuba es territorio libre, por la voluntad de sus hombres, de sus mujeres, de los niños, que prefirieron vivir de pie y morir por la libertad”. Recordó la figura de José Antonio Echeverría y las luchas de los estudiantes de la Universidad de La Habana para combatir la dictadura de Batista, y al final de su breve discurso hizo referencia a una respuesta que dio en cierta ocasión a un periodista que le preguntó ¿con quién piensan ustedes ganarle la guerra a Batista?, y le dije: con la vergüenza de los cubanos, y vamos a ganar la paz con esa misma vergüenza.

El comandante Luis Orlando Rodríguez, uno de los fundadores de la Radio Rebelde, con un largo historial revolucionario de luchas contra Machado y Batista, quien había dirigido el periódico La Calle, clausurado por Batista tras los sucesos del Moncada, también escaló la tribuna, y ante el micrófono dijo:

“Abogaremos por la creación de tribunales que juzguen y condenen a todos los que asesinaron y a todos los que malversaron el Tesoro Nacional…” Llamó a todo el que haya luchado contra la tiranía a trabajar ahora por la paz y por el porvenir de la patria. Y, finalmente, dijo que tenía fe “en el insigne líder, doctor Fidel Castro, que será el hombre con capacidad y prestigio para encauzar los destinos de la patria”.

El último orador fue Fidel Castro. Y, en la parte inicial de su discurso, dijo algo en que la historia de los últimos 50 años le ha dado toda la razón. “…este es un momento decisivo de nuestra historia. La tiranía ha sido derrocada. La alegría es inmensa. Sin embargo, queda mucho por hacer todavía. No nos engañemos creyendo que en lo adelante todo será fácil, quizás en lo adelante todo será más difícil. Decir la verdad es el primer deber de todo revolucionario, engañar al pueblo despertándole engañosas ilusiones, siempre traería las peores consecuencias y estimo que hay que alertarlo contra el exceso de optimismo”.

A la medianoche, concluido el acto, Fidel rehusó quedarse a dormir en Columbia. Se fue para la Habana Vieja, y en un viejo hotel de la calle Monserrate, donde acudía en sus días de estudiantes, pernoctó. Al menos, así lo publicó la prensa de la época.

(Tomado de Cubaperiodistas.cu)




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