Escrito por Katia Siberia García, con fotos de la autora
Como las resacas de menta, como las reuniones estériles y prolongaaaaadas, o como una cola de papa a 39 grados Celsius. Así de horrible es la wifi del día después, sobre todo si tienes a una niña de cuatro años al lado y al otro lado (del mundo) a su padre.
La wifi no da para tanto
Porque una vez que se te ocurra inaugurarle la wifi, sacarle al padre del desierto argelino y ponérselo en la cara es muy probable que, como yo, comiences a quedarte sin respuestas y a confundirte, y a disimular y a convencer (te) de que casi nadie en esta vida está preparado para decir adiós. Y terminas maldiciendo a la wifi que no tienes (o no puedes) y agenciándote un doctorado en economía familiar que te costee la adicción, la eufemística adicción de una vez por semana.
Tú sabes mentir, lo haces perfectamente: estamos bien sin ti, no te preocupes que aquí esto está de maravillas, el sacrificio y la distancia tienen sus recompensas... Pero a los cuatro años no se es tan falso y una niña sí dice quiero que vengas ya, y por qué tú te fuiste, y pega el cachete al teléfono para que le den un beso y choca con la pantalla del Sony, que ni en su generación más avanzada ha logrado trasmitir semejante sensación, a pesar de que, dicen, experimenta con olores y en el futuro podremos olfatear a nuestros seres, vía Internet.
No es ahora, sin embargo, ahora solo lo ve y lo oye, a veces ninguna de las dos, a veces solo una de las dos. La niña te mira y te pregunta por qué en el parque podemos ver a papito y en la casa no, y por qué no vamos todos los días al parque, y por qué, mejor, él no viene pal parque, y que por qué se oye tan bajito (esa es fácil porque le dices que está muy, muy lejos). Y ella no entiende y yo la entiendo a ella.
Para que papito me vea con un camello de "mentirita"
En algún momento nos hacemos muecas tripartitas distendiendo la congoja y llegan esas rachas de dientes por las que yo comería huevo frito toda la semana, solo para pagar el "exceso" de conectividad.
En ese instante bendigo a la wifi e ignoro a la señora contemplativa que creí me diría que esas sandalias, las de maripositas que él le enseñó a la niña, no le iban a servir. ¿Son pa ella, no? hubiera rematado, si se hubiese atrevido a hablar del mismo modo en que observó.
Pero ni siquiera la imprudencia, la incomodidad o los minutos que vuelan me hacen maldecir la wifi, así como también se odia una resaca, la cola y la esterilidad. Solo mi hija, al día siguiente, cuando despierta y me pide el teléfono pa enseñarle a papito un dibujo que se le olvidó.
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