Imprimir artículo
© 2013 New York Times
Traducción de News Clips.
Y las personas que se equivocaron por completo resultan ser las mismas que siguen dirigiendo la política económica europea.
Como el economista Jonathan Portes señalaba en su blog, hace ahora más de dos años que Olli Rehn, el comisario europeo de asuntos económicos y monetarios, declaraba que “la recuperación de Europa en la economía real se ha afianzado y se está volviendo autosostenible”.
Rehn sigue en su puesto en la Comisión Europea y nos sigue diciendo que la austeridad empezará a funcionar en cualquier momento. Y no es el único. El equipo de economía de la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económico que en mayo de 2010 nos dijo no solo que Europa necesitaba austeridad fiscal, sino también que la Reserva Federal tenía que subir los tipos de interés antes de final de año para eludir la inflación, sigue emitiendo informes. Y luego están los británicos David Cameron y George Osborne.
Los lectores se quejan a veces por mis frecuentes referencias a las cosas en las que mis amigos y yo acertamos y otros se equivocan. Pero miren, no es cuestión de ego (o al menos, no solo de ego). Los pronósticos ayudan a los economistas a decidir entre unos modelos y otros. Si el mundo ofrece unos resultados que no concuerdan para nada con lo que nuestro marco de trabajo dice que debería haber sucedido, se supone que debemos replantearnos ese marco (como hice yo, por ejemplo, después de equivocarme respecto a los tipos de interés en 2003).
Como el economista Jonathan Portes señalaba en su blog, hace ahora más de dos años que Olli Rehn, el comisario europeo de asuntos económicos y monetarios, declaraba que “la recuperación de Europa en la economía real se ha afianzado y se está volviendo autosostenible”.
Rehn sigue en su puesto en la Comisión Europea y nos sigue diciendo que la austeridad empezará a funcionar en cualquier momento. Y no es el único. El equipo de economía de la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económico que en mayo de 2010 nos dijo no solo que Europa necesitaba austeridad fiscal, sino también que la Reserva Federal tenía que subir los tipos de interés antes de final de año para eludir la inflación, sigue emitiendo informes. Y luego están los británicos David Cameron y George Osborne.
Los lectores se quejan a veces por mis frecuentes referencias a las cosas en las que mis amigos y yo acertamos y otros se equivocan. Pero miren, no es cuestión de ego (o al menos, no solo de ego). Los pronósticos ayudan a los economistas a decidir entre unos modelos y otros. Si el mundo ofrece unos resultados que no concuerdan para nada con lo que nuestro marco de trabajo dice que debería haber sucedido, se supone que debemos replantearnos ese marco (como hice yo, por ejemplo, después de equivocarme respecto a los tipos de interés en 2003).
Y el hecho es que un marco de trabajo más o menos keynesiano –un marco que dice que la austeridad en una economía deprimida es una idea terrible- ha dado pie a predicciones bastante buenas durante la crisis, mientras que las historias anti-keynesianas que se convirtieron en creencia generalizada en Bruselas y Fráncfort han dado pie a lo que ha resultado ser una impresionante trayectoria de fracasos predictivos.
Pero los dirigentes europeos parecen decididos a no aprender nada, lo que hace que esto sea más que una tragedia; es una atrocidad.
La idea zombi del 90%
El economista Mark Thoma me señalaba hace poco un artículo en Quartz escrito por Miles Kimball y titulado Las cosas en las que Paul Krugman se equivocó en relación con la economía de Italia. Así que me pregunté cuáles eran los hechos importantes respecto a los que me había equivocado; pero para gran decepción mía, todo lo que encontré fue otra invocación más de la afirmación de los economistas de Harvard Carmen Reinhart y Ken Rogoff de que cuando la deuda llega a aproximadamente el 90% del producto interior bruto pasan cosas malas.
Pero verán, ese no es un resultado confirmado. Es una correlación; pero igualmente podría ser el reflejo de un camino que va desde el crecimiento lento hasta la deuda elevada, o desde otros factores como la disfunción política e institucional hasta el crecimiento lento y la deuda elevada.
Esta última posibilidad se vuelve especialmente convincente cuando uno analiza la lista completa de los países avanzados que han superado el supuesto umbral del 90% en los últimos 50 años: Japón, Italia, Bélgica y Grecia. Esa es. De modo que sí, Japón e Italia tenían una deuda elevada y un crecimiento lento, ¿pero realmente pretenden decir que la deuda fue la única causante del crecimiento lento, o que la crisis japonesa de los años noventa no influyó nada en el aumento de la deuda? ¿Realmente pretenden decir que la deuda es la única causa de la mala situación de Italia? Si su respuesta a cualquiera de esas preguntas es no, acaban de decir que no creen en los resultados de Reinhart-Rogoff.
¿Pero por qué supone la gente que se trata de un resultado definitivo?
¿Pero por qué supone la gente que se trata de un resultado definitivo?
Eso es evidente. Los intolerantes del déficit acogieron con entusiasmo la afirmación de Reinhart-Rogoff sobre la deuda porque decía lo que ellos querían escuchar. Luego se convirtió en ortodoxia por medio de lo que podríamos llamar el efecto de Scarborough: unas Personas Muy Serias oyeron a otras Personas Muy Serias hablar del supuesto hallazgo, luego ellas lo repitieron y pasó a formar parte de Lo Que Todo El Mundo Sabe (al fin y al cabo, todos aquellos con los que hablaban decían que era cierto).
¿Es la idea de Reinhart-Rogoff un zombi? No del todo; todavía podría ser cierta, aunque yo no lo creo. Pero la idea de que el umbral del 90% sea un resultado seguro, confirmado más allá de toda duda, es sin duda una idea zombi (una a la que han matado repetidamente pero que se resiste a morir).
Y los economistas profesionales, al menos, deberían ser más prudentes.
Y los economistas profesionales, al menos, deberían ser más prudentes.
© 2013 New York Times
Traducción de News Clips.
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Gracias por opinar