Por David Wessel y Paulo Prada
Hace una década, China no era el principal socio comercial ni siquiera de uno de los integrantes del Grupo de los 20 (G20), integrado por las principales economías desarrolladas y emergentes. Hoy es el principal socio comercial de seis de ellas (Australia, Japón, Corea del Sur, India, Rusia y Sudáfrica), ha sustituido a Estados Unidos como el principal destino para las exportaciones de un séptimo (Brasil), y se ha vuelto en un socio cada vez más significativo para el resto.
"Cuando alguien escriba la historia de nuestra época dentro de 50 o 100 años es poco probable que haga hincapié en la Gran Recesión de 2008 o el problema fiscal que Estados Unidos enfrentó en la segunda década del siglo XXI", afirma Lawrence Summers, el economista de la Universidad de Harvard y ex secretario del Tesoro de Estados Unidos. "Tratará de cómo el resto del mundo se ajustó al movimiento del eje de la historia hacia China", remató.
El crecimiento de China se siente hasta en los rincones más recónditos del mundo y de maneras que no siempre son bienvenidas. Su ascenso como una potencia comercial está cambiando los modelos de desarrollo de muchas economías desde las manufacturas a las materias primas, empujando el tipo de cambio en direcciones a veces indeseadas y generando preocupación sobre los salarios en Estados Unidos.
Komatsu Ltd., el mayor fabricante japonés de maquinaria para la construcción, obtenía 2,3% de sus ingresos de China hace una década. Hoy ese porcentaje asciende a 19%. China, asimismo, provee la mitad de la ropa importada y más de dos tercios de los juguetes que se venden en Sudáfrica. A cambio, los consumidores chinos consumen naranjas de Egipto, cacao de Ghana y vino sudafricano.
En Brasil, el insaciable apetito de China por materias primas está cambiando, literalmente, el paisaje. Eike Batista, el hombre más rico del país, está construyendo un superpuerto que costará US$2.600 millones al norte de Río de Janeiro para los gigantescos buques cisterna que navegan hacia China. Brasil y Perú están cerca de terminar una carretera que trasladará productos agrícolas brasileños a los puertos peruanos del Océano Pacífico.
En el caso de los mercados emergentes, sin embargo, los mayores ingresos provenientes del alza de las exportaciones a China genera efectos secundarios que preocupan a algunos.
Brasil y sus vecinos trataron durante años de reducir la dependencia con respecto a Estados Unidos, fortaleciendo a la industria local y estimulando el desarrollo de un mercado regional que proveyera desde energía hasta máquinas lavadoras. Ahora, el auge de las exportaciones a China está alejando a Brasil y otros países latinoamericanos de las manufacturas de mayor valor agregado y haciéndolos volver a los commodities. En 2000, China absorbió menos de 2% de las exportaciones de Brasil. En 2009, la cifra había llegado a 12,5%, de acuerdo con el Fondo Monetario Internacional.
Según datos del gobierno brasileño, alrededor de 80% de las exportaciones brasileñas a China son materias primas agrícolas o minerales, mientras que alrededor de 90% de las importaciones desde China son bienes manufacturados, muchos de los cuales Brasil no puede fabricar igual de baratos que China. "China es un mercado importante, pero Brasil no debería colocar todos sus huevos en una canasta", dice Rubens Ricupero, ex ministro brasileño de Hacienda y ex director de la Conferencia de las Naciones Unidas sobre Comercio y Desarrollo.
En Sudáfrica, bajo presión de los sindicatos, el gobierno pidió el año pasado a China que voluntariamente limitara sus exportaciones textiles a ese país. China se negó. "Si las firmas chinas no le venden a Sudáfrica, le van a vender a otros países que pasarán a ocupar ese lugar", dijo Zhong Jianhua, embajador de China en Sudáfrica.
Alrededor de 30% del comercio chino se realiza con países en desarrollo, por encima del 20% correspondiente a l año 2000, dice el FMI. Pero el grueso del intercambio chino tiene lugar con las economías desarrolladas. China, por ejemplo, representa 25% de las exportaciones de Australia, un salto frente al 4% de hace una década. La demanda de materias primas y el consiguiente superávit comercial, la apreciación del dólar australiano y el alza en las tasas de interés están trastornando la economía, fortaleciendo a las regiones mineras de occidente en desmedro del turismo y de las industrias no mineras.
El ascenso de China, en todo caso, también presenta desafíos a los países desarrollados.
Un tema espinoso es si el auge chino está deprimiendo los salarios en Estados Unidos. Los textos de economía dicen que el comercio favorece a algunos trabajadores y perjudica a otros pero constituye un beneficio neto.
Algunos, no obstante, creen que el creciente peso de China e India y su movimiento hacia productos más sofisticados pueden contribuir a una desaceleración de las alzas salariales en EE.UU. y al ensanchamiento de la brecha entre quienes tienen éxito en el mercado de trabajo y quienes no.
"La economía estadounidense se ha vuelto tan especializada que sus trabajadores menos capacitados ya no pueden competir con los de los países emergentes", dice Robert Lawrence, profesor de Harvard que está escribiendo un libro sobre el asunto
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