"De pensamiento es la guerra mayor que se nos hace: ganémosla a pensamiento" José Martí

martes, 26 de septiembre de 2017

El desestabilizador en jefe


Max J. Castro • 26 de septiembre, 2017



MIAMI. Trump quiere destruir el acuerdo nuclear con Irán. Pero tiene un gran problema. En ese pacto, los iraníes acordaron abstenerse de desarrollar un arma nuclear durante al menos una década, y a cambio se levantarían algunas sanciones contra Irán. Esos son los únicos temas del acuerdo y todos los demás signatarios —China, Rusia, el Reino Unido y, desde hace menos de 90 días, Estados Unidos— han dicho que los iraníes están cumpliendo su parte del acuerdo.

Incapaz de producir pruebas de que los iraníes están desarrollando armas nucleares, Trump ha ordenado a su equipo buscar cualquier excusa para retirarse del acuerdo. Básicamente, Trump está tratando de cambiar las reglas del juego atacando a Irán por cosas que no tienen nada que ver con lo acordado. Los puntos de discusión: el régimen iraní es terrible —rellenar el resto con insultos. El acuerdo fue el peor acuerdo de la historia. Irán es un estado rebelde que patrocina terroristas y apoya a regímenes enemigos como Siria.

Todos estos puntos son irrelevantes. Irán no accedió a cambiar su política exterior, como tampoco Rusia acordó devolver Crimea a Ucrania o que Estados Unidos dejara de combatir a Siria. El acuerdo abarca las armas nucleares y las sanciones, punto.

Luego está el tema que Trump ha utilizado no solo con respecto a Irán, sino también a Corea del Norte, Cuba y Venezuela —dondequiera que Estados Unidos quiere un cambio de régimen y los partidarios más duros de Trump quieren una política estadounidense más belicosa. Ese argumento es que todos estos gobiernos son culpables de la vaga acusación de desestabilización.

La ironía es que Trump es el desestabilizador supremo en el mundo de hoy, siguiendo los pasos y superando a sus precursores desestabilizadores del Partido Republicano George W. Bush y Ronald Reagan. Estos últimos, entre otras atrocidades, libraron guerras ilegales en Nicaragua (Reagan) e Iraq (Bush), y violaron el derecho internacional y de Estados Unidos al perpetrar torturas (Bush).

Bush también se negó a renovar un compromiso mutuo de no agresión entre Corea del Norte y Estados Unidos, alcanzado bajo Bill Clinton, preparando así el escenario para la actual confrontación entre Estados Unidos y Corea del Norte. Reagan y George W. pusieron el listón bien alto para la desestabilización. Trump ahora lo está poniendo mucho más allá.

Empecemos con Corea del Norte. Bajo el presidente Clinton, Estados Unidos llegó a un acuerdo que declaró que ninguno de los dos países tenía intenciones hostiles hacia el otro. George W. Bush se negó a renovar ese compromiso. Este fue el origen de la escalada de la inestabilidad en las relaciones entre Estados Unidos y Corea del Norte. Dada la invasión de Iraq por parte de Bush, cuyo verdadero propósito era el cambio de régimen (no la razón declarada de destruir las inexistentes armas de destrucción masiva), el mensaje a Corea del Norte (así como a Irán) quedó claro. Eliminado un lado del “eje del mal”, ahora quedan dos.

Desde entonces, Corea del Norte (y en menor grado Irán, antes del acuerdo ahora cuestionado) consideró las armas nucleares como una garantía para no convertirse en Iraq 2.0 y 3.0. Específicamente Corea del Norte ha estado llevando a cabo un esfuerzo súper acelerado para producir más y mejores armas nucleares y los sistemas necesarios de envío.

A menudo la retórica norcoreana es grandilocuente e incluso grotesca. Pero en el contexto, la decisión de lograr poseer armas nucleares como el único disuasivo posible contra una repetición de Iraq no es irracional ni extraña. El hecho de que Estados Unidos haga la guerra a países débiles como Granada, Panamá y Nicaragua, pero no contra potentes adversarios con armas nucleares como la antigua Unión Soviética y China, no pasa inadvertido para Corea del Norte.

El hecho de que Donald Trump es George W. Bush drogado y con esteroides, aún más conflictivo, arrogante e ignorante, ha empeorado mucho la situación. El estallido de Trump, los insultos personales y las amenazas apocalípticas —destruir totalmente a Corea del Norte entre otros— refuerza lo que los norcoreanos han creído desde que Bush renunció al acuerdo con Clinton: tarde o temprano, Estados Unidos va a atacar. Con Trump ahora en la Casa Blanca, los norcoreanos creen que el ataque es inminente.

El objetivo principal de las amenazas de Trump de “destruir totalmente a Corea del Norte” y de romper el acuerdo nuclear con Irán no es tanto intimidar a esos países como apuntalar su reducida base en Estados Unidos, agravado por un par de medidas a medias tomadas recientemente con vistas a la racionalidad, específicamente en relación con el bipartidismo, DACA y el límite de la deuda. Pero hacer el juego a los dementes que forman el núcleo duro de la base de Trump en casa, es inherentemente desestabilizador y una forma muy peligrosa de tratar con países como Corea del Norte e Irán. También es ineficaz.

Este análisis también se aplica a la declaración del Secretario de Estado Tillerson de que está considerando clausurar la embajada de Estados Unidos en La Habana. La excusa en este caso es la sospecha de que Cuba está llevando a cabo una guerra sónica contra los diplomáticos estadounidenses en la capital cubana. Pero el asunto sonoro, sea lo que sea, comenzó bajo Obama, el hombre de la rama de olivo, y también afectó a un diplomático canadiense. Si Cuba está detrás del ataque sónico, Raúl Castro ha perdido la cabeza. No ha sido así.

Los ciudadanos estadounidenses que han hablado con el presidente Raúl Castro acerca del tema consideraron que estaba inusitadamente desconcertado. La idea de que el formidable aparato de seguridad cubano todavía no ha descifrado lo que está sucediendo y quién lo está haciendo debe tener comprensiblemente disgustado a Raúl. Cuba se ha mantenido a flote en medio de más huracanes, tanto meteorológicos como políticos, de los que han golpeado a la Florida. Lo han logrado de dos maneras: organizándose bien y, a diferencia de Saddam Hussein, por saber dónde está el límite con Estados Unidos y no cruzarlo. Hacer daño a estadounidenses, ya sean marineros en Guantánamo o diplomáticos en La Habana, es un límite bien definido. Cuba lo sabe.

Sin embargo, el endurecimiento de la política estadounidense hacia Cuba sirve a un par de propósitos retorcidos de Trump. Es una forma de congraciarse con una parte muy especial de su base, los exiliados cubanos de línea dura, amargados todavía después de todos estos años. Por otra parte, al igual que la derogación de Obamacare, es otra manera de pisotear los logros históricos de Obama. Convertir en cenizas el legado de Obama es una obsesión para Trump, el Partido Republicano y los derechistas en general. Para lograr esto y darle carne roja a la base, Trump y los republicanos están dispuestos a hacer daño a decenas de millones de estadounidenses al revocar Obamacare. En comparación, deshacer el deshielo con Cuba diseñado por Obama es barato.

Traducción de Germán Piniella para Progreso Semanal.

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