"De pensamiento es la guerra mayor que se nos hace: ganémosla a pensamiento" José Martí

viernes, 12 de febrero de 2016

Claves para entender el encuentro en La Habana entre Francisco y Kirill

Publicado: 12/2/2016


Este viernes 12 de enero de 2016 quedará marcado en los anales de la historia occidental. Luego de casi mil años de ruptura y de rivalidades mutuas, se encontrarán en La Habana el papa Francisco, Obispo de Roma y Kirill, Patriarca de Moscú. Este evento solo posee cierta comparación con el materializado en el año 1964 por el papa Pablo VI y por Atenágoras, Patriarca de Constantinopla, en la ciudad de Jerusalén, que de hecho reactivó los diálogos entre las iglesias de Oriente y Occidente. Catolicismo y ortodoxia aglutinan a un número importante de los creyentes cristianos a nivel global. Además, bajo la guía espiritual del Patriarcado de Moscú se encuentra el grueso de los fieles ortodoxos en todo el orbe (150 millones de fieles, de 200 millones de ortodoxos en total).

El presente texto, más que analizar la importancia que este acontecimiento reviste para el cristianismo –se trata, sin dudas, de un hecho trascendental en este ámbito‒, intentará armar (mínimamente) el delicado rompecabezas teológico-político-diplomático que ha permitido llegar hasta aquí. ¿Qué elementos han cambiado en el actual escenario que han permitido llegar a una triangulación de “entendimientos” entre el Pontificado (en Roma) y el Patriarcado y el Kremlin (en Moscú)?

La desaparición del “socialismo real” en el Bloque del Este, particularmente en los territorios de la antigua Unión Soviética, trajo aparejada una reconstrucción acelerada de la presencia de la Iglesia Ortodoxa en los territorios del antiguo imperio ruso y en Ucrania. En su proyecto de construir una “civilización cristiana” postcomunista, el papa Juan Pablo II esbozó la idea de una Europa “cristiana” que debía respirar por dos pulmones: el cristianismo católico-romano y el cristianismo oriental ortodoxo. Esta convicción lo llevó a buscar contactos y diálogos con las autoridades eclesiásticas ortodoxas en Moscú. Sin embargo, las gestiones diplomáticas de la Secretaría de Estado vaticana y la fuerte retórica de sus discursos a favor de la reconciliación, no fueron capaces de desarmar las suspicacias del Patriarcado moscovita y del Kremlin, ante la manera en que era concebida dicha “reconciliación” por el papa Wojtyla.


El Papa Juan Pablo II, iniciador de este proceso de acercamiento en los últimos años.

Además, su “ser polaco”, estructuralmente crítico y receloso de todo “lo ruso”; su activo rol en la caída del Bloque del Este; y la especial atención brindada por Juan Pablo II al fortalecimiento de la Iglesia Greco-Católica ucraniana (fiel a Roma), luego de la caída del comunismo, fueron murallas infranqueables que bloquearon su deseado encuentro con el Patriarca de Moscú. Desde ese entonces, los católicos ucranianos de rito oriental fueron vistos como una especie de “ejército invasor” en predios que la ortodoxia rusa asumía de su exclusivo dominio. Sin embargo, a pesar de la negativa rusa a recibir al Papa polaco, durante su Pontificado se activaron iniciativas importantes que marcaron el inicio de un camino de diálogo hacia el reencuentro. En el centro de estas iniciativas culturales y diplomáticas ha estado, desde entonces, la figura central del cardenal Walter Kasper.

Durante el pontificado de Benedicto XVI este decidió declinar para sí el título de “Patriarca de Occidente”. El hecho molestó sobremanera al Patriarcado moscovita, pues intuía que tras la decisión del papa Ratzinger se ocultaba el deseo de colocarse desmedidamente por encima del resto de los patriarcas de la cristiandad, presuntamente traicionando los debates teológicos pos-conciliares que otorgaban un rol más horizontal en torno al ejercicio del Primado Romano. En tanto, Moscú hizo pública su gratitud al papa Francisco por solo arroparse con el título de “Obispo de Roma”; sin dudas un modo más inteligente y factible para mirar hacia la cristiandad oriental.

Sin embargo, los años de gobierno de Benedicto XVI no fueron estériles para el acercamiento entre el catolicismo y la ortodoxia. En 2007 quedó instalado en la ciudad italiana de Rávena un grupo conjunto de teólogos católicos y ortodoxos –llamado “Comisión Mixta Internacional para el Diálogo Teológico entre la Iglesia Católica y la Iglesia Ortodoxa”‒, que consensuó un documento base sobre el ejercicio de la primacía universal del Obispo de Roma. Sin embargo, en ese entonces, en Rávena, no participó el Patriarcado de Moscú. Esta ausencia se vio superada en Creta con la incorporación de los teólogos rusos en 2008. Estos procesos de debate y diálogo (ya con los tres principales centros de poder de la cristiandad incorporados: Roma, Moscú y Constantinopla) se prolongaron hasta el año 2010; no sin que hayan dejado de existir arduos debates y, en ocasiones, crispaciones y retrocesos. Pero resulta importante recalcar que, más allá de las tensiones, hubo una ruta de debate teológica e intelectual, que ha allanado los caminos hacia el encuentro en La Habana. Y esta tuvo lugar con la anuencia tanto de Benedicto XVI, como de los patriarcados de Moscú y de Constantinopla. 


Comisión Mixta Internacional para el Diálogo Teológico entre la Iglesia Católica y la Iglesia Ortodoxa, en una de sus sesiones de encuentro.

El ascenso de Bergoglio al ejercicio del Pontificado ha materializado dos transformaciones importantes: 1) ha acometido una reconstrucción del mensaje teológico-político del Pontífice (el Papa antepone la “acogida misericordiosa” a la rigidez de la doctrina y, además, ha realizado una fuerte crítica al sistema capitalista mundial, generador de desigualdades y depredador de “la Madre Tierra”) y 2) ha reconsiderado los públicos hacia los que se dirige el mensaje papal (ya no solo habla a la grey católica y a las élites planetarias, sino también a otros segmentos sociales y a las llamadas “periferias”). Incluso, muchas veces da la impresión de que el mensaje del Papa tiene mayor acogida en las “periferias seculares” que en la órbita católica. Todo ello ha llevado a Francisco a convertirse en un líder indiscutible en la opinión pública mundial que, a su vez, no llega a establecer alianzas estructurales con los principales centros de poder del orbe. Su independencia y no alineación pudieran ser, sin dudas, dos atributos bien valorados por muchos, incluido el Kremlin.

Un elemento de sólida convergencia entre las autoridades eclesiásticas de Roma y de Moscú tiene que ver con la situación de los cristianos en el Medio Oriente, elemento estrechamente vinculado a la desestabilización en la región y a la expansión del Estado Islámico, con su poderosa carga depredadora sobre las comunidades cristianas. En un principio, el Papa solo llamó a “la oración” por los cristianos del Medio Oriente, cuidándose mucho de hacer declaraciones públicas que parecieran llamar a una acción internacional coordinada para “detener” al Estado Islámico. Al pasar el tiempo, es evidente que Francisco optó por hacer hablar a “terceros” con el propósito de explicitar lo que ocurría, para luego dar él un giro leve y delicado que ha llamado a la “movilización internacional” a favor de la paz. Primero, a petición de la Secretaría de Estado vaticana, se pronunciaron los obispos iraquíes, favorables a una intervención militar total sobre el terreno. Acto seguido, el cardenal Jean-Luis Tauran, presidente del Consejo Pontificio para el Diálogo Interreligioso, dio a conocer a la opinión pública mundial un detallado informe sobre las barbaries cometidas por el Califato. Luego, el propio Papa, a su regreso del viaje a Corea, manifestó públicamente que era imperioso “detener al agresor injusto” (1). Esta evolución en la visión papal se ha dado en el contexto de un fuerte diálogo político entre el Papa y el presidente ruso Vladimir Putin, sin que por ello podamos llegar a aseverar categóricamente que este haya sido la “causa eficiente” del giro dado por el Pontífice en este tema vinculado a la geopolítica.

Un tema que pudo haber sido incendiario entre el Vaticano y Moscú es el referente al conflicto en Ucrania, sobre todo si tenemos presente que entre la feligresía greco-católica, fiel a Roma, existe una sólida proyección pro-occidental y anti-rusa. Los obispos, clérigos y fieles ucranianos se han manifestado muy enfadados con el Papa, pues este no se ha pronunciado abiertamente contra la anexión de Crimea, ni contra las operaciones militares rusas en la cuenca del Donéts. La Secretaría de Estado vaticana simplemente hizo una tenue referencia a “la legalidad internacional”, que no recibió ninguna réplica por parte de la Cancillería rusa, ni por parte del Departamento de Relaciones Internacionales del Patriarcado.

Otro elemento a valorar, es la potencial (y casi segura) ayuda, de bajo perfil público, del presidente Raúl Castro y de la Cancillería cubana para facilitar diálogos intensos entre el Papa, el presidente Putin, y el patriarca Kirill. La intervención de Francisco como facilitador en el proceso de restablecimiento de relaciones diplomáticas entre Cuba y Estados Unidos, seguramente debió haber estrechado los vínculos entre Francisco y Raúl Castro, y entre sus respectivos círculos íntimos de colaboradores. Recordemos que el presidente Raúl Castro llegó a Roma para realizar una visita oficial al Vaticano, procedente de Moscú. En aquel entonces, dado que el Pontífice visitaría Cuba, a nadie se le ocurrió pensar que el tema del encuentro entre Kirill y Francisco pudo haber estado también en la agenda de diálogo entre ambos.

Un último elemento que deseo agregar, tiene que ver con el sólido conocimiento de la realidad internacional que posee el patriarca Kirill, quien durante muchos años ejerció el cargo de jefe del Departamento de Relaciones Internacionales del Patriarcado. Otro dato interesante podría ser el influjo del cardenal Walter Kasper en las negociaciones secretas con el Patriarcado. El cardenal Kasper llevó las negociaciones con la ortodoxia rusa durante los pontificados de Juan Pablo II y de Benedicto XVI. Actualmente es uno de los aliados más cercanos al papa Francisco en la Curia vaticana. De hecho, Kasper es uno de los más importantes teólogos católicos alemanes. Su polémica con el cardenal Ratzinger sobre la doctrina moral católica –que data de hace 30 años‒ ha sido revivida recientemente durante las sesiones del Sínodo de la Familia. El Papa lo escogió precisamente a él para justificar teológicamente el proceso de reforma bergogliano que pretende “acomodar” la visión católica sobre la moral teniendo en cuenta las nuevas circunstancias sociales. Estaría por confirmarse su ayuda al papa Francisco en este tema.

El camino que ha conducido a Kirill y a Francisco hasta La Habana ha sido el resultado de una conjunción de varios elementos cruciales: 1) una voluntad ecuménica, que ha transitado por un camino de reflexión y consensos teológicos en torno al rol del Primado de Roma, que ha resultado satisfactorio para ambas partes; 2) el manejo exitoso por el Vaticano de la crisis ucraniana, que no logró convertirse en una muralla para el ansiado encuentro; 3) las convergencias políticas entre la Santa Sede, el Patriarcado y el Kremlin, sobre intereses comunes en el Oriente Medio y en el mundo, 4) la percepción de la élite de poder rusa de que la proyección internacional del Pontificado no colisiona con los intereses geoestratégicos de Rusia; 5) los apoyos discretos, pero eficientes, del presidente Raúl Castro y el aparato de relaciones exteriores cubano, que facilita la convergencia en Cuba de dos figuras religiosas de primer nivel, teniendo como telón de fondo el mismo escenario donde los colombianos negocian la paz, y los cubanos negocian la normalización de relaciones con Estados Unidos; y 6) el propósito compartido por ambos líderes religiosos de potenciar los valores cristianos y hacerlo de una manera apropiada al actual contexto mundial.


Homilia en la Catedral del Espíritu Santo en Estambul. Foto: AFP.

Notas:

1- Una explicación más detallada sobre la evolución del papa Francisco y la Secretaría de Estado vaticana en torno al Medio Oriente puede apreciarse en el texto “Un ejército para la paz. La geopolítica de Francisco”, del vaticanista italiano Sandro Magister. Puede verse en: http://chiesa.espresso.repubblica.it/articolo/1350859

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