Por Marco Antonio Moreno
Pese a los cientos de miles de millones de euros que los bancos centrales han inyectado al sistema financiero, la economía mundial vuelve a instalarse al borde del precipicio. La mezquindades de Alemania y el mortífero austericidio han acorralado a Europa en la trampa 3-D: Desempleo, Deuda, Deflación, dando cuenta que hemos entrado a un nuevo túnel y esta vez mucho más oscuro. El FMI ya está hablando directamente de los serios peligros del estancamiento secular, es decir, de una crisis que se hace omnipresente, se arraiga y se prolonga. Es la “nueva normalidad” del sistema capitalista, que se desangra por los cuatro costados a medida que todos los signos de recuperación se desvanecen.
La crisis griega es nuevamente uno de los grandes focos de tensiones. Porque aunque Alemania minimice los efectos de una salida de Grecia del euro, puede provocar un efecto mucho más devastador que la caída de Lehman Brothers hace siete años. Nadie imaginó en el 2008 que la caída de un banco pequeño como Lehman podría desatar la pandemia financiera que aún cobra víctimas. Lo mismo con Grecia, de ahí que nadie quiera arriesgarse a una salida intempestiva del país heleno que podría hundir al euro en el abismo. Es una amenaza latente que demuestra que el modelo capitalista de los últimos 30 años ha colapsado dado que todos sus signos vitales han desaparecido.
Deflación, Deuda, Desempleo
La deflación sigue avanzando en Europa por cuarto mes consecutivo mientras el desempleo no cede ni cederá hasta 2018 si hay suerte. La deuda se dispara a máximos históricos mientras la mayoría de las principales economías del mundo se preparan para un período prolongado de tasas de crecimiento reducidas, lo que hará aún más difícil a los gobiernos y las empresas disminuir sus niveles de deuda. Además, el alto desempleo reduce el consumo y esto retroalimenta el pernicioso ciclo negativo de más desempleo y menos consumo. En síntesis, las cifras de consumo previas al estallido de la crisis nunca más volverán.
El informe de FMI apunta alarmantemente que la actual crisis en curso puede ser peor que la de 2008 dado el escaso nivel de maniobra que los países tienen actualmente, a diferencia de hace siete años. De ahí que China, en particular, puede sufrir una seria contracción en su crecimiento al tratar de reequilibrar su economía lejos de la inversión y el consumo. La desaceleración de los países emergentes puede ser aún mayor, ante la caída de sus exportaciones de materias primas a China. La producción de los emergentes, que entre 2008 y 2014 avanzaron a un ritmo de 6,5 por ciento anual, puede bajar al 5 por ciento en los próximos años. En los países industrializados, el FMI prevé un crecimiento de apenas el 1,6 por ciento anual de aquí al 2020.
En este contexto de profundo deterioro, muchos países como Canadá, Corea del Sur, Suecia, Australia y China han respondido a las preocupaciones sobre el deterioro de la competitividad comercial mediante la reducción de las tasas de interés en más de lo habitual. Si bien no todos los países pueden devaluar el uno contra el otro, todos los países pueden tratar de "devaluar" sus monedas frente al nivel general de precios en bienes y servicios y esto es lo ha abierto una guerra comercial y de divisas en toda la regla.
Guerra de Divisas
Esto está provocando devaluaciones competitivas con cada país que trata de resolver sus problemas a costa de otro. Más aún cuando los principales bancos centrales se dedican a debilitar sus monedas con el objetivo de obtener alguna ventaja competitiva que nunca llega. La política de empobrecer al vecino no hace más que empobrecer a todo el mundo y así van las cosas: un mundo cada vez más pobre y precarizado. Los planes de austeridad solo han empeorado las cosas potenciando la deflación y el desempleo, y creando una situación económica aún peor, al constituir un freno a la demanda.
Si bien Europa había experimentado una recuperación parcial, que se ha paralizado, hay grandes signos de interrogación sobre lo mucho que la recuperación va a beneficiar a los más afectados por los años de recesión y estancamiento. El desempleo en la zona euro se mantiene en un 11,2 por ciento y la debilidad del crecimiento no va a permitir que este disminuya lo suficientemente rápido como para que las empresas contraten a más trabajadores. Las últimas previsiones del BCE señalan que la tasa de desempleo de la eurozona se mantendrá en dos dígitos, incluso después de que el programa de flexibilización cuantitativa por € 1100000000000 (1,1 billones de euros) se aplique plenamente.
Se estima que hasta finales de 2017, el 10 por ciento del mercado del trabajo continuará sin empleo, impidiendo alcanzar los objetivos de una recuperación completa pensados por la UE. La larga crisis de la zona euro ha sido tan perjudicial, que ha destruido permanentemente la capacidad de la economía para crear puestos de trabajo, incluso si hay rebotes en la demanda. En otras palabras, el desempleo masivo se ha convertido en una característica permanente del actual modelo económico.
Los jóvenes de la zona euro se han llevado la peor parte de la crisis, con tasas de desempleo por encima del 50 por ciento en España y Grecia, y sobre el 40 por ciento en Italia. La frustración en la juventud ante una recesión prolongada hace algo más que crear dificultades económicas: permite desacreditar a las ideologías dominantes para avivar la ira contra las élites políticas y estos efectos pueden durar mucho más allá del punto en el que las cifras económicas muestran una cierta mejora.
Como el retorno al crecimiento sostenido se ve poco probable, cunde la sensación de malestar económico, y en toda Europa existe el temor de que países enteros han vivido más allá de sus posibilidades y tendrán que aceptar un ajuste a la baja permanente en los niveles de vida. En países como Grecia, Portugal e Irlanda, donde el ajuste se llevó a cabo de una manera bastante rápida y brutal, se ha dado lugar a recortes en los salarios y las pensiones nominales. En todos estos países, existe el temor de que las nuevas generaciones vivirán en forma más precaria que sus padres.
El crecimiento de los partidos anti-sistema es un reflejo de la crisis. Esto marca un cambio brusco en la conciencia y un profundo cuestionamiento del sistema capitalista. Lo que está claro es que no hay manera de salir de la crisis con las recetas propias del sistema, más aún cuando es la oligarquía financiera la que controla a los gobiernos. Se requiere cambiar de modelo y de visión y esto no es posible en el corto plazo. El modelo económico instaurado por Thatcher y Reagan desde 1980 está llegando a su fin.
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