Por: César G. Calero
En este artículo: Bolivia, Ernesto Che Guevara, muerte
9 octubre 2017
Julia Cortez le dio la última comida al guerrillero. Foto: César G Calero
“Se saluda”. Eso fue lo primero que escuchó una joven y hermosa maestra de La Higuera cuando entró en la escuela de su pueblo para ver con sus propios ojos a aquel “monstruo” que, según el Ejército, amenazaba la paz de los campesinos del sudeste boliviano. Julia Cortez se quedó muda al ver al Che Guevara. Herido, sucio y en harapos, el líder de la guerrilla de Ñancahuazú logró seducir a la muchacha de 19 años por sus “facciones perfectas” y su manera de hablar. “Todo era hermoso en él, su cara, sus manos, su forma de mirar, sus ojos… Todo el mundo se enamoró al final del Che”, cuenta emocionada Cortez.
Capturado el 8 de octubre de 1967, el Che pidió hablar con la joven maestra y tras saludarla le transmitió una curiosa observación: “Me dijo que había un palabra mal escrita en la pizarra, ‘Angulos’, que le faltaba el acento. Y yo le dije que como era con mayúscula no era necesario el acento. Él me insistió que sí, pero cuando se fue el militar que lo custodiaba, me dio la razón y me dijo que lo único que quería era hablar conmigo”.
La maestra jubilada asegura que le llevó después al Che “un platito de sopa de maní”. “Se lo devoró”, dice doña Julia: “Y cuando ya me iba, me agradeció la comida y me dijo que yo iba a tener una gran recompensa. Luego me preguntó si yo sabía qué iban a hacer con él”.
La maestra se retiró a descansar y un rato después oyó la ráfaga maldita: “Fui corriendo y cuando lo vi ya estaba muerto. Fue el peor momento de mi vida; me quedó ese trauma para siempre”. Dos semanas después de la ejecución del Che, se reanudaron las clases en La Higuera. El primer día, Julia y sus pocos alumnos recogieron todos los “vestigios” que habían quedado de la presencia del Che y los enterraron detrás de la escuelita.
(Tomado de El Mundo, España)
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