Patrick Martin, wsws
El catastrófico impacto del huracán Harvey en el sureste de Texas y el desastre en marcha en el sur de Florida con el huracán Irma han sido pruebas brutalmente objetivas de la habilidad de la élite gobernante estadounidense para manejar la sociedad. Bajo cualquier calificación razonable, la clase capitalista ha fallado de forma miserable.
Dos semanas después de que Harvey devastara la costa tejana del golfo, millones están ahora buscando reconstruir sus vidas con asistencia social mínima. Cientos de miles de hogares se vieron dañados o destruidos, un millón de automóviles quedaron inoperables, incontables escuelas y otras instalaciones públicas fueron inundadas y, en muchos casos, arruinadas más allá de reparación. Al menos 22 personas siguen desaparecidas y se presumen muertas, además del saldo oficial de 70 víctimas mortales.
Para el desastre natural más costoso en la historia del país —al menos antes de Irma— con daños cerca de los $200 000 millones, el Gobierno de Trump y el Congreso aprobaron un paquete de asistencia federal irrisorio de $15 000 millones, aprobado en la Cámara de Representantes el viernes.
El grueso de este dinero irá a la Agencia Federal para el Manejo de Emergencias (FEMA, siglas en inglés), que distribuirá fondos limitados a $30 000 por familia, la cual tiene que pasar por un proceso burocrático prácticamente impenetrable en el que las víctimas de la tormenta serán tratadas recelosamente como criminales o estafadoras. Otra parte del financiamiento será dado a la Administración de Pequeñas Empresas en forma de préstamos que aquellos que perdieron sus hogares por el huracán serán presionados insistentemente para pagar de vuelta.
El huracán Irma es mucho más fuerte que Harvey. La tormenta ya asoló varias de las Antillas Menores y las Islas Turcas y Caicos, al igual que ha golpeado fuertemente a Puerto Rico, República Dominicana, Haití y Cuba. El viernes, Irma pasó por Bahamas y se espera a que llegue al sur de Florida el domingo por la tarde.
De hecho, Irma es la tormenta más poderosa jamás registrada en el planeta, con la mayor “energía ciclónica acumulada”, una medida de su intensidad total. Ha sostenido vientos mayores a los 290 kilómetros por hora durante 37 horas, más que cualquier otra tormenta anterior. Su vasto tamaño es dos veces mayor al del huracán Andrew que destruyó Florida en 1992. La tormenta es tan grande que cubre toda la península de Florida, creando la posibilidad de marejadas ciclónicas tanto en la costa del Atlántico como la del Golfo de México, un fenómeno nunca antes registrado.
Una de las áreas más densamente pobladas de Estados Unidos se enfrenta a una amenaza letal. Sin embargo, la respuesta de las autoridades locales, estatales y federales ha sido decirles a las potenciales víctimas de Irma: “Están solos”. Este fue el tema de varias ruedas de prensa el viernes, mientras que los oficiales gubernamentales les decían a los seis millones de habitantes del sur de Florida que se fueran de la región o buscarán refugios para huracanes.
Estos refugios son completamente inadecuados, con ciudades grandes como Fort Myers en la costa del Golfo sin ninguno. Son inaccesibles para gran parte de los residentes pobres y de clase trabajadora. La organización Coalition for Racial Justice denunció que los refugios en Miami-Dade están abiertos sólo en áreas pudientes, a más de 30 minutos en auto de los barrios más pobres.
Se emitieron órdenes de evacuación obligatoria en los cayos de Florida, Miami Beach y la mayor parte de Miami-Dade, la mayor área metropolitana de Florida, al igual que partes de los condados Broward y Palm Beach y del extremo sudoeste del estado. En conjunto, es la evacuación obligatoria más grande en la historia estadounidense, dejando todas las carreteras hacia el norte con el tráfico atascado. La mayoría de las estaciones de servicio se han quedado sin gasolina ni suministros, dejando a muchos residentes varados con un huracán en camino.
Las medidas más básicas para asegurar que la gente pueda salir no se tomaron, como una coordinación de transporte ferroviario, aéreo y en buses gratuito. Muchas de las personas que se fueron, no sabían a dónde ir, ni dónde quedarse, con cientos de miles esperando encontrar un alojamiento en el camino al norte. Muchos se quedaron atrapados en el aeropuerto, sin vuelos disponibles y con todos los refugios llenos.
El Gobierno de Trump se “preparó” para los dos golpes de Harvey e Irma proponiendo recortarle el presupuesto a FEMA y las otras agencias de gestión de desastres, además de su guerra contra las ciencias del clima, librada en nombre de las empresas de gas, petróleo y carbón y otras industrias contaminantes.
Incluso esta serie de huracanes, con Katia y José detrás de Harvey e Irma —cuatro tormentas enormes en tres semanas, alimentadas por las temperaturas marítimas sin precedentes de 32 grados Celsius— no han hecho recapacitar a los ignorantes oficiales de la Administración Trump. El conjunto de interminables desastres comprueba la realidad del cambio climático, a los que uno tiene que añadir los incendios récord en la costa oeste de EUA y las devastadoras inundaciones en el sur de Asia, demostrando la inhabilidad de las clases gobernantes a tomar medidas serias ante una amenaza cada vez mayor.
El jerarca de la Agencia de Protección Ambiental (EPA, siglas en inglés), Scott Pruitt, un notorio negador del calentamiento global, denunció toda discusión sobre el cambio climático como algo “muy, muy insensible” para la población de Florida. “Enfocarse de cualquier forma en la causa y efecto de la tormenta en vez de ayudar a la gente o realmente encarar los efectos de la tormenta está fuera de lugar”, indicó.
Bajo esta lógica, cualquier discusión sobre placas tectónicas y fallas sísmicas debería prohibirse cuando sucede un terremoto; tampoco se debería analizar el efecto de los vientos de El Niño en la temporada de incendios forestales; la física nuclear sería un tema inabarcable en una fusión nuclear; finalmente, tampoco podrían discutirse las leyes económicas del capitalismo durante un colapso de los mercados financieros.
Se puede distinguir el contenido de clase de este rechazo a la ciencia y a cualquier forma de sensatez. La élite gobernante estadounidense se rehusó a planear con seriedad en todos los niveles para desastres naturales que eran tanto predecibles como inevitables. Al ocurrir, los representantes de las grandes empresas apenas pudieron maquillar su indiferencia e irritación al sufrimiento de personas que una de las colegas en bienes raíces de Trump, Leona Helmsley, llamó “la gente pequeña”.
Los desastres naturales tienden a exponer las realidades políticas y sociales. El gran terremoto de Lisboa de 1755, el cual destruyó gran parte de la ciudad portuguesa constituyó un evento importante en el desarrollo del pensamiento de la Ilustración en Europa, en las décadas previas a la Revolución Francesa. Voltaire mostró en Candide que el acontecimiento evidenciaba lo absurda que era la afirmación del filósofo Leibniz de que “todo es para mejor en el mejor de todos los mundos posibles”.
¿Quién podría decir el argumento de Leibniz hoy día? El capitalismo estadounidense y mundial está podrido hasta su médula. La burguesía preside niveles de desigualdad social nunca antes vistos, guerras interminables y la dedicación de los recursos para el lucro y el saqueo, mientras hacen caso omiso a las necesidades más básicas de la sociedad moderna.
Una sociedad como esta ha madurado más que lo suficiente para una revolución. La tarea es luchar sin cesar para desarrollar la conciencia política de la clase obrera para que pueda cumplir su histórica misión de convertirse en la fuerza gestora y gobernante del planeta.
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