"De pensamiento es la guerra mayor que se nos hace: ganémosla a pensamiento" José Martí

jueves, 29 de septiembre de 2011

El presidente Obama se rinde

Paul Krugman

New York Times – Están preparando un trato para aumentar el techo de la deuda federal de EE.UU. Si se aprueba, muchos comentaristas declararán que se ha evitado el desastre. Pero se equivocarán.
Porque el trato en sí, considerando la información disponible, es un desastre, y no solo para el presidente Obama y su partido. Dañará una economía que ya está deprimida; probablemente empeorará, no mejorará, el problema del déficit de EE.UU. a largo plazo; y lo más importante, al demostrar que la extorsión pura funciona sin un coste político, llevará lejos a EE.UU. por el camino al estatus de una república bananera.
Comencemos con la economía. Ya tenemos una economía profundamente deprimida. Es casi seguro que seguiremos teniendo una economía deprimida durante todo el próximo año. Y probablemente también tendremos una economía deprimida durante 2013, si no más lejos.
Lo peor que se puede hacer en estas circunstancias es reducir los gastos del gobierno, ya que eso deprimirá aún más la economía. No escuchéis a los que invocan el cuento de hadas de la confianza y afirman que la acción dura en el presupuesto dará seguridades a las empresas y a los consumidores llevándoles a gastar más. No es así cómo funciona, como confirman numerosos estudios de los antecedentes históricos.
Por cierto, la reducción de los gastos mientras la economía está deprimida ni siquiera ayudará a mejorar en mucho la situación presupuestaria y podría empeorarla. Por una parte, los tipos de interés sobre los préstamos federales ya son muy bajos, de modo que los recortes en gastos harán poco por reducir futuros costes de intereses. Por otra parte, debilitar la economía ahora solo dañará sus perspectivas a largo plazo, lo que por su parte reducirá los futuros ingresos. De modo que los que demandan recortes en los gastos ahora son cómo doctores medievales que trataban a los enfermos sangrándolos, y así los enfermaban aún más.
Y luego tenemos los términos conocidos del trato, que corresponden a una abyecta rendición por parte del presidente. Primero, habrá grandes recortes en los gastos sin un aumento en ingresos. Luego, un panel hará recomendaciones para una mayor reducción del déficit, y si esas recomendaciones no se aceptan habrá más recortes en los gastos.
Los republicanos tendrán supuestamente un incentivo para hacer concesiones la próxima vez, porque los gastos de defensa estarán entre las áreas recortadas. Pero el Partido Republicano acaba de demostrar su disposición a arriesgar el colapso financiero a menos que consiga todo lo que sus miembros más extremos quieren. ¿Por qué esperar que sean más razonables en la próxima vuelta?
De hecho los republicanos seguramente se sentirán envalentonados por la forma en que Obama se repliega permanentemente ante sus amenazas. Se rindió en diciembre pasado prolongando los recortes tributarios de Bush; se rindió en la primavera cuando lo amenazaron con cerrar el gobierno; y ha vuelto a rendirse a escala grandiosa ante la brutal extorsión por el techo de la deuda. Tal vez sea solo yo, pero veo un modelo en estos hechos.
¿Tenía una alternativa esta vez el presidente? Sí.
Ante todo podía, y debería, haber exigido un aumento del techo de la deuda en diciembre. Cuando le preguntaron por qué no lo hizo, respondió que estaba seguro de que los republicanos actuarían responsablemente.
E incluso ahora el gobierno de Obama podría haber recurrido a maniobras legales para soslayar el techo de la deuda, utilizando una de varias opciones. En circunstancias normales habría sido un paso extremo. Pero ante la realidad de lo que está sucediendo, es decir una burda extorsión por parte de un partido que, después de todo, solo controla una cámara del Congreso, habría sido totalmente justificable.
Por lo menos el señor Obama podría haber utilizado la posibilidad de una carrera final legal para fortalecer su posición en la negociación. En su lugar, sin embargo, excluyó todas esas opciones desde el comienzo.
¿Pero habría preocupado a los mercados la adopción de una posición dura? Probablemente no. De hecho, si yo fuera un inversionista me sentiría reconfortado, no desalentado por una demostración de que el presidente está preparado y dispuesto a enfrentar un chantaje por parte de extremistas de derecha. En su lugar, prefirió demostrar lo contrario.
No me malentiendan, lo que estamos presenciando es una catástrofe a múltiples niveles.
Es, claro está, una catástrofe política para los demócratas, quienes hace solo unas pocas semanas parecían haber derrotado a los republicanos en su plan de desmantelar Medicare; ahora Obama lo ha tirado todo a la basura. Y el daño no ha terminado: habrá más puntos de estrangulamiento en los que los republicanos podrán amenazar con crear una crisis a menos que el presidente se rinda, y ahora pueden actuar con la confiada expectativa en que lo haga.
A largo plazo, sin embargo, los demócratas no serán los únicos perdedores. Lo que acaban de lograr los republicanos pone en cuestión todo nuestro sistema de gobierno. Después de todo, ¿cómo puede funcionar la democracia estadounidense si cualquiera de los partidos, totalmente dispuesto a ser implacable, a amenazar la seguridad económica de la nación, logra dictar la política? Y la respuesta es: tal vez no puede hacerlo.

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