El 10 de octubre de 1967 Joaquín Zenteno Anaya, comandante de la Octava División del Ejército boliviano, exhibió en Vallegrande ante una multitud de asombrados periodistas, el diario de campaña del comandante Ernesto Che Guevara, mientras su cadáver aún fresco era mostrado en la lavandería del hospital local. Nadie entonces podía imaginar el increíble destino que le esperaba a ese documento hasta su reciente edición facsimilar (Ministerio de Culturas. La Paz, 2009).
Presentándolo como botín de guerra, Zenteno leyó apenas algunos trozos y dijo que su contenido reflejaba la amargura del jefe guerrillero así como revelaciones sumamente comprometedoras para diversos personajes y países. Desde esos instantes se desató una creciente y natural curiosidad, especialmente entre los medios periodísticos, por conocerlo en su totalidad.
“Secreto” a punto de ser vendido
Las Fuerzas Armadas de Bolivia anunciaron que el Diario del Che y los demás documentos incautados eran un secreto de Estado y que no se permitiría a nadie el acceso a ellos. Sin embargo, las filtraciones proliferaron, entre otras causas, porque se buscaba evidencias para que el tribunal militar que funcionaba en la ciudad de Camiri incrimine a varios prisioneros entre los que sobresalían Regis Debray y Ciro Roberto Bustos. Si bien éstos no tenían calidad de combatientes, estaban vinculados con la guerrilla del Che y se habían convertido en una especie de chivos expiatorios en un aparatoso tinglado judicial montado al efecto.
En forma paralela, quisieron sacarle rédito económico negociando con editoriales extranjeras su publicación. Dijeron gráficamente que no era posible ofrecer una mercadería sin mostrarla. Razón por la cual periodistas sospechosos de vinculaciones con la CIA, entre ellos Juan de Onis, del The New York Times, y Andrew Saint George, tuvieron el privilegio de revisar durante varios días los originales en las oficinas del gran cuartel de Miraflores con el compromiso verbal de no publicar nada hasta no tener cerrado el negocio. Sin embargo, al parecer Saint George obtuvo copias de la mayor parte del documento e intentó una negociación por su cuenta con varias empresas editoriales, entre ellas la estadounidense Mac Graw Hill, que finalmente decidió no asumir la responsabilidad de una edición fraudulenta y más bien hizo gestiones discretas en Cuba para obtener autorización de los familiares del Che para una eventual publicación.
El representante de Stein and Day Thomas H. Lipscomb, también intentó obtener los derechos, pero sin mayor éxito en esos momentos.
VALLEGRANDE, 10 DE OCTUBRE
DE 1967, EL
DIARIO DEL CHE
ES MOSTRADO A
LA PRENSA. A LA IZQUIERDA EL
CORONEL
ZENTENO
ANAYA.
FOTO: FREDDY
ALBORTA TRIGO
Por otra parte, para la Central Intelligence Agency (CIA) el diario no era un secreto. Sus agentes que actuaron en la campaña antiguerrillera lo conocían al dedillo. Ya en localidad de La Higuera, horas antes del asesinato del Che, el agente Félix Rodríguez a la luz del día y en las narices del coronel Zenteno Anaya, había fotografiado una a una todas sus páginas. Todo indica que esas copias, al igual que otros documentos capturados a la guerrilla y material grabado en los interrogatorios, fueron enviados de inmediato a los Estados Unidos.
La negociación con las editoriales que pugnaban por adquirir los derechos de la edición del diario hizo subir las ofertas, según comentarios de la época, hasta casi medio millón de dólares.
En esas condiciones, la posibilidad de que el contenido del documento se deslice a conocimiento público era cada vez mayor ya que las copias circulaban como boletines. Una de ellas —tomada de la que le fue entregada al ministro de Gobierno de entonces, Antonio Arguedas— llegó a manos de Fidel Castro, al decir de él sin mediar remuneración alguna. El Diario fue publicado en Cuba el 1 de julio de 1968 precedido de una Introducción necesaria del líder cubano (que también se incluye en la presente edición digital). Casi simultáneamente apareció en grandes tirajes en diversos países e idiomas.
En Estados Unidos, en acuerdo con las autoridades cubanas, lo dio a conocer la editorial Ramparts. Curiosamente, unas semanas más tarde lo publicó también Stein and Day (The complete Bolivian diaries of Che Guevara and other captured documents. Edited by Daniel James. New York, 1968), con su propia traducción y acompañando al diario del Che listas de combatientes, fotografías, documentos y los diarios de tres guerrilleros cubanos (Pombo, Rolando y Braulio). Estos otros diarios, retraducidos al castellano –sin ser cotejados con los manuscritos originales– circularon muchos años por América Latina como si fueran auténticos. Por otra parte, nunca fue desmentida la insistente versión de que la edición de Stein and Day, dirigida por Daniel James, fue preparada y financiada por la propia CIA.
A nueve días de su publicación inicial en Cuba, ante el estupor y la inicial incredulidad de los jefes militares, fue lanzado también al público boliviano como suplemento del matutino católico Presencia con un tiraje récord, difícilmente superado hasta hoy en Bolivia: 130.000 ejemplares impresos en una sola jornada. Al día siguiente hizo lo propio el diario Los Tiempos de Cochabamba con similar éxito.
¿Qué había sucedido? ¿Cómo fue posible que apenas ocho meses después de derrotada la guerrilla, Cuba se apuntara un éxito tan resonante?
Responder tales preguntas y recapitular las repercusiones políticas que se produjeron en Bolivia, demandaría cientos de páginas. A más de 40 años de los sucesos, todavía se discute algunos detalles, circulan versiones diferentes sobre ciertos puntos, hay aspectos fantásticos como sacados de una imaginativa novela de espionaje y todavía muchos cabos sueltos.
Pensando sobre todo en los lectores actuales, que entonces no habían nacido todavía o eran muy tiernos, se ensaya enseguida una puntualización resumida de los hechos, no sin antes recalcar que el individuo clave de esta historia es Antonio Arguedas Mendieta, abogado, capitán de servicios de la Fuerza Aérea, Ministro de Gobierno y amigo personal de René Barrientos Ortuño, dos veces presidente de Bolivia entre noviembre de 1964 y abril de 1969.
Arguedas: un personaje insólito, por decir lo menos
No hay evidencias de que haya estado entre los fundadores del Partido Comunista de Bolivia (PCB), como él mismo alguna vez lo sostuvo. Pero es seguro que militaba en el Partido de la Izquierda Revolucionaria (PIR), del que salieron muchos de los que fundaron el PCB en 1950.
Siendo radio operador de la Fuerza Aérea, por aquellos años Arguedas era militante o simpatizante activo del PCB, cumplía eventualmente tareas de distribución del periódico Unidad por los canales aéreos a su alcance.
Paralelamente estudiaba Derecho en la Universidad Mayor de San Andrés (UMSA) y se dice que desde esa época las prácticas conjuntas de andinismo contribuyeron a estrechar su amistad con el oficial de aviación, futuro presidente boliviano. Ambos eran muy aficionados a escalar montañas.
Ya abogado y capitán de servicios de la Fuerza Aérea, fue elegido diputado en las elecciones de 1964 por el sector barrientista del Movimiento Nacionalista Revolucionario (MNR). Este partido había estado en el gobierno desde la revolución de abril de 1952 y en esta ocasión contra viento y marea postuló por tercera vez a Víctor Paz Estenssoro, aunque debido a diversas presiones internas y externas, llevó a la vicepresidencia a un locuaz ejemplar castrense: René Barrientos Ortuño.
ANTONIO ARGUEDAS MENDIETA, FALTAN TRES MESES PARA SU ESPECTACULAR HUIDA.
FOTO: PRESENCIA, 20 DE ABRIL DE 1968
Antes de cumplir tres meses de posesionado, como era previsible, Paz Estenssoro fue derrocado por su vicepresidente. Antonio Arguedas fue designado Subsecretario del Ministerio de Gobierno de la Junta Militar presidida por Barrientos. La CIA expresó su disgusto por este nombramiento pues consideraba a Arguedas un marxista encubierto.
El coronel Edward Fox, agregado aeronáutico de la embajada de los Estados Unidos en La Paz, considerado el artífice del ascenso de Barrientos al poder, en visita al despacho de Arguedas, habría amenazado con drásticas sanciones al país si permanecía en el cargo. Al hombre no le quedó más remedio que renunciar. Pero a los 20 días el mismo Fox le habría dicho que el asunto podía arreglarse si estaba dispuesto a entenderse con Larry Sternfield, jefe de la estación de la CIA en Bolivia.
Sternfield propuso a Arguedas viajar a Lima, escoltado por Nicolás Leondiris, donde varios especialistas norteamericanos lo interrogaron durante cuatro días, incluso con detector electrónico de mentiras y pentotal, la llamada droga de la verdad. Habría pasado con éxito todas las pruebas. Inmediatamente después reasumió el cargo de Subsecretario, lo invitaron a visitar Estados Unidos y comenzaron a tratarlo como ministeriable.
Efectivamente, el 6 de agosto de 1966, Antonio Arguedas fue nombrado Ministro de Gobierno en el gabinete del presidente Barrientos, constitucionalizado mediante las elecciones del 3 de julio de ese año. Varios agentes de la CIA de origen cubano ingresaron a trabajar en su despacho como asesores. Para su disgusto, hacían y deshacían en el Ministerio, inclusive sobrepasando su autoridad.
Como Ministro de Gobierno durante todo el tiempo que ejerció el cargo (hasta el 19 de julio de 1968), Arguedas comandaba con eficiencia y celo los operativos de represión contra dirigentes sindicales y estudiantiles, intelectuales, líderes opositores y miembros de la red urbana de apoyo a la guerrilla. Como ministro clave de un presidente con tendencias autoritarias era todo menos un contemporizador. Funcionaron en ese período campos de confinamiento de opositores políticos en lugares malsanos como Alto Madidi, Ixiamas, Puerto Pekín, Puerto Rico y, entre otros crímenes, se lo acusa del asesinato y desaparición del dirigente trotskista de la mina Siglo XX, Isaac Camacho.
Todavía el 20 de abril de 1968, cuando faltaban sólo tres meses para su espectacular huida a Chile, Arguedas ocupó las primeras planas de los periódicos al denunciar el desmantelamiento total de las redes de enlaces que actuaron, antes, durante y después de la intentona guerrillera y que evidencian ampliamente la injerencia de Fidel Castro en la asonada guerrillera que fracasó en Bolivia. En conferencia de prensa mostró al capturado Julio Dagnino Pacheco (Sánchez), el principal enlace del Ejército de Liberación Nacional (ELN) del Perú. Lo que nadie podía imaginar entonces es que Arguedas para esas fechas ya había mandado a Cuba copias fotostáticas del diario del Che, a través de su amigo y correligionario de las épocas del PIR, Víctor Zannier Valenzuela.
¿Quién era “El Mensajero”?
Desde las revelaciones efectuadas en diciembre de 1995 para el diario Presencia de La Paz, se sabe a ciencia cierta que en esos primeros meses de 1968, Arguedas le entregó a Victor Zannier las copias fotostáticas del Diario del Che y de algunos otros documentos. Éste las llevó a Chile, donde a su vez las entregó a los periodistas de la revista Punto Final quienes las hicieron llegar a Cuba. En otras oportunidades Arguedas había sostenido la versión de que hizo el envío por correo el 14 de junio de ese año, molesto por los chantajes de que habría sido objeto por parte de los agentes de la CIA el día de su cumpleaños, 13 de junio.
Años después el periodista chileno Hernán Uribe en el libro Operación Tía Victoria (Editorial Villacaña, México, 1987), relata con pelos y señales el operativo mencionando a Zannier sólo con el apelativo de El Mensajero , el enviado de Arguedas para la entrega de las copias fotostáticas, ocurrida entre fines de febrero y comienzos de marzo de 1968. Las diferencias entre la versión de Zannier y la de Uribe, son mínimas. Por algunas semanas no coinciden exactamente las fechas. Además, según Uribe, Zannier estuvo en Santiago dos veces, una primera a fines de enero, para anunciar el asunto ante la obvia incredulidad de los chilenos y otra, un mes después, con los documentos microfilmados en la mano, metidos en la tapa de un disco de música boliviana. Zannier no habla del primer viaje, dice que Arguedas le entregó las copias entre marzo o abril y afirma que eran seis discos y no solamente uno, pero confirma que entregó el material al equipo de periodistas de Punto Final. Uribe cuenta que el jefe de redacción de la revista, Mario Díaz Barrientos, partió de México a La Habana aproximadamente el 15 de marzo llevando los microfilms en las tapas de un disco, esta vez de música chilena.
Las revelaciones de Presencia en 1995 no hicieron sino confirmar lo que muchísima gente ya sabía. En octubre de 1994, a tiempo de recapitular el libro Operación Tía Victoria, la edición ordinaria de la revista Punto Final publicó el artículo de Javier Martínez El Diario del Che y su conexión en Chile, en el que se reveló por primera vez el nombre de El Mensajero: Víctor Zannier, quien es citado tres veces como el enviado de Arguedas, seguramente considerando que con el paso de los años ya no tenía sentido seguir ocultando su identidad.
Algún tiempo después de esa publicación se consultó con Zannier la posibilidad de una entrevista periodística para revelar en Bolivia lo que en Chile ya era público y notorio. Él se negó aduciendo el estrecho ambiente aldeano de Cochabamba donde media ciudad lo conoce, y que su tranquilidad sería alterada si su nombre aparecía vinculado al tema. Dijo también que había hecho conocer a Manuel Piñeiro (Barbarroja), el principal operador de los servicios secretos cubanos hacia América Latina, las inexactitudes, exageraciones y autobombos de la versión de los chilenos. Añadió que Piñeiro, en tono jocoso, le había dicho que no era conveniente reabrir por esa cuestión las heridas de la Guerra del Pacífico, entre bolivianos y chilenos. Cuando por fin Zannier accedió a dar una entrevista a Eduardo Ascarrunz, en momentos en que comenzaba la búsqueda de los restos del Che en Vallegrande (diciembre de 1995), lo hizo todavía sin dar su nombre y ocultando su rostro en la fotografía (Suplemento de Presencia , El Che desentierra la historia , del 9 de diciembre de 1995). Una semana después al reeditar el suplemento en cuestión, Presencia pudo levantar el secreto, revelar el nombre y apellido y mostrar abiertamente la cara de El Mensajero.
Desde que fue descubierto Arguedas nunca negó haber sido él quien hizo llegar a Fidel Castro las copias del Diario. Lo que no dijo sino hasta ese año es que la persona que lo transportó hasta Santiago fue Víctor Zannier. Cubrió las espaldas de su amigo sosteniendo sistemáticamente que había utilizado el correo a través de una dirección en Europa, encontrada en una libreta capturada a los guerrilleros. Pero, unas veces dijo que esa dirección era de París y otras de Frankfurt. Presionado por los interrogatorios de la policía chilena y los agentes de la CIA, a su arribo a Santiago, llegó a decir que permitió que el diario de campaña del Che llegara a ciertas manos para su entrega a Cuba. No reveló de quién eran esas manos. Sólo 28 años después dijo que eran las de Víctor Zannier Valenzuela, dirigente universitario en sus años mozos, ex director del periódico El Mundo de Cochabamba, funcionario público eventual, amigo de políticos y militares, empresario de proyectos fantasiosos, frecuentador infaltable de las tertulias de café en la ciudad del valle y quién sabe cultor de cuantos oficios más.
Un ministro en apuros
La noticia de que el 1 de julio de 1968 se publicaría en Cuba y en otros países el Diario del Che y el consiguiente impacto mundial provocó un gran revuelo político en Bolivia. Las primeras reacciones del presidente Barrientos tendieron a restarle autenticidad. Dijo que se trataba de un diario ficticio, falsificado y apócrifo.
El general Juan José Torres, entonces jefe de Estado Mayor de las Fuerzas Armadas y la persona encargada de las negociaciones con las editoriales extranjeras, con una gran dosis de ingenuidad, consideró que era una maniobra sensacionalista de Fidel Castro. Reiteró que tal publicación era apócrifa pues en ningún momento se concedió derecho alguno para su publicidad, ni dentro ni fuera del país, pese a numerosas ofertas. Pero, por si acaso, aseveró que en caso de establecerse similitudes se procederá a una investigación inmediata y severa para determinar la forma en que los cubanos obtuvieron las fotocopias.
Barrientos volvió a la carga insinuando la posibilidad de que con el conocimiento de algunas páginas publicadas en la prensa y la ayuda de Pombo, se habría fabricado un Diario del Che en La Habana. En febrero de ese año Pombo había retornado a Cuba junto con los otros dos sobrevivientes, Urbano y Benigno.
Oportuno y sagaz, como siempre, Fidel Castro compareció ante la televisión cubana el 3 de julio, ridiculizó a los militares bolivianos, reafirmó la absoluta certeza en la autenticidad del Diario, y desafió a las autoridades bolivianas a permitir que se cotejen los originales con la publicación. Ofreció para ello entregar fotocopias a cualquier periodista que quiera ir a Bolivia con esa intención.
La temperatura volvió a subir unos días más tarde cuando aparecieron las mencionadas publicaciones de Presencia y Los Tiempos (9 y 10 de julio). Las dudas estaban completamente despejadas. La publicada en Cuba era la versión auténtica del Diario del Che en Bolivia, con la sola falta de unas pocas páginas como lo explica Fidel Castro en su famosa Introducción Necesaria.
Las 13 fechas ausentes eran: 4, 5, 8 y 9 de enero; 8 y 9 de febrero; 14 de marzo; 4 y 5 de abril; 9 y 10 de junio; 4 y 5 de julio. A los tres días de la impactante presentación del diario en Bolivia, Presencia publicó esas páginas faltantes, tomando como fuente a radio Nueva América, dirigida por Raúl Salmón. Al parecer Ricardo Aneiba, funcionario del Ministerio comisionado por Arguedas para microfilmar las fotocopias, habría omitido estas páginas, según él no deliberadamente, sino por el apuro y por las circunstancias en que se realizó el trabajo.
Los jefes militares bolivianos no hablaron más de que el diario fuera apócrifo, sino de cómo pudo llegar a Cuba, justamente en momentos en que estaban a punto de cerrar el trato con alguna empresa estadounidense para hacer un millonario negocio editorial y quizá embarcarse en un plan para alterar sutilmente el contenido del manuscrito con fines de propaganda anticomunista. Hay indicios de esto último pues se filtraron en la prensa algunas frases atribuidas al Che que después no aparecen ni en el Diario ni en ninguna otra documentación de la guerrilla.
Como quiera que sea, quemado el pan en la puerta del horno, se desató un rosario de intrigas y suspicacias en las cúpulas militares. Todos desconfiaban de todos.
Iniciada la investigación poco a poco el círculo se fue cerrando en torno al ministro de Gobierno, Antonio Arguedas. Entre otros indicios, al parecer las hojas faltantes fueron la evidencia de que la copia publicada por Cuba era la que estaba en su poder.
El escándalo estalló el 19 de julio y fue de tal magnitud que hizo tambalear al gobierno de Barrientos en las semanas siguientes, tanto por la tremenda agitación político social desencadenada, como por un intento del diputado Marcelo Quiroga Santa Cruz de entablar un juicio de responsabilidades a Barrientos denunciando la injerencia brutal de la CIA en los asuntos internos del país. Barrientos ordenó a su dócil mayoría parlamentaria el desafuero de los diputados Quiroga Santa Cruz y José Ortiz Mercado, por incitativas a la inobservancia de la Constitución..., los envió al confinamiento y desató una sañuda persecución contra todos los opositores, al amparo del estado de sitio.
La vuelta al mundo en 30 días...
Ese 19 de julio, al sentirse descubierto y temiendo que la CIA le tendiera una celada, Arguedas tomó un jeep por la noche y acompañado de su hermano Jaime alcanzó la frontera chilena en la localidad de Colchani, donde pidió asilo político. Ni siquiera tuvo el tiempo ni la delicadeza de presentar una carta de renuncia a su alto cargo.
Comenzó así una extravagante pulseta con la CIA que quería silenciarlo de cualquier manera, pues Arguedas amenazaba con denunciar todo lo que sabía sobre las actividades del espionaje estadounidense no sólo en Bolivia, sino en varios países latinoamericanos. Según se dijo se manejaron amenazas, chantajes e incluso la posibilidad de su eliminación física. Las autoridades chilenas, violando la tradición democrática del derecho de asilo, lo tuvieron virtualmente secuestrado e incomunicado, presionándolo al unísono con los agentes norteamericanos. Finalmente, seis días después, le concedieron asilo pero a condición de abandonar el país de inmediato. Escoltado otra vez, como cuando el interrogatorio en Lima, por el agente de la CIA Nick Leondiris y por el agente policial chileno Oscar Pizarro Barrios, Arguedas partió de Chile hacia Inglaterra vía Buenos Aires y Madrid. En todas partes era asediado por los periodistas y también por funcionarios diplomáticos cubanos que reclamaban por su seguridad y le ofrecían asilo político en la isla. Ya en Londres, diplomáticos y parlamentarios británicos se movilizaron aumentando la notoriedad del caso y haciendo cada vez más difícil cualquier atentado que pusiera en riesgo su vida. Se dijo también que Arguedas negociaba con la CIA, haciendo algunas concesiones, como la de no revelar ciertos nombres claves del espionaje y también la entrega de las grabaciones en las que el sargento Mario Terán relataba la forma en la que el Che fue asesinado.
De Londres partió a Nueva York el 2 de agosto y cinco días después estaba en Lima, anunciando su regreso a Bolivia para el sábado 17 de ese mes. Como en todas partes a su paso en la capital peruana también levantó una densa polvareda.
Su regreso a Bolivia no fue menos accidentado. Barrientos autorizó su retorno y adoptó una actitud en cierto modo benevolente que se explicaría, no sólo por la amistad que los unía, sino por la enorme cantidad de información que Arguedas poseía sobre los vínculos del presidente con Estados Unidos, sobre sus maniobras políticas para encumbrarse en el mando del país y sobre los sórdidos vericuetos de su vida personal.
Cuando arribó al aeropuerto de El Alto fue abruptamente interrumpida la conferencia de prensa que ofrecía. Ante la protesta generalizada de los periodistas autorizaron su continuación en el Ministerio de Gobierno, en el mismo despacho que él había ocupado hasta un mes antes. Lo que dijo sustancialmente es que se había cansado de ser una simple ficha en manos de la CIA y que jamás había negado su condición de marxista de izquierda nacional y que la entrega del Diario del Che fue un gesto de rebeldía y dignidad.
Fue puesto inmediatamente en prisión. A los pocos días el parlamento se declaró incompetente para juzgarlo y fue encausado en un tribunal militar, el mismo que al parecer tampoco tenía atribuciones para hacerlo, menos aún por los cargos de infidencia y traición a la patria.
Arguedas basó su defensa en el sólido argumento de que el Diario del Che no era un secreto militar y que además desde el momento mismo de su hallazgo había sido traspasado a una potencia foránea, los Estados Unidos y que, como era sabido por todos, se trataba de comercializarlo para su publicación por editoriales extranjeras. Afirmó que la copia que estaba en su poder le había sido entregada por la CIA y no por los organismos militares bolivianos. Además, como lo había hecho a lo largo de su increíble viaje, reiteró conceptos de soberanía nacional, dignidad personal, amistad y solidaridad con Cuba y oposición radical al imperialismo yanqui.
El 20 de noviembre el tribunal militar finalmente aprobó una declinatoria de jurisdicción en el caso y Arguedas fue remitido a la justicia ordinaria. Un mes después obtuvo su libertad provisional pagando una fianza de cerca de 7.000 dólares. En total estuvo bajo encierro policial 96 días.
Una vez en libertad, desplegó una intensa actividad periodística desde las columnas del vespertino Jornada, dirigido entonces por el poeta y periodista Jorge Suárez. Se decía que Arguedas era accionista de ese periódico.
Pero, el retorno a la tranquilidad era aparente. El 8 de mayo de 1969 estalló una poderosa carga de dinamita en un domicilio que había abandonado días antes. Arguedas denunció que recibía amenazas si continuaba proporcionando detalles de las actividades de la CIA.
Por último, el 7 de junio de ese año, a la salida de las oficinas de Jornada cuando descendía por la calle Socabaya de La Paz a la altura del Hotel Torino, desde un automóvil en marcha le dispararon una ráfaga de ametralladora, provocándole heridas de consideración. Salvó la vida casi de milagro, según se comentó gracias a su agilidad física, pues habría advertido la agresión en el último segundo y alcanzó a dar un espectacular salto estilo pescado. Desde la clínica donde fue internado solicitó asilo político en México y de allí, poco tiempo después, pasó a Cuba donde radicó por más de siete años.
Las manos amputadas y la mascarilla
También en diciembre de 1995 se aclaró finalmente el asunto de las manos amputadas y la mascarilla de yeso que se le tomó al Che en Vallegrande. Antonio Arguedas relató que las había guardado, pero luego del atentado, seguramente temiendo por su vida, llamó nuevamente a El Mensajero Víctor Zannier, hasta la clínica y le dio instrucciones para desenterrar los objetos de un lugar preciso de su casa y hacer con ellos lo que mejor le pareciese.
Zannier cuenta que luego de cavilaciones y dudas, decidió entregarlos a Jorge Sattori entonces uno de los dirigentes del PCB (Sattori perdió la vida en el accidente ¿o atentado? aéreo del que el único sobreviviente fue Jaime Paz Zamora, en 1980).
Juan Coronel Quiroga afirma que estuvo presente en el momento en que Zannier entregó el paquete en un café de la avenida 16 de julio de La Paz. Coronel es un ex militante del PCB, también frustrado estudiante de leyes, periodista y escritor ocasional, oficiante de trabajos mil, dueño de una privilegiada memoria para los números y para las estadísticas deportivas.
Durante varios meses el envoltorio se guardó celosamente en el domicilio de Jorge Sattori. Luego de muchas dubitaciones y preparativos, éste y Juan Coronel decidieron que el segundo era la persona más indicada para llevar el frasco con las manos y la mascarilla mortuoria hasta Moscú, pues el bloqueo a Cuba hacía inseguro o casi imposible llegar directamente a la isla. El operativo, que contó con el apoyo de funcionarios diplomáticos de Hungría, se cumplió a fines de 1969. De Moscú a La Habana, el transporte lo hizo el propio Zannier quien había viajado por separado hasta la capital rusa.
Los relatos tanto de Arguedas como de Zannier y Coronel son en lo fundamental coincidentes, excepto que Zannier supone que quienes hicieron el trasporte desde La Paz hasta Moscú, fueron diplomáticos húngaros. La suposición parece infundada pues quienes conocen a Juan Coronel afirman que no tiene ninguna razón para inventar esta historia, más aún si varios de sus amigos la conocían desde que ocurrieron los hechos y mantuvieron el compromiso de no hacerla pública sin su autorización.
Revelaciones de Arguedas y su muerte atroz
Otro detalle curioso. En 1971, en la euforia de la Asamblea Popular, considerada un germen de poder popular organizado por los sindicatos y la izquierda radicalizada de Bolivia, una comisión especialmente designada por esa instancia viajó a Cuba con la misión de entrevistar a Arguedas y obtener de él toda la información posible sobre las actividades de la CIA.
Filemón Escóbar y Oscar Eid Franco (entonces dirigente minero el uno y universitario el otro) fueron los comisionados. Retornaron a Bolivia con un voluminoso legajo, producto de la trascripción de varias horas de conversación con el ex Ministro de Gobierno. Supuestamente esto permitiría desenmascarar a muchas personas, incluso dirigentes sindicales y estudiantiles, que habían trabajado como informantes de la CIA. Tal documento, del que es de suponer existen registro y copias en Cuba, no llegó a prestar ninguna utilidad en Bolivia pues a los pocos días se produjo el golpe de Estado que terminó con la propia Asamblea y con el gobierno progresista de Juan José Torres.
Al anochecer del 21 de agosto de 1971, cuando la heroica pero caótica resistencia popular en La Paz contra el golpe de Estado de Hugo Banzer se extinguía en la Plaza del Estadio y en la colina de Laikakota, el legajo en cuestión permanecía sobre uno de los escritorios de la COB, en la sede de la Federación de Mineros en El Prado. Se ignora la suerte que corrió horas después, cuando triunfaron los golpistas y comenzó la cacería de izquierdistas y sindicalistas.
Años después de su retorno a Bolivia, Antonio Arguedas fue vinculado a confusas acciones ilegales, presuntos secuestros y extorsiones. Pasó algunos meses en la cárcel. Luego vivió como cualquier apacible retirado por lo general rehuyendo la publicidad, hasta que algunos años después los organismos de seguridad le atribuyeron extraños atentados dinamiteros a nombre de una supuesta organización clandestina denominada Triple C ( comando contra la corrupción y el castrismo ).
Vaya sorpresa. El 22 de febrero del año 2000 Arguedas encontró una muerte atroz en la Plaza Roma del barrio paceño de Obrajes, cuando una bomba de alto poder le explotó en las manos. Las autoridades policiales nunca esclarecieron el suceso, sugiriendo la posibilidad de que el artefacto era manipulado por el propio Arguedas y que hubiera explotado por error.
¿Accidente? ¿Suicidio? ¿Asesinato por ajuste de cuentas? La verdad parece aún muy lejana.
Al igual que su horrible muerte la actuación pública de Arguedas, como pudo verse por este breve recuento, se presta para todo tipo de especulaciones. ¿Fue siempre un marxista convencido, de tendencia nacionalista como se proclamó, y reaccionó por dignidad ante los atropellos de la CIA? ¿Fue un agente doble que entregó el Diario del Che a Fidel Castro por encargo de la propia CIA, como todavía algunos suponen? ¿Se trataba acaso de una persona desequilibrada, contradictoria y poco consciente de sus actos? El tema exige todavía más investigaciones ojalá antes que el tiempo termine por borrar todas las huellas.
Los originales: otro periplo truculento
Perdida la posibilidad de realizar un pingüe negocio editorial, quedaba en las esferas castrenses bolivianas por lo menos el consuelo de conservar los originales del Diario del Che como trofeo bélico, celosamente guardado en una caja fuerte del Departamento II del Ejército, cuyos responsables lo entregaban por rutina a sus sucesores en el cargo durante el inventario de rigor.
El documento servía únicamente como testimonio moral del éxito obtenido por las FF.AA. en la liquidación del foco guerrillero.
EL SOBRE GUARDADO EN LAS BÓVEDAS DEL BANCO CENTRAL, FUE ABIERTO EN MUY POCAS OCASIONES.
Mediante Decreto Supremo Nº 08165, de 6 de diciembre de 1967, y para facilitar las negociaciones para su publicación en el exterior, el gobierno había asignado oficialmente al Comando en Jefe de las Fuerzas Armadas (FF.AA.) la propiedad de la documentación, pertrechos capturados que se encontraron en la zona guerrillera, pudiendo aquel Comando ejercitar los derechos inherentes a esa protección.
Más de dos decenas de jefes militares, entre ellos dos futuros presidentes, Hugo Banzer y David Padilla, tuvieron a su cargo el cuidado del documento en los años siguientes cuando ejercían la jefatura de la sección de Inteligencia.
De ahí que las investigaciones fueron sumamente engorrosas cuando a fines de mayo de 1984 se supo públicamente que los originales del Diario del Che, junto con los del guerrillero cubano Harry Villegas Tamayo (Pombo) y otros papeles, no estaban más en poder de las FF.AA.
¿Qué pasó? En realidad, la desaparición había sido advertida en una inspección de rutina realizada el 15 de diciembre de 1983 en las instalaciones del Departamento II del Ejército, pero no fue anunciada. El secreto tuvo que ser roto cuando la embajada boliviana en la capital británica comunicó a la cancillería que, el 28 de marzo de 1984 la Galería Sotheby’s había publicado un aviso en el Daily Telegraph anunciando que el 16 de julio de aquel año los documentos originales autografiados del Che y Pombo serían rematados sobre la base de 350.000 dólares. El periodista boliviano Humberto Vacaflor, residente entonces en Londres, fue convocado a verificar la autenticidad de la documentación, logró tener acceso a ella, obtuvo varias fotografías y tomó apuntes que le permitieron escribir una serie de notas para la prensa.
Un nuevo escándalo militar había comenzado a agitar el ambiente noticioso boliviano. Al revisar los periódicos de esos años, el comienzo del juicio al ex dictador Luis García Meza en la ciudad de Sucre, sede de la Corte Suprema de Justicia, más el asunto del robo de los diarios del Che y Pombo, son los temas predominantes en la información periodística de fuentes castrenses.
Sobre el tema de los diarios invariablemente todos los ministros de Defensa y altos jefes militares dijeron, a su turno, que las investigaciones estaban en curso y que próximamente se conocerían los resultados.
EL DIARIO DE POMBO (ARRIBA A LA IZQUIERDA), LA AGENDA ALEMANA DEL CHE (ARRIBA DERECHA), LA LIBRETA DE EVALUACIÓN (ABAJO IZQUIERDA) Y EL CUADERNO ANILLADO (ABAJO DERECHA).
Un juego de ping-pong
Primero se habló de una comisión reservada que estaría realizando las pesquisas y en cuestión de días daría a conocer los nombres de los autores del robo. Posteriormente, se anunció que el asunto pasó a manos del Tribunal Permanente de Justicia Militar (TPJM). A continuación los obrados pasaron al Tribunal Supremo de Justicia Militar (TSJM).
Del TSJM, por fallas procedimentales, volvieron al TPJM y de éste nuevamente a la instancia superior, mientras transcurrían los meses y por lo menos dos decenas de oficiales pasaban por los sumarios informativos. La justicia militar boliviana aparecía así más marrullera que la justicia ordinaria, lo que ya es mucho decir.
Por fin, después de tantas idas y venidas, y luego de la autorización correspondiente del Comando en Jefe, se inició el proceso contra el general retirado Raúl Ramallo Velarde, el mayor Luis Landa Schille y el ex sargento Raúl Solano Medina. Esto ocurrió el 2 de junio de 1987, es decir, a tres años de destapado el escándalo.
Lo extraño es que estas tres personas fueron enjuiciadas cuando todos los indicios se orientaban hacia García Meza, como el principal autor de la sustracción.
En efecto, el 9 de julio 1985, el Diario Hoy publicó copias de las cartas intercambiadas a fines de 1980 y comienzos de 1981, entre el Presidente de facto Luis García Meza y un personaje ítalo-argentino radicado en el Brasil, de nombre Erick Galantieri, quien dada la gestión judicial interpuesta ante la Corte inglesa por los representantes diplomáticos bolivianos para impedir el remate de los documentos, tuvo que declararse propietario de los mismos, exhibiendo para ello las cartas que le envió García Meza.
Los jueces militares no dieron crédito a estos documentos sino dos años más tarde, cuando vinieron avaladas por el ministro de Relaciones Exteriores, Guillermo Bedregal quien, a su vez, se apoyó en los informes oficiales de la embajada de Bolivia en Londres.
Según afirmaciones periodísticas, esta reticencia de los jueces militares buscaba hasta el último minuto evitar el enjuiciamiento de García Meza. El general Ramallo, principal encausado, manifestó en reiteradas ocasiones que se lo pretendía convertir en cabeza de turco y alegaba su inocencia basado en el hecho de que él no estuvo al mando del Departamento II en el período en el que desparecieron los papeles guerrilleros.
El 22 de septiembre, el TSJM, sobre la base de los informes de la Cancillería tuvo que archivar obrados y dejar sin efecto el encausamiento de Ramallo, Landa y Solano. Pero, de todas formas, se declaró incompetente para enjuiciar a un ex presidente y, por consiguiente, entregó la pelota nuevamente al Comando en Jefe.
Entretanto, los abogados de la parte civil en el juicio de responsabilidad a García Meza en Sucre, sede de la Corte Suprema de Justicia, pidieron al parlamento boliviano que decida incorporar el caso del robo de los diarios del Che y Pombo al voluminoso expediente de los cargos formulados contra el ex militar.
De este modo, se abrió el segundo juicio de responsabilidad. Mediante Resolución Acusatoria del Congreso Nacional expedida el 12 de enero de 1989, se remitieron los obrados a la Corte Suprema de Justicia librando los correspondientes mandamientos de detención formal contra tres acusados: Luis García Meza, Erick Galantieri y Raúl Solano Medina. Sólo este último compareció ante la Corte. Los otros dos fueron declarados rebeldes y contumaces a la ley. Galantieri, sin domicilio ni país de residencia conocidos, nunca pudo ser habido. Y García Meza, arraigado en Sucre desde el comienzo del juicio, tuvo que interrumpir sus jornadas hípicas y sus frecuentes reuniones sociales y, abandonando la arrogancia de la que hacía gala, puso los pies en polvorosa. Vivió clandestino hasta que fue capturado seis años después en San Pablo, Brasil, cuando la sentencia en su contra ya había sido dictada en rebeldía.
Solano fue declarado inocente y sostuvo una querella con el Estado pidiendo el resarcimiento de daños y perjuicios. A Galantieri le dieron seis años de condena que hipotéticamente debiera cumplir previo un trámite de extradición o si alguna vez se le ocurre poner los pies en Bolivia. A García Meza le dieron, por el robo de los diarios, una parte de los 157 años de reclusión que en total acumuló en los nueve grupos de delitos de los dos juicios de responsabilidad. Las leyes bolivianas absorben los delitos menores dentro de los mayores y en total quedaron fusionados en la pena máxima de 30 años a la que fue sentenciado el ex dictador.
Luis García Meza comenzó a cumplir su condena en la prisión de alta seguridad de Chonchocoro, en pleno altiplano boliviano, desde marzo de 1995.
Final feliz... bajo siete llaves
Con un gasto de cerca de 30.000 dólares, por pago de fianzas y honorarios de abogados, la embajada boliviana en Londres obtuvo primero, la suspensión del remate y luego, la devolución de los documentos robados por García Meza. Galantieri, actuando siempre a través de apoderados pues nunca dio la cara, terminó levantando las manos. Quizá todavía está buscando la fórmula para hacerse devolver el dinero que le adelantó a García Meza para el frustrado negocio.
Los históricos papeles regresaron a Bolivia. Fueron dejados en custodia por el Ministerio de Relaciones Exteriores en el Banco Central, el 16 de septiembre de 1986.
En lo que seguramente puede considerarse el sitio más seguro del país, tras innumerables puertas metálicas erizadas de guardias armados, y un descenso de como 15 metros por elevadores especiales que desembocan en nuevas rejas metálicas que se abren sólo al conjuro de claves conocidas por muy pocos, se hallan las bóvedas del Banco Central de Bolivia, el lugar donde se guardan las reservas de oro físico, el dinero nuevo que todavía no está en circulación y otros preciados bienes de la nación. En una sección especial de gavetas metálicas numeradas se guardan libros incunables, tratados, documentos originales de la época de la fundación de la República y otro tipo de objetos de alto valor. En la gaveta marcada A-73 y dentro de un sobre sellado, firmado y lacrado, están los documentos en cuestión, quien sabe esperando un mejor destino en un repositorio de documentación histórica que reúna las condiciones adecuadas para su mejor conservación.
Desde que fueron depositados allí, según constaba en las actas de esos años, la gaveta y el sobre fueron abiertos en muy pocas ocasiones. La primera vez en 1993, cuando el cineasta suizo Richard Dindo solicitó autorización para tomar imágenes para su film documental El Diario del Che en Bolivia. Después, en 1996 en dos oportunidades, cuando se nos autorizó tomar fotografías para la serie de recopilación documental El Che en Bolivia (CEDOIN) y para el suplemento especial a nuestro cargo: Tras las huellas del Che en Bolivia, publicado por el diario La Razón, texto que después fue volcado al formato de libro con el título Campaña del Che en Bolivia (La Paz, 1997).
Según el acta, el material constaba de:
1. “LIBRETA COLOR ROJO QUE CONTIENE PRIMERA PARTE DEL DIARIO DEL “CHE”, (07.11.66-31.12.66), INCLUYENDO ADEMÁS COMUNICADOS RADIALES, EN TOTAL 99 HOJAS”.
Se trata en realidad de un cuaderno rayado con anillado metálico y tapas de cartulina color rojo ladrillo. En la tapa lleva en letra que parece del Che la palabra Diario, y en la contratapa la palabra Documentos. Asimismo, en la tapa posterior alguien escribió (posiblemente Gary Prado o Miguel Ayoroa) con letras de imprenta:
“08 Oct. 67.-
Encontrado dentro su mochila DIARIO DEL 7 NOV. al 31 Oct. 67 Reverso.- Proclamas, informativos y mensajes”
(Debería decir al 31 Dic. 66, C.S.G)
2. “AGENDA COLOR GUINDO DEL AÑO 1967 QUE CONTIENE LA SEGUNDA PARTE DEL DIARIO DEL “CHE”, (01.01.67-07.10.67) NUMERADAS DEL Nº 1 AL 210, ESCRITAS HASTA LA HOJA NO. 151, ENTRE LAS HOJAS NO. 202 Y 204 EXISTEN COMENTARIOS BIBLIOGRÁFICOS”.
Es la conocida agenda médica alemana de tapas de plástico que contiene la mayor parte del Diario del Che en Bolivia, desde el 1 de enero hasta el día anterior a su captura, 7 de octubre de 1967. Lo que los militares llaman comentarios bibliográficos, son en realidad una lista de 106 libros en las cinco páginas finales de la agenda alemana, anotación muy reveladora de la gran afición del Che por la lectura, aun en circunstancias tan difíciles como las de la lucha guerrillera.
3. “HOJAS SUELTAS NUMERADAS DEL 2 AL 23 CON APUNTES DEL “CHE” SOBRE SUS COMPAÑEROS”.
Se trata de uno de los documentos del Che del cual sólo se conocían algunos fragmentos o frases publicadas en diferentes oportunidades, hasta su publicación íntegra en el mencionado suplemento de La Razón de octubre de 1996 recogido también en el Volumen 2 de la serie de El Che en Bolivia ( Los otros diarios y papeles . La Paz, 2005). Son hojas sueltas de una pequeña libreta, cada una de cuyas páginas está dedicada a un combatiente y en ellas se anota el número, el nombre, la fecha de incorporación y una escueta evaluación trimestral de cada una de ellos; la número 5 con el nombre de Ramón es la de él mismo, pero está completamente en blanco. Son en total 44 fichas, desafortunadamente no incluidas en la edición facsimilar de 2009.
Estos papeles autografiados del Che, se puede decir en general que están en buen estado de conservación y totalmente legibles, como lo corrobora la edición facsimilar. Se nota sí, que el papel se ha ido tornando con el tiempo algo transparente y la agenda alemana se halla desencajada de su encuadernación. Aunque esta es la primera vez que se conoce en imagen la totalidad del diario boliviano del Che, nunca nadie ha puesto en duda la autenticidad de ninguna de sus páginas, a partir de la primera edición del Instituto Cubano del Libro de 1968. Lo mismo que de las 13 páginas faltantes publicadas por el diario Presencia de La Paz el 12 de julio de ese mismo año, recogidas después en todas las ediciones posteriores.
4. “LIBRETA COLOR VERDE OSCURO CON DIARIO DEL POMBO, NUMERADAS DEL NO. 1 AL 104, (14.07.66-29.05.67), ESCRITAS HASTA LA HOJA NO. 82, ADEMÁS INCLUYE CUATRO NOTAS MARGINALES Y DOS FOTOGRAFÍAS DE LA ESPOSA Y DEL HIJO DE POMBO”.
Este material presenta mayores signos de deterioro, especialmente por la oxidación de la parte metálica donde están los aros de la libreta. Al margen de ello, el texto es tanto o más legible que el del Che por tratarse de una letra más llana.
El manuscrito original de Pombo (Harry Villegas Tamayo), había permanecido inédito en castellano hasta su publicación en octubre de 1996 en el mencionado suplemento de CEDOIN y La Razón (ver volumen 2 de la serie El Che en Bolivia). Su publicación en inglés por “Stein and Day” en 1968, en una traducción de cuestionable fidelidad dio lugar a re-traducciones al castellano menos confiables aún que circularon en varios países latinoamericanos, incluida la versión publicada por el periódico El Diario de La Paz ese mismo año. Por otra parte, el propio Pombo publicó el libro Un hombre en la guerrilla del Che: diario y testimonio inéditos (La Habana, 1996), al parecer basado en una copia mecanografiada incluida en el legajo de microfilms enviados por Arguedas y en las mencionadas re-traducciones. Sin embargo, ese nuevo texto de Pombo contiene tantas adiciones, supresiones y enmiendas que lo hacen bastante distinto del manuscrito original.
Al referirnos a todo este material documental vale la pena reiterar el llamamiento que, suscrito por casi una veintena de personalidades bolivianas, se hiciera en mayo de 2003, en sentido de que su destino final debe ser el Archivo Nacional de Bolivia en la ciudad de Sucre, tanto por constituir un patrimonio histórico documental de Bolivia, como porque las instalaciones de ese repositorio son las más adecuadas para su mejor conservación.
Errores y alteraciones en ediciones anteriores
Para preparar la trascripción que debía acompañar la edición facsimilar fue puesta a nuestra disposición, en versión impresa y digital, la última edición cubana del Diario del Che en Bolivia, (Ed. Ciencias Sociales. La Habana, 2007). Al efectuar una minuciosa comparación con la imagen digital de los originales hallamos en esa publicación frecuentes fallas de puntuación, muchísimos errores tipográficos, ciertas palabras incorrectamente interpretadas y la omisión de un largo párrafo. Algunos de estos defectos se arrastran desde la edición original de 1968 y otros se fueron acumulando en las ediciones posteriores.
Los casos más notorios son los siguientes: comportará en vez de comporte (en el análisis del mes de noviembre); plata en vez de planta (en la anotación del 7 de enero); parte en vez de posta (8 de enero); rápida en vez de rígida (20 de enero); resistió por resintió (1 de febrero); incapaz de ayudarnos, pero incapaz de preveer… en vez de capaz de ayudarnos, pero incapaz de preveer… (10 de febrero); igual en lugar de Miguel , accesos en vez de márgenes y senda en vez de banda (5 de abril); Hay que en vez de Hacen (20 de abril); salieron en vez de caminaron (8 de mayo); omisión de varias líneas al final de la anotación del 8 de junio; algunos por unos y reposado por separado (27 de julio); luz por luna (17 de agosto); Dato en vez de Ñato y Palmarito en vez de Palmarcito (4 de septiembre); letrado por iletrado (22 de septiembre); marcada en vez de surcada (28 de septiembre); de resultados en vez de resultas (7 de octubre).
Una parte de los errores de la edición de 2007 proviene del escaneo digital de un texto anterior. Sabido es que este procedimiento requiere una minuciosa revisión, pues muchas letras no son leídas correctamente por el scanner y pueden producirse graves distorsiones, como las ocurridas en el presente caso. Definitivamente los responsables de esa edición hicieron un trabajo muy deficiente, pésimo en realidad.
Los errores tipográficos, que deben presumirse involuntarios, pueden ocasionar graves distorsiones como la que ocurre con la anotación del 10 de febrero, no resulta lo mismo decir que los campesinos bolivianos eran incapaces de apoyar a la guerrilla que capaces de hacerlo, como sin dubitación alguna está consignado en el manuscrito original.
Pero también hay otros casos en que los editores iniciales (1968) deslizaron algunas correcciones al texto original del Che. Pusieron intrascendente en vez de desdeñable (13 de enero); Fidel en vez de Leche (25 de enero, Leche era uno de los seudónimos con los que figura Fidel Castro en la documentación de la guerrilla, el Che usa indistintamente tanto Leche como Fidel).
También escribieron descompuestos en vez de podridos (31 de marzo), y coraje en vez de cojones (3 de junio).
Poner, por ejemplo, descompuestos en vez de podridos no es un error de transcripción, revela la tentación de enmendar al Che, ponerlo en lenguaje políticamente correcto. Por suerte no se han encontrado más casos similares.
Por decisión del Comité Bolivia de Recordación del XL Aniversario del Asesinato del Che (2007), la trascripción que hicimos debía ser parte de la edición facsimilar de los manuscritos originales, acompañada de notas aclaratorias imprescindibles y la enmienda de todas las fallas y alteraciones que pudieran encontrarse cotejando las versiones impresas con la imagen digital de los originales.
Expectativas sobre discutibles derechos sobre este material, interferencias burocráticas inexplicables y hasta quizá recelos infundados, retrasaron el proyecto por dos años, mutilaron el concepto inicial que comprendía la publicación conjunta (facsimilar y trascrita) e impidieron su circulación masiva. Dicha edición, entregada como presente a los mandatarios del ALBA (Cochabamba, octubre 2009), ha tenido hasta ahora una circulación muy restringida, exclusivamente reservada a ciertas cúpulas.
Para que el lector pueda identificar las incorrecciones de las ediciones impresas anteriores, en esta edición digital se acompaña la imagen facsimilar de las páginas correspondientes.
Edición boliviana cotejada con los originales
Hasta ahora el diario del Che ha sido publicado muchísimas veces, en diversos idiomas. En nuestra lengua, lo que se hizo por lo general fueron reimpresiones de la edición cubana original de 1968. Con más o menos ilustraciones, con más o menos notas aclaratorias, en formatos diferentes y con no pocos errores tipográficos incorporados a lo largo de sucesivas impresiones, esa trascripción, tomada del microfilm de las copias fotostáticas, enviado a Cuba por Antonio Arguedas, era la única que podía utilizarse como fuente.
LA AGENDA ALEMANA, DONDE EL CHE HIZO SUS APUNTES DIARIOS DESDE EL 1RO. DE ENERO HASTA LA VÍSPERA DE SU CAPTURA.
Ahora la situación es otra, los originales están más o menos a la luz del día gracias a la edición facsimilar. Por eso, la presente edición (sólo digital por el momento) es diferente a todas las demás. Es más completa, pues incluye diversos documentos registrados por el Che en el anverso del cuaderno anillado en el que anotó los dos primeros meses de su diario (noviembre y diciembre de 1966). Y contiene un apreciable valor agregado por sus notas aclaratorias, el ensayo inicial y las fichas biográficas. Es una edición pensada en los lectores contemporáneos.
Además, indiscutiblemente, es la más próxima a la fidelidad absoluta por el cuidado con el que se cotejó la trascripción con la imagen digital de los originales.
Además, indiscutiblemente, es la más próxima a la fidelidad absoluta por el cuidado con el que se cotejó la trascripción con la imagen digital de los originales.
El Che hizo sus últimas anotaciones en una agenda alemana que obtuvo en su paso por Europa. En la tapa de la misma, como se ve en esta réplica, tenía una parte quemada por uno de los habanos que Guevara fumaba. (Foto: Luis Velasco/BBC Mundo)
La única libertad que nos hemos tomado es la de colocar algunas tildes ausentes en el manuscrito que, por lo demás, ya se incorporaron en la primera edición de 1968 y en todas las posteriores.
Las notas de pie de página incluidas son las estrictamente imprescindibles. Se refieren a los siguientes aspectos:
a) Los nombres de los personajes que aparecen mencionados tanto en el diario como en el resto de la documentación o que tuvieron relación directa con los hechos. Esto se complementa con un Índice Biográfico en orden alfabético que va al final del texto.
b) Situaciones que, si no se aclaran, serían poco comprensibles para los lectores contemporáneos.
c) Nombres locales que necesitan ser explicados (por ejemplo, no todos saben qué es un batey en Cuba, o un choclo en Bolivia).
d) Algunos lapsus del propio Che, cuando por ejemplo escribe Caranavi en vez de Camiri (12 de diciembre).
Para la redacción de estas notas, como es natural, se han tomado en cuenta y a la vez depurado, los aportes de las ediciones anteriores, principalmente la de Adys Cupull y Froilán González (La Habana, 1988), la edición ilustrada en italiano al cuidado de Roberto Massari (Diario di Bolivia, 1996), la llamada edición autorizada (Centro de Estudios Che Guevara - Ocean Press Ocean Sur. Bogotá, 2006), y las que hicimos nosotros en Bolivia (CEDOIN, 1996 y La Razón, 2005).
Para las notas biográficas, especialmente de los combatientes cubanos, fueron tomados muchos datos de la mencionada edición del Diario del Che de Adys Cupull y Froilán González y también del libro Seguidores de un sueño de la periodista cubana Elsa Blaquier Ascaño.
En una de esas recientes ediciones del diario así como en otras publicaciones se han usado textualmente —sin indicar la fuente— muchas de estas fichas que ahora se incluyen en el Índice Biográfico. Incluso si se tratara solamente del uso de datos aislados lo correcto es mencionar la procedencia, mucho más aún si se hace una copia literal de la redacción, como ocurre en este caso. Cabe señalar que estas notas las venimos elaborando, puliendo, completando y ampliando desde hace más de 20 años, se publicaron por primera vez en el Informe R de CEDOIN y en el semanario Aquí en 1987, así como en las dos ediciones bolivianas del Diario del Che antes mencionadas (1996 y 2005).
Los lectores que conozcan la edición en facsímile (2009) podrán apreciar que en el manuscrito original aparecen algunos elementos extraños. Primero, tanto en el cuaderno anillado como en la agenda alemana hay frases subrayadas con lápiz rojo para destacar las referencias a diferentes personajes, especialmente a Debray y Bustos, que estaban siendo juzgados en Camiri por un Tribunal Militar. Segundo, en el cuaderno anillado en la parte inferior al centro, aparece una numeración con lápiz rojo página tras página. Estos subrayados y numeraciones fueron colocados por los militares que manipularon el documento en los días posteriores a su incautación.
En el cuaderno anillado hay una otra numeración, en la parte superior derecha con tinta oscura en las hojas impares (anverso). Asimismo, en la agenda alemana aparece también sólo en las páginas impares con tinta oscura una numeración en la parte superior derecha, desde y hasta las portadillas. Los editores del Ministerio boliviano de Culturas, con un criterio a todas luces equivocado, borraron esa numeración para la edición facsimilar.
Entonces, corresponde afirmar que esta publicación no es una copia enteramente fiel del manuscrito original del diario del Che, tal cual se ha conservado hasta el presente. Lo correcto era publicarlo sin ningún género de añadiduras, supresiones o enmiendas, ni siquiera de aquello que se presume habría sido introducido por los militares.
No obstante, al conocerse por fin —mediante la magnífica edición facsimilar a todo color— los manuscritos del Che con toda la fidelidad y el colorido que permiten las actuales tecnologías de impresión, se alcanza una mayor cercanía a uno de los personajes latinoamericanos más sobresalientes del siglo XX, cuya imagen y prédica han llegado al siglo XXI trasfigurados en las mejores aspiraciones colectivas de solidaridad, igualdad, humanismo e independencia de los pueblos. Al leer directamente los textos del Che tal como fueron escritos en los avatares cotidianos de la guerrilla –la transcripción que presentamos enseguida sólo pretende ser una modesta ayuda para lograrlo– se consigue penetrar en la intimidad del jefe guerrillero, el hombre que renunció a todo, incluida su propia vida, en aras de un continente liberado y con justicia social.
Desde el primer día de su llegada a Ñacahuasu, hasta la víspera de su captura, no hay un solo día en el que el Che no haya dejado escritas de manera metódica sus impresiones, dificultades, sobresaltos, preocupaciones sobre la alimentación de su tropa, tragedias, como la muerte de Rolando o Tuma, y también alegrías, como la de recordar los cumpleaños de sus seres queridos. Sus apuntes cotidianos, sin faltar un solo día, no fueron escritos para ser publicados, para lanzar mensajes a la posteridad o para dar forma literaria a sus pensamientos más íntimos. Se trata de un diario sin segundos fines, como lo destaca Roberto Massari en su prólogo a la edición italiana de 1996, pero a la manera de Don Quijote, personaje entrañable para Che desde su primera juventud. Un diario de campaña, militar, operativo, logístico, que recuerda diarios célebres de campaña como los de Jenofonte, Julio César, el general Custer, José Martí, Colón o tantos exploradores y viajeros solitarios de la aventura humana.
Como periodistas, quienes nos ocupamos de este tema, somos trabajadores de la memoria. Existen numerosos afluentes a tomarse en cuenta en el intento de aproximarse, así sea de forma imaginaria, a los hechos del pasado o a su interpretación. Pero el documento escrito es irremplazable en esa faena. En tal sentido, valoramos muy en alto lo que significa poder visualizar el manuscrito original del diario del Che en Bolivia retratado en todas y cada una de sus páginas. Y consideramos un verdadero privilegio la oportunidad que tuvimos de verificar su trascripción tan cuidadosamente como nos fue posible, aunque no podemos dejar de lamentar que dicha edición facsimilar no haya aparecido desde el primer momento acompañada de su correspondiente trascripción en letras de imprenta.
Habíamos acariciado por más de quince años la idea de publicar de esa manera en Bolivia estos documentos del Che. Con la edición facsimilar cuyo responsable es el Ministerio de Culturas de Bolivia, se ha logrado por fin dar un paso y quebrar el aparente maleficio que impidió culminar con éxito dos intentos anteriores. No dudamos que, aunque todavía restringida esta publicación facsimilar, terminará por ser conocida y apreciada por los grandes públicos de todo el mundo, como corresponde. De ahí la pertinencia de la transcripción que ofrecemos ahora a los lectores.
La tarea de realizarla fue asumida por nosotros con enorme placer y dedicación y de una manera estrictamente voluntaria, en el mejor espíritu de contribuir a preservar la memoria histórica de acontecimientos y personajes que impactaron con fuerza en varias generaciones de la centuria anterior y que se han proyectado con nuevas luces hacia el presente. La magnitud y trascendencia de estos materiales exigían el máximo rigor documental y esa fue precisamente la norma que nos impusimos.
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