"De pensamiento es la guerra mayor que se nos hace: ganémosla a pensamiento" José Martí

miércoles, 20 de agosto de 2014

Contra viento y mareo

Por  Daymaris Martínez Rubio
 
En menos de un año, el “Análisis del Estado de la Ciencia en Cuba”, una radiografía crítica salida de la discusión colectiva, cambia el semblante del debate académico en la Isla llamándole al pan, pan y al vino, vino. Juventud Técnica se suma así a la jornada de reflexión por el Día de la ciencia cubana.

En una época donde pensar para transformar vendría siendo la marca, la Academia de Ciencias de Cuba (ACC) pareciera dar un golpe de cafeína a su instinto, retomar la ruta de su histórico civismoy desperezar la parte que le toca en la conciencia crítica de la nación.

Si hasta abril de 2011 el boceto de los Lineamientos* fue esa bitácora a ratos “incompleta” que la comunidad científica tasó con ojo inquieto, dos años después el protagonismo de los académicos en la actualización de la Política de Ciencia, Tecnología e Innovación (PCTI) de la Isla, no solo es un hecho, sino que deja el debate sobre sus destinos en un estado de agregación casi inédito.

En solo meses, tras un proceso de discusión que puso a humear el suelo con explícitos llamados a “desfosilizar” los mecanismos de participación –concretamente de un canal como la ACC–, científicos cubanos lograron captar la atención de altas esferas del gobierno con lo que mejor saben hacer: rastrear verdades y mostrar evidencias.

El “Análisis del Estado de la Ciencia en Cuba”, unas 80 páginas de un examen redactado a fines de 2012 por acuerdo de la ACC y presentado en octubre último a instancias de la Comisión encargada de implementar los Lineamientos, devino una concienzuda radiografía de huesos donde cada dato contó como una vértebra.

Ahora, a más de medio siglo de la premonitoria frase del líder de la Revolución, Fidel Castro, que situó a la ciencia cubana como un factor de cambio social y político, es claro que los reumas amenazan con relegar esa conquista a escaños muy alejados de su puesto de avanzada en América Latina.

Lo inquietante es que “ya estamos rezagados”, advierte Juan Triana, economista, profesor universitario e investigador del Centro de Estudios de la Economía Cubana (CEEC), quien alerta sobre las dramáticas consecuencias de marchar en sentido contrario al vector del desarrollo.

“Alejarse de la tendencia en un mundo sumamente dinámico significa que el esfuerzo de recuperación se hace sumamente grande y no es posible saltar, ni aun cuando las distancias sean cortas. Porque esas distancias, como los agujeros negros, tienen gran fuerza de atracción”.


Es hora de ir al reencuentro con los planes de formación de nuevos talentos, exhorta el doctor en Ciencias Químicas y joven asociado de la ACC, Roberto Cao Milán (a la derecha), cuyos 30 años parecen un total desafío a la “lógica” de un sistema de superación donde defender un doctorado es como promedio una conquista a los 44. Cao Milán se doctoró a los 26.

La hora del café
 
Si la ciencia es la aventura inspiradora que nos han pintado, si es en serio creación redentora y colectiva, un Pleno** de la ACC deberá ser lo más parecido a un parlamento; y su foro, las tremendas reflexiones cocidas a su fuego, una suerte de oráculo de Delfos que a ningún ser pensante convendría ignorar.

En la Academia hablan las bocas y hablan los silencios; dicen tanto los números como las ironías. Tal vez por eso, cuando a fines de 2012 sus miembros examinaron la más reciente radiografía crítica de la ciencia en la Isla, por instantes, algunas miradas fueron más elocuentes que los verbos.

Reumas. La crisis de los 90 dejó días húmedos y ahora no hay nada de extraño en los achaques de huesos. Sin embargo, no pocos aprecian las ventajas de un enfoque realista de la situación frente al rodeo que caracterizó a la última década.

Para Jorge Núñez Jover, presidente de la Cátedra de Ciencia, Tecnología y Sociedad (CTS+I) de la Universidad de La Habana, lo relevante sería esa “toma de conciencia de la situación compleja por la cual atraviesan las capacidades en materia de ciencia y tecnología. Hasta hace un año había una idea bastante edulcorada de ese asunto”.

Concretamente, “a partir de los debates de los Lineamientos y de las comisiones creadas por diferentes organizaciones, han surgido visiones mucho más objetivas, críticas, pero, sobre todo, equilibradas”, precisa, y añade en tono de ganancia la opción de “mirar de frente la realidad, sin elogios excesivos”.

En uno de sus recientes artículos, escrito en coautoría con Luis F. Montalvo para la revistaEconomía y Desarrollo, el propio Núñez Jover apunta al papel de la discusión colectiva en un proceso que no solo propició la reformulación del 100 por ciento del Capítulo V de los Lineamientos referido a la ciencia y la tecnología, sino que dio lugar a cambios “sustantivos y favorables”.

El debate abierto y masivo habría sido el garante de “un enfoque más integral” que terminó por relacionar la Política de Ciencia, Tecnología e Innovación (PCTI) con aspectos como la participación social, la protección del medio ambiente y el cuidado del patrimonio y la cultura, más allá de los estrictos asuntos económicos, resalta el artículo.

Carlos Rodríguez, vicepresidente de la ACC, percibe que el propio éxito en la acogida del análisis redactado por académicos puede radicar en la suma de esas y otras circunstancias: “Es un informe oportuno; es decir, llega en un momento en que todos estos temas están sobre la mesa –durante muchos años estuvieron debajo de la mesa– y se produce en un momento en que se discuten estas cosas. Este mismo informe, mucho tiempo antes o después, no habría tenido el efecto que está teniendo”.

De un salto llega a la oficina, lanza la maleta, enciende la PC y jadeante se sienta y suelta como un dardo: “Ajá, ¿de qué hablamos?”. Su velocidad no parece de humanos. ¿Es así todo el día? Es así todo el día. Pero, ya…, ya está acostumbrado.

Desde hace par de décadas, Agustín Lage Dávila es uno de los artífices de esa lección para escépticos que ha sido la biotecnología en la Isla. “Industria que es hoy un fenómeno esencialmente norteamericano, ni siquiera de todo el primer mundo”, aclara, pero donde “la experiencia cubana (muy particular, muy endógena) tendría algo que decir”.

Escucho al director del Centro de Inmunología Molecular (CIM) sobre una de esas mesas que evocan la tabla redonda de Camelot. De hecho, parte de su más reciente libro “La economía del conocimiento y el socialismo” (Academia, 2013) ha nacido aquí, del debate con su equipo de trabajo y para probarlo invita a seguirlo en una sencilla cuenta:

“Veinte años de construcción del Polo Científico. Cada año tiene 50 semanas y, cada semana, dos o tres reuniones de análisis de diferentes cosas. Empieza a multiplicar la cantidad de ideas que se revuelven en esos debates. De ahí, vas destilando regularidades”. Así de científico.

Metido hasta los tuétanos en el estudio de la economía del conocimiento (EC), en Cuba no solo es referencia obligada, sino una marca reconocible sobre piedras de Rosetta que un día valdrán oro para los historiadores; entre ellas, el “Análisis" de la Academia de Ciencias de Cuba (ACC), donde el llamado a reforzar la conexión ciencia-economía, en parte, es una idea tramada en su cabeza.

¿De dónde la sacó? De Fidel y la experiencia del Polo, dice. También Alvin Toffler le ha servido de aguijón. ¿Por lo del colapso socialista y el futuro? Sí (risas), por esos retos también; y porque “en eso se equivocó y la prueba es el éxito de la biotecnología en Cuba”.

Frente a la tesis del sociólogo norteamericano Alvin Toffler sobre la “colisión” socialismo-futuro, el científico cubano Agustín Lage antepone la evidencia del éxito de la biotecnología en Cuba y apuesta que la conexión ciencia-economía no solo “funciona en el socialismo”, sino que lo hace “mejor que en la economía de mercado”.

La manera en que se lo ha planteado es esta: “Aunque frecuentemente divulgada y comprendida en sus impactos médicos y científicos, esa experiencia es esencialmente socioeconómica”.

Ese, subraya, “es el aporte fundamental del Polo Científico a la actualización del modelo económico”; y la importancia de insistir en su captura es que no ha sido totalmente comprendido. “Gente que incluso nos aprecia dice: ‘es que los científicos de ahí son brillantes’. Y, bueno, tú les respondes: ‘muchas gracias, pero esa no es la esencia del problema, gente brillante hay en todas partes’.

“La idea fundamental es que el análisis retrospectivo del despegue económico del Polo nos está demostrando que el fenómeno de integración de ciencia dentro del mundo empresarial funciona y puede funcionar en nuestro contexto, a pesar del carácter insuficientemente desarrollado de nuestra economía, a pesar de las hostiles relaciones internacionales…”. Y no es privativo del Polo, insiste. “No”.

Recuerda que, hacia 2009, un editorial de la revista “Nature” llamó a la industria biotecnológica cubana “la más establecida en el mundo en desarrollo”; hoy, consideraría una pérdida ver ahí solo una “excepción” con impulso gubernamental.

“Si hacemos eso, nos perdemos el aprendizaje. Por supuesto, hubo respaldo del gobierno y personalmente de Fidel.

“Realmente después de pasados los primeros años ya el Polo empezó a darle al país más dinero del que recibió. El CIM, por ejemplo, se fundó en 1994 y yo diría que en cinco años se produjo una transición a la rentabilidad. Todavía una transición pequeña: las exportaciones en el orden de los millones empezaron en 2003-2004, eso más o menos es así en todas partes. Si tomas a GENENTECH, la empresa norteamericana más exitosa en biotecnología, verás que demoró ocho años para transitar a la rentabilidad. Porque esa transición demora. ¡Pero lo interesante es que aquí se logró!”.

Ahora, lo importante es reconocerlo, enfatiza; lo mismo que afrontar el daño del Periodo Especial a la actividad científica que quedó fuera de esa sombrilla. “Ese es un tema que tenemos que resolver”. Y tan vital como asuntos de vivienda o transporte, piensa.

Luego, si le preguntan por par de sugerencias, remite a los “dos grandes mensajes del informe de la ACC: por una parte, extender la experiencia de una Empresa de Alta Tecnología (EAT) a todos los sectores de economía de la ciencia donde sea posible, y por otra, recuperar un respaldo prioritario a la ciencia que se hace fuera de ese sector (en universidades y otras instituciones)”.

Pero el marco referencial ha despertado ya reacciones diversas. De un lado, quienes ven un “ejemplo esclarecedor” de exitosa conexión ciencia-economía, y de otro, quienes lo consideran demasiado sintético.

“Por supuesto, estoy de acuerdo con que el impacto del conocimiento en la sociedad desborda la alta tecnología. En el análisis de la ACC estamos concentrados solo en un pedazo. Si piensas como científico, para profundizar algo en un tema tienes un poco que aislarlo”. Pero, las diferencias solo logran animarlo. Porque debatir es su método favorito y porque hasta ahora no ve “nada contrapuesto; solo esferas concéntricas”.

El concepto donde los senderos se bifurcan

Después de un tiempo casi ausente de los mapas conceptuales, la perspectiva de una ciencia “solucionadora de problemas” pareciera retornar a ­escenarios de discusión (políticos, académicos) e, ­incluso, quedarse y hacer sobremesa.

Jorge Núñez Jover, presidente de la Cátedra de Ciencia, Tecnología, Sociedad e Innovación (CTS+I) de la Universidad de La Habana y un imprescindible analista de estos temas, observa, sin embargo, un peligro potencial en la asimilación acrítica de conceptos (como EC), cuyas limitaciones suelen ser pasadas por alto frente al “atractivo” de su discurso.

“Si usted les dice a los decisores que el futuro de la ciencia en Cuba está muy comprometido, que la curva demográfica es negativa, que el país carece de grandes recursos, y que ¿de qué va a vivir el país?, pues que el país va a vivir del conocimiento.

“Y que, fíjense, además, en cómo el número de investigadores ha descendido, cómo el de patentes es desfavorable, cómo el sector empresarial no innova, cómo los centros de investigación han tenido una obsolescencia creciente en su capacidades tecnológicas, y cómo es importante el éxodo de cerebros (tanto hacia el exterior como hacia el sector no estatal para buscar alternativas de vida)…

“Si usted mira todo eso, las palancas de la economía cubana están comprometidas. Entonces, ¿qué quiero decir con esto? Que hay un discurso sobre EC atractivo y persuasivo para los decisores. Y ahí está su fortaleza”.

Tampoco se trata de un discurso gratuito, aclara Jover, y apunta que “se basa en los avances indudables en áreas como la Biotecnología”, pero no está libre de limitaciones asociadas al concepto de EC. “Por una parte, está muy centrado en la experiencia del Polo del Oeste de La Habana —donde la relación ciencia-economía está fuera de discusión—; por otra, suele asociarse con la alta tecnología.

“Sin embargo, el panorama de BioCubaFarma no es homogéneo. Allí no todo es EAT. ¿Qué pasa?, que si el conocimiento relevante para el desarrollo se asocia solo a alta tecnología —que es la visión que parece subyacer al discurso de algunos compañeros cuando piensan en EC—, entonces, tenemos una perspectiva muy limitada del papel del conocimiento en el desarrollo”.

Aunque, esencialmente de acuerdo con el enfoque de “los brillantes textos” de Agustín Lage —referencia que a menudo incluye en sus propios trabajos—, Núñez Jover prefiere hablar en primera persona de Desarrollo Social Próspero y Sostenible basado en el Conocimiento (DSPS).

Esa perspectiva, argumenta, incluye “una economía fuertemente intensiva en conocimiento, pero, en cualquier ámbito: sea alta, mediana o baja tecnología; sea un sector atrasado o adelantado; sea para hacer agroecología u organismos genéticamente modificados, para el diseño de políticas públicas, la administración o la gestión educacional. Para todo eso hace falta mucho conocimiento y mucha gente preparada… En suma, no todo es economía”.

La pertinencia del concepto DSPS, añade, tiene la virtud de valorizar todo tipo de conocimiento: “Incluye las ciencias sociales, humanidades, conocimiento tradicional; enfatiza el papel de la educación a todos los niveles, etc. Es decir, apunta a una ecología de saberes a una visión integral de la función social del conocimiento. A mi juicio, nuestro país necesita mucho de eso. Necesitamos una vigorosa política social que promueva la producción, distribución y uso del conocimiento, no solo de algún conocimiento y para ciertos usos particulares”.

Colocada frente al concepto de Economía del Conocimiento, la opción del Desarrollo Social Próspero y Sostenible basado en el Conocimiento, poseería “mayor potencia epistemológica para conducir nuestra ‘política del conocimiento’”, sostiene Núñez Jover. (Foto: D.M.R).

Su insistencia es que el enfoque al uso de la EC la recorta a solo una de las variables, la económica, y la razón por la cual le parece un imposible es que “están descartadas las teorías que dicen que crecimiento económico empuja al resto de la sociedad”.

Y sí, de acuerdo con las esferas concéntricas. Su propia opción, insiste, “no es un discurso contra la EC”, sino un intento de “colocarla en una perspectiva más amplia, donde la relación de la ciencia con la política, con la cultura, con la ética, con los valores, es imprescindible si quieres construir un modelo ­distinto del que construyen otros países, por ejemplo”.

Economía del saber; saber de la economía

En el capítulo quinto de “Cuba: Hacia una estrategia de desarrollo para los inicios del siglo XXI”, Juan Triana, reconocido economista, profesor universitario y especialista del Centro de Estudios de la Economía Cubana (CEEC), se toma un tiempo para una “aclaración necesaria”.

“El término EC es en sí mismo sumamente controvertido”, señala, y hace que notemos su “aparente neutralidad” plagada de matices, “que van desde la hiperbolización del papel del conocimiento en el avance hacia el desarrollo”, hasta “interpretaciones que le niegan o más bien subordinan casi de forma absoluta sus impactos en el desarrollo a los determinantes socio-políticos de los diferentes países”.

Pese a las obvias limitaciones del concepto (cita también a Núñez Jover), Triana resalta que existe consenso en cuanto a su utilidad para entender relaciones entre conocimiento, crecimiento y desarrollo económico, especialmente en el estudio de procesos de transformación ocurridos en la Isla desde 1990. Por ese camino, no tiene dudas: la economía basada en el conocimiento “es realmente decisiva” para el futuro del país.

Un buen punto de referencia, sugiere, serían las nuevas y “diversas” condiciones de vida económicas y sociales creadas con la aprobación de los ­Lineamientos en abril de 2011. Con lo cual, aceptar lo “diverso” ofrece un mundo de posibilidades que, al mismo tiempo, requiere de “un nuevo y mejor manejo de las políticas para generar, diseminar y aprovechar ­eficientemente el conocimiento imprescindible en las aspiraciones de crecimiento y desarrollo del país”.

Políticas de todo tipo, no estrictamente económicas, sugiere. Propósito que, camino a la llamada Ley de Ciencia en Cuba, prevista para 2015, obliga a perfeccionar los canales de participación, desde organizaciones políticas, hasta la sociedad en general. En medio del actual proceso de reordenamiento en la ciencia, por ejemplo, no solo parece oportuno, sino necesario.

Pero, ¿qué peligros entrañaría la asimilación maquinal de conceptos? Según Triana, una amenaza estaría en la pérdida de oportunidades: “Se tiene el prejuicio de que la EC se reduce única y exclusivamente a los sectores de muy alta tecnología… Pero, esa idea es errónea”.

Hay otras maneras de pensarla —explica— y una de ellas es la incorporación acelerada del conocimiento generado dentro de un mismo sector para utilizarlo en la mejora de la productividad y los procesos tecnológicos complejos. Ocurre con los llamados upgrade (mejora de procesos), que permiten generar puestos de trabajo cada vez de más alta calificación y demanda creciente hacia el sector formador de científicos.

Un caso paradigmático, según ilustra, fue la industria azucarera cubana. “Aunque nos parezca hoy increíble, Cuba logró (en los años 80) pasar de la producción de azúcar a la exportación de centrales". Se produjo el llamado upgrade: "aprovechando una cultura —que lamentablemente después destruimos— y convirtiéndola en algo más complejo: productos y servicios de mayor complejidad tecnológica. Si eso no es EC, entonces nada lo es”.

El cambio tecnológico no siempre equivale a beneficios, pero, bien tasada su componente social, resulta decisivo para el desarrollo. En la foto, vista antigua del Jesús Rabí (Calimete), hoy, un “central de nuevo tipo” luego de importantes inversiones tecnológicas en 2011 —traducidas en mejoras del entorno laboral, el rendimiento, la productividad y los salarios mensuales (superiores a los tres mil pesos) —. (Foto: Reinier Dávalos en: http://arestuche.files.wordpress.com).

Cambiar no puede ser lujo

Ahora mismo, la primera tentación es preguntarse ¿cómo imaginar el despegue de una economía cubana basada en el conocimiento si, tomando en cuenta su andamiaje teórico, no basta con el saber repartido entre todos cuando Internet es semi-real, los progresos tecnológicos son semi-verdaderos y escasean las formas innovadoras de producción; entre otras razones, porque escasea la innovación?

Frente a esa compleja realidad, la empresa luce como una abuela nostálgica. “Es paradójico —lamenta Triana— porque este es un país que sobrevivió gracias a la innovación de su clase trabajadora de los años 60. Y porque fue una cultura que Ernesto Guevara en su época de ministro de Industrias intentó expandir. Entonces, es paradójico —o macondiano— por qué hemos ido caminando al revés en esa filosofía”.

Algunos, añade, no olvidarán aquella frase de “Obrero, construye tu maquinaria”. Ser consecuentes con ese legado, afirma, pasa por insistir en la necesidad de políticas especiales que posibiliten un salto cualitativo, un avance del país.

Para el joven economista Guillermo Andrés Alpízar, especialista del Centro de Investigaciones de la Economía Mundial (CIEM), si existe algo estratégico, esto es la innovación. “Y cuando digo innovación, incluyo el rol que en ella tiene la ciencia y la tecnología. No se trata de obtener un gran invento todos los días: es preciso responsabilizar a las personas con el cambio, crearles la cultura de innovar permanentemente. Innovar es una forma de mejorar, de utilizar el conocimiento en función del desarrollo. Para eso, hay que crear un marco institucional adecuado que atienda las particularidades de la ciencia y tecnología que necesitamos”.

Modernizar las visiones camino al desarrollo soste­nible pasa por el aprovechamiento de todas las po­tencialidades. Una propuesta del académico Augusto González es emplear la capacidad de la UCI en la administración de una Intranet Nacional de Ciencia apoyada en el cableado de fibra óptica ya existente. (Foto:http://humanos.uci.cu

No obstante, otra vez, es un asunto a encauzar desde los conceptos, acentúa Núñez Jover. Partir —como sucedió en los 90— de la ciencia como motor de la innovación, “es un enfoque inadecuado; el motor de la innovación es el aprendizaje y la ciencia representa solo una parte del asunto.

“Con la Política de Ciencia, Tecnología e Innovación (PCTI), el CITMA sigue siendo el que maneja la ciencia, y yo me pregunto ¿quién tiene que ver con la innovación en Cuba? Es un tema transversal y ese ministerio no puede manejarlo; lo máximo que puede hacer es seguir impulsando la contribución de la ciencia a la innovación. Pero, insisto, no solo proviene de la ciencia. El Ministerio de Educación Superior, por ejemplo, es igual de importante para el tema”.

Innovar, invertir. Las voces provienen de todas partes. Es lo que han hecho las economías emergentes en el mundo; es —según sugieren los miembros de la ACC en su Análisis—, lo razonable.

De hecho, una prórroga de la inversión en tecnología pondría en jaque el esfuerzo en la instrucción del potencial humano: la obsolescencia del entorno laboral (no solo) descalifica, según se deduce de “Contribución de la fuerza de trabajo calificada al crecimiento económico en Cuba”, un estudio de la economista Yordanka Cribeiro, ponderado durante el proceso de actualización en la Isla.

Cribeiro no solo hace notar el peso de la emigración y la maltrecha política salarial en la pérdida de fuerza calificada (joven, sobre todo), sino que revela sus nexos con el retraso y la composición del entorno tecnológico en ambientes productivos evaluados de “deficientes” por más del 30 por ciento de los participantes en una encuesta citada por la autora.

Frente a ese duro matiz, la Empresa de Alta Tecnología solo podría parecer lo que es: una clara opción (aunque no la única) sobre la restringida paleta de los restauradores del mural proletario de la ciencia en Cuba. Que funcione depende ya de todos; no solo de académicos comprometidos.

Voltear para bien la realidad, es precisamente uno de los propósitos de la actualización de la PCTI en Cuba que, con buena mar, deberá arribar en 2015 con la llamada Ley de Ciencia, según trascendió en un debate sostenido por parlamentarios el pasado diciembre. Pero, voltear y no zarandear que con eso de “cambiarnos” las mentes conviene mucho recordar al “mago” Einstein: “nuestra forma de pensar genera problemas que la misma clase de pensamiento nunca logrará resolver”.

Carlos Rodríguez, vicepresidente de la ACC, defiende la necesidad de enfoques diversos frente al obstáculo de “una burocracia fuerte, con vocación de uniformarlo y controlarlo todo”.

Una segunda razón –sugiere– podría estar en el “esfuerzo” por que el diagnóstico sobre el Estado de la Ciencia en Cuba estuviera en lo posible avalado por datos. “Duros y claros”, subraya. “De manera que puede estarse de acuerdo o no con el análisis que se hace de las causas, pero el fenómeno está claro”.

Mas, ¿qué encontraron los académicos en el cuestionable sésamo del sistema estadístico cubano? De entrada, no fue posible disponer de datos acerca del porciento de investigadores que posee un doctorado en Cuba; pero otras cifras indican que, en casi todas las especialidades, la proporción del número de doctorados defendidos cada año respecto al total de investigadores va siendo mucho más baja y próxima a la media latinoamericana (muy alejada a su vez de los países más avanzados).

Pero, esa realidad es solo una flecha. Justo debajo de la alfombra las capacidades humanas en Ciencia y Tecnología (C y T) se diluyen por el caño de la emigración (hacia afuera o hacia el sector no estatal); mientras una paradoja condiciona lecturas contradictorias del índice de desarrollo humano modificado por la propia C y T.

Cuestión de perspectiva, alega Triana. “Cuando hasta 2004 se iba a los grandes números, se encontraba un gran contrasentido: Cuba, comparada con otros países, tenía un índice de desarrollo humano modificado por la ciencia y la tecnología sumamente alto para su nivel del PIB y rebasaba en mucho a los que tenían ese mismo número. Una manera de leerlo es: produciendo muy poco, teniendo muy poca capacidad económica, había logrado generar muchos científicos. Esto es verdad y tiene una explicación.

“Pero, es solo una manera de enfocarlo. Hay otra, que es mirar el vaso de agua medio vacío: Cuba con tantos científicos, con tanto desarrollo de capital humano, apenas logra producir. Produce tan poco como un país que tiene la mitad de su capital humano. ¿Qué nos está diciendo esto? Que se está desperdiciando ese capital”.

Un David “pequeño y débilmente conectado”
 
El pasado octubre, a menos de un año de su primera versión de diciembre de 2012, el “Análisis del Estado de la Ciencia en Cuba” había arribado por fin al Consejo de Ciencia y Tecnología de la Comisión Permanente de Implementación de los Lineamientos. Buena acogida…, anotó en sus apuntes el físico Carlos Rodríguez, persuadido de que el mensaje que acababa de exponer, en nombre de centenares de académicos, era un cuadro en parte conocido.

Parecía natural, piensa Rodríguez, porque el informe de la ACC no es aislado; coincide con una labor desplegada en todo el país y muchos temas se solapan. “Por ejemplo, los de la fuerza de trabajo calificada, del éxodo, de las condiciones de trabajo, de las dificultades con Internet…, salen en muchos contextos”.

Tampoco parecía exclusivo el “panorama contradictorio” descrito en un documento que relaciona, por un lado, la probidad de las conquistas, y por otro, la amenaza inminente a su permanencia. Esa misma realidad podría encajar como un guante en diversidad de ámbitos de la vida social y económica del país.

Sin embargo, existen aspectos donde hablamos de un texto curiosamente revelador: contrario a la creencia común, el sistema de ciencias cubano no es ese sólido (y deseado) tejido de araña, sino un David “pequeño y débilmente conectado”.

Pequeño, explica el informe, atendiendo a la dinámica decreciente de variables como: capital humano, financiamiento, impacto económico, patentes e, incluso, publicaciones (las cuales, pese a experimentar una tendencia al alza, crecen muy lentamente en comparación con la media latinoamericana). Y débil, por sus conexiones, no solo a su interior, sino también con el tejido empresarial, la educación, la ciencia internacional, y, lo que parece aún más llamativo, los procesos de toma de decisiones en el país.

Entre las causas, los académicos identificaron un rosario de escollos: unos, históricos y externos, como el obsoleto (pero pesado) fardo del bloqueo impuesto por el gobierno de Estados Unidos a Cuba; otros, lamentables achaques caseros, como el retraso tecnológico o las deterioradas condiciones de trabajo y de vida.

“Las limitaciones objetivas en el uso de las TICs y muy especialmente en la conectividad y acceso a Internet, constituyen en este momento un freno mayor al desarrollo y la efectividad de la Ciencia y Tecnología cubanas y a su contribución a la sociedad”, alerta el informe de la ACC.

Subyacen, obviamente, las dificultades del Periodo Especial y su “efecto diferido” sobre la actividad de ciencia y tecnología (ACT), las cuales, durante 20 años han simbolizado un duro mazazo a las condiciones materiales para la investigación científica “con excepción del sector de la Biotecnología”.

Para la lectura del recuadro, sugieren académicos cubanos en su Informe, debe tenerse en cuenta que muchos países emisores son también grandes receptores y poseen mayor población que Cuba. Para la Isla estas “pérdidas” tienen una “expresión crítica” en algunas disciplinas, destacan. 

Pero, cuando el examen apunta a los efectos sobre ese “relevo crecido en un contexto ‘de resistencia’ más que ‘de desarrollo’”, a Melquiades de Dios, veterano científico y profesor universitario, nada le parece más cercano al insomnio. “Si como apunta el documento, la productividad científica depende de esa generación de entre 25 y 45 años, y esos jóvenes se van y los viejos nos estamos jubilando…, en el medio, ¿qué tenemos? Incertidumbre. Y todos sabemos que sin relevo no hay nada…; ciencia mucho menos”.

Melquiades de Dios junto a sus alumnos del cuarto año de la carrera de Física. “Todavía ‘con la casa a cuestas’”, dice, más de siete años después de iniciadas las obras de reparación de uno de los más influyentes espacios formadores de potencial científico en Cuba: la facultad de Física de la Universidad de La Habana.

La reacción, sin embargo, ha sido alentadora, aseguró Rodríguez al Pleno reunido el pasado 16 de noviembre. “Ahora se nos está pidiendo más, la demanda es sobre todo de sugerencias, todas las posibles y lo más concretas”, de modo que los encargados de implementar la nueva organización de la ciencia puedan pertrecharse de un buen arsenal.

“Lo primero que tiene que haber es una visión de país”, subraya Juan Triana, y su impresión es que esta vez lo estaríamos alcanzando. “Soy de los que piensan que el futuro no se construye proyectando el pasado hacia adelante, sino construyendo el futuro y halando el presente.

“Hay que pensar que Cuba ha ido venciendo etapas y que hoy estamos en una diferente. El mundo es muy diferente. Por lo tanto, un país que además depende del mundo, y no al revés, tiene que ubicarse dentro de la concepción de que tiene que construirse un futuro y no dejar que se lo construyan (otros), que es muchas veces lo que sucede”.

No en balde, Sun Tzu, en El Arte de la Guerra, uno de los más brillantes manifiestos sobre estrategia de todos los siglos, calificaba de “forzoso” el buen manejo de un estado de excepción, donde “no reflexionar seriamente sobre todo lo que le concierne es dar prueba de una culpable indiferencia en lo que respecta a la conservación o pérdida de lo que nos es más querido”.

Por fortuna, una rápida ojeada al “Análisis del Estado de la Ciencia en Cuba”, persuade de la oportunidad y urgencia de ser creativos, especialmente si, tomando en cuenta los estados virtuales de guerra, “nunca es beneficioso para un país dejar que una operación militar se prolongue por mucho tiempo”.

Todos los métodos y ninguno 
 
Una de las más poderosas conclusiones del informe pasa sin lugar a dudas por la centralidad del tema financiero. Que la ciencia y la tecnología en Cuba son “insuficientemente” financiadas –“especialmente, en relación con el potencial humano creado y el desarrollo tecnológico alcanzado, con muy bajo aporte del sector empresarial, débil financiamiento externo y mecanismos muy pocos ágiles para el uso de los recursos financieros disponibles”-, no es noticia. 
 

Según destaca el Informe de la ACC, “un posible apoyo al financiamiento de la ciencia pudieran ser los proyectos y donativos internacionales, que resultan vitales para muchos países”.

En el citado artículo “La política de ciencia, tecnología e innovación en la actualización del modelo económico cubano: evaluación y propuestas”, Jorge Núñez y Luis F. Montalvo explican que el gasto en I+D, en franco declive a partir de 1995 (con una media del 0,52 por ciento del PIB inferior a su similar en Latinoamérica), ha permitido “básicamente pagar salarios y cubrir gastos en moneda nacional, pues el financiamiento en divisas es escaso”.

Y añaden que, en Cuba, donde el Estado financia el 95 por ciento de la ACT, es llamativo el escaso porcentaje de participación de las empresas en el financiamiento de I+D, algo impensable hoy para la lógica económica de un mundo donde definitivamente la Isla aspira a insertarse.

Para Hugo Pérez, uno de los cubanos miembros de la Academia Mundial de Ciencias para el Mundo en Desarrollo (TWAS), hablar de definiciones es hoy perentorio: “La ciencia es un sistema, como la vaca es un sistema. Mucha gente ha pensado en la parte de la ubre; es decir, en la leche que da la vaca; pero poca en que la vaca tiene que comer y que mientras más pasto, más leche, más queso..., etcétera. Hay quien entiende que no, que la vaca lleva una dieta y así se han frenado investigaciones.

“Son concepciones muy particulares de la ciencia”, dice, pero sostiene que merece la pena que el país se plantee la idea de financiar toda la investigación posible de manera conjunta. “Con países como Brasil”, es su propuesta y un buen marco de referencia, en su opinión, sería la extracción petrolera. “Nos asociamos para sacar petróleo de aguas profundas, pues vamos a asociarnos para extraer, procesar y utilizar sobre todo el petróleo blanco”, exhorta Pérez.

Aunque una segunda parte de este reportaje intentará profundizar en el tema específico de las rutas y mensajes esenciales que emergen del informe (con fuerte énfasis en la economía del conocimiento), es justo destacar que no existe una declaración explícita sobre la naturaleza de las probables soluciones para el S.O.S financiero.

No obstante, el consenso ha girado en torno a tres fuentes fundamentales: el presupuesto del Estado, el crecimiento de la fracción proveniente de la empresa, y los dineros externos (no solo a través de experiencias binacionales como la que estaría en curso con China).

Esa experiencia podría ser una vía para la entrada de financiamiento externo, explica Carlos Rodríguez, pero insiste en que sería solo “una forma de hacer las cosas” y no la aspiración de un modelo, cuyo éxito siempre estará sometido a las leyes de la probabilidad.

“Soy un convencido de la diversidad de formas de actuación. Incluso, para Agustín (Lage) –a quien tanto admiro, y quien junto a otros compañeros ha construido una empresa de alta tecnología (EAT)–, ese es un modelo de primera magnitud, porque considera que, dentro de la diversidad de formas que pueda haber, la predominante debería ser esa experiencia que ha venido modelando junto a sus compañeros del Centro de Inmunología Molecular (CIM).

La reciente creación del grupo empresarial BioCubaFarma da cuentas de una intención gubernamental por apostar a este tipo de modelo: “Por supuesto, repone Rodríguez, hay que tratar de impulsar(lo) donde existan condiciones para incubar esas empresas; pero, ¿cuántas tenemos hoy y cuántas podremos tener a la vuelta de equis años? ¿Se reduce a eso nuestro arsenal de vías para atraer financiamiento a la ciencia e incrementar su aporte económico?”.

El momento –enfatiza– es de despliegue de inteligencias. “Tiene que haber una política y esta tiene que tener una brújula para saber a dónde queremos ir. Pero ¿cómo? Hay muchas formas diversas.

El debate sobre la actualización de la PCTI en Cuba concierne a la mayoría de los actores de la sociedad. El pasado diciembre, el diputado Yuri Valdés expuso ante parlamentarios cubanos una valoración sobre el reordenamiento de los Centros de Investigación Científica y Tecnológica en el país.

“Nosotros, los cubanos, tenemos una frase de José de la Luz y Caballero que dice: ‘Todos los métodos y ningún método: he ahí el método’. Es decir, mejor no casarse con modelos, sino con objetivos y principios. Que sean pocos, pero que sean sólidos”.

*Tras un intenso periodo de discusión popular, los Lineamientos de la Política Económica y Social del Partido y la Revolución fueron aprobados en abril de 2011.

**El Pleno es el órgano de mayor jerarquía y autoridad de la ACC. Está constituido por los académicos, reunidos en sesiones ordinarias o extraordinarias.


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